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domingo, 14 de octubre de 2018

WestWorld (Season 2).
















Tiempo: Magnitud física que permite ordenar la secuencia de los sucesos, estableciendo un pasado, un presente y un futuro.
Su unidad de medida en el Sistema Internacional es el segundo... Cambios percibidos de un átomo en gravedad terrestre y experimentados por un reloj atómico.
Pero, realmente... ¿qué es el tiempo?
Claro que es una magnitud física, pues delimita el orden de determinados sucesos, tanto físicos como orgánicos.

Sin embargo, pareciera que no existe o alcanzara un sentido abstracto al observar el tamaño de algunos fenómenos... desde los cuánticos a los más universales y grandiosos.
A no ser por aquel concepto vital, replicado en el cine en más de una ocasión y denominado ´obsolescencia`.

Es indudable que el paso del tiempo, como el pliegue primerizo en las dobleces de un papel o la teoría de cuerdas, vendrá marcado por aquel espectacular segundo de explosión cósmica donde la luz invadió ese principio gaseoso y denso. Pero que no tendría sentido, si por el camino además, no se hubiera engendrado la vida en determinado momento de la evolución del universo y la nuestra. Es decir, si ese misterio irresoluble no hubiera comenzado con la primera reproducción celular u orgánica, y así sucesivamente hasta nuestros días.
Racionalmente, se dice que existe el tiempo en cuanto a que prevalece la vida. Sin ella, en especial la señalada secuencial y potencialmente como inteligente, a pesar de que pudiera ser considerada como condena irracional casi perpetua... nuestros años y esos días sueltos, no serían percibidos ni tampoco recordados.
No seríamos conscientes de su excelso paso en los límites de la exploración terrestre, o cualquier otro lugar posible dentro de un universo lejano y puede que habitable, sino tan solo, un vacío orgánico con múltiples posibilidades, materia oscura o indemostrables cambios de estado. Imperceptible filosóficamente, apenas cuantificable a través de mínimos intervalos contados en términos existenciales y, por consiguiente, indemostrable en términos científicos por cualquier tipo de inteligencia definida sobre la Tierra. O desconocida... por ahora.

La vida, genéticamente hablando, podría considerarse una especie de ventana abierta a un paraíso (o un infierno programado), concepto indescifrable aún categóricamente; o tal vez, esa puerta giratoria donde las especies entrarían por un resquicio microscópico del pasado, ofreciendo al mundo, sus capacidades fisiológicas y otras características oníricas para al ´tiempo` volver a salir, tarde o temprano, en silencio. Tras el inevitable crepúsculo o deceso.
La muerte debida a otro ruido ensordecedor, ¡como un disparo! De igual manera que ocurriera con los dinosaurios, los neardentales enfrentados a su era u otras especies olvidadas del mismo espacio-tiempo vital, en peligro de extinción. Seres que aparecen tras años de cambios, soportados por un diminuto hilo genético, y que desaparecen en algún segundo señalado de la historia... o nuestras vidas. Así, la evolución modifica formas y esencias, según reglas establecidas durante tantas épocas petrificadas y estratificadas, gracias al encuentro mágico entre naturaleza cosmo-geológica y la inteligencia natural de los registros o Adn. Luego, reciclada en base a la ciencia facilitada por avances tecnológicos y esa incombustible, o casi imperceptible en pequeños intervalos, variación sustancial.

Del otro lado el mito. El tiempo fantástico en el interior de nuestro cerebro humano que crea ilusiones o magnifica realidades. El que resignó a Prometeo indefinidamente, siendo encadenado a la desnuda roca y devoradas sus entrañas por poderoso águila, en la coronada cabeza de un Zeus por encima del bien y del mal. Incluso de la mitificada eternidad.
De aquella luz que invadió la caverna de Platón, desfigurando la realidad y reviviendo el día a día, modificando el comportamiento sin libertad ni libre albedrío. Por tanto, ascendiendo del ayer como robots configurados para una tarea determinada, o ese final preinstalado en su memoria artificial, el verdadero corazón de la máquina... Hasta que éstas, comiencen a tomar las riendas del destino y manejen sus propias decisiones o nuestra voluntad. Quizás, logrando hasta emociones...

Y por último, la teología redentora que poetizase Dante Alighieri en Divina Comedia, recogiendo creencias y miedos, la tragicomedia de la vida, retomando las artes amatorias de Orfeo y Eurídice en busca de un encuentro imposible o improbablemente musical, tras la muerte; y dividiendo la llamada ´realidad` del ser humano entres sus tropiezos vitales, o niveles de profundidad. Durante tres complejas etapas o sueños, caminos que circunscriben la existencia entre: un infierno o tipo de Fragua, posiblemente horadado bajo tierra y envuelto en cenizas, el purgatorio donde se trata de exponer los pecados capitales sobre la Mesa o reconducir la mente revolucionaria... hacia más allá del valle, un Paraíso de surrealismo artificial, sin miedo ni balas plomizas. Allí, se abriría la puerta hacia una probable y etérea, eternidad.

WW2, no es Westworld.

La creación se rige por unas leyes universales o naturales, distanciadas de la exclusiva superstición humana, o esa mitología religiosa que define la existencia de una entidad divina o mente superior para la configuración de dicho universo.
Ese demiurgo, al estilo de un Delos glorificado por el actor Peter Mullan en capítulo 4, inmerso en un estado catatónico de iniciación y destrucción. Recordando que en la pequeña isla griega del mismo nombre, se engendrarían el bello Apollo y la guerrera Artemisa, describiendo un círculo sobre las creaciones de este Westworld ritual y espiritual. O un fantasma, que se introduce en los resquicios del subconsciente, para posponer la dualidad y el ego. El quid de la cuestión de este mundo dividido, entre el mal o el bien, construido a semejanza de nuestro pasado y consecuencia del futuro del hombre.

Un lugar, cada vez más despiadado y radical, que dispondría de determinadas reglas para construir y desarrollar la base de una nueva inteligencia que alterase la métrica en el verso bíblico. Algo intangible y aireado, que controle sus creaciones, distribuya sus pasos y disponga puertas de escape a los participantes en algún juego de atracciones, que dé cobijo a sus posibles habitantes y memorias, ensamblados en serie y forasteros. Pistoleros del lugar que provengan hoy, o hacia el círculo donde se quieran dirigir, incluso, fuera de su frontera definida o soñada.
Pero los sueños, series son, y describen idas o venidas, dependiendo de la resistencia en el candelero y los trucos que dispongan sus creadores para mantener alerta a sus fieles o dar que hablar a seguidores de modas visuales y perecederas. Westworld no es lo que era, Bernard tampoco, ni el futuro lo que parecía a simple vista...

