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sábado, 17 de noviembre de 2018

Castle Rock (Season I).

El Rey de la Nueva Era.

Era una noche lluviosa de otoño, cuando las luces de un coche se desparramaron sobre los curiosos espectadores, haciendo que sus ojos se vieran afectados por un flujo de temor o incredulidad en la espesura... porque su mente nebulosa, les inducía a sopesar algo siniestro u oculto en su interior, cerca del alma. Algo silencioso e inerte, leve como la mirada velada, prácticamente intangible, una especie de fantasma catastrofista... Tanto que, les debió hacer pensar sobre esas historias de otros mundos, o con máquinas del tiempo que atraviesan otros universos paralelos al suyo. El que estallaba de violencia... de nuevo como en una novela de escritor de terror. Todo estaba como hace unos años atrás en el tiempo, allí sentados compungidos, sobre el sillón de su cómoda sala de estar, con el vello de punta. Algunos comentan, sin duda, este sitio ya le conocemos...

Así, ocurre con muchas historias tenebrosas del cine y la televisión, o en algunas de las variadas ramificaciones del mal, desarrolladas en sus relatos por el novelista Stephen King. Obtuso, distópico, prolijo, soñador, divertido, sangriento... Son muestras del terror que fue inundando nuestra memoria, desde las épocas más remotas que asustaron nuestra inocente existencia, cuando comenzamos a encarrilar los pasos. O no... Desde aquella primeriza aventura con el terror psicológico, radical y diabólico, una historia que mezclaba la familia "unida" y la amistad, con fuerzas impredecibles alrededor, o reconocibles como la pérdida de la figura materna. El boca a boca sin redes sociales aún y esas rancias creencias religiosas, marcadas a fuego en la piel, se clavaban como espinas en la carne, como cuchillas en el alma. La vergüenza y la venganza, conocidas en todo el mundo con el nombre de una ´desafortunada` Carrie, con una madre inculta interpretada por Piper Laurie, más John Travolta en uno de sus primeros bailes y un maldito cubo. Al cubo donde iría a parar el toque romántico, que ahora, parece imposible en estos tiempos. Aquel lustroso coche, se marchó en dirección a una fiesta, con Brian de Palma y el cine, y le acercaría a su pasado más esotérico, desequilibrado... Más, otros, a una fosa común que enterrara para siempre, la terrible realidad... sobre sus cabezas.

Después de la masacre... siempre hay una... continuarían las conversiones sanguinarias salpicando nuestra posición acomodada en el centro del universo King, sobre la ciudad verde. Cerca de su propia identidad que llegaría sobre una cama, lavando sus propios trapos sucios, cerca de la sangre que salpicaría su carrera como escritor, los huesos fracturados, el apocalipsis conceptual de una pequeña familia, dentro de una pequeña comunidad en el estado de Maine (región de Nueva Inglaterra), asentamiento de los primeros estados y estrellas. Diabólica tierra arbolada, adoctrinada y desangrada, conocida también en pantalla como Salem´s Lot.
Lógicamente, ese terror se extendería como la Rabia, colgando de las barbas de algún vagabundo o fugitivo, o los belfos de un perro viscoso, casi demoníaco (pues, pensando bien, la raza más pacífica y rechoncha, sería la más aterradora para el público), acosando a plena luz del días, salpicando a nuestro mundo y otros conectados hoy. Lo común se volvía, eso, lo más amenazador, lo entrañable, lo que te sonríe, aunque en el pensamiento hubiera sus reticencias o fobias al respecto.

