Una noche cualquiera de sofocante verano, en una sesión de cine doble siempre con la luz apagada para concentrar la atención. Hoy es en tu propia casa, cuando en etapas anteriores de tu vida, asististe a muchas emisiones fantasma frente a la gran pantalla... e incluso, algún maratón de cine fantástico o de terror. En alguna de ellas, concretamente, verías como aquella familia Freeling se debatía entre poner un bloqueo a su pequeña Carol Anne para evitar la percepción indebida de alguna aparición energética con malas vibraciones o, buscar un pisito céntrico, lejos de un campo santo de culturas arcaicas. En esa ocasión el joven Steven Spielberg desarrollaba un guion llamado Poltergeist (aunque tuvo que desestimar su dirección, pues tenía sobre la mesa a otro personaje más extraterrestre en esos momentos) y en papel de productor contrataba la experiencia en el uso de motosierras, al director de cuarenta años Tobe Hooper (además autor de Funhouse o Salem´s Lot) y galardonado con el Premio Maestro en el Festival Nocturna en 2014. Recordando que en aquel mismo año 1982, la película El Ente dirigida por Sindey J. Furie seguía la estela de estas producciones sobre el más ´acá`.
Desde entonces, las apariciones fantasmales han ido produciéndose con instantes cumbre del género, como La Profecía de Richard Donner (Lady Halcón, Los Goonies), El Exorcista de William Friedkin (The French Connection, A La Caza) o la obra maestra El Resplandor de Stanley Kubrick; tres monumentos que podrían hacer las delicias de cualquier noche de insomnio por alta graduación ambiental. Antes de la llegada de los efectos digitales y las grandes resoluciones que diluían cualquier tipo de grano en la textura, entre sorbitos de refrescos saboreados entre sustos y chuches variadas, se emiten de regreso al mundo ochentero, algunas de aquellas fórmulas que tan buenos recuerdos guardamos de nuestra juventud y rescatadas del pasado para las nuevas generaciones. Filmes fantásticos en cualquier sentido, o producciones de terror (con escasos recursos y mucha imaginación) que te acercaban a las salas de proyección analógica y los múltiples ruidos de compañeros de butaca. Ubicados frente a esa antigua y manchada pantalla del cine de barrio, que se iluminada de pronto y, automáticamente, se hacía el silencio (salvo alguna carcajada a destiempo). Deslizándonos poco a poco en el asiento hasta quedar reducidos a una figura nerviosa en penumbra, era la hora de aguantar la respiración, con sensaciones efervescentes y novedosas para tu edad y estatura. Asistimos, por tanto, al resurgir con cierta fuerza y la voluntad de nuevos directores, tanto las voces de ultratumba de antaño y vómitos de coloridos fluidos. Como, todos aquellos corrimientos... de muebles.
Pues, no tenía la intención, pero no tenía otra cosa que hacer. Sin trabajo ni futuro, me acerque en un momento de debilidad y curiosidad a aquella versión cinematográfica de Poltergeist en 1982 y a esos personajes que se convertirían casi, en miembros de nuestra asustadiza familia, con Craig T. Nelson y Jobeth Williams. Además, de todo el oscuro pasado que envuelve a muchos de aquellos protagonistas, me entregué (con memoria innata) a la recreación de ambientes y localizaciones, rostros y ruidos infernales. Brillante.
Sin embargo, más terrible aún que las premoniciones de una médium, me envolví en la bruma binaria del remake actual. Todo cambiaba de repente, los niños no eran evidentemente, la oscuridad y alegría no estaban tampoco, aunque si nuevos trucos de cámara bastante normalitos y una estructura argumental que se volvía fatídicamente monótona.