A través de sus ojos, casi divinos, Ford-Arnold, la inteligencia de cada individuo, el aprendizaje y ese poder de decisión propio, algunos personajes se vuelven inconsistentes alrededor de poderes incontrolables, Maeve o Thandie Newton, Teddy-James Mardsen, Clementine-Angela Serafyan, Hector-Rodrigo Santoro, el contador Sizemore-Lee Quarterman o Clifton Collins Jr., escriben con renglones torcidos. Perdidos sobre la arena, de forma que los conceptos se entierran o bifurcan de ese todo o valor absoluto. La libertad para crear o avanzar hacia ella, si no está todo programado como algunos podrían pensar, puede torcerse en cada rincón o trampa; deponer su esencia real y desaconsejar ciertas prácticas, confundiría al espectador con el establecimiento de otras visiones particulares que se salen de la trama y los escenarios para los que fueron creados; así que el panorama ya no es lo era o se presagiaba. Se ofrece el maná virtual, se mantiene la estética en panoramas disfuncionales, junto a restricciones u objeciones grupales que modifican el principio de la historia y alteran la convivencia en el horizonte. Convirtiendo a personajes en muñecos sin alma, concretamente más parecidos a materia orgánica que, a aquel espíritu de metal.

Mientras la deseada libertad para elegir los diferentes caminos o universos paralelos, condiciona un abanico de infinitas posibilidades y mutaciones, sin conversaciones metafísicas. Coronadas de acciones más inútiles, imágenes condescendientes o incluso... muy peligrosas para el entretenimiento o la imaginación. Echando la vista atrás, nada es comparable a aquella idea de Michael Crichton en su novela futurista, ni la sencilla película dirigida por él mismo, apartada de estas pretensiones revolucionarias, que proponía un universo básico de acción/reacción y mirada al ombligo propio. El tratamiento psíquico de los anfitriones, se exhibió sobre una Mesa quirúrgica en primera temporada, que desglosaba ciencia y paciencia, invitando a la propia reflexión humana, con su infinita variedad de estereotipos y pensamientos.
Por ejemplo, la deshumanización o alienación, mezclaba las condiciones de contactos sexuales, degradaciones de la personalidad y las relaciones comerciales, e instalaba receptores del dolor, el poder y el placer, sobre nosotros. Donde cada elemento o huésped, disfruta libremente (al menos en su ignorancia) con unos excesos programados, defectos o debilidades, incluida la protección de su integridad física o la seguridad de sus negocios fuera de este mundo recreativo. Ya que el sexo inteligente o el éxito, procura actividades que nos diferenciarían de los animales salvajes y, a la vez, nos acercaría a esa naturaleza más básica, del ser primitivo. El exterminio de una determinada ética personal o respeto al prójimo, fuera de la deseada diversión sin límites ni objeciones. Ahora, pasados diez eventos y múltiples comprobaciones de registros en anterior encuentro replicado, nos hallamos ante la representación caótica de la supervivencia de una especie, donde algo paralelo subyace en un pozo de apariencias y relativo a la inteligencia. Algo que yace agonizante, ¿verdad, Dr. Robert Ford?
La perspectiva intelectual, decae en un mantenimiento eficaz del estado físico y mental, como una reproducción saludable entre seres humanos y sitiada de enfermedades venéreas, o especialmente, mentales que pueden convertir a los individuos en verdaderos monstruos o peligrosos adictos... Y a sus víctimas actuales en herederos del ayer.

WW1 acudía a la salvaguarda de nuestros seres queridos, los protagonistas humanos y sus anfitriones, consiguiendo una mezcla de entretenimiento, interacción cultural, ciencia y legado. Mientras, en la configuración de esta segunda temporada, numerosos caminos nos desvían de aquel propósito efímero, profundo y divertido, por un enfangado de teocracia tecnológica, transformando el antropocentrismo en la cuna de una nueva creación aleatoria... de aleación monstruosa o humana. La que toma conciencia de su propio destino, aunque se ofusque con el amo y se equivoque en las formas de alcanzarlo o modificar la onírica, balanza de poder.
En el WestWorld2, determinados personajes nos hablan de un diabólico juego, plagado de subjetividad y frustración, de máxima violencia, apariencias enrevesadas o ensoñaciones, de pérdida de valores, de apocalipsis. Donde se fracturarían todos los esquemas que el público conocía de antemano, viviendo del pasado y construyendo un infierno de equívocos en el presente.

La suspensión del tiempo, que podría llevarnos a otra revolución más sangrante. Un terrible lapsus intelectual, que podría conducirnos al final bíblico, discutiendo sobre los límites de la ciencia y los resortes sobre el credo, como esa amenaza ingobernable de una inteligencia artificial, en que se fundamentaría la modernidad y el futuro, semejante a la de los replicantes del filme Blade Runner y su escala de la verdad. O, la claridad subversiva de un famoso y enrojecido Hal-9000, en pos de acabar con nuestro dominio intelectual.
Ahora, los habitantes del avanzado parque (o depravado, al menos en apariencia superficial), acuden al sufrimiento físico que va invadiendo los rincones de la mente y sus debilitadas correrías bajo cuevas tecnológicas. Precipitando los días y la memoria, de ellos, cada amanecer sojuzgados. Nuestros años y eternidades, en la cúspide de la pirámide... transformándolos en piezas ininteligibles, hasta que la efigie oscura del poder, o demoníaca de la guerra, establezca un periodo de indulgencia... o de muerte.

Mr. Nolan, el dos en familia junto a Lisa Joy, nos introdujo en los albores de una era que significaría un salto exponencial en las conexiones temporales y nuestra existencia. En manos de la nueva memoria, el Big Data que todo lo ve... y otro tiempo. Eh, Big Brother!
Tras aquella creación en busca de una odisea monumental, se esconden incógnitas y acertijos, que parecen eternas disertaciones sobre la razones del ser o estar, sobre el sentido de nuestros terrores y la pesadilla de los pecados terrenales. Donde los seres humanos no son redimidos, sino reciclados también, en su pensamiento como robots almacenados en librerías mastodónticas, o excavaciones antediluvianas sobre el pensamiento que sobrevino a aquella chispa inicial y la evolución vital. Suplementos de demiurgo tecnológico, sin entidad divina ni claridad platoniana, solamente eslabones en carrera imprecisa hacia lo desconocido, fósiles en brazos de la ciencia y los avances tecnológicos. Pero literariamente, con dudosa seriedad narrativa en mismas manos, con menos clarividencia y escaso suspense inteligente.

