Los grandes
casos se definen por acciones definitorias.
Sin embargo, será en los pequeños detalles donde se encuentran las diferencias, un gesto, un
respingo, una palabra... una mirada.
Y esas
minucias a veces imperceptibles, para el menos observador, se rodean de hechos circunstanciales
que conforman los hábitos y ciertos matices de la personalidad.
Han pasado
40 años desde que George Orwell, concretara esas pequeñas excepciones del pensamiento
común, perseguidas por aquella policía de la verdad en su obra 1984. La que se
produjo en distintos momentos de la historia de la humanidad, como en aquella
Alemania después de la guerra u, otros casos recientes y muy cercanos.
Por el contrario, fuera de las poderosas armas del poder absoluto... si existen alguien que puede sacarlos a la luz con la investigación y el estudio psicológicos de los personajes en cuestión criminal, es un buen doctor en derecho penal... o definitivamente, una fría cámara. Es el retrato de una historia, más o menos real, a través de una cámara de cine o tv... como diría aquel cineasta interpretado por el gélido actor alemán Karlheinz Böhm, en la agónica visualización del crimen de Michael Powell. Un artista con una mirada distinguida y muy particular... con sus ojos, los nuestros.
Es bastante
enrevesado, el tema... como aquel sable desenfundado apuntando al rostro que
observa su muerte con muecas de horror. Y el director tras la cámara, divertido,
cuya visión tendrán los espectadores en un círculo infinito. Cada uno, con su
antagónico miedo... en fin.
Pues lo
mismo pasaría en la sala de un juicio... o nuestra butaca o sillón de casa. Con
la ficción o una historia real en las noticias. No fakes, claro.
Entre el
amor y la muerte, andamos por una casa muy singular, donde los viejos sureños o
las familias más jóvenes, representan a aquellos de los años 80, en una congregación
metodista. Y eso, ya es una característica a tomar muy en cuenta, xDio. Cada
uno en su casa y... bueno, que las relaciones se retratan sarcásticamente, en
privado. Excepto, comentarios con algunos fieles... amigos/as.
Sin embargo,
bien hubiera podido ser en cualquier otra época, como en aquella residencia de
Texas, ya que su creador David E. Kelley, es un embalsamador de cadáveres
mediáticos a través de la narración. Algo que viene relatando, incluyendo sus
idilios, durante varias décadas de escritura en la televisión. Y desde el frío
norte de su frontera canadiense o los corazones del Boston de LA Law junto a
Steve Bochco de la famosa Canción de Hill Street, tan admirada entre grandes
repuestas a interrogatorios, coberturas y patrullas, día y noche; hasta el
calor de los latidos residenciales de la Roma de Wisconsin en Picket Fences,
que sin embargo a veces, parecen gélidos de carácter... Rememorando hoy, que el
gran Norman Jewison – en el calor de la noche – se nos escapó de la mirada del
juego, de las flores, de la cruz y del tejado. Frialdad, no es tanto, dadas aquellas
expectativas sexuales de Allie McBeal u otras más cercanas en tiempo y formas,
me refiero a Kelley y la tele, claro.
A través del
punto de vista femenino, también describió a Nicole Kidman, la productora y sus
otros personajes en Pequeñas Grandes Mentiras, para aumentar el catálogo
familiar de perversiones televisivas con maestría. Como aquí y ahora, en la
relativa tranquilidad de una población sureña, luminosa pero abrasiva por
dentro, a la sombra, atormentada mentalidad de la llamada Wylie que es nombre
religioso. Pues es un no parar, de meter y sacar en moteles, diferentes cepillos
o coros parroquiales.
La dimensión periodística de Mr. Kelley es, en ocasiones puntuales, su perversidad psicológica - si bien tenga bajones de conciencia, señalados - como la simplicidad de Wonder Woman o esa trágica filosofía lujosa de Nine Perfect Strangers, de la que deberán salir rápidamente uds., hacia estas otras obsesiones amorosas más legítimas. Y si te parece poco el hachazo, ¡cambia papá! Madres comienzan la guerra tras desayunos, de Love & Death. Por Joel and Ethan…
Una historia de amor... y muerte.
Es una
historia diferente, porque la violencia personal suele tener otros caminos.
Por ello la
estrategia sobre lo patológico o desviado, se sostiene de la complejidad psicológica
que escoge el jefe para desarrollar la historia, sutilmente. Excepto, la
paranoia en un par de ´cortes`. Y eso que salimos de los 80,calles que eran un
hervidero de psicópatas criminales y, más directos que un navajazo. Pero la
productora LionsGate y HBO Max, seleccionan el juicio en la primera entrega de
Amor y Muerte... veremos si coexisten otras sucesivas... reales de verdad, y
algo rural y anacrónico.
Claro que,
para comparar estaciones y estados, deberíamos remontarnos a aquellos tiempos
en que, los denominados Hermanos de Mineápolis, todavía eran unos pardillos en
esto del crimen cultural o familiar. Sin embargo, Joel se familiarizó desde
joven con esa violencia en el montaje de pelis de terror y Ethan participaba
con guiones en aquella serie de detectives femeninas titulada Cagney y Lacey.
