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domingo, 31 de marzo de 2019

The Punisher. Season II.



















Chulo, el que castiga 2.

En una entrevista al guionista y creador de superhumanos u otros menos agraciados personajes, Mr. Stan Lee... ¡Qué Doc Strange lo tenga en su universo paralelo...! pues bien, en este mundo de personalidades alteradas, aseveraba que:
"El único poder es la suerte".

Quizás por esta categórica verdad, la mayoría de sus creaciones en el cómic, deambulaban alrededor de ese peligroso precipicio del infortunio, o caída a los infiernos personales y la disociación del carácter, ambos manejados por los álter egos más criminales o desquiciados mentalmente.
Definitivamente, los héroes (muchas veces a su pesar) poseían serios problemas en varios aspectos cruciales, su vida familiar y las relaciones privadas, donde continuamente eran golpeados por las equidistantes consecuencias de sus acciones y su memoria. Cabreados con los fundamentalismos de cualquier tipo, que se dedicaban a hacer el mal y no comparecerse con las víctimas inocentes.
También, el castigador Stan se hacía eco de sus diferencias emocionales con amistades, desplantes románticos o idealizaciones, desamores de juventud, problemas de la infancia, socio-laborales y, por supuesto, la fatalidad de una mano oculta en las sombras.

Todos al final debemos mirarnos, tarde o temprano, en algún espejo que refleje nuestra realidad... o la deforme definitivamente de una forma catastrófica e hiriente.
"Lo nuestro no es buscar una razón, Frank. Lo nuestro es matar o morir". Las decisiones de rostros ensangrentados y enfrentados en un duelo de pistoleros.

Por eso, en los sueños más profundos, las cosas cambian y las mentes enferman, los fantasmas regresan con sus caretas infernales... Numerosas pérdidas personales que sufrían ciertos personajes heroicos de Mr. Stan, provenían de batallas encarnizadas, contra esos poderosos enemigos que se dedicaban a desafiarles constantemente, a mofarse de su personalidad y trasplantar los sueños por trágicas pesadillas recurrentes. Sus héroes o menos, hormonados casuales, coexistieron con aquellos asesinos y sus cachivaches mortíferos, las malas conciencias de la sociedad y las bandas sin prejuicios. Todos dedicados a asuntos turbios, con pelotones de muerte, sicarios armados hasta los dientes, que reconocemos en los noticieros con distintos nombres y una única dirección, la muerte.

Semejantes salvajadas materiales y sus presencias psicopáticas, setenciaban con ritos macabros dentro del mundo del crimen y el hampa, que un Punisher sin remordimientos, debería conocer muy bien e intentar combatir con todas sus armas.
De tal forma que, las condiciones sicológicas de ambos púgiles, se endurecían o resquebrajaban en la postración obligada, viajando lejos del infortunio, sacando a la luz, complejos, culpas y dudas. Aspectos que conferían un carácter más humano, a los héroes, aunque inversamente peligroso para aquellos allegados más próximos y débiles. Aquellos hombres y mujeres con superpoderes, tan imaginativos dentro del Universos MarvelLee, en innumerables ocasiones denotaban frustración y fuerza de voluntad. U otros sin ellos, los superpoderes digo, se veían a sí mismos, convertidos en antihéroes que desconfiaban con las máximas acusatorias o las estrategias oscuras de sus rivales, cuestionándose su libérrima o aparente virtud.

Existían superhumanos u otros, viéndose acosados constantemente por las deliberaciones de una sociedad que, por otro lado, mutaba con cada época... Entonces, surgía del horizonte, el hombre tranquilo y agujereado, sangrando internamente, se asomaba a las páginas blancas del cómic o las pantallas de una nueva generación visual... mientras Mr. Lee sentenciaba con un sonrisa: "Si eres afortunado, nada puede salir mal".
Para bien o para mal... ¡Qué la fiesta continúe!

Érase una vez... El Espejo.

Mas... ¿quién es el afortunado en estos tiempos?. Dime espejito...

Coexisten en el tiempo, dos líneas de narración que coinciden con la acción desarrollada en The Punisher durante la primera temporada y sus propia personalidad, tan acentuada en la sociedad errática contemporánea y su estética macarra, a la fuerza. Pero que, paralelamente sufre convulsiones internas, disgregaciones del pasado o aptitudes desincronizadas para un ambiente enfermizo y crónico. Padecen dentro del conjunto de conflictos de esta serie televisiva, como si fueran parte de la misma persona, cuando son imágenes desdobladas de la misma realidad.

Sin embargo, lo dejaremos reposar en la cama, para evitar cualquier deslumbramiento o fatalidad, por los añicos clavados de un maldito espejo colocado a traición, que te desgarra la piel, y ya no vuelves a ser el mismo. Así, dejamos al oscuro ex-marine Frank Castle, de cara a la máxima violencia y sus tiros certeros, casi desnudo en otra situación compleja o con las nalgas al aire. Aunque otros quedaron mucho peor, entre polvo y polvo de cristal. Aparentemente enamorados, quizá de sí mismos, en una especie de rompecabezas dramático, con ambas efigies desafiándose en el silencio, tras la masacre colorida y brillante de aquel espejo, colocado para la diversión de los más pequeños y frágiles.