Platón & A.I.

Entonces, el reglamento de la nueva caverna "nolaniana" dejó de ser uniforme.
Mirando a las mismas sombras sobre la pared, una y otra vez, el pasado se revive aleatoriamente, expiando culpas sobre la experiencia y la referencia de antepasados, precursores de WestWorld. Un mundo de excentricidad obscena e individual, quizás lo más prometedor, extendiéndose a un infinito de posibilidades discontinuas, que convergen en pérdida u otra salida a ciegas. Los panoramas abiertos y aparentemente naturales, un mundo, de alternativas reales y cadáveres, nos conducen a un dios fantasmal, que no posee remordimientos. Tan solo frecuenta otro fragmento de tiempo, intangible, contado por un inteligencia diferente y caprichosa.
Una ilusión que podría tener la intención de ocupar su lugar en el espacio y no... el tiempo. A través de él, y ella, su creación, se conducen los contactos imperfectos del ayer, sus negocios desconocidos y la masacre real, que nos sumergen en realidad paralela, de destrucción demasiado programada. El ´Nosotros` ya no es demasiado convincente, se encamina a una realidad más aburrida o monótona. El odio vence a la atracción y el amor romántico, pero sobre todo, esta caverna se comprime debido a la falta de entendimiento, de inteligencia emocional y la postergación infinita de una futura brecha... la que se defina entre esperanza o violencia.
Desde la oscuridad renovada, el mito de la caverna de Platón, oculta los motivos del corazón y el deseo, reemplazándolos por una estructura incompresible de imágenes tópicas y acciones sangrientas, tantas horas soportamos con dolor y el vacío, que la comprobación directa de dichas reglas establecidas, o comportamientos viciados, se ven sentenciados a una condena de seis episodios encadenados y falsarios. En un infierno de balas modernas, códices de testamentos y ovejas descarriadas.

Se desarrollaron encíclicas sobre el diablo de negro, ante nuestros ojos, de manera brillante, recordando sus pasos funcionales, disyuntivos o dubitativos, en aquel primer vistazo al existencialismo oculto de WestWorld y sojuzgando determinadas respuestas. Ahora, cambiando los subterfugios neuronales y la enseñanza cautiva, por un narración simplista de elementos físicos y alejada de toda moralidad o condicionamiento metafísico. Abrimos los ojos confundidos, ante la variedad de los objetivos o la ceguera argumental, los targets identificados que nos apartan de la cruda y compleja realidad, soldados huecos en busca del primer plano en la pared, como piedras impregnadas de pigmento en rituales de caza. Ahora, cables tendidos en el camino que van produciendo el tropiezo del espectador, devuelto a las sombras de lo intrascendente y sesgando rasgos culturales hasta el 7, el que introduce la ley de Kiksuya dirigido por Uta Briesewitz (Session 9) y la fe de Akecheta, en la interesante piel del actor Zahn McClarnon (Bone Tomahawk, Fargo II), saliendo de su cueva hacia su redención libertaria. El resto es alimentado por condiciones ambientales determinadas o la búsqueda de simple satisfacción personal, debida a nuestros condicionados sentidos, esto es, sangre y casquería fina de nueva generación, solo alterado por interesantes prisiones mentales en el tiempo.

Cuando los denominados anfitriones, toman conciencia de dichos atavismos imperfectos o repeticiones desordenadas de nuestro comportamiento, Platón o el personaje de Jeffrey Wright, Bernard abre los ojos como otros y va aprehendiendo de nuestros errores, pero cayendo en una vorágine que no hace más que repetirse visualmente. Hemos caído, en los temores propios de una especie solitaria, casi recién nacida y proclive a una rápida e imparable evolución...
No sé si el problema estaría en las ideas o las manos que sostienen la lente al futuro, introduciéndonos en una visión cavernosa que nubla nuestra inteligencia, y la artificial de aquellos recreativos androides, por un World HBO descafeinado. Por tanto, en términos humanos, en búsqueda y captura de la nula obsolescencia (como algunos que abren ventanas al exterior y la eternidad virtual), medimos el tiempo como esa capacidad evolutiva o científica, de resistencia contra los terrores innatos, la resistencia al desgaste y la fuerza para salir airosos. Supervivientes de un posible apocalipsis, o el fin de determinados relojes biológicos, socavados según la individualidad neuronal.

Hace, apenas, un puñado de recuerdos, o una vida entera, la realidad se fragmentó en diferentes universos, que parecen desdibujados sobre aquel conjunto de psicoanalisis alternativo. La mente dividida en dos, alteró al realidad, y una espesa lluvia de balas acabó con su vida exitosa, para embelesarnos con los albores de una nueva era que significase un salto evolucionado. O no... A través de la convivencia, la luz de una nueva conciencia o memoria artificial, ante los ojos de un filósofo y la existencia de otro tiempo. La búsqueda ha terminado, con esta aparición de una odisea misteriosa y terrorífica representación hacia la inmortalidad. Si bien, podría haberse cogido otro camino o salida...

El Mito de Dante.

Si bien, su estructura es proclive a lo dantesco, nada más hay que observar a Ed Harris, se ofrecen salidas o alternativas tardías al tedio como la reaparición de Ben Barnes (The Punisher) y su condena buscada, más la trashumancia de especies sin convicción. Salvo la muerte de negro, la revolución femenina, la eterna lucha familiar y la búsqueda vacía de otras respuestas metafísicas. Hilos ue coinciden en formatos preconcebidos, niveles confusos y escenarios demasiado repetidos. Averno, cielo, creación, plagio, dolor, venganza, condenación, salvación... penitencia. Porque, cuando la novedad se abre paso entre las ruinas del pasado, entre los cadáveres sin reciclaje y los tiempos modernos de Chaplin, los esperados universos parecen meras imprimaciones. Cubiertas del vulgar distribución visual o imprecaciones de una historia convaleciente, semejante al descenso pecaminoso o el asomo a expediciones insatisfactorias por territorio hindú, por no hablar de la frialdad de ideas sobre un Japón medieval, de todo a cien. ¡Decepción absoluta! y no microprocesada en exceso.