Por lo inesperado, nuestro mundo se fue incendiando a cada brillo, a cada pedalada, enloqueciendo a cada golpe de tecla repetitiva, repiqueteando en nuestras cabezas como un martillazo o un sonido del pasado... ¡no voy a hacerte daño! Cada paso en la nieve o pasadizo sombrío de la mente, se haría más insospechado, disfuncional, distópico y sobrenatural, o incluso, diría surrealista. Saltando a una nueva población recóndita, a un fotografía antigua o una barra de bar luminosa, en un ascenso al mismo corazón del creador, que perseguía sus idas y venidas en la carretera, a su máquina confundida entre el alcohol o las voces del más allá. Pero, esa es otra historia que todavía resuena, que nos acerca a individuos oscuros y peligrosos, de peinado destartalado y mirada viciosa, que traerá ecos de nuevos advenimientos en el futuro próximo. Si es que éste existe... qué se lo digan a Spielberg.
La muerte siempre ronda en las páginas, incluso en los ojos de un aficionado acérrimo de los sustos y muy celoso, con el mazo dando en los tobillos, hasta adentrarnos en un embrión larvado, bajo un torre mortecina. Un sitio menos norteño que su residencia infantil, recorriendo los espacios silenciosos, sólo sacrificados por los gritos de las siguientes víctimas... como en aquel baile de cruces, dentro de una granja soterrada de mecánica, arrastrado por un laberinto verde y blanco, sobre un lavabo coronado por unas tijeras, bajo la carrocería del Plymouth Fury del 58, entre maizales de 1922 a la espeluznante niebla... gritando en el Hotel Overlook, junto al innombrable Jack Torrance y el filo de un hacha.

Ahora, otra vez, tras los picos de las Rocosas del Sur, ruge el motor hacia un paradero incierto.
Luego, determinadas paradas, por The Stand, de pie, oteando el pasado en fotografías colgadas en la pared y ese Largo Camino hacia el futuro, a Su Zona de la Muerte y la de todos, atravesando puertas astilladas o temporales, recordando la noticia de unos ojos ardorosos, del can maldito que atendiera al extraño nombre de Cujo... allí en el mismo estado catatónico y lleno del estupor de una comunidad rural, llamada Castle Rock. Reyes y reinas de la pesadilla, ¡bienvenidos a su mundo!
Abran sus mentes... cierren los ojos.

La física del terror psicológico.

Pero, antes de este recorrido mental y huidizo que nos ocupa, otros nombres se abalanzaron sobre nuestra reposada tranquilidad de la noche, espesamente nublada, y empezaron a formar parte de nuestra vida, como una jaula a la falta de libertad. Semejante a los intérpretes de un teatro de la catarsis o los protagonistas de un psicoanalisis en las tablas, describiendo su muerte escenificada. ¿Ser o no ser? ¿Existir o morir? Quizás, volver a nacer...

Desde la mitad oscura de una sociedad enferma, cualquiera podría ser... La que mira hacia atrás como en una involución programada o maquinada por una mente externa, se concentran todas sus miradas, hasta esa zona siniestra de la existencia, o alma perdida más localizada. Más bien desproporcionada y borrosa, desconocida, sobre la que no se permite la visualización adecuada de los acontecimientos alrededor, ya que los hechos son inexplicables. Un lugar oscuro, donde seguimos oteando sus armas.
Una máquina de escribir y un mazo, un cubo sanguinolento y sus puñales, unos monstruos que aparecen de pronto, un motor ahogado y las fauces iracundas de la rabia, nieve sangrienta entre conexiones neuronales y sus ojos ardientes al fondo, atravesando la madera, el fuego, las balas. La oscuridad y la memoria, son armas, el fuego y los revólveres, evidencias, las creencias ancestrales y las cruces, el mito, la música rock y las yantas, la diversión, los globos rojos y los dientes, la violencia, los animales y el ruido, la naturaleza, las puertas que dividen mundos, lo otro... un maletero y una caja metálica, su cárcel.

Todo son piezas de un ajedrez que, separan o acercan, emplazamientos, rostros o tiempos.
Las ideas de ayer y hoy, se adaptan a estos, se complementan de la mano de un director y su cámara de los horrores, llamado Michael Uppendahl, que ha reflexionado sobre la vida o incidido en la muerte. Como en aquel lejano capítulo de The Walking Dead, ha visitado el exceso en viciados episodios de Mad Men y las vidas de Ray Donovan, por la American Horror Story, junto a las imprecaciones de Daredevil y otras Legiones endiabladas. El director ha estado pasando entre las nieves y condenas perpetuas de Fargo, hasta las rocas de este castillo de viajeros temporales, telepáticos e inquisitoriales. Creando lugares comunes sobre los cimientos del viejo King, su mentor del papel, subido al automóvil en la noche de los hielos, hasta el puente de los suicidios, cercando los laboratorios mentales y la cárcel, cubierto de pesadillas y alucinaciones, en los sucios sótanos, las ruinas del pasado, ondas de confusión, en colegios y hospitales ardientes, mansiones características, casas rurales, granjas infectas... las iglesias y los bosques, el fuego y la nieve.