Reflejos ampulosos del cómic que, para las cicatrices de Russo (interpretado por Ben Barnes), significan grandes alteraciones físicas y psicológicas, un desorden en su memoria. Nada tiene que ver con los soldados de John Huston en aquella peli titulada Reflejos de un Ojo Dorado y sus fragmentaciones emocionales, al tratarse de otro tipo de relación o atracción más mortífera, en el sentido insidioso de la expresión. Por tanto, el odio sobre la cama, de sábanas no tan limpias, donde se desgarran las antiguas relaciones, se adultera la verdad, encubierta tras una máscara y se confecciona una nueva oda a la disociación enfermiza de la personalidad.
Con esta nueva motivación, el todavía no denominado Jigsaw, reclutaría otra procesión de malditos eufóricos por las adicciones y la pasta, tan malditos, que en un futuro próximo, se podrían ver empararentados por semejante desgraciada. Digo, fortuna ;)

Este es el novedoso carrusel de diferencias, que empieza a dar vueltas en la segunda temporada, retales perdidos de vidrios rotos, que quedan clavados en la memoria, o borrados sus reflejos... ¿indefinidamente?
Mr. Castle, combativo como siempre, exige una nueva identidad. Gracias a un distinto corte de pelo y un look más roquero, comienza alternando, aunque sus reflexiones internas suenen a repetitivas y las exclamaciones no sean tan lúcidas como antes. Hace apenas, unos cuantos capítulos.
En el cruce de caminos, entre esas caretas de diseño macabro y calaveras de sangre sobre el pecho, la ultraviolencia sigue funcionando a buen ritmo, con más baile de sexos, tiros desafortunados o perdidos, donde los heridos rostros, confabulan en diferentes sentidos, mientras se enfrentaban a su propio destino o una despedida en autobús.

Tal vez, buscando una nueva carnicería, un último combate, una definitiva caída, un billete a los infiernos... en fin, ese último tiro de gracia.
Siempre dando tumbos, como Alicia transfigurada tras el espejo, en un mundo ilegible, alienados hasta encontrar la reina de corazones, el desencuentro fortuito en la barra del bar o, aquella tumba en el desierto belicista que esconda sus restos. Ay, la tranquilidad de un suspiro...
Al otro lado de la calle, se planta el pistolero solitario, sin familia.

Observamos a través de sus botas y pasado, oscuras y bélico, como un tipo desproporcionado, algo descoordinado léxicamente y cadavérico cerca del corazón, se ve obligado a actuar de nuevo. Tal que una especie de redentor o verdadero John Wayne moderno, defensor de inocentes o muchachas con mochilas a sus espaldas. Recuerdas el desierto...

Las dos calaveras... de una moneda.

¿Y tú? Recuerdas cuando jugabas de niño a los vaqueros, o veías en familia, esas películas del Oeste en sesión de tarde, viendo a los rivales retarse para comprobar su certera puntería y lanzando una moneda al aire... Pues bien, en este western que comienza con música de garito y sintonía a estilo country evolucionado, la moneda con dos calaveras, tiene un agujero que traspasa su centro de gravedad. Pronto habrá otra agujereada, sobre el frío piso o el pecho con chaleco, de un marginado institucional.

The Punisher, podría ser aquel pistolero, litografiado puerilmente en una hoja de busca y captura permanente, que remata a sus contrincantes a sangre fría (tal y como lo harían ellos), mirando a los ojos para no olvidar el desafío, la tormenta que le condujo a esta situación proscrita. Ahora, casi anónima y con el pasado revuelto en su cabeza, del hombre solitario y su sombra del pasado, sin tapujos y sin palabras certeras, apenas. Solamente las necesarias para expresar su condición altruista con la sangre y una redención que no encuentra, como buen vagabundo sin norte o cabalgador del infierno. El desbaratador de entuertos impropios, que pudieran acabar con su carne en el caldero, como desea internamente. Allways, como diría aquel condenado.

Los primeros pasos, son lentos y serenos, descubriéndose de nuevo y dosificando aquel aroma intenso del amor de cafetería, sintiéndose otra persona, colgada a sus propios fueros internos y la condena perpetua, que siempre acompaña. Luego, sintiendo que nada puede cambiar por dentro, a pesar de bonitos encuentros y sinceras palabra, más o menos. Advirtiendo personalidades juveniles que podrían haber sido su propia hija asesinada, a traición por la pasta, que nos indican del nuevo peligro a la vuelta de la cama.
Que pareciera volver a sentirse como una carga, en la carne acomodada y rosada, interpretada por la actriz Giorgia Whigham y sus secretos narrativos.
Lejos de vidas tranquilas, su vida siempre ha sido, un campo de tiro... sin demasiadas reglas. Sólo conciencia basada en la carne y la pesadilla familiar de una calavera sangrienta, que le seguirá por lo que queda de ella. Tú eres el Castigador y este es un país para muertos...

