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domingo, 10 de junio de 2012

Sed de Mal: del maestro Orson Welles.


Sed de Mal: todos los matices del blanco y negro.

Bien sabido de todos los cinéfilos es que el pequeño Orson Welles fue un soperdotado para esto de la interpretación, de la escritura, e incluso de la dirección.
Igual detrás de la cámara, delante o cuando trabajaba en un teatro de guiñoles. Obras de Shakespeare que pasaban y actualizaban sus manos y su mente prodigiosa. Dibujo y pintura, asímismo, tenía un talento especial para la música.
Parece que fue concebido en un viaje de vacaciones por Río de Janeiro, quizás de ahí, su pasión y simpatía por España, en general por la cultura latina.

Sin embargo, sus padres y él, son de la ciudad de Kenosha en Wisconsin.
El pequeño Orson nacería con una dificultad en la columna vertebral que le produciría una peculiar y dolorosa forma de caminar.
El camino de Orson Welles en la cinematografía americana no fue un lecho de rosas, precisamente. A sus dificultades físicas, se le sumaron las continuas zancadillas de los jerifaltes de la industria. Las grandes productoras le pusieron el cartel de director displicente.
Muchas veces no comprendieron su capacidad asombrosa para diseccionar el rodaje y montaje de sus películas. Así, las entregas se demoraban en exceso para la distribución que no para el nivel artístico. El proceso de elaboración de Touch of Evil (Sed de Mal en España) no sería muy distinto a lo ocurrido en anteriores ocasiones.

Pues bien, se suele decir que Orson era un cineasta adelantado a su época, con toda la razón.
Una muestra de ello, es la genial composición que demuestra en 1958 con Sed de Mal.
En ella, el maestro Welles realiza una de las incursiones en género negro más innovadoras y personales que recordarán las generaciones próximas.
Aunque la postproducción estaría llena de cortapisas y recortes, lo habitual para la mayoría de sus películas. Si ya es, de por sí, una obra maestra a nuestro juicio...
¿qué habría sido de ella si Welles la hubiera montado con su forma especial?, como otras correspondientes a tal privilegiado.
Madre mía, no lo pensaré más. Que me cabreo.



En Sed de Mal, se conjugarían dos personalidades para sacar adelante el proyecto.
Orson contrataría a Charlton Heston, o más bien el actor en plena efervescencia profesional se encariñó y le propusó a Universal, como único candidato. En los últimos tiempos Heston ha sido discutido injustamente por muchos, cuando es un rostro que podemos ver en muchas maravillas del Séptimo Arte. Siempre por motivos diferentes a sus trabajos en el cine, que realmente no juzgo.
Un todo-terreno que vió en su papel del oficial del Departamento de Narcóticos mejicano Ramón Miguel 'Mike' Vargas, un personaje jugoso. E inolvidable.
De esta unión surgió el deseo desmedido de Heston por el director, y su creencia firme en el papel de investigador fronterizo de narcóticos. Haría todo lo posible para que Orson pudiera comenzar el rodaje de Sed de Mal, por encima de todas las trabas de los productores.
Gracias a Charlton Heston podemos visionar esta maravilla y ya sólo por ello, se merece todo mi respeto.

El casting que realizarían para la película, juntaría a un ramillete de actores magistrales.
Empezando por el propio Orson Welles, que se metería en la piel del gordo y sudoroso, a veces repulsivo, el capitán Hank Quinlan. Y, buscaría adrede una composición física sorprendente con rellenos incluidos, para ensanchar su oronda anatomía. Por lo tanto, es un duelo interpretativo entre ellos dos, pero se suman todos. Muy diferentes ramificaciones interpretativas y se produce la conjunción perfecta de personalidades con poder sobre la cámara.
Las tonalidades grises y las sombras te abrazan y sugieren sensaciones extrañas, cuando Orson compone los encuadres en los rostros atractivos o repulsivos de los actores. Esto en la época fue el símbolo distintivo y cualitativo de las producciones de la Edad Dorada de Hollywood.

Una vez terminado prácticamente el rodaje, en pleno edición de las imágenes (y como otras veces con un retraso considerable en los plazos de entrega), Orson vería diseccionada y mutilada su obra. Lógicamente renegaría de ella con todas sus consecuencias.
Todo a pesar de verse respaldado de un ramillete de profesionales en la producción, sonido, fotografía e iluminación, que conseguirían junto al reparto y la dirección de Welles, una película que crece con el tiempo hasta límites insospechados. Un film adelantado a su tiempo.
El público de la época no correspondería en taquilla, con la imaginación y los métodos ejecutado por el genio. Ahora, son habituales en todo el cine actual.
El resultado sería una colección de imágenes y una historia trastocada por manos extrañas. Pero, mantendría un poder de atracción que ni las intromisiones artísticas pudieron hacer mella en su magnífico metraje.
Sin embargo, la mutilación es uno de los sacrilegios y humillaciones, mayores que puede sufrir un creador. Aunque, Welles nunca se preocupó en demasía de estas ansias de control. Él quería ser libre y no le dejaron, hasta tener que salir de Estados Unidos. Con un riptus de dolor y alivio en su cara.