De pronto se nos amontonan, con su increíble puesta en escena, una para cada personaje o transición pretérita, las imágenes y sonidos. Las sombras de nuestro pasado, junto a Mr. King y su orquesta desproporcionada de gestos e ideas contagiosas, compone una nueva extensión de su universo poliédrico, con diferentes episodios que pertenecen a cada rostro... Sissy Spacek y Brian de Palma, el genio de Stanley Kubrick con su repudia baldía, exquisito terror nebuloso de John Carpenter a Frank Darabont. ¡Ayyy! Jack "Torrance" Nicholson, si volviera (y vuelve), con la familia, en los campos altos de verdor, recordando como Bill Skarsgård se ríe (entre comillas) del olor ochentero de Tim Curry y su icono elevado, de la metodología o el pensamiento de Christopher Walken y Martin Sheen, de la música de la vieja Christine, del estigma ennegrecido de Ann Cusack y Mr. Mercedes, las señales de Rury Culkin y la vocación por los ´easter eggs`, de sus altavoces divinos, como la miseria de Alan Pangborn en aquel Michael Rooker, el fondo femenino o la fachada violenta de Dolores Claiborne y su pozo inundado de insultos, vejaciones bajo el eclipse, así como la fortuna de Paul Sheldon y el Rob Reiner de la eterna juventud, los poderes soterrados de Melanie Lynskey, tan comunes, las balas de un sheriff llamado Scott Glenn, con su mágica esencia sacada del apocalipsis, el ´furtivismo` vigilante de Noel Fisher, del curioso nombre de Jackie Torrance o Jene Levy, de la confusión de André Holland... En fin, de los escalofriantes ojos de un payaso... del infierno.

Sin embargo, a pesar de las referencias históricas, la física sangrienta se agolpa, a golpe de hacha. Muchas influencias con olor duradero a putrefacción con bandadas de negros agüeros u osamentas que se levantan de sus aposentos, en Castle Rock o más allá. Son discrepancias animales y neuronales a parte, donde abundan los héroes a la fuerza, con su mente o sus propias manos, volviendo a alguna realidad. Ayudando o intentándolo, pagando su precio, a víctimas anónimas que riegan los campos, con voces de ultratumba, susurros de otras vidas que regresan, ululando. Como el antiguo sheriff Pangorn, descubriendo el doblez de los viejos personajes y sus mitades oscuras, familias olvidadas, de aquí o allí. Visitadores de otras realidades, peligros de un dios menor, pero más iracundo, quizá.
Asesinos de recuerdos, con cuchillos y lenguas cortantes, a través de sus creencias inmortales o credos, que vinieron para descubrir en 1991, que el mal vino para quedarse en este pueblo. o que, otros viajantes en tránsito, desaparecen y aparecen en los huesos de un ínclito Henry Deaver.
Ahora, todo huele a hermético como una jaula de contención, entre la familia restringida o consumida por el fanatismo, sesgado como las ideas de un clarividente que escucha... oye y ve, lo que no debería saberse, sino escucharse.

Algo que permanece fresco, en la sombra, perpetuado en la conciencia, inmaculado como un refugio de bestias en nuestra mente. Ensombrecido por las muertes en orden aleatorio y exponencialmente en aumento, de hoy, un amor abierto a todas las posibilidades menos ciegas y alteraciones sorprendentes, pasadas a degüello, incluyendo los filos del odio, para su hermano gemelo. Mientras, otros espectadores menos habituados a tal estado de confusión o transgresión de los tiempos, se sentirán manejados por trámites superficiales o cuestiones no tan importantes, como una masacre en pasillos blanquecinos... cuando, ¡aún quedaría tanto por contar en la espesura!
En este dark Castle, la negritud y los estados alterados de conciencia de Mr. King, están guiados por las palabras televisivas de los guionistas Sam Shaw y Dustin Thomason, files manipulados para Hulu y muy seguidores, imponiendo el olor rancio de los huesos calcinados, las cadenas oxidadas, las visiones ¿reales? y las vestimentas rescatadas de un infierno alternativo. Mirando al horizonte, la condena, la longevidad, el homicidio, la reencarnación... o una resurrección.
Esto es sólo el principio, del todo o la nada.