Todo el equipo se traslada, con la bestia y el creador Steve Lightfoot, a Bellmore del condado de Nassau y Albany (ambas en el estado de Nueva York), para proseguir con las cicatrices del tiempo y la conjunción del futuro, en manos de una pareja de intransigentes sociales y una biblia forrada de cruces, gamadas, en fatídica redención.
También pudiera ser que, este John Rambo de los cómics de Marvel, no quisiera volver a ver su cara de nuevo, por eso se mueve sin rumbo, observando las huellas, siempre rodando de aquí para allá, a lugares menos pintorescos o salvajes que una selva o tupido bosque, a priori.
A primeras de cambio, desenfunda de cintura para abajo, dejando la endiablada jungla de asfalto y los juicios turbios de antaño, cambiando los movimientos anárquicos entre los tejados de Nueva York, por la natural metafísica de la compasión emocional, la protección y el sexo. Desgajado de una fatídica visión, una lucha tabernaria, que demuestra la agilidad en las escenas de acción, con antiguos directores de la primera como Antonio Campos (The Sinner) y otros, como Jamie M. Dagg (Sweet Virginia), García López (Luke Cage, Daredevil), Salli Richardson-Whitfield (Luke Cage, American Gods), Iain B. MacDonald (Shameless) o Meera Menon (Equity); junto a las rencillas escritas por Gerry Conway y los creadores Ross Andru y John Romita Sr. del cómic, que han sido adaptadas (o inventadas) por guionistas, hasta ahora, menos experimentados.

Ya desde los créditos de la serie de Netflix, y su estética oscura que repite en esta segunda temporada (algo menos a pesar de esfuerzos y algunas apariciones), podemos interiorizar esa tendencia al uso de las armas de fuego, siempre mítica en los USA y sus dioses esotéricos del pasado. Aunque desgraciadamente, es redundante con la realidad y la querencia dramática por las balas de parte de su población más joven y su propia constitución, que proclama el derecho a esa defensa privada. O condenada a la perdición...
Una incidencia que nos recuerda, con otras perspectivas evolucionadas y trágicas, a lejana epifanía del viejo western o su infierno de héroes y cobardes, donde los pendencieros, los justos y veloces pistoleros podían acabar de dos formas... solitarios esqueletos furibundos del seco desierto, o valientes, igualmente con los pies por delante... Gracias a los compases de la banda sonora, tiznados con pólvora y metal, con deje ranchero compuesto por el guitarrista Tyler Bates, que intercambia notas con Marilyn Manson o la música de filmes como Guardianes de la Galaxia, John Wyck u otros de Rob Zombie y Zack Snyder.

Tonos de negro y blanco, dibujado en el pecho, que presagian los estertores de un vendetta, tan íntima como las relaciones con un psicóloga, no muy afortunada narrativa y estratégicamente, o el sexo de una figura pública o política.
Cuidadito con las lenguas, que son muy traicioneras...

Presagio de Muerte.

El ser convulso antes llamado Frank Castiglioni, y el Guapo antes afiliado al número 176 de The Amazing Spider-Man (con más vidas que un gato), ha cambiado el traje de caqui o camuflado de los marciales marines estadounidenses, por vaqueros semi-desgastados, unas cervezas compartidas y un aquí te pillo, aquí te mato. A base de chupitos de amargo bourbon, se desangrarán, hasta que por medio, se atraviesa la mafia política, con sus malas caras, y la intromisión de una niña descarriada... ¡Ay, aquella niña de la mochila! A cuadros, me he quedado... es decir, no me cuadran sus conversaciones en principio, tan cautivas como pueriles.
Pero claro, en otros episodios de Marvel, el hombre de negro "fuerte, feo y formal", de deberá enfrentar a la peor calaña y la nueva composición televisiva entre Disney/ABC Domestic Televisión, en un futuro incierto textual y gráficamente. En el otro sentido, combatiendo con sus múltiples ráfagas para mayores, a un grupo compuesto por criminales aciagos, sin compasión ninguna, mentes desquiciadas e ideas extremistas, mafias de traficantes y embaucadores de niños, asesinos en serie y violadores grupales... y mientras, Mr. Castle anda en su deriva sentimental y alejado de todo pronóstico. El hoy, acude habitualmente por las noches, como una horca perpetua y escurridiza en su cuello.

Tan despacio van las cosas, con ella, que descubrimos a duras penas, los tatuajes escondidos en el alma de un padre ofuscado, interpretado por un notable Josh Stewart, al que veremos en The Mustang de la directora francesa y actriz Laure de Clermont-Tonnerre o compartiendo los papeles de actor y director en su segunda película titulada Back Fork. A primeras de cambio, no demuestra que va a dar gran juego, con el personaje interpretado por un frío y contundente asesino, John Pilgrim. La mejor "tortura" de esta temporada de la serie The Punisher.
También las estratagemas de los poderosos, para cubrirse las espaldas ante cualquier contratiempo o una actividad poco recomendable en ciertas eventualidades de la política. Por tanto, da tiempo a quejarse de condescendencias amorosas y sus confesiones de alcoba, de la escuálida estratagema para definir la confabulación en una bolsa, de las entradas del convaleciente "guaperas" en el parnaso, la agente Dinah Madani (menos agraciada esta temporada), la psicóloga maldita interpretada por Floriana Lima y algunos elementos multiplicados en un divertido baile de tortas, sobre el escenario o un cuarto de baño. En el que se produce un hecho sorprendente, que converge con los nuevos tiempos...