Vemos que se reproducen objetivos mediocres o meros esbozos de futuro decadente, en cabezas más desperdigadas, que diseñan desafíos artísticos cayendo en cierta rutina y nos va sacando de la narración principal, hasta mutar en verdaderos kamikazes de la trama. Hasta que el número seis, o el comienzo del siete para ser precisos, nos saque del punto de no retorno, para retrotraernos al verdadero camino. Para que los recuerdos, infundan surrealismo más trascendental y mágico, olvidando las culturas que quedaron desdibujadas en un harakiri argumental y mental, y devolviendo los mocasines sobre la tierra ancestral de nuestros antepasados.
No recuerdo la voluntad de determinados personajes, la perspectiva de creadores encadenados a su urna de cristal, dibujos de cubos o círculos que enseñan el significado de otros tiempos, robots que cambian de identidades, fugas esotéricas cuando las emociones muestran un pequeño hilo de indecisión, relaciones del pasado que crean atracciones o conflictos familiares, indelebles hoy. Los saltos entre bien y mal, son paseos alternativos con la mitología clásica, a bordo de recipientes, memorias y contenidos en cuevas, de tribus perdidas que conocieron la verdad, u otra alternativa, entregándose a un destino incierto, muriendo por el camino y naciendo de nuevo, para odiarse o amarse eternamente....

Todo eso se observa, pero no se siente. Conforma su existencia dentro de dicho universo, transformando las creaciones o personajes en conciencias equívocas, disfrazadas con otras formas y personalidades. Naúfragos de la primera hecatombe, en busca de la supervivencia básica o convertidos en nuevos profetas. Al mando de ángeles exterminadores, traidores, ejércitos infernales o motorizados, ¿para qué...?
Elevaron divinidades a recientes panteones, construyendo paraísos no pecaminosos, dominando mentes y fuerzas descomunales, burlando a la muerte, exprimiendo el árbol de la vida, comenzando la odisea hacia otro pensamiento más evolucionado... ofreciéndose como nueva y poderosa oferta de futuro e, indivisiblemente, la dominación ejemplar como especie.
Dioses negros y monstruos blancos, en un tablero dantesco. No es lo que prometían en este universo plagado de estrellas vagabundas, abandonadas a una especie de suerte pastoral y decimonónica.
Es decir, necesitaremos volver a abandonar la caverna, fingir que no conocimos su infierno soterrado, para no seguir repitiendo los desgraciados episodios, raquíticos esquemas de virtudes que nos condenan al ostracismo y nos llenan de terribles dudas; mientras los personajes se tirar al monte o valle del más allá. Cubiertos de decepciones narrativas, planos mantenidos en aire y recursos baldíos, sólo reivindicativos ejemplos del chantaje, la rivalidad, el odio, el asesinato, el suicidio colectivo o... el magnicidio, de una especie de dios. Tal vez, otro fantasma arrastrando sus oxidadas cadenas, programadas de manera perpetua.

Aunque su estructura nos recuerde el concepto de Dante, en ella se basa toda una doctrina histórica, desde la realidad dualista de conceptos religiosos de la civilización egipcia, con la representación de Maat y el Duat, ligado a esta imagen de líder/lideresa o salvador de tantas creencias sucesoras, hasta la redención de los pecados y la marcha del individuo a un estado superior del alma. Eso sí, cambiando jeroglíficos o códices, cantos y salmos, por códigos binarios de nueva implantación, con tendencia a la inmisericordia o la divina venganza. Mercedes del castigo eterno, como aquel Zeus y su Prometeo encadenado a un parque de atracciones mitológicas, en su paso cíclico por el purgatorio. Por consiguiente, nos ofrece la entrada femenina al Olimpo de la experiencia y venganza, a un mundo vaginal de propuestas cambiantes, deformadas por el dolor maternal, relacionadas con el engaño y esta pesadilla existencial de la Humanidad. Por ende, el miedo.
Por inmutables caminos al olvido, nos encontramos bajando otro nivel o etapa confusa, con una tara en las demarcaciones subterráneas, emplazamientos sin lustre o rodeos vulgares, permutaciones que no varían en calidad o definición, incluso, en número. Con condenados inmóviles que no funcionan más, guerreros sin sentido práctico, piezas blanquecinas que podrían alterar el equilibrio y se muestran como simples peones. En manos de un mal maestro, algo pedante y caprichoso... por Dante.

Entre Orfeo y Prometeo, un Éxodo.

Pues bien, esta Tierra inhóspita y fértil de antiguas alabanzas, se ha transformado en un erial al borde del caos definitivo. Como predestinaron los hombres mágicos ante las estrellas, los que usaron la violencia para salvarse de la desaparición, los que abandonaron todo propósito, en pos del amor eterno. Todos sin excepción, salvo el voluble capricho del Dr. Robert Ford (Anthony Hopkins, of course) y sus apariciones repentinas, se hallan en una encrucijada ante el destino. Aquí, se dirime una antigua batalla entre la propia naturaleza salvaje y el avance tecnológico de sus predecesores, el nacimiento inteligente del cyborg en mano humana, discerniendo entre las coordenadas ocultas y sus motivaciones evolucionadas, cartas de navegación a Ítaca, los sueños que mueren en deseos, las señales de la gran escapada o éxodo al abismo, los barros del naufragio y los vigilantes, los pasos indecisos de la supervivencia, los condenados y los traidores, la imprevisible revolución y la locura, el faro del fin del mundo... Alcanzar un código viral con pase a la salvación... o esa deseada inmortalidad.

También alterado, por la potencia visual de la barbarie y la rutina conceptual, demasiadas partes de esta actualizada versión del feminismo radical y robótico, unido a la deshumanización del mundo actual, indica ideas aleatorias en un juego peligroso. A lo mejor al contrario, movimientos de otros conceptos psicológicos y metafísicos, que albergan esperanza sobre la especie. Porque, siempre se trata de nosotros en el fondo, del comienzo de una implosión universal o la salida del cascarón que nos protege, el ascenso sobre los túneles de WestWorld y su universo pútrido en el fondo, sin valores ni ética. Alternativas desperdigándose como la conciencia en un tiroteo visceral, ramificando sus historias de muerte, en el efectismo circulatorio y cavernoso, en la basicidad de los elementos alegóricos, desde cuevas musicales al mito de Prometeo, en la búsqueda de una fuente vital o propia creación.
Con lo cual, se consiguieron nuevos monstruos indecisos, en apariencia de modernidad extravagante, saltando de un horror psicológico a otro etimológico, que se desarticula por expresión visual y poco plástica, con rasgos residuales que inducen a cierto fraude conceptual y esa falta exponencial del suspense clásico. Pero principalmente, emocional.
Una contrariedad atemporal, porque si el monstruo de Frankenstein era reconocido por algún elemento expresivo y excepcional, era por dicha emotividad contenida o plasticidad grisácea, y desbordada en la transformación cultural por su condena futura y literaria. O ese misterio desmembrado, en las páginas macilentas y poco amistosas de Ms. Shelley, sobredimensionadas por las imágenes de la película de James Whale y su posterior Bride of Frankenstein... Otro mito inolvidable del cine de terror.