Creencias... paranormales.

Muchas producciones visuales, comenzaron en esa autopista perdida y recalcando sus giros inesperados, en cualquiera de las cunetas de los ochenta, izquierda o derecha, más allá. Salpicando barrotes con sudor, sangre y necesidad, para volverse a sentir libre de la suciedad, del estigma social o la lástima. Desde la evidencia de George A. Romero, su otra mitad oscura y sus necrópolis adversas, en una cadena de reacciones devoradoras, a las primitivas esquelas en los periódicos de sucesos, que alteraban la realidad con la mínima brevedad. Con aquellos seres de Tommy Lee Wallace en las alcantarillas, en los cementerios vivientes más descriptivos o las visitas inesperadas del exterior, vómitos y cagaleras, humanas e inhumanas, sobre las complejas expresiones de Cronenberg o las disonancias de Lynch, genios hasta la sepultura, hasta la eficiencia de Carpenter para aterrarte, la magia carcelaria de Darabont en Rita Hayworth and Shawshank Redemption, circulando en paralelo, por la sinceridad universal de Spielberg en sus principios mundiales, sobre la carretera o su espectacularidad visual, templada en esta ocasión, salpicando la humanidad alegre y enfermiza de Rob Reiner. Por consiguiente, mediante definidas líneas, no tan insulsas como suponían sus detractores, que te llevaría a un mago del suspense contemporáneo, para lo bueno y lo muy malo, su impredecible imaginación mostraba el horror o el suspense, nunca vistos o retratados, recreando la singularidad de sus mundos paralelos... tocantes. Apocalípticos. El miedo representado por los rostros de todos y en su subjetividad, como nadie... como el gran mago, Alfred Hitchcock y sus pájaros.

Todos, sus experimentos, se dibujaron junto a los curiosos aficionados del otro lado, en la imaginación. Cercados por las barras de acero, laboratorios para lavados de cerebro, diodos sin necesidad de conexión, algo más natural y salvaje. Descubrirán los disparos a discreción, cámaras dispuestas para recrear un infierno de dudas, hielo crujiente bajo los pies del pasado, caminos forestales al más allá, conexiones del ahora con el futuro, camillas, ataúdes, drogas, cajas herméticas, abandono, almas en pena, hollín, cintas, máscaras, pensamientos carbonizados, disfraces infantiles... piezas de un ajedrez fantástico para reyes del terror o humildes huéspedes de King. Un arsenal metafísico, dispuesto a combatir el espantoso tedio, a romper el hielo de un fría noche otoñal, con ocasionales nubarrones de ambigüedad o silente anarquía, sangría amortigüada por la distancia, el genio envolvente y la deliciosa imaginación. En busca de sobrepasar los sufridos límites del entretenimiento y la moralidad. Por consiguiente, esas herramientas necesarias o imprescindibles, para crear el caos que buscamos. Para indagar en la propia historia personal de Stephen King, natural de Portland, que se aficionara al mundo del cómic con aquellas recordadas Tales from the Crypt (a las que rendiría homenaje en su guion para Creepshow) y graduado en una universidad próxima a la palabra, que se ubicara tras los suspiros del cementerio de animales, cruzando una carretera inoportuna. Casi residencia sagrada para dioses... o más bien endiablados, como todas las facetas ocultas de la mente desquiciada, alrededor de sus letras.