Todo termina estallando una vez más, para observar que la nueva violencia. Hecho que vendrá engendrada desde cualquiera de los dos géneros, o músculos que se han puesto al mismo nivel, en lo concerniente a parámetros cinematográficos o televisivos. Tal vez, la vida o la muerte. Algo que no rige en los viejos testamentos, y eso lo saben hasta los pistoleros y sus armas.
Por eso, el denominado antihéroe, lo comenta como un peso insalvable en su alma de guerrero, finiquitador indómito, no el participante en las guerras institucionales. Cuando los cruentos golpes que caracterizan a la serie y el personaje, al encarar la fuerza de última hornada, no comprende de fronteras genéticas, ni rivales (jocosamente, no diré rivalas porque sería una distorsión inadmisible), ya que las palizas van a ejecutarse, indubitablemente, en cualquiera de los sentidos y salpicarán a todas las clases sociales y las habituales instancias públicas.
A partir de ahí, en las diversas escapadas a ninguna parte, la serie entra en un bucle determinado por dos hilos que no consiguen la máxima atención, más bien, a los seguidores de la serie y el personaje azorado de The Punisher, llevan por el camino del estupor o la falta de conexión, con prácticas y diálogos repetitivos o algo cargantes.

Al igual que ocurre entre las mentes, aparentemente concordantes de dos corazones torturados, pero profundamente aburridos entre la psicología patológica. Nos hallamos otra vez, con el desafío de aquella moneda lanzada al aire, un condicionado polvo de Jigsaw.
Las dos líneas de narración, paralelas y convalecientes a la acción violenta, no encajan o terminan por convencerme, en su equidistancia con las bases del cómic y la temporada pasada en la tele. Una exposición concierne a la joven con la trama criminal oculta y las expresiones infantiles que tratamos de asimilar estratégicamente, sin conseguirlo por su carácter forzado. A excepción de alguna costura desnuda y devuelta con un ticket amistoso. La segunda discrepancia es ese hilo abierto entre las dos féminas confrontadas, más forzada aún, en combate psicológico sobre la redención romántica o la culpabilidad de un proscritos social, sin paliativos. Aburridas sin más dilación.

En otro lado, la violencia extrema, pasando por diferentes etapas y numerosos conflictos sociales del cómic, es algo que no se observaba habitualmente en las antiguas historietas del Universo Marvel, esto es, que no leímos gratuitamente en sus páginas. En detalle de precisión o ensañamiento en la ejecución de movimientos y las catas, con sabor femenino singular, excepto en los nuevos tiempos.
Por consiguiente, el sexo casual ya no es lo que era. Sino frustración agujereada por el recuerdo, ya que alternar no rima bien con una encrucijada de tiros, ayer y hoy. Habitual en cambio, para Punisher´s de la vida y la muerte, que se las tuvo que ver, o volverá, con aquella máscara que surgiera del frío... reflejo. Aquí estamos, amigos míos, reunidos, esperando el abrazo mortal y a nuestro hermano o reverendo irredento, acudiendo al club de carretera con música en directo, huyendo al horizonte de una nueva cama.

La primera temporada terminó con una brutal escena, en la que se colocaban los cimientos de este gen solitario de Marvel, ahora es otra cosa. Un marginado que se entrega a la defensa sacrificada de víctimas (no tan inocentes) y fundamenta en la personalidad prototípica, del hombre típico de acción y divagador de pensamientos críticos. Parco en palabras, si bien emisor de exclamaciones onomatopéyicas, que se extiende con expresiones, que dejan un poso de condescendencia con el personaje y su ciega creencia en la ultraviolencia. Ahora abrazando la amistad y un final que arregla ciertos inconvenientes o hilos poco interesantes. Por supuesto, aunque cierres los ojos en la oscuridad, y no se oigan tus pasos de nuevo en la escena televisiva de Marvel, tus oídos siempre escucharán aquel último suspiro y los lamentos ahogados por el odio.
Por consiguiente, el vaquero vapuleado, no es superhéroe, ni siquiera el maestro de ceremonias típico en los filmes del oeste, sino, un eterno conflicto dibujado en su pellejo. Una calavera que emerge, al tanto de las pesadillas más oscuras, unidas a su nombre como uña a la carne. O los pequeños a su fracasado padre, en cada astilla de aquel cristal fragmentado... y que, no fue rematado. Lejos de los pensamientos concretos y sin tapujos de The Punisher, coincide con su enemigo casual, el Mennonite.
En el otro lado, al final de la calle, nos encontramos al rival convaleciente, enfrascado en sus propios pensamientos que fueron cortados de cuajo, hasta el punto de que algunos olvidaron su segundo apodo, con el Puzzle instalado en su cara. Para siempre, o no, que Disney disponga.