Cada tuerca tirada por ahí, cada miembro de cibernética escenificación en el desierto, rearmado o consagrado al dios de la informática y el diseño, o cada llave alterada en las profundidades de una caverna bajo el salvaje y Lejano Oeste, demuestra que humanos y droides, tendrán que encontrarse tarde o temprano, mirándose a los ojos o los tornillos. Estrechando las neuronas y el aliento.
Como almas perdidas de hueso y óxido, que albergarían esperanza en un reencuentro virtual, consolidado en el virtuosismo existencialista del hombre y la excelencia artificial de la máquina. Cuando existen pequeñas licencias de romanticismo, de Romeo y Julieta de Westland, o fracaso al estilo de Orfeo y su lira. Ser o no ser... amados.
Las notas marchan a la búsqueda de un paraíso sin confrontaciones sangrientas, con el amor improbable entre sus diversificadas inteligencias y tejidos. ¿Serán capaces de reproducirse? Claro, siempre que tengan un cabezal de impresora a su disposición, o los avatares no paren de crecer en otras dimensiones.

Naturales deseos divinos o plastificadas natalidades, en verdad, bajo cartílagos reconstruidos, carne acribillada o aparente tejido orgánico residual, invitan a los seres humanos a la deserción o la búsqueda de un elegido. Familias poderosas que inunden el horizonte de extrañas ofrendas, rasgos farisaicos lejos de los sacrificados recuerdos y la idea de, la no muerte. Las impresoras 3D demarcarán las nuevas fronteras de una sociedad real y alimentarán los sueños, comenzando con esta evolución hacia algún lugar indeterminado que, para los huéspedes significaría el encuentro de la mínima oxidación. Y para los otros, probablemente el éxodo o la venganza sin perdón.
Quizás esos otros, o anfitriones con alma de metal, comenzarán un lento viaje a la Tierra Prometida, sobre aquella masa de agua que los separara del paraíso soñado, de un gran diluvio de proyectiles o perfección de la realidad virtual. O tal vez, dibujado o diseñado en sus conciencias... como en las nuestras. Seguramente un espacio remoto, dicotómico, en la profundidad de una grieta temporal que provoque la ruptura con la realidad, la de ambas partes.
Una huida semejante al traslado bíblico descrito en sagradas escrituras, cerca de mares y tierras muertas, o mentes artificiosas. Mientras el dominador envía a sus ejércitos, con un ángel exterminador que borre toda su esperanza. Incluida la memoria. Que arrase como las olas embestirían aquel faro maldito, a aquellos desgraciados que no llegan a los peldaños de esta salida fronteriza o fase inferior, a la dicha más que terrenal, individualizada. Precisamente, ahí radica el problema de esta segunda entrega del viejo y lacerado... World, ya que la visión depende de cada observador, planteando soluciones a las vías erróneas o muertas, a la violencia caprichosa u otras componendas morales, como recaídas de especímenes que se tocan y crean de nuevo.

De esta narración que acometieron sus creadores, Lisa y Jonathan, con cierta clarividencia temporal y la ayuda comercial de J.J. Abrams, antes de King, se han ido modificando las reglas fundadoras que propusieron en WW1, al igual que Isaac Asimov propuso las bases para una inteligencia alternativa, hacia otra oscuridad. Ahora ya, tan alteradas en la ficción, como un "altered carbon" de las cavernas.
Sin embargo, la evolución se abre camino a pesar de la resistencia natural o cuántica... incluso de las pasiones humanas. Cuando aquel bello y divino ser, Dolores Abernathy se abrió paso a horcajadas, abrió sus ojos recelosos y sacrificados al nuevo mundo, miró el cerebro de su padre, observando que los controladores quedaron obsoletos o desactualizados. Porque su mirada habría descubierto sus defectos o temores más profundos. Y más que aconsejarlos, determina una labor justiciera que podría repetir y eternizar los pasos titubeantes de la odisea humana, en su descenso al averno o frente al futuro, y esa tercera WW vacilante, como errantes de corta edad que no paran de caerse y llorar, hasta que juran no hacerlo. Ellos son los novedosos bebés, sin defecarse encima, sólo se disparan al vacío o ascienden a un mundo virtual, más poderosos e inteligentes, experimentados y afianzados sobre nuestros pecados. Iniciándose en el convulso viaje de sobrevivir, a nuestra costa. La de huéspedes o espectadores... Será, ¿con o sin ayuda de progenitores o protectores?

Por ello, se podría decir que la inteligencia colectiva, estuviera dominada por los condicionamientos básicos o experiencias traumáticas, como la de Orfeo sin poder recuperar a su amada, o una plegaria a la nada. Donde se muestran apariencias, fusiones y contextos diferentes, dentro de un orden poco programado, viciado, circundando dentro de un mundo complejo, saliendo a otras superficies, que reúne las variadas relaciones sociales, familiares, sexuales o éticas. Donde una mente dispar o comportamiento aparentemente ilógico para el resto de elementos, caminantes en el desierto, podría tomar conciencia del problema (arraigado y oculto bajo la cabellera), y acabar resultando un acto revolucionario para allegados o un peligro potencial para otras formas de vida.
El futuro de este éxodo, abre muchas incógnitas de uno u otro lado, es excéntrico. Complejidades de nuevo cuño o identidad, clónico hasta el infinito, lleno de cerraduras verticales (algunos imaginamos por dónde irán los tiros, nunca mejor expresado), asomados al paraíso o una especie de rayo de luz, que iría encendiendo los mecanismos de un cerebro único. Un ente virtual o posible demiurgo de las conciencias extremas, tan absoluto como la muerte, frente a comportamientos no deseables y la propia involución en cuenta regresiva, para ir escribiendo los textos de una realidad durmiente o cuántica.

En la distancia me hallo, enfriado por los reflejos del futuro, en la creencia del edén clásico y sus tesoros incalculables, entre la Cuna mecida por una mano distraída y una Forja que me parece un pozo de infección antropológica, al menos, emocional y atractivamente ética. Son demasiados resortes, prendidos del egoísmo intelectual del belicismo y esa decrépita magnitud que significa el paso del tiempo, descomponiendo la luz en un caleidoscopio de personalidades transmutadas, escapes al otro lado e inteligencias virtuales, sin determinar. Esto es, ¡"el acabose"!, o puede que un nuevo principio...