En definitiva, las localizaciones son el universo físico de claroscuros neuronales, de espacios rellenos con notas musicales para el oído y la mente, estados de agitación interior, visitando mundos, saltando entre épocas y espacios contaminados. Trazando nuevas huellas en la nieve, tan profundas como la memoria, señales de otra época, coloreada por gotas rojizas y sustos contemporáneos, que te zarandean y desencajan de la vía común. Que era un mero libro, con pastas negras, cubierto de hojas impregnadas de ideas radicales, condenas, sortilegios mágicos, ideas increíbles, sorteando caminos ininteligibles o audibles, de llantos derramados por víctimas inocentes, instrumentalizadas por la discordia, la fe, la mentira, lo inexplicable. Esta división fáctica, entre física de las ideas concretas o materiales y un algoritmo químico, casi expresado como un sortilegio incomprensible, rebosaría por los límites de esa realidad o nuestro entendimiento, al no comprender sus ramificaciones futuras. Pregonando como el sonido de la contra natura, otras aptitudes, visitas inquisitoriales o capacidades incontrolables.
En otro momento de esta novedosa historia, extendible en fascículos, se va ironizando sobre pueblos y casas olvidadas (menos que otros autores de maldición), que contienen los ojos desorbitados por la locura, las voces huidizas o mentes que envejecen, y nos concentramos en escucharlas en bosques inhóspitos. Con noticias accidentadas de fosas residuales, incendios comunes, cráneos fantásticos, caídas en celdas de terror, camas de ida y autos sin vuelta, más los regresos inesperados de otros... En definitiva, visiones que contrastan con esa juventud de antaño, la rebelde mentalidad, el grupo que cuenta contigo, los garajes roqueros para tipos duros, la música divertida o el desfase de antaño, fiestas vomitivas, pozos risueños, institutos de fe, crueldad, fealdad, horror... agujeros con vistas... a dramáticas penitenciarias.

Eso y más cosas oscuras, no tan divertidas (porque, sí, posiblemente falta algo de humor negro o ácido), incluye esta entrega de la serie Castle Rock, concertada con el rey, no del mismo, sino del terror escrito, que tiene su pensamiento en otras puertas, a las que llamará y con él, ese otro midas actual, conocido en Bad Robot y demás influyentes productoras de nuestro panorama televisivo, como J.J. Abrams. Él ´dios`actual, de la paradoja moderna, los viajes astrales, los mundos del droide en Westworld, de misiones imposibles y explosiones Fallout, el overlord de Dark Castle, en la penumbra.

Los viajes corpóreo-temporales.

Quedan los extraños viajes con cápsulas del tiempo, perpetradas en nuestra cabeza, sobre la magnitud de Sissy Spacek, Ann Cusack o el recuerdo de un nombre aterciopelado como una hoja de cortar, los discursos de Adam Rothenberg (reverendo joven) ante Jeffrey Pierce (elemental Alan Pangborn), la mirada perpleja de Terry O'Quinn, el alcaide del suicidio, incitado por aquel Padrastro y licenciado en las puertas del cielo de Michael Cimino, junto a "casi" recién llegados, Kris Kristofferson, Christopher Walken, Joseph Cotten, Isabelle Huppert, Sam Waterston, John Hurt, Mickey Rourke, Brad Dourif, Jeff Bridges... de miedo. Pasando del miedo familiar, los consejos o amenazas de C.J. Jones, cegado por sílabas y asesorado en ciencias ocultas, los asesinos caídos de la nada, más brutales como es habitual, por otro lado...otra historia de horror en pareja, negocio de restauración con vistas al hostigamiento conceptual.
Entre pretensiones, la edad, divagaciones, crisis, alteraciones de conciencia, alzheimer, conciencia superior, demencia, disgregación orgánica, división cerebral, desconexión mental, mutismo, intenciones ocultas, cables pelados, realidades sincopadas, creencia, pausa inerte, el adoctrinamiento, la negación, el fanatismo, puertas... el castigo. ¿Condena o salvación?
Como reconocería la misma Sissy Spacek: “Stephen y yo estaremos unidos para siempre”. Pues eso...