Lo más relevante como dije, junto a un final que te reconcilia un poco. Uno, contra los amos de turbias empresas o grandes terratenientes, sacudidos por una deshonra familiar, con todas las cartas abiertas sobre la mesa y alguna bala perdida.
Dos, el padre o reverendo del olvido, que ajusta sus propias faltas a las consecuencias del pago de un tributo, que le tienen encadenado a la cartera y los huesos del cráneo de The Punisher.
Tres, la chica acosada, que tantas veces defendiera el viejo Duque, frente a las hordas salvajes y la falta de confesiones... se vuelve más madura y te reconcilias con ella, por su afición y el abrazo.
Cuatro, la sociedad que se degenera a grandes trancos, poniendo adjetivos calificativos, convirtiendo la política en miseria humana, y los sueños en un pequeño viaje en autobús.


Estos han sido los primeros pasos (y puede que últimos) de The Punisher en la tele... Stan Lee será eterno.
Él dijo con una sonrisa: "Me hubiera gustado ser Iron Man, pues es rico, las mujeres lo aman, es divertido y debe ser impresionante poder volar con una armadura de hierro"... "También me hubiera gustado ser Odín, el rey de los dioses y padre de Thor/Loki, pero pensé que sería demasiado viejo para el papel... ahora lo encarna uno de los mejores actores del mundo: Anthony Hopkins".

viernes, 8 de marzo de 2019

The Sinner (Season I)
















Siempre hay algo de polvo escondido, debajo de las alfombras más lujosas... Por supuesto, la violencia puede provenir de cualquier rincón inesperado, sacudiéndote como una tromba marina que saliese del agua, en un día tranquilo y soleado.
Hoy, Día de la Mujer, nos ponemos del lado de aquellas que sufrieron (o lo padecen en la actualidad), algún tipo de brote machista y sexual, acoso indiscriminado en el trabajo o violencia de pareja en el silencio de un hogar vecino. Pero, no de la ideología que ciertas escribientes, tratan de inocular en las jóvenes españolas, su lucha demagógica ante el sistema económico y su esquema político en el nuevo siglo XXI.
Aún así, las mujeres se han levantado y miran con insurgencia renovada a los que maltratan, de alguna u otra forma al género femenino, provocando una oleada de protesta y rebelión social... que también, tendría su reflejo en un posible o ´pacífica` jornada junto al mar.

Niños jugando o nadando sobre las olas, un rumor de radio, emite una canción que se propaga en el aire, hasta los oídos de los presentes, que miran de reojo hacia un grupo de jóvenes divertidos, hablando abiertamente sobre relaciones sexuales... como dijimos...
Es un día tranquilo de playa, caluroso y placentero con la familia, que puede volverse una marejada de proporciones insospechadas. Un cataclismo de magnitudes inimaginables, que comienza como un ardor de estómago, tras una opípara comida veraniega.
Se suele decir que una película o serie, que comienza con un hecho impactante y que deja boquiabierto a la mayoría de espectadores, debe pelear durante toda su emisión o programación, por mantener un cierto grado de interés o intentar ascender un pico más elevado, el crear algo más de suspense en su argumento.

Si no quieres cometer el pecado, de caer en un bucle temporal sin salida y no hallar alternativas que mejoren las expectativas generadas o esa explosión que nos sorprendió pegados a la pantalla. Es decir, una prisión que te encadena a un pasado esquivo, ya que una serie debe garantizar al espectador, un halo de misterio o se quede impregnado por las nuevas sensaciones, alrededor de la idea principal. Ya sea una sorpresa en el guion, una idea que nos haga reflexionar, una experiencia que te deja traumatizado o enfadado con los personajes, o algún tipo de personalidad con la que te encariñas o consideras una bendición, para seguir avanzando dentro de la trama. O padecer en el silencio, y asumir que el destino se perpetra en el interior de las cabezas de los creadores y que nuestro pronóstico gira como un disco sanguinolento, con determinantes pistas rayadas o alteradas.

El Memento Mori... de Miss Biel.

The Sinner, pudiera ser de esa especie de productos televisivos, bulliciosos, porque comienza con un acontecimiento que te sorprende por la crudeza y la repercusión de sus imágenes impactantes. También de la belleza de su protagonista femenina, la actriz y ex-modelo de Minnesota, Jessica Biel, que emprende una cruzada desde la violencia y su memoria. Ah, también la producción de esta serie de intriga carcelaria y sexual.
Tras la presentación de un vida familiar tópica, junto al sufrido marido interpretado por Chistopher Abbott, se cuela un artefacto enmascarado en sus rutinarias vidas. Se desencadena una tormenta que erosiona la convivencia familiar y crece la mirada de su indisciplina hacia una catarsis inculpatoria, indicándonos que no estaban casados con la persona que conocieron o preveían en el pasado.