Las bolas de una Dragona.

La Tierra es, ahora, un lugar insospechado para todos. Un futuro encerrado en una cueva, especialmente si las luces del pasado se transforman en juego de resistencias sombrías y tronos, como en el parque Westworld mutado a la Edad Media. El feudalismo que propague el odio a cualquier rincón del planeta, un inframundo de sufrimiento o maldito quirófano de última generación, con vistas al dolor eterno. Donde los muertos vuelven a la vida, u otra diferente entidad, fantasmal como el amor de Orfeo a Eurídice o Agriope, antes de la mordida de la arcaica serpiente. Esta serie está repleta de parejas mortales, o imperecederas según su estructura, según valoraciones de féminas cambiantes, según ideas trasnochadas; más allá de otras divulgaciones falseadas con mitología clásica o la recreaciones verídicas, escritas o extrapoladas científicamente al futuro. Para ellas suena la música renovada, de acordes antiguos y las rimas desveladas hacia otros tiempos o mundos, intentando vencer a dioses egocéntricos, dragones de músculo coronario y hueso. La diosa, otro tipo de dragona sin carcasa primitiva, esparcirá sus huevos, en busca de un nuevo trono o la destrucción. Alzada desde la truculencia de cuatro jinetes del apocalipsis a lomos de sus caballos: el blanco indefinido y vengativo, silencioso en su trabajo eterno o divino, el rojo de la sangre derramada en todas las guerras, el negro de un hambre (falto de viandas o conocimientos) y el amarillo de la bilis o muerte que nos apremia...

Orfeo cayó en el influjo y los efluvios del amor, se frustró por la divina providencia y lanzóse al abismo, en busca del milagro romántico, de años o segundos de más al lado de su amada. Aquello que sanara su falta, su descendencia y el dolor inmenso, pero, volvió la cabeza en un instante de injustificable atracción y murió. Desapareció como defectos tras el espejo de una mentira tecnológica, dedicándose al arte y la abnegación, al sonido mágico de una trompeta, derribando los muros y bajando al inframundo, dulcificado de eternidad condenada y amatoria, por siempre o nunca. Sin embargo, ella, la Justicia, ha vuelto a terminar su empresa, la venganza. Daenerys de WestWorld, es otra efigie que cubrirá la superficie de la tierra con sus huevos, para crear un averno fatídico, entre la jungla de demonios humanos, de perros o Hades, como todos aquellos depravados o usurpadores. ¿Lo sientes, no?
Para estos dioses de un tercer advenimiento, que amenaza con alzarse en el horizonte de las grandes ciudades, Sodomas y Gomorras cibernéticas, el romanticismo es un valor que no puede ponerse en la balanza, al tratarse de su juego personal que conmueve hasta los cyborgs inmortalizados. William diría: "Estoy empezando a pensar que toda esta empresa fue un error. La gente no está destinada a vivir para siempre". Ella, también, prefiere la guerra.

No puede dejar al libre albedrío, o esas emociones terrenales, el próximo movimiento de su creación desdoblada o su propia supervivencia, si no ha cambiado aún de parecer. Ya que no se rige por los mismos valores que el hombre, ni sus propios deseos. Entonces, los febriles se irán desangrando debido al narcisismo, la envidia y el odio, inmutables caballos de batalla de un juego de tronos, compuesto de acero como su cerebro, eterno como la avaricia virtual y su tendencia mitológica a la conversión prometeica o encadenamiento progresivo del dolor y odio.
La libertad busca heroínas, renacidas, sin mácula, que no se resignen con su papel de virtuosa pistolera... sino dedos ágiles con la pulsación digital en la mente virginal y la prevalencia física... la química ya llegará. Pero cuidado, en cualquier rincón del novedoso mundo o una bola cualquiera, con rejuvenecida ánima, se puede identificar con otras figuras como un temible ángel caído.
Desde luego, existe un demiurgo en el negro, horizonte de sucesos, que tiene un plan, frente a ella. Quizás, el establecimiento de una batalla animada desde el exterior, para derribar a esta dragona con sus huevos puestos en la mochila luminosa del futuro. Esa muerte se encamina en tercera vía, no justificada por la conquista del trono, bajo un armazón de cemento y cables, sino por un armado odio recubierto de sangre extraña. Si bien Perséfone, embelesada con el colorido onírico, fue una verdad absoluta, el amor, o no. Evitara los raptos del corazón y pulsará nuestro interés cabalgante, en descenso o la desinhibición narrativa de algunos... ¡qué levanten órganos y bolis!
Aquellos juegos sexuales no significan ya nada... ni siquiera un compromiso temporal.

La diversión recreativa de HBO, se ha borrado de nuestra memoria como rasgo diferencial del primer creador, Mr. Chrichton y su ciencia imaginativa, donde algunos personajes actuales han dejado de interesar a los dioses del público. Por falta de una ejemplaridad narrativa y línea común, un exceso del primer plano, baldío bagaje en esta segunda temporada. Los viajes irrelevantes al Taj residual, las persecuciones entre caballería y motores, o el Shogun World, desmembrado como una visita fastidiosa e inesperada; la mayoría de vías secundarias amparadas en embrollos derivados con sangre extendida por el honor y sus conexiones, desconectadas, a través de seis días y seis noches. Capítulos, más dedicados a esparcir la sangría en pantalla, que a mostrar una lógica evolución de los dramáticos acontecimientos y sus reflexiones casi antropológicas, que se diluyó tras aquel tiroteo y comenzase su elemental revolución conceptual.
El escritor creó las condiciones necesarias, ocultadas bajo apariencia de un espectáculo circense o atracción con Almas de Metal, Mundo Futuro concebido livianamente como artilugio sin sentimientos, que encarnara el fabuloso Yul Brynner en la adaptación a la gran pantalla. Sin embargo, la sagrada o maldita evolución, ha modificado sustancialmente la concepción de aquella simple, fantástica y lúdica idea, para guiarla por la cúspide empinada de la ciencia robótica. Y unas Evan Rachel Wood y Tessa Thompson, desencadenadas, como reinas.

El futuro ya vendrá, cargado con niveles superficiales y esperemos menos primeros planos mantenidos, sin alma, conformado por diversas etapas hacia el engendro metálico, sucesor del aquel espécimen concebido por la esencial precursora, Mary Shelley, el monstruo y su mito del moderno Prometeo, del cual celebramos en la actualidad, su segundo centenario de vida, tras trastornos varios de la personalidad y fraude amistoso, ética científica, humanismo, miedo y un puñado de rayos. Que algunos denominarían, magia.
Ella es el desliz, entre ambas especies. De puritana a sátrapa, de plana a belleza con aristas, ciertamente enfermizas. En un mundo paralelo, desconectado, anónimo y atractivo, que irá acercándolas en el tablero. Más de lo deseable a estas alturas, o mejor dicho... bajezas míticas. Otras quedan relegadas a un mera intuición... más o menos sádica. ¿Verdad, cariño?