Por tanto, ya tenían su mente puesta en el crimen romántico festivo e
idealizado, de Sangre Fácil en 1984. Algo que resultaba refrescante con el tono
de sus infidelidades y venganzas personales, foreva and neva.
Esas cosas
casi insignificantes que perpetran una historia de violencia, también
sugirieron la evolución de su Fargo a serie de televisión, donde se mostraban
como maestros de lo patético y chabacanamente espléndido de sus personajes, a
veces. Y el legado magistral a manos y letra, de Noah Hawley, con ese poco más
de frío polar, que por otro lado dibujaban los caracteres calientes de aquellos
seres reales, imaginarios. ¿Te lo crees... era real, el caso? Bien.
La realidad
de Love & Death, no está amortiguada en el dibujo de los personajes, son, aunque
más atractivos que los involucrados en el crimen apasionado o circunstancial
tras fotos... Rostros concretos, en estado de gracias, gracias a la pasión
medida, entre dos protagonistas que sube como la espuma o la… ya sabes, porque el
seno de Elizabeth Olsen y el coseno antagónico de su carácter con el marido
arrastrado, es majestuosa. Mientras el traicionero al otro lado de sus flores
de la Luna y la justicia, se ajusta a ser aconsejado por la otra traicionada, que
manda a galeras y matiza el rostro y flequillo luctuoso, brillante de Jesse
Plemons.
En los
hechos ochenteros, todo es verdadero, excepto lo novelizado para ambientar y
rodear la historia, en dirección apuesta a los hermanos, en favor seguramente de
crear un estímulo visual o suspense, que esconden los grandes momentos
televisivos. Se pueden disfrutar a sorbos o en compartición de desayunos de
flakes, familias y fluidos, y jueces extraños. Y te lo crees... tal y cómo te lo
cuentan, que es lo disfrutón.
Traslada una
especia de realismo mágico y trágico televisivo. La probabilidad de lo
intangible e inconcebible, que siempre acabaría golpeando a la puerta, como el
Cartero. No el de Pablo, sino el de James M. Cain, que sería artífice de un
vértice amoroso de lujo, entre
voluptuosidad y peligro, como rezumaron otros novelistas que conforman
el trío negro, como Raymond Chandler y Dashiell Hammett.
Y puestos en esta escena romántica y abrasiva, eso quiere decir grandes cosas para la escritura, horizontal de David E. Kelley... Sin harinas salvajes, pero igualmente pasional a su estilo y maneras.
Lo imperceptible...
Aquella
llamada fue más apasionada y sensual, sólo basta recordar el retrato a los
personajes del bueno de Rob Rafelson y en guión de David Mamet, un miembro de
la Academia de las Artes y con un Veredicto Final en su currículo; que ahora, Mr.
Kelley reproduce sin Jack Nicholson y los pechos turgentes y el bello rostro de
Jessica Lange en 1981, pero plagado de minúsculas percepciones de personalidad,
torpezas o extravagancias.
Que del
clímax sexual, se apartaba de la versión de los años 40 de Tay Garnett con Lana
Turner y John Garfield, no del apasionamiento, con el director de Un Yanki en
la corte del Rey Arturo y candidato a capítulos de Los Intocables o esa primera
Obsesión adaptada del Luchino Visconti. Otro que sabía varios asaltos, de los sujetos
aprisionados, detalles nimios y grandes crímenes pasionales en familia.
Por tanto, novelística
y judicialmente, esas minúsculas reproducciones suelen ser las más grandes,
saltando del blanco y negro o el rojo ampuloso de Michael Powell; y es que Love
& Death, se alimenta de un odio real... que tiene mucho que ver, en el
encuentro afilado entre seres y hechos.
En el amor y
antes de lo otro – el ocaso definitivo-, se vive bastante de obsesiones
acaloradas, silencios melodramáticos o no, y, los
cargos otoñales de la edad, que se manifiestan de vez en cuando, o descienden, tal que un juego entre ratón y la gata,
maduros. Sin embargo, lo peligroso está cuando se enredan bigotes y las uñas
sirven como cuchillas entre felinas, logrando incorporar caos celoso, a la
cuestión amorosa y taquicárdica, casi enfermiza. También ocurre en el otro sentido,
casi siempre manipulado por la lengua, aunque éste no sea el asunto ahora.
Detalles,
ligeras interpretaciones, movimientos de ojos y manos, gestos furtivos, miradas
procelosas, abandonos, encuentros en la obscuridad, despertares, miradas en
fin… Muestras de desaprobación, o lo contrario, armas residentes en los buenos
actores. Una palabra cautiva, una insignificancia aparente, un rasgo escondido,
una acción minúscula… son los desencadenantes primorosos de la realidad. El
juego de la hipocresía, el fugaz roce indiscreto, la reflexión engañosa, el
valor perdido, el refugio, la huida a ningún lado… el silencio otra vez,
shhhhh!