Por consiguiente, la narración señala lo que parece, pero nos lo cuenta desde el punto de vista femenino y el suspense inmerso en el memento mori de una actriz madura y su intimidante... intimidada presencia.
Allí, en ese otro tiempo impulsivo, es donde reside el misterio de esta serie de USA Network. Con la idea desmigajada, basada en la novela de Petra Hammesphar bajo el mismo homónimo y los condicionantes atmosféricos que se ocultan en el pasado de los personajes en cuestión. El producto televisivo tiene la calidad suficiente y la sensación de angustia, para concentrarnos ante el televisor e ir descubriendo una retahíla de aptitudes desenfocadas, por los atisbos ramanentes o recuerdos. Paros, contradicciones, resiliencias, manipulaciones, depresiones, angustias y terrores... o las terribles consecuencias, que el creador Derek Simonds, nos intenta trasladar la historia con fruición, desde la luminosa costa de Carolina del Sur, a la ciega reclusión, en una corte estatal y prisión hasta nueva orden.

A tientas, nos introducimos en el juicio a nivel confesional y judicial, las apelaciones personales de una investigación desdoblada, que presenciamos ojipláticos, cuando aparece el agente encargado de su estima personal. Entonces, el encierro tiene sus altos y bajos... aunque, siempre al lado de la atractiva profesionalidad de Miss Biel y el trabajo profesional, con la excelencia y muchas aristas cortantes, procedentes de la interpretación mayúscula, de un actor crecido en los últimos tiempos como Bill Pullman.
Gracias a elementos distorsionantes, comprobamos que el viejo truco de la revisión planificada, de los amagos narrativos o recuerdos, tenemos acceso a un mundo de imágenes amontonadas, igual que un Memento nolaniano y deslabazado, pero en femenino singular.

Lo podemos emitir a cuentagotas o con la suficiente eficiencia, para que el público se interese en los próximos movimientos, sin destripar el móvil como escondía el Maestro del Suspense. Pues, desde que el espectáculo visual existe, ha funcionado la manipulación temporal y lo sigue haciendo, aprovechando los huecos en la memoria de los protagonistas y sus situaciones al límite, aquellos recovecos insonorizados, que se pueden tomar para acrecentar el misterio o el horror, tanto monta, monta tanto... esos cálculos de edición que directores como Brad Anderson, tendrán que efectuar para sobreponerse a esas inseguridades o faltas de memoria. O las intenciones de un guionista como Antonio Campos, director de Afterschool y Simon Killer, fundador de la productora BoarderLine Films y productor de la reconocida cinta Martha Marcy May Marlene, para lograr reconquistar a los más reticentes en el proceso y proseguir con paso firme a futuros proyectos cinematográficos, con el títulos de The Devil All the Times o la precuela de aquella fantástica, La Profecía. Anunciada como The First Omen, ¡ganazas!

Se podría decir que el verdadero instinto básico, es la supervivencia, y el motor, la investigación de las causas y sus efectos. En caso similar, los que aguantan hasta el final de los tiempos, son los vencedores, los liberados de cualquier peso, libres de conciencia o que posean una visión diferente a la multitud, para enfrentarse con valentía a dramáticos incidentes. Impertérritos, junto a esa palabra tan en boga, en la actualidad, como la resiliencia, una condición humana que encara a las presiones externas o las actitudes despreciables de la sociedad, para lanzarse al vacío de cualquier abismo vital. Sin salir con profundas heridas que condicionen el futuro, esto es, la emisión de una nueva temporada de The Sinner. Incluso, tercera... si existen más arrestos...

Pecados de Detectives...

Un policía, más maduro aún que ella, con vida plagada de vaivenes, caos personales y casos contraproducentes con esta vida privada y tan maltratada, dentro de las distintas épocas cinematográficas. Su físico se halla en la antigua residencia de la niñez, con las brasas de un amor ahogado, y la mente divagando, ante el cansancio o el resentimiento emocional, y los azules ojos, brillantes y perdidos, de una mujer que cometió un hecho inexplicable. Aquel día acompañada de familia y sentada bajo una sombrilla... escuchando el eco del ayer, el misterio desbocado que resurgió con un movimiento sincronizado de su puño. Aparentemente débil, ante la presencia del horror colectivo y las sensaciones individuales de cada receptor, con el inusitado resorte de su conciencia.

Bill Pullman hace un trabajo arriesgado y honesto, disfrazado de víctima real y laboral, que le valdría alguna nominación o premio, aferrado a esas heridas o miradas empáticas, a la capacidad de concentración y la infracción de alguna que otra regla, relacionada con la sexualidad y la dureza del agente de policía. Alternativas alienadas, que podrían condicionar lo escurridizo y humedecido, que cayera entre sus manos atadas, hasta ser lanzado a la soledad emocional y la displicencia de sus superiores, sometido a un oscuro y punible horizonte de probabilidades.
Sin duda, su personaje llamado Harry Ambrose, destaca entre los distintos conceptos y preceptos diseccionados de un agente, con el que el actor de Hornell (New York) se encamina por los términos acompasados de aquella Lost Highway de Mr. David Lynch y, especialmente, La Última Seducción de John Dahl junto a Linda Fiorentino. Obras de su pretérito profesional, que complementan a este detective actual, con las armas aprendidas durante su formación en la Universidad de Montana y un grado de disfunción hormonal, in crescendo. También con la expresión de un profesor, en dirección de cine e Historia del Teatro, hasta el punto, que su buen hacer en la interpretación de varias décadas, le ha otorgado últimos papeles, como la nominada Vice, The Equalizer 2, un proyecto del director Todd Haynes, junto a Anne Hathaway, Mark Ruffalo y Tim Robbins. Y, por supuesto, resistir como cabría de esperar, hacia este mismo y esencial protagonista en la segunda temporada de The Sinner.