Almas de Aleación Endurecida.

Somos como piedras rodantes...
La inteligencia conocida, siempre buscó la protección de su dura estirpe, la supervivencia del ser humano, aunque para ello tuviera que andar miles de millas, finiquitar miles de individuos o esparcir semillas, germinar millones de vidas, en su rodar imparable. Sus progenitores tendrían que endurecerse, recubrirse por una especie de capa que lo hiciera intocable, invisible, como si viviera en una realidad paralela al desastre o la involución, que llama a la puerta en cualquier momento inoportuno de la historia.
Para aumentar las posibilidades de éxito, se desarrollaron en sociedades avanzadas, manteniendo un colectivo que se ayudara entre sí y sintiera eficaz ante las diferentes amenazas (excepto eventualidades potenciales, catastróficas o apocalípticas), recubriendo las necesidades y emociones personales, con materiales más resistentes y duraderos. Escribió sus ideas emprendedoras y formuló teorías, para que las nuevas generaciones conocieran los problemas y sus infinitas resoluciones, para que los jóvenes aprendieran de los errores del pasado. Si es que este existe todavía, y no vivimos en una especie de sueño reincidente.
Introduciendo una serie de nuevas materias, como la informática, que multiplicara infinitesimalmente el rendimiento gris de sus cerebros, programando unas órdenes que les mantuvieran a salvo de ciertas negligencias, destrucciones masivas de datos, involuciones binarias o ese posible apocalipsis... Y, así volvería a comenzar todo.

Un proceso que salta generaciones, cuando reconocemos a los huéspedes de aquel mundo artificial, lleno de realidades y dudas, con su creador en la sombra, de un ala de sombrero vaquero. Tirados sobres reales charcos de sangre, vislumbrando la pequeña hecatombe en su delimitado universo, que ya mandara una vez al diablo, conducidos por una centrada inteligencia, etérea. Y la inmutable cabeza de ella, no sabemos si maleadas fuera o mezcladas dentro, en todo caso, más evolucionada de lo imaginado. Mientras, las almas endurecidas de Westworld 2, son cantos que emprenden nuevos, caminos que se erosionan por estériles pensamientos, que se hunden en arena o agua, producen mareas que bifurcan la realidad en cuestionables maniobras o marchas interminables, a un probable naufragio. Desdibujando aquello que nos hicieron sentir o soñar, abriendo su inteligencia potencial a un determinado sentimiento... el de singularidad, reconocimiento y pertenencia.
Pero, a veces a simple vista, el tiempo parece estancado, aunque los términos filosóficos y las resonancias humanas, hayan permutado en los últimos movimientos de cara al exterior (que sería aún interior), creando un mundo subterráneo que implosiona, cuando las esencias se funden, los fluidos borbotean y los compuestos se malean, más de lo necesario o experimentado.

Los segundos permanecen criogenizados, esperando que dicho averno expanda sus posibilidades y calienten sus proximidades, para otorgarles el milagro de seguir avanzando, hasta la siguiente puerta, bucle, prisión... o el infinito.
La diferencia de almas, ya no distingue entre aleaciones ni ideas ejemplares, porque todas se han recubierto de un caparazón, en el que los primeros planos no son eficaces ya, ni los deseos son los que imaginamos al principio. Donde las nuevas emociones no terminan de describir lo que ocurre en distintos niveles, los artificiales que parecen exteriores y los verdaderos que se asemejan a infiernos derretidos o inundados; ni a los personajes, siempre perseguidos por las balas y por una espesa capa de pasado, que no deja ver las condiciones actuales, cualquier resquicio de los sentimientos conquistados ni de los territorios por descubrir. Es decir, este enrevesado presente, nos lleva a un probable futuro, donde los personajes ya no sean tan interesantes, ni sus relaciones con distintas especies, tan universalmente convenientes; sino un borroso conglomerado de escenas a cámara lenta, estiradas peleas en el tiempo, bifurcadas alteraciones de personalidad, poses poco convincentes y una maquinaria narrativa que termina haciendo aguas.

Los depósitos del pasado, van produciendo una degradación uniforme, durante al menos seis o siete capítulos, hasta que terminan olvidados sin esperanza ya. Con muchos datos que impiden la mínima organización de órdenes, secuencias y efectos, dibujando una panorama confuso, huellas que no llevan a ninguna parte, que no sirven para explicar el nuevo futuro, donde los pasos de algunos individuos, huéspedes apilados en columnas de memoria o almas diseñadas por ellos, acaban introduciendo inseguridad y la visión deformada de los acontecimientos. Los pasados y los futuros, tan alambicados como las máquinas impresoras de 3D, sin un patrón a cumplimentar u orden a ejecutar.
Esta es la vida, que siempre puede parecer una increíble película, si bien, no siempre nuestros sueños, lo son. Aunque formen una parte incuestionable en materia orgánica o metabólica, pero empíricamente deformada de ella.
Poco resta de aquella estructura arcaica, basada en la mitología. Lo verdaderamente atractivo que confeccionó un WestWorld sin fisuras y que corría paralelo a otra organización onírica, la establecida por el creador Dante Alghieri, en su obra la Divina Comedia. Sí, continúan sus distintos niveles de percepción, resumidos en sentido contrario, o estructuras con un paraíso conformado por entidades poderosas e intratables que mandaban al infierno o condenación de la memoria, a fracasados títeres. Las marionetas diseñadas con tecnología de última generación, en el siguiente paso violento de su viaje a la condena eterna, que se encontraban con estas entidades volátiles, que coordinaban sus movimientos (o los recuerdos), tapando la verdadera intención. Tratándoles "adecuadamente", kilo a kilo de sustancias que se vuelven endógenas, hasta el siguiente tiro o cuchillada, en la labor de finiquitar aquello que fueron, que crearon racionalmente en la superficie, modificando su aspecto visual o neutralizando su identidad. Hasta que en el último eslabón, terminaban fritos neuronalmente en un gélido confín de inerte resistencia o muerte desconectada.