Así, con diferentes perspectivas para cada visión del ayer, nos entretenemos como nerviosos inquilinos del Hotel Overlook, tac, tac... tac, que pululan por los rincones de este viejo fantasma del cine, volvemos para visitar los barrios periféricos, edificios continentes del pasado, fotografías de un asunto peliagudo, que busca la soledad en paisajes inhóspitos, en el silencio del susurro o la turbulencia, son un condicionante del miedo contenido, en los entramados psicológicos de Stephen King y su analítica misteriosa o perturbadora, interpretador de sueños o pesadillas, altavoz crítico de medios de comunicación y maniobras gubernamentales. Es el tiempo de las puertas que se abren señalando otras vidas, o muertes.
El automóvil portaba el mal en el interior, y los sabíamos, como la locura se encaramó al teclado de un escritor, amarrado a un hacha o una cama, pasando minutos como horas, en un embrión mental que esperara ver la luz. Mientras en Cujo, las fauces depredadoras de Castle Rock, nos acorralaban desde el exterior, cuando en el filme Christine, era ella, la precursora de las tensiones o muertes por asfixia y se convertía en la protagonista principal del miedo. Hoy es una mirada, sin espasmos ni siquiera expresión. Esperando la siguiente caída accidental o ajusticiamiento progresivo.

Por tanto, para la serie de Hulu, el transporte es un mero contenedor físico, pues los viajes se realizan más con la mente y el sonido, atravesando conciencias difusas, en disposiciones que funcionan al igual que jaulas o puertas amenazadoras y separan las diferentes ideas. Además, el poder, la palabra de un ser superior, su justicia, el radicalismo o la penitencia agraviada, en forma de asesinatos crueles o marcas, supuestamente accidentales, se divisa atravesando bosques, corazones y caminos desiertos a ningún lado, o a todos. Aparcando en las calles de su centro pintoresco, sollozando en sus celdas esotéricas... Pero sobre todo, desmembrando el futuro, retratando el pasado, por ende, alterando las reglas. Confundiéndonos sobre estas conexiones metafísicas o psicológicas, los cadáveres de jóvenes sobre raíles, la marcha ondulante, como las ondas, del nuevo Castle Rock. Serán puertas a unas o prisiones... Expresa eso, la boca del sueco Mr. Skarsgård: “No quería verme encasillado y además estaban tan en secreto con el guion que no me dejaban leerlo. Menos mal que insistieron porque es uno de los mejores pilotos que he visto nunca”.
El sufrimiento de los/las protagonistas se corresponde con cierta visión teológica de la sociedad, o su universo, basada en el castigo por pecados cometidos (oscuros círculos rimados por Dante, dibujados por Boticelli) o la búsqueda de una verdad absoluta. Tal y como ocurriera sintomáticamente en otras historias esculpidas o soñadas, quizás el infierno somos nosotros.

Tanto eufemismo para expresar el castigo, que los no creyentes no llegarían a comprender sin las pruebas necesarias, mirando ventanas secretas, solamente por el estruendo de sus elementos macabros o palabras.
De aquí, la división entre aquellas creencias denominadas heréticas, que se fundamentan en relativismo moral o otras artes mentales que responderían a hechos surcados por la literatura de terror en Mr. Stephen King. Poderes sobrenaturales o incomprensibles científicamente, quizá retratados visualmente dentro de ese porcentaje del cerebro que no utilizamos o conocemos... pudiera ser, la voluntad para ver, escuchar... y sobreponerse.

La siguiente dimensión...

En los pozos hallamos toda la oscuridad... Ahora, dentro de los límites de la realidad, o plácidamente en el sillón frente a esta era de la televisión, nos vemos observados desde una perspectiva ilógica, compuesta de giros surrealistas en la pantalla, que reniegan de un plan, ya veremos u oiremos. Sin duda, tratarán de reivindicar la leyenda o el mito, con la necesidad de nuevas experiencias o sugerencias bifurcadas. Ventanas cerradas y secretas, de un nuevo Castle Rock por visualizar, de acuerdo, en esta ocasión... unas más acertadas que otras.
Por último, la disgregación material en diferentes mundos paralelos que, nos recuerdan ecos de sus novelas, bifurcándose y tocándose, produciendo viejas grietas, viajes temporales o alternativas a una realidad que revitalice algunos acontecimientos contados.
El futuro y el pasado, se reencuentran en una historieta de Roca Castillo, retorcida como las hélices cortantes de una podadora, produciendo lagunas en la memoria debido a causas específicas, sin declarar o definir en la pradera. El olvido de una enfermedad mental, la sincronicidad de apariciones y asesinatos, la posesión pasional, que identifica registros u ofuscaciones, como la culpa, la redención, la venganza y el amor.