El interés se fue edulcorando en manos del director londinense Gil Kenan (a pesar de perspectivas interesantes como su Monster House o City of Ember), entre la pareja protagonista interpretada por un Sam Rockwell con buenas intenciones aunque desangelado y su compañera Rosemarie DeWitt, y difuminándose los diálogos en un mar de tópicos. También las personalidades de sus personajes, tal que el espíritu de un sabio en una concentración política. El poco cuidado lingüístico es una estratagema poco inteligente, pues aunque no somos los mismos de ayer, en nuestro interior nos enfrentemos al recuerdo con los respingos juveniles y alguna lagrimilla que otra en nuestros ojos cansados.
Porque la versión de Poltergeist, es una regresión poco emocional y emocionante, casi pesadillesca. Producida, o mejor expresado provocada, por una aparición poco animosa, dramática o sorprendente, salvo cambios repentinos de plano o un aumento cualitativo en la exhibición de golpes de efecto en la oscuridad. Con las habituales notas sonoras, cortantes o elevadas hasta el infinito cuántico y metafísico de aquel denominado terror clásico. Vamos que se nota, la poca imaginación. Nada queda de la socarronería de Hooper, la producción de Spielberg (aquí financiada entre otros, por otro mítico como Sam Raimi), los niños se defienden sin permanecer en el subconsciente, y varían los roles de ciertos personajes o situaciones conocidas. En esta ocasión, se mantienen los márgenes descritos en el guion, ofreciendo los mismos registros a los protagonistas como un ejercicio de replicación genético-fílmica.
Se han modificado algunos puntos clave de aquel fantástico filme de Tobe Hooper, sustituyéndolos por expresiones banales y más gráficas de sensacionalismo o susto fácil, pero, lo más reprochable de la cinta es que el peso protagonista se diluye ante la ambientación demasiado sobrecargada, con nuevos efectos sin interés especial y una acción frenética que nos lleva con la lengua fuera. Eso sí, sin meternos en sus escasas cualidades o el nuevo plantel de poseídos por el plasma o voces del más allá, excepto la extravagancia del personaje de Jared Harris, transformado en una especie de vaquero de casas encantadas. Su espíritu deslenguado y algo obtuso, no hace olvidar a la psíquica arrojada y exigente, con los ojos vidriosos y la voz cargada de la simpática actriz Zelda Rubinstein.
Poco más que sumar, a esta descabalada entrega y esquiva repetición del pasado, semejante a una moderna pantalla plana con antiguo efecto nieve, o una puerta que pareciera una aburrida entrada al camarote de los Marx. Sólo, gestos ceñudos y quejidos de ultratumba... ¿He dicho tumba? No, ha sido una ligera invención o excusa, para las diferentes incorporaciones de nueva generación. Pero, al menos esta nueva Poltergeist, más de treinta años después, intenta conservar algún momento del suspense que nos hiciera saltar en aquellos maravillosos años.
Mírala cara a cara que es la ... la segunda oportunidad de reencontrarnos con nuestros añorados fantasmas del pasado, sin navidades debido a la alta temperatura de esta época lejana a Halloween.
Si conseguís acercaros lo suficiente, podréis oír los quejidos. Con el título extrasensorial de El Otro Lado de la Puerta, otro director de origen británico llamado Johannes Roberts, de Cambridge más concretamente, habituado a los crímenes en Storage 24 y antes de su inmersión junto a Matthew Modine o Mandy Moore en In the Deep, se traslada a las localidades de Guntakay y Mumbay en la India. Con lo que la ambientación exótica, está asegurada y su amalgama de culturas en lo fílmico se muestra misteriosa. Desde luego, para mí, es lo más significativo en una típica película de fantasmas.
Esta producción de TSG Entertainment y Kriti, absorbe el mal oriental en silencio, sobre el cuerpo de sus respetables y sufridos protagonistas, encabezados por Jeremy Sisto (May, Km. 666), Sarah Wayne Callies (Hellion, Faces in the Crowd) o los niños Logan Creran y Sofia Rosinsky apuntando maneras y sustos, que a su edad parecen estar manipulados como si se tratase de un juego para pequeños actores. Bueno, quitando estas consideraciones que subyacen y se repiten, en historias reconocidas por el aficionado al scifi, puedes acercarte con ciertos pálpitos o agradecimiento a unas sinceras interpretaciones con las que nos convocan al misterio.