No existe
futuro sin pasado, la guillotina del tiempo. No existe pasado sin ubicación
mediática de la mente. Siempre es un volver a empezar, sin olvidar aquello que
fue. O no…
Enormes
Brechas…
Ese es el
paso empírico, del amor al folleteo, y viceversa.
Cuando los
hoteles de carretera se quedaron en el camino, por otras vías más sangrientas,
y de lo romántico casi no me acuerdo. Porque en las familias verdaderas,
coexisten todo tipo de brechas abiertas, o prácticamente cerradas apenas…
Estas
parejas de altos vuelos, esconden esas minúsculas ramificaciones como las de
aquellos primeros Coen, antes del desayuno olímpico, que tanto se aproxima a
esta madre de Miss Olsen. En algunos aspectos al menos, con senos familiares
pero familias más dispares en cambio. También cercanas a aquellas del Hollywood
clásico, que estaban programadas para soportar el paso del tiempo y quedarse
indemnes en nuestros corazones. Si bien gotearon de sangre, sudor y lágrimas,
como nos metieron en harina, desde Minnesota a Texas.
Y es que
esto es la vida, como decían entre aquella canción de Aute y la homónima Vivir
de Nino Bravo, tocando aquellas fibras que sabían enraizar y entonar como
nadie. Apartados de sermones bíblicos o referencias a la fe de los parroquianos
que se abandonan al sugestionado pecado. Sin embargo, nos quedan los grandes
gestos vívidos, con el maestro Akira Kurosawa en aquel columpio congelado del
tiempo, llamadas secuestradas y la identificación con el que se marcha
silenciosamente, con la cabeza muy alta.
Así
podríamos definir, en lo pequeño o gigantesco del alma, que David E. Kelley es
un aspirante definitivo a jefe, de aquellos pequeños relatos de fundidos en
negro, o color de senos abandonados a la pasión que saltaron de la primera
Hammer a Powel, y la siguiente de los 70. Pues en duelos entrecortados de
gigantes y las salpicaduras de fluidos, están los signos de la grandeza. La que
es capaz, de revivir a un difunto… órgano.
Y en algunas
interpretaciones mayúsculas que acompañan magnéticamente, que son maridos y
amistades, apariencias insignificantes que logran dejar una Huella… No la de
Mankiewicz que era más reducida en personajes, sino como elementos remarcables de
los que se rodeaba Mr. Hitchcock, pongamos, desde los crímenes imperfectos,
teléfono, llave, papel, tijeras… a la corbata en el cuello, hasta los líos en
el robo de Marnie y su problema, homenajeada en su cumpleaños 60 también.
Ejemplos
familiares tenemos en el cine más cercano… el frío Terminator del que se
cumplen los 40 este año, el frío mecanismo para acabar con la semilla del amor
futuro. El romance extraño, como aquel viaje glorioso de Fernando Fernan Gómez
al mando, que se vuelve voluptuosamente anguloso y violento, festivo, y no
cuando Buster & Billie, que cumple los 50, nos muestra el lado fangoso de manadas,
tan mediáticas hoy.
Mientras el panadero,
The Baker se lanza a la aventura para salvar el apellido de la nieta, tan
manido como Max Payne u otro cercano y silencioso, conociendo que el pasado
está ahí oculto, tras la masa y el rodillo. Sangre y manos a la masa encefálica…
es el cine de Mario Bava, que casi antes de que se supiera de asuntos internos
del giallo, ya tenía a inspectores calculadores, investigando al asesino
innovador, salvaje, tras Norman Bate´s o Peeping Tom´s, llenando a las parejas
de dinero manchado, impávido ante traiciones girando alrededor.
En Love
& Death, no existe ese ámbito familiar, de buscar, es celo puro enloquecido,
más Sangre Fácil, que violencia voyeurística del engaño en el Doble Cuerpo de
Brian de Palma. Felicidades, este año, caen 40 desde la ventana, de tío Alfred…
Y por último dos buenas investigaciones, una interna en Reptiles del novel
Grant Singer, que promete esclarecer entuertos, sino familiares de sangre,
familiar a lo cosa, Nostra; y el del argentino Damián Szifrón, me gusta más el
título To Catch a Killer, que se embarca en una Navidad pasada por agua, sangre
y lágrimas viendo aquel silencio de Corderos inocentes… Porque es Clarice, y
Ben Mendelsohn es la glorificación de aquel Jefe… el asesino de las pieles, no,
el otro. Pero, el dolor está bastante bien demarcado sobre sombras… y luz. Se
acabó hasta el próximo caos de una Noche de Paz… colorido, o ya veremos…
Mientras nos
metemos un desayuno de campeones y homicidas psicópatas… soportando el remake
de una mujer conductora con gafas y un fusil. La de Anatole Litvak - la tendría
que volver visualizar con Oliver Reed, que tanto supo de inocentes ovejas,
amoríos y lobos - hasta la llegada de los celos de Cómodo en Gladiator. Next,
action!