El futuro va a depender de elementos como la presión social o policial, que observamos en The Dead Zone, fantásticos bajo los cimientos de una Torre Oscura, o imaginativos tal que un segundo cementerio de animales, perseguidos con trazos violentos, sin duda, un juego enrevesado. Algo divergente, que comenzara a tambalearse sobre la planicie comercial del cine actual y una ligera marcha atrás, en las ideas televisivas. No todo lo bueno, iba a durar para siempre.
TLo que parece meridiano, es que terminarían por sobredimensionar una carrera exitosa, para un novelista del terror o la ciencia ficción, que no ha sido más identificado con la formación de un imperio económico e influyente en la cultura contemporánea y visual, que con el mapeado inteligible de ciertos elementos comunes: caseríos, granjas, poblaciones, mundos, miradas, rostros, monstruos… dioses.

Un conjunto de perspectivas oscuras que se tendrán que alimentar de la nueva carne, en el infierno de condenados por una especie de deidad, que los próximos seguidores y criaturas de esta generación, se sorprenderán sonrientes al ser sometidos por el universo kingniano y sus condicionantes metafísicos, mágicos, psicóticos... repleto de procesos fantasmagóricos, espacios alternativos o estados criminales. Enfrentando la moralidad de una sociedad frente al conocimiento, la violencia y la nulidad emocional, ante el amor condicionado por el paso del tiempo.
Es la penúltima serie de la plataforma Hulu y producción Bad Robot/WB Tv, que encaja físicamente en nuestro recuerdos, aunque en una especie de nebulosa visual que avanza a saltos intermitentes.
Son reconocibles las estrategias del suspense, identificaciones que despiertan nuestro hambre de sustos, pero que suponen en ciertos capítulos, verdaderos rompecabezas, si bien mira hacia el futuro de la historia y sus personajes. Tendremos que comprobar si encajan también con otros.

Esta disyuntiva de realidad paralela, se aprovecha de nuestros sentidos, provocando una crítica severa, especialmente, por los caminos elegidos que nos convocan al terror accidental o provocado por artilugios más efectistas. Ya que este mal absoluto, condiciona las expectativas de impregnación cognitiva junto a la fantasía, debido a cierta grandilocuencia, que a algunos les puede resultar difusa o excesiva. Sobre aquellas idas y venidas, atravesando el submundo del Rey King y sus redes, es decir, alternando aciertos y recaídas narrativas, que alteran esa perspectiva del terror clásico o las reminiscencias sobre mitología de un poder presuntuoso y elevado. El sonido del silencio.
Por contra, lo más interesante podría ser, la elaboración de una estratificación temporal estudiada, dividida en diez capítulos con antecedentes reversibles, donde nos convertimos en observadores temporales de esos resortes internos del pensamiento. O tal vez, el sueño.

Sus miedos, estrategias y dudas, los protagonistas se agolpan en una cárcel transitoria o en los barrotes de una prisión mental, que contenga lo inevitable, con la perspectiva dañina de su poderoso y silencioso inquilino. El actor Bill Skarsgård (hijo de It), próximo Villano y Felipe II de España, nos aturde con su fría mirada y confunde, nos lleva al otro lado de su risueño payaso, que volverá, hacia un lugar más apartado y oscuro de la mente, su olor diabólico nos va impregnando en la inmovilidad, en la contemplación de la maldad intrínseca, frente a la mirada cristalina de la inocencia en los ojos de la pequeña, gran Sissy Spacek.
Castle Rock es la presa, esta es la bifurcación temporal, escrita sobre la palabra de un dios, los asesinatos más crueles de nuestro presente y otros misterios del pasado, donde para mí, el capítulo dedicado a Miss Sissy con su calidad interpretativa, inversamente proporcional a su estatura física, ofrece un curso avanzado sobre la psiquis humana, el desequilibrio de la memoria y aquellos errores acumulados tras folios en blanco. Enderazados por las piezas petrificadas colocadas estratégicamente en el guion. Cuando el mayor pavor del inteligente, sería la pérdida de la identidad o ese saber individual que nos personaliza o conforma como seres humanos. ¿Hacia dónde moverán la siguiente ficha?
Así, entre la confabulación de maldad absoluta y nuestra pequeña psicología, errante entre mundos, nos conmueve esta batalla con la fe y la razón, en blancas y negras, entre la universalidad y la privacidad del pensamiento, entre la sangre y la palabra. Los eternos conceptos de bien y mal, y el aderezo de un mundo alternativo, condicionado por la mente del creador. Sea palabra de King, o del otro.