El director de Wisconsin quería rodar el film en la frontera mexicana, del lado Sur. En cambio, no sería posible por motivos económicos, seguramente, y tuvo que rodarse en Venice, Los Ángeles-California. Cosa harto dolorosa para Welles por su famosa querencia con la cultura latina (mejicana y española en concreto, demostrada por sus viajes y amor por los toros).
Y comienza de manera que será recordada, una de las mejores evoluciones de una secuencia inolvidable y milimétrica con grúa incluida. Es mejor verla, que comentarla con mis pequeñas palabras.
Una historia completa contada en unos pocos minutos.



El reparto se completó con la bella Janet Leigh, como la temerosa y maltratada mujer del inspector Vargas. Una pareja con feeling en sus rasgos exóticos.
Además, se produciría el curioso caso que su interpretación sería nombrada como la percursora de su contratación y posterior interpretación en Psicosis, de otro ser genial, el maestro Alfred Hitchcock.
Sin duda, ambos papeles de dúctil y acosada, tienen un paralelismo entre sí. De caracteres semejantes, esto lo debió ver la mente rápida de Hitchcock y no dudó en contratarla para ponerla en peligrosas manos de nuevo.




En Sed de Mal, existe un personaje tímido e inquietante por su incipiente obsesión, interpretado por Dennis Weaver (famoso actor posterior en numerosas series de tv, yo le recuerdo esencialmente por una, el detective McCloud a lomos de su caballo y aquella fantástica sintonía). Que pudiera ser el germen iniciático de nuestro querido Norman Bates.

Hay dos contrapuntos en las interpretaciones principales, una relaciona con el Bien y otra con el Mal.
El sargento interpretado por Joseph Calleia se une a la danza con el mismísimo Orson Welles por los caminos turtuosos, con añoranza por los viejos tiempos de herejías. Su interpretación del compañero de policía abnegado y dejado llevar por las circunstancias de la corrupción forzosa y de los arreglos sucios de los representantes de la ley de antaño. En su papel, casi se puede observar una atracción sexual por su jefe y distorsionador con las pruebas judiciales.
Quizás, sólo Orson sabía si dicho enamoramiento se quedaba únicamente en admiración profesional de los personajes.


El Mal también se une con el gran actor Akim Tamiroff, nacido en Tiflis en la antigua Georgia soviética. Una cara que dispone al espectador para la desazón, sabes que cuando su personalidad sudorosa aparece (el sudor y el humo es muy importante en las caracterizaciones) algo malo puede suceder.
Orson Welles le quería exprimir toda su faceta grosera, su peligrosidad animal. Por ello, rodaron una escena en la que Akim Tamiroff, en una pelea, tenía que morder y arrancar la lengua de un enemigo.
Orson le llamó ese día al plató, le marcó una mesa con un plato y una lengua de cordero encima.
Le explicó seguramente complacido de que debía introducirla en su boca, arrancar un pedazo y escupirlo, en la próxima escena de lucha a rodar. Con desagradable aprobación de profesional, aceptaría maldiciendo.
El resultado de la acción sería no incluirla en el resultado final de la cinta, y con Akin bastante rebotado con su colega.
Orson Welles y él, eran amigos y ya habían trabajado anteriormente a esta película en otra genialidad llamada Mr. Arkadin.



A todos ellos, hay que unir a otra "zíngara" y amiga de Orson, Marlene Dietrich.
Es el aire nostálgico, hechicero y poderoso de una estrella, que no dudó en acudir a la llamada. Aún teniendo que hacer un genial secundario con peso y posiblemente cobrando mucho menos de su caché en Hollywood.
Para el papel de Tanya, se maquilló y utilizó vestuario de películas anteriores. Welles sólo le había dicho, algo "enigmático" y su aparición en el rodaje sería algo digno de ver y elogiar.
El papel de la prostituta fronteriza y echadora de cartas ocasional, le avisa a Welles de que su porvenir se ha acabado. Puede que fuera también un mensaje para su trabajo en los estudios americanos.
Así mismo, un aviso de alerta. Orson Welles tendría varios accidentes, un esfuerzo físico en el duro rodaje que le proporcionaría leves lesiones en sus huesos. Su peso y dificultad de movimientos haría golpearse contra el suelo, a pesar de no ser anciano ni muchísimo menos.