La duda es, si los problemas emocionales, podrán alterar su "savoir faire", su inteligencia innata y las dotes comprometidas con la investigación criminal del caso genérico, y no terminar decantándose por los defectos de una privacidad más plácida, o no, y la sumisión física-laboral, de un agente del orden, condicionado por las previsiones distorsionadas o cierta identificación de la culpa sin identificar. En cambio, la sinceridad en los ojos transparentes de Cora (Jessica de las entretelas de Justin Timberlake) y su extraño remanso, despertarán los necesarios, intereses ocultos, volviendo a sentir ese instinto husmeador o funcionalidad del viejo oficio de policía.
La solidaridad con las actitudes incomprensibles, los increíbles resortes privados que condicionan sus vidas y la declaración de una madre, invalidada, cuando ni la opción de inocencia, estaría puesta sobre la mesa del juez... Acusada por una hostilidad, que detiene sus huellas en el pretérito desincrustado, al igual que un papel romboidal, decorando la pared... o siguiente celda.

El personaje pacífico de Jessica Biel, próximamente en Shock & Wave del director Rob Reiner, choca frontalmente con las imágenes del presente asíncrono y la disgregación eventual de un pretérito marchitado, por las neuronas desnaturilizadas; enfrentándose cara a cara silenciada, a una acusación que desprende la idea de mala madre y una asesina evidente. Reflexiva frente a aquel arranque emotivo que te descolocara como espectador, que reinicializa el ordenamiento de los antecedentes, a cada recuerdo trasladado y que encaja, débilmente, con el antiguo estado de valores y dirección de una ida familiar e ideal. En sí, ella, es belleza idónea, lapsus o desorden, sacrificio, aceptación y redención, todo en una... también resistente.
Pero, en esta historia desarticulada y sangrante, lo atractivo y alternativo, son los pecados... los conocidos o aquellos por conocer.

O mejor dicho, sus principales pecadores, en brazos de una decadencia alienada, que proviene de diversas fuentes marginales, como una venganza afilada de mano blanca, la bipolaridad sexual en los personajes principales, la crudeza violenta del relato confuso, la soberbia profesional del detective cabal y su relación con el engaño, la jurisprudencia relativa en manos de relativos acomodados, y la inocencia marchita, por una ena evolución que se ancla en el frío secreto, para no ordenar demasiado las cosas, antes de la resolución o desenlace.

El Sonido de su Silencio...

Silencio como el de muchas, desorientadas o rebotadas de la justicia, cuando los hechos pesan en el alma, pues la mente no las reconoce o intenta olvidarlas... sin conseguirlo.
Después de aquel hecho sociológico, el ayer sacrílego, construyó el silencio, que cayó aquella tarde, sobre la arena como una cortina de humo. Cegando a todos los presentes, y algún otro, mediante la estampa cruenta de un homicidio, frío y nada premeditado.
El sonido se apagó en las gargantas, viendo a aquella mujer petrificada como estatua de sal, echando la mirada atrás y recalculando la situación, mirando de soslayo a marido e hijo, entregada al natural instinto de protección y narrando su vida a pedazos.

Pero... sí, será mejor entregarse a la voz entrecortada, a la pena que llevas por dentro, al cumplimiento de una condena que vendrá, inevitablemente, desde el torrente sanguíneo y maternal.
The Sinner, es la increíble historia de un silencio enrevesado, tras el que se esconde la solidaridad con una víctima y el mantra increíble, de quién reconoce la carga de sus incendiadas acciones. Cora Tannetti es el reflejo de una sociedad enferma, demasiado protectora, que esparce por la superficie mediática y social, una involución o falta de valores, que crece al ritmo de la violencia y nuestra displicencia o falta de palabra moralizadora. Ella se mira en el espejo y no reconoce su ayer, porque su vida actual, a pesar de la confianza de algunos cercanos o adosados a la causa incierta, se convirtió en un lapsus temporal, en un cadáver social. Dentro de un círculo viciado e institucional, con un caso irreal, porque permanece encerrado en el filo desmesurado y sistemático de un arma cortante. Dónde habrá que discernir, ¿ si se trataba de un arranque ofensivo o de premeditada defensa?

Fuera lo que fuese, su esposo interpretado por Christopher Abbott (Martha Marcy May Marlene), lo desconoce y se embarca en una misión husmeadora, que no le corresponde por oficio, aunque se sobreentiende que quiera conocer los motivos escondidos o situaciones atenuantes, aparentemente desmesurados ante sus ojos y los míos, tras aquella sorprendente masacre, ¡mecachis en la mar salada!
Siguiendo los motores incendiados o ladinos, que llevaron a su pareja a entregarse a tan desfasado pronóstico, de consecuencias irreversibles, según la orden de prisión indefinida o posible ejecución. Que apunta al mismo silencio, o muerte cerebral, donde se hallan los mejores encuentros y el secretismo radicalizado, entre Miss Biel y su entregado admirador, Mr. Pullman.