Sus acciones de protectores, tantas veces han provocado la intranquilidad del público ante la angustia de padres y el adormecimiento, debido a la pérdida filial junto a la puerta de entrada a las tinieblas, en cientos de ocasiones. Desde aquella ventana energética surgida del techo, en una aislada comunidad sobre los cimientos de un culto antiguo, hasta la cerrada por un golpe de efecto, con una pequeña de ojos saltones en cama y lenguaje pecaminoso que lanzara sus exabruptos y otros pringosos materiales a su objetivo sagrado o religioso. Sin embargo, The Other Side of the Door, es solamente otra excusa para abastecernos de una nueva tanda de cambios metafísicos o posesiones de andar por casa.
No obstante, ésta tiene algunos datos de interés provenientes de esta singularidad y localización, ya que nos trasladaremos con una familia a esa mansión de espacios efímeros, tumultuosos jardines y rasgos hindúes, situados en la ciudad de Bombay. Puede resultar un acicate para aficionados a los viajes y frecuentadores de lugares exóticos... sin pobreza a la vista aparente, eso sí. Su nivel social es mejor al resto de residentes, se puede comprobar por los medios, la comunicación y cierta exuberancia de una asistente o cuidadora, tan colorida con su ojo puesto en la oscuridad y la liturgia del ambiente local de la India mitológica. Estos rasgos exóticos y la entradilla en un mundo de contactos espirituales es propia del cine oriental, de la época de grandes directores en el blanco y negro, con preocupación por la presencia de difuntos y sus posibles contactos con parientes a este otro lado. De los cuentos clásicos de Kenji Mizoguchi o Kihachi Okamoto, a los sabores dibujados con el sentimiento de Hayao Miyazaki, del círculo negro de apariciones fantasmagóricas trazadas por Hideo Nakata en Ringu o Kiyoshi Kurosawa en Kairo, al explícito sadismo artístico de Takashi Miike o Kim Ji-woon. Hasta enraizarse con trazas norteamericanas en blanco y negro, que surgieron del expresionismo alemán y la literatura gótica, u otras impactantes experiencias con la muerte, muertos vivientes como en el filme Yo anduve con un Zombie de Jacques Tourneur, de los clásicos de la RKO. Bueno... despertemos a la realidad.
En este Otro Lado de la Puerta, se garantiza esta conexión de algunos ritos ancestrales y resonancias, comunicadas entre generaciones por territorios inhóspitos e islas desconocidas, o creencias arraigadas en la cultura oriental y ajustadas con los nuevos bríos digitales que construyen en laboratorios informáticos del mundo actual. Una visita a esas familias asustadas, de vacaciones, con rasgos occidentales y problemas de pareja, ante lo desconocido. Intelectual y culturalmente, perdidos en una incomprensión cultural, propia de otras aventuras ocultas o peligrosas modernas, puertas cerradas a nuestro entendimiento, tabúes y otras disquisiciones personales.
Por tanto, el suspense viene engendrado dentro de un envoltorio llamativo y su oscuridad tramposa se cierne sobre los jóvenes intérpretes, pero con suficientes condiciones atmosféricas para mantener ese frágil hilo argumental y el hálito estilístico. De las cinematografías provenientes de autores hindúes, filipinos, japones, chinos o taiwaneses, cosa muy de agradecer, en estos momentos de fiebre efectista y mecánica. Otra cosa es ese otro lado, algo fatigado por tantas horas de exhibición en su universo de sombras con cobertura en este, siempre golpeando el eslabón de nuestra fantasía y los propios miedos del ser humano, en la búsqueda de una posible explicación sobre aquellas dudas existenciales, que nos abordan internamente o que cabalgan sin obstáculos por las conciencias de sus protagonistas; cambiando de mente como si este truco del cine y las sombras, consistiera en unos ojos fingidos más inexpresivos o una voz gangosa con arrastre de consonantes siseantes y explosiones guturales. Esto es, ruido, nada más.