Aún así, se mojaría hasta el final.
Y Marlene Dietrich se vería recompensada por su amigo y admirador, con varios minutos más de su actuación irreprochable en Sed de Mal. En cambio, no ocurriría con la testimonial aparición de la gran Zsa-Zsa Gabor, como dueña espectacular del club.


La cámara: Según han ido pasando los años, Sed de Mal ha ido creciendo en profundidad (si ya de por sí alcanzaba inmensas cuotas de magisterio), el tiempo la está poniendo en un lugar totalmente avanzado en sincronía con la actualidad.
Sus valores cinematográficos se ven completados con un poderío ideológico y estético sin discusión.
Welles se rodea de su viejo amigo en la dirección de fotografía, otro orondo Russ Metty (El Extraño) salido junto con él, de los míticos estudios RKO en comienzos como ayudante.´
Ambos se meten en el rodaje de manera soberbia, la impregnación de dos mentes para rodar la perspectiva de los personajes y enfocar encuadres prodigiosos. Muy pocos han estado a la altura de este trabajo llevado a la pantalla. Un mundo de blanco y negro elegido adrede por Orson Welles, que fotografía a las estrellas con una luz impagable en las viejas películas en 35mms.

Casi todo el mundo impactado, habla del portentoso comienzo del plano secuencia inicial, un atentado luctuoso en la peligrosa frontera mejicana y ajuste de cuentas por el tráfico de drogas que hubiera podido ser por sí mismo otra película completa. A penas sin narración, sólo al alcance de los genios.
Pero además, durante toda su metraje, las riendas del director se ven en las tomas, colocando la cámara a los pies de la escena, cogiendo profundidades de campo fuera de época, con filmaciones miliméticamente preparadas y varios intérpretes entrando y saliendo en un orden perfecto. A veces, pareciera obra del azar en la acción, más bien, un estudiado cuadro costumbrista.
Los planos contrapicados en escorzos de belleza extraordinaria, esa inquietante iluminación que dibuja y conforma para mí, una de las obras cumbres del cine negro.



El guión: Buena muestra de que Orson Welles era un pequeño genio de niño, sería su participación en obras de Shakespeare (a partir de 7 años comienzan sus escarceos interpretativos serios, pero con menos ya demostró su inquietud). De igual manera, sus principales y mejores films se realizarían en sus etapas más tempranas, demostrando con sus correcciones de guión que podía forzar todas las vueltas de tuerca posibles. Una capacidad creativa que podía reflejar la decadencia de las sociedades modernas, de amores no correspondidos y traiciones delictivas.
Sus valores creativos se observan al coger la historia de Whit Masterson (título original Badge of Evil) y mostrarla como una composición de la corrupción moral en todos los niveles de la sociedad. Robert Allison “Bob” Wade y H. Bill Miller, son los dos escritores que conformaron la sociedad y usaron dicho seudónimo para editar algunas novelas llevadas al cine.

Un reflejo brillante de anticipación de los tiempos que vivimos actualmente, retrato de las andanzas primigenias de los pandilleros juveniles que posteriormente llenarían infinidad de cines. Nada menos que en la frontera tajano-mexicana. Un tex-mex lleno de música (del año 1958) que cambiaría las décadas venideras, la fuerza del rock&roll que emergía con su visión anticipada al futuro.


Por si fuera poco, se sumerge en el oscuro mundo de las drogas duras, donde tráfico y consumo de estaba bastante alejado de la idea que tenemos ahora sobre todos estos problemas, como si Welles estuviera inmerso en una ciudad cualquiera de finales del siglo XX. No es de extrañar que Touch of Evil, no se comprendiera totalmente por aquel público de finales de los 60´s.
Continuamente mutilada y vuelta a montar, una era en que el recato y control de contenidos convergía con la libertad del artista. Los medios al servicio del dueño y señor.

Así, en la actualidad, se pueden hallar varias versiones diferentes de Sed de Mal. Quizás, la más cercana a la idea original del cerebro wellesiano, se produciría con las notas que escribió él mismo a posteriori, marcando sus pautas.

De todas formas, ni las malas acciones del dinero con el arte, ni el tiempo han degastado las imágenes turbadoras, violentas y nostálgicas de una imponente obra de Orson Welles.


***** Obra Maestra *****




B.s.o. creada por Henry Mancini.



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