De alguna forma, esta anquilosada hostilidad que afecta a sus sentidos, y principalmente a la expresión de los ecos de una realidad improbable, se ve instaurada, gracias a los dramáticos trucos del cine y el flashback. Recordando otros ejemplos fílmicos que repercutían sobre la cadena perpetua y otros excesos de la personalidad, sin castigo apropiado. Desmenuzando con más o menos acierto, en capítulos posteriores al choque inicial, lo oculto tras la metódica maniobra, rituales sádicos al margen y bajo el rostro adictivo, que escondería una máscara infernal. Y el estado catatónico forzado, por ambiguas situaciones...
Una vez que estás situado, y comienzas a presentir el malestar alrededor de los personajes, todo parece acelerado a su conclusión, tan mecanizado que no da tiempo a saborear los rasgos y paralelismos entre las diversas familias y métodos de protección.

La culpabilidad, el secreto o el silencio o el miedo, destacan como un trío enlazado, que siempre rebrota en el candelero de la actualidad, de aquellos crímenes que se producen sobre un enfrentamiento genérico y, cada vez, más habitual... ¿quién no escucha discusiones indecentes, tras la pared?
Un órdago socia que amenaza a todos los estamentos, que nos lleva concretamente, y a la víctima de una serie con mayor e imaginativo motivo, a un estado de trance permanente, casi psicótico. Que apuesta por la disvinculación individual y marginal de un hogar, haciéndonos mirar hacia otro lado, plantando la oreja en la pared silenciada. Generando una presión psicológica sobre las víctimas inocentes, niños y demás conocidos, si es que los tutores, salen con vida de esa guerra sucia, enfermiza y creciente.
El objetivo sería no generar más daño, en nuestro ambiente, aunque el mal está hecho en cualquier caso.

La desambigüación sexual se circunscribe al consumo privado y el círculo secreto, de un detective Ambrose con sus prácticas genuflexas y sadomasoquistas, donde los intereses, se cambian entre ingredientes de una inferioridad ejercida, pero mantenida en sentido inverso y desproporcionado.
En definitiva, la serie The Sinner, posee hallazgos interesantes, encuentros sorprendentes y alguna indefinición gráfica, proporcionada por la forma de narrar el pasado, de visualizar hasta la última y condenada consecuencia.

A ambos protagonistas, les une un lazo afectivo, un asunto privado que modificaría las reglas de su conductismo laboral y familiar, es decir, una evolución sacrificada de los daños... Presentes o futuros, porque el pasado no se puede borrar, ni siquiera modificar... ¿es cierto?

Ni una palabra diremos de más, para no suscitar el desencuentro o facilitar el desenlace de la serie. Basada en un suspense con altibajos, algún paso dubitativo del guión, buenas interpretaciones del reparto (donde encontraremos en próximas entregas a la The Leftovers, Carrie Coon) y la indeleble duda, enmarcada en un episodio de pérdida traumática de la memoria.
En esta evolución de los acontecimientos, a veces, nos vemos controlados en exceso, con recortes demasiado programados, miradas autocomplacientes, tergiversaciones judiciales y esa manifiesta manipulación del tiempo. Que pueden no convencer a los habituados a las máscaras, más insatisfechas. Los recuerdos son pegotes, que van y vienen sin sentido, donde se trata de reconstruir una etapa disociada y condenable, contemplada bajo los efluvios de la perversión y la desvinculación de la moralidad, con diferentes visiones existenciales y formas de comunicación en pareja.

Mas decididamente, una serie dirigida a conservar el secretismo ritual, entre géneros, con la dedicación a las expresiones ofuscadas y a las palabras necesarias... no siempre, las adecuadas. Salvo en las relaciones personales a mi gusto, la diferencia de clases o ese juicio paralelo, dentro de un entorno crítico de la competencia en el ámbito laboral.
En esta manipulación inmemorial, de The Sinner y su creador Derek Simonds, el pecado es un asunto turbio y silenciado al máximo. Se produce en contextos privados muy diferentes, donde se recapacita sobre la voluntad y el sometimiento, o se descarga un golpe vengativo y sanguíneo, que queda atrapado en el torrente emocional de una voz apagada. Es un entretenimiento de calidad visual, que desprende el resentimiento y la culpa en una desviación paterno-filial, con el agravante del sometimiento y desviación de la verdad, a distintos niveles. Y no cejar en la ayuda o la resistencia ante los hilos mediáticos... de nuestra justicia.

Pero, sobre todo, destaca la presencia de este maduro policía, viciado y directo, entregado a la causa de su labor social y pragmática, no tan reconocida a veces, que se desvincula del institucionalismo u oficialismo, acercándose personalmente (y psicológicamente)... a las auténticas víctimas.
¡Ah! y a su banda sonora, recreada por la compositora Ronit Kirchman y determinadas canciones incluidas. Hasta el próximo caso, recuerden...


Big Black Delta - Huggin & Kissin Official Video


Tráiler The Sinner, season II.

Cinemomio: Thank you

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