Una doble sesión de espiritualidad y almohadones, atrapados entre los goznes chirriantes de la cultura popular, los instintos de supervivencia y los ancestros bajo tierra, que deciden una visita de última y ´jodida` hora. Un cuadro pintado que toma vida, o esos rayos catódicos transformados en magma densificado de los 80, de partículas plasmáticas chocando en el tiempo dentro de una habitación frente a tu memoria. Pero, con sustos controlados ya, sin consecuencias para nuestra salud y el rodado corazón. Sí, se dejan ver una noche de canícula cualquiera.
Expediente Warren: El Caso Enfield (título original The Conjuring 2)
A la tercera va la vencida, y menuda sorpresa con la presencia que repite por segunda vez.
Del terror de Amityville a un céntrico barrio obrero de Londres, los aparecidos no tienen escrúpulos en presentar su tarjeta de visita y los efectos trágicos de sus propias y amargadas existencias. Vamos como nosotros, pero sin tener que alimentarse de comida basura.
Es, por encima de la sesión doble, la más impactante apuesta por los recursos imaginativos y la ambientación en esta muestra de la opulencia fantasmagórica, apostando por un guion adaptado brillantemente de una añorada etapa ochentera y aquellas habitaciones plagadas de pósteres de nuestra juventud.
Se trata de la nueva entrega del Expediente Warren o nombrada de forma original y menos sincrética, como El Conjuro 2 (en esta ocasión, me parece curioso anteponer la leyenda de otro expediente denominado El Caso Enfield), donde una nueva familia británica de un barrio humilde y lucha diaria con las vicisitudes económicas, tendrá que lidiar con los poltergeist más tenebrosos del Londres menos financiero. Con un fantasma y su marcado carácter y deslenguada verborrea, algo violentos, esperando la guía de una mano más siniestra y evolucionada del mal. Fantasmas para el recuerdo, elaborados por la mente de un director habitual del género como James Wan (además productor y escritor de títulos como Saw, Insidious o Death Silence), acompañado por una pareja de guionistas de éxito playero y autores del primer Flash televisivo. Aquí, menos macrobióticos y más espectrales fijándose en otras etapas del pasado terrorífico, los hermanos Carey y Chad Hayes, con guiones como La Casa de Cera o La Cosecha.
El matrimonio de demonólogos con capacidades psíquicas, alta capacidad de empatía con el espectador y fuerzas físicas para solventar cualquier caso de posesión infernal. Se enfrentarán a ese temible espectro, algo burlón y sarcástico, porque pertenece a este mundo real de ánimas perdidas en la calle, antes de la visión más endiablada y tormentosa. Uno y otro, difundidos por los medios de comunicación de la época, y cierto desprecio de los mismos rostros de aquella primera entrega, interpretados por la estupenda Vera Farmiga (Bates Motel, El Juez) y un valiente y tranquilizador Elvis, aunque combativo como Patrick Wilson (Watchmen, Bone Tomahawk). Parecieran habituados ambos en toda su carrera o vida, a luchar contra las fuerzas del mal. Sus ojos estarán puestos en nuevos proyectos junto al gran Alec Baldwin en la cinta Caught Stealing del director sudafricano Wayne Kramer (The Cooler, Crossing Over) y el nuevo trabajo de John Lee Hancock titulado The Founder, junto a Linda Cardellini, Laura Dern y Michael Keaton (lo dicho, vuelven otra vez); mientras Farmiga se las verá con Virginia Madsen y el joven triunfador Jacob Trembley en Burn Your Maps, con el respetado Christopher Lloyd en Boundaries, o Liam Neeson y Sam Neill en la película The Commuter.