Terminó el día de difuntos, cuando escribo, la visualización del Halloween comercial, es otro mito, y me aproximo a otros fantasmas... Se acuerdan de la búsqueda de esa eternidad mitológica o el deseo inmaculado de nuestra inmortalidad... hablamos de eternidad, replicación celular o una resurrección... ¿Qué reside más allá, tras nuestra ulterior desconexión... o el final de la primera temporada? Esperemos que el entretenimiento vaya en aumento, que nuestras retinas no se entretengan en puntos de fuga convaleciente, de un horizonte sin sentido… a no ser que la alternativa a dicha realidad, sea un mundo de lujuriosa fantasía o surrealismo enloquecido.
Este enredo, sería el mayor problema, ante el pavor de algo, eso II, demasiado ilustrado y visualmente insustancial, que directores y los guionistas Shaw y Thomason, deberían evitar a toda costa, para no caer en cierta redundancia teológica o filosófica.
Luego, no todos los fantasmas que nos acosan, serían producto de la conciencia de aquel Frank Castle acosado y su camiseta cadavérica, más cercano a la familia que a relevancias cuánticas, en oposición reverencial al habeas corpus. Cuando sus actos explotaban ante nuestros ojos, salpicando las paredes de una prisión colectiva de la sociedad actual.

El máximo terror es producto de nuestro cerebro, o reside en nuestro ser interior y pensante, distorsionado por la experiencia, los sueños... y eso Mr. King lo conoce de sobra en su propia vida personal y en el interior de su obra escrita.
En esta serie Castle Rock, reside una paradoja entre el efectismo cinematográfico y la no limitación de unas ensoñaciones, su trayectoria más sanguinaria ante la indagación cultural de ciertas raíces más esquivas, mágicas y arraigadas en el acervo tradicional de nuestro pensamiento colectivo. La falta de alternativa, traería un caos, la evidencia de esas huellas pretéritas o razones históricas, que se encapsulan o aprisionan en otra especie de cubo, frente a la imaginación y el poder de la mente, a la concepción de los llamados vigilantes. Ante la concepción de un futuro de tinieblas, la idea exagerada y radicalizada de un ser superior e inmisericorde con los pecados, no cometidos sin derramamiento, más que un icono vengativo y sacrificado, como the Punisher.

Tal vez por eso, sólo utilizamos un pequeño tanto por ciento de nuestro cerebro, porque ese incremento, también, podría ser manipulable en busca de nuevas puertas. Así, el hacha del pasado aterriza sobre nuestras conciencias, desmembrando el interés por las leyendas y ese próximo conocimiento de la vida eterna. Sin sarcasmo ni el humor característico del novelista, de cara a la próxima visita a Castle Rock. Porque, amenazan los guionistas, con que la jovencita Jackie, vuelva a recorrer los papeles pintados y moquetas, de un hotel...
Puede que las siguientes desapariciones, salten los pliegues temporales, atraviesen los agujeros de gusano de la carne, para asaltar nuevos terrores no identificados, así como los retratos decoloridos, de una época irrepetible que pareciera regresar, o intentarlo, en la televisión actual. Olores ochenteros, identidades, sus vidas u otras, del hoy al mañana, retornarán con otras revelaciones del terror psiológico o superposiciones siniestras del espacio kingniano... Si bien los afamados y guionistas en la sombra, deberán luchar contra las fuerzas irresistibles que tratan de confundirnos, de fáciles subterfugios ambivalentes y otras posibles experiencias sobredimensionadas en exceso. La imagen del ser y la esencia de un ente superior o profético, frente a la penitenciaria estatal de Shawshank en Maine, Nueva Inglaterra. Su casa... la nuestra.


Tráiler The Old Man & The Gun, de David Lowery.


Tráiler Office Uprising, de Lin Oeding.

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