Si bien el guion se esfuerza en significar todas aquellas cuestiones relacionadas con las posesiones en casas con un pasado confuso, defunciones sin cerrar su propio círculo personal o mental, y los movimientos en la oscuridad sugestionados por sonidos alarmantes, alaridos siniestros y voces de ultratumba; el mérito de esta nueva entrega esta en una ambientación conseguida y unas interpretaciones creíbles, aún tratándose de una materia tan intangible como la percepción de espíritus malvados, la filosofía religiosa y metafísica del alma, o las reacciones de los medios de comunicación. Diferenciados por la difusión de extraños comportamientos particulares o la búsqueda de respuestas, más allá de la vida de las víctimas del acontecimiento sobrenatural.
Para proporcionar esa sensación de frío y quebrantar el sueño de los vivos, cuenta con un grupo de niños a su disposición que harán evolucionar los efectos técnicos, visuales y auditivos, a una nueva generación de sustos propagados por las sombras alargadas de sus propias existencias en la pequeña y poco lustrosa vivienda.
El reparto bien selecto se completa con la sufrida madre interpretada por la actriz de Oxfordshire Frances O´Connor (Mansfield Park, A.I.) y sus niños enrolados en terribles visiones y efectos sonoros, con los simpáticos jóvenes Benjamin Haigh, Lauren Espósito, Patrick McAuley y Madison Wolfe (Trumbo, Joy), o rostros representativos del cine de terror y ciencia ficción, como Maria Doyle Kennedy, Simon Delaney, Franka Potente, Simon McBurney, Bob Adrian, Steve Coulter. Más, una voz de ultratumba y videojuegos como Robin Atkin o el español Javier Botet como Crooked Man, configuran un onírico casting con encuentros futuros.
Algunos de aquellos actores, técnicos y autores de los 80, ofrecieron esa vuelta de tuerca esperada al género del scifi con visiones más particulares y mucha imaginación, entre el arte underground y los primeros escarceos informáticos. Fabricaron historias nunca vistas hasta entonces, basadas en títulos imposibles de la literatura fantástica, con sus métodos evolutivos en efectos especiales y manos orfebres para los decorados, animatronics y postizos, a la conquista de nuevas fronteras fílmicas sobre nuestros sustos, pesadillas como las conservaste en la memoria, hoy, con pasión durante esta melancólica sesión plagada de guiños y añoranza por la creatividad o el espíritu evolutivo del cine.
Un rayo de tormenta, cuenta... 1, 2, 3 ... Respira profundo. Entra la enfática composición del músico Joseph Bishara y sus contactos con el maestro John Carpenter en Fantasmas de Marte o la pesadilla genética Repo! También actúa en The Conjuring 2 aunque tendréis que descubrir su aspecto demonicaco. Crujidos, cachivaches y alaridos, hasta este diligente e inteligente nuevo caso, de una estrella internacional en crecimiento continuo, dentro del cine de terror y scifi. James Wan, entre New Line y Warner Bros, con todos sus recuerdos de la época y alguna contratación al rescate de estrellas, homenajes como Barbara Hershey actuando su filme Insidious, se demuestra infatigable en la creación. O la cuidada dirección artística y ambientación, que nos abre las puertas marginales de sus conflictos internos, ese reflejo del mal en su ojo despierto, vivaz y detallista para rodar las vidas tormentosas.
Ya que sus magníficas correrías cinematográficas por suburbios o casas encantadas, en este u otro tiempo, son ideales fenómenos para disfrutar o hacer pasar un ´mal` rato en el cine a los aficionados al género. Un fenómeno creciente, explicable ante la brillantez de algunos trucos que guarda en su pequeña habitación de sombras y luces, junto al mundo de los más pequeños, el silencio y las transiciones entre fantásticas dimensiones o habitaciones. Y, con una tranquilidad que se coloca tras de ti respirando sobre tu cogote a oscuras, con ese particular espíritu infantil que le llevará a dirigir próximamente, el título Aquaman y, se comenta que también posiblemente, Robotech.
Él es Wan, James Wan... y sus orígenes de Malasia.
Pasen Malas Noches... y mucho calor.