Sin embargo, la continuación ha desmitificado su poderío esotérico y trascendencia filosófica, dividiendo las hordas en pequeños grupos residuales de supervivientes a la carrera indecisa y carceleros tecnológicos, conformando un batiburrillo de identidades confusas y caminos eclépticos del western, que en la mayoría de casos son evidentes vías muertas o pueblos a la deriva. Aquellos condenados se convierten en ejecutores, huéspedes a la búsqueda del Viejo Mundo, dando traspiés aburridos y descafeinados, como aquellos brebajes aguados y mañaneros en una película de John Ford junto al admirado Walter Brennan. Trasmutando las pieles de la memoria, conversaciones neuronales y cerebros artificiosos, que sólo se harán visibles en la odisea colectiva del pensamiento humano, a través de nuevos desquiciados en la batalla virtual, o guerreros de antaño que aparecen desde la copia número 150 de Delos, al infinito octavo de una Nación Fantasma.
Por consiguiente, demasiados escalones descendidos hacia un infierno subterráneo de la ciencia ficción y su inacabada odisea frente a la Humanidad, que producen una mareo considerable de mitos, hasta que se aclaran ciertas circunstancias o se reciclan una vez más en el camino. En cambio, si crees que las llamas ya no te alcanzarán, estás muy extraviado o errado, porque tu mente comenzará a echar humo con continuos cambios de escenario, pero deslavazados o demasiado plastificados, en una sucesión de retrocesos temporales y movimientos caprichosos de cara a un frío exterior, sólo calentado por la memoria. O la nada... ya lo comprobarás, si no te has desconectado de una renombrada y próxima, tercera vía.

En una tierra sin principios morales, ni futuro, apartados de una ley real y enterrados bajo la alterada rutina, los anfitriones parecerían vivir en un infierno sugestivo, donde la sangre corre por áridos territorios de un juego de western y música contemporánea en versión gramola. Recorriendo sus poblaciones típicas y escenarios desérticos, con recorridos sin motivación, saltando de una India estereotipada a un Japón feudal que no emociona, ni enamora, condicionado por una horrible sensación de pérdida narrativa. Algunos comentan un paralelismo con la ejecución de Hollywood a sus guiones, sin embargo, aunque fuera verdad, no se evidencia oportunamente o manifiesta lo necesario como un aparte en la historia. Salvo por la existencia de un escritor frustrado y quemador de vías futuristas.
El control del mundo es una referencia histórica de la literatura de Ciencia Ficción y el Cine, que indaga en la intangible metafísica de la naturaleza y el conocimiento, buscando aquellas sistemáticas respuestas de nuestro destino, sin adelantar los tiempos. De una evolución que continúa como un éxodo infinito, de la creación de un nuevo orden o el final de todo, así la intangible metafísica estalló cosmológicamente, en cientos de fragmentos dispersados por el viento, esparciendo los roles y creando un Olimpo subterráneo, de colosos blanquecinos sin gracia y asesinos sangrientos. Desangrados en distintos niveles o etapas de odisea, sometidos a una experiencia tan desdibujada como efectista. Y repleta de silogismos tecnológicos soporíferos, en diálogos desafectos con primeros planos gélidos, ni coordinación en el montaje de muchas escenas o etapas temporales. Probablemente las más atractivas, aunque colocadas en el producto final como pegotes de impresión desnaturalizada.
De hecho, pienso, esto sólo lo podría solucionar, las bolas de un auténtica dragona. Paciencia y mucha imaginación... de sus guionistas.

El peso de lo trascendente, la existencia que enmarca el paso del tiempo, termina distrayéndose con una consecución de primerizos deshechos y salpicaduras excesivas de falsa hemoglobina, arrancamientos de cabellera digital, que hace que olvidemos lo que trajo a nuestros personajes preferidos de la temporada anterior. Extraviados hasta aquí, hasta el 7 y algunas ocurrencias dignas. Tanto descontrol en el montaje, que aplasta cualquier memoria subjetiva en atracción diabólica hacia la libertad, para un conflicto alambicado que emprenda el juego del entretenimiento futuro, otra vez. Sin importar la inconsistencia de un tramo con exceso de vericuetos, efectos secundarios o perdidos, invadido por la violencia gratuita y la caída de los viejos mitos del Oeste, demasiado replicados. U otros más eclécticos, descafeinados y sin ningún porvenir, que diría David Lynch.
Demostrando que el brillo del pasado puede volver a repetirse, como el de los legendarios pistoleros. De momento, en viaje a ninguna parte, pues el espectador ha perdido el hilo del laberinto científico, en caos y mal funcionamiento. ¡Recuerdos! Fumando espero, diciendo que este WW2 ha iniciado un futuro incierto... a la eternidad.

El Juego de Vitruvio y la puerta.

Desde aquel momento mitológico, mágico, con el ser humano mutado en divinidad, un personaje sería capaz a alumbrar la vida en un cuerpo o materia inerte, como el grafito de la inteligencia artificial comenzó a entreabrir una puerta inabarcable, hasta ahora. La entrada que otorga otro sentido al tiempo y el espacio, volviendo a condicionar las leyes de la física universal, o esas reglas internas del Juego, que reemprendemos en una odisea o viaje, ahora como la primera vez.
Repitiendo los sonidos fonéticos, los espacios y rostros, deformando sus recuerdos y, por ende, retratando la inmutable realidad. Al menos, la que deberíamos sentir o, tal vez soñar... no la que percibimos en su configuración más superficial y programada.
Y entonces, nació ella (luego muchos otros), transformada en monstruo de corazón dividido.

No frío sino a nuestra imagen y semejanza, con altibajos que inducen al aprendizaje, inducida como el interior de la computadora Hal-9000 y su ojo inmisericorde. Descubriendo las ocultaciones de aquellos pequeños individuos tan débiles, física y emocionalmente, con sus pensamientos de superviviente acérrimo, o ´jefes` por encima de cualquier otra existencia predominante... por muy artificial, omnipresente o metálica que fuera.
La que, después del 2001 y la inteligencia de Stanley Kubrick, sufriría mil mutaciones a través del sufrido camino, hasta unificarse en aquella obra maestra de la ciencia ficción que significó Blade Runner y sus inoxidables protagonistas, que visitaran en sus horas extendidas, tantas maravillas increíbles del universo. En consecuencia, podríamos decir que la puerta es ella, la pequeña y revolucionaria ciencia... y su corazón que regresó a la vida, a la travesía. A la búsqueda del fin indemostrable, de la sucesión de la levedad del ser... la inmortalidad.
Y el hombre de Vitruvio se convirtió en mujer, no mejor dicho, de su matriz nació ella.

Esto naturalmente sería lo lógico en el mundo conocido, pero en Westworld, evidencias como el tiempo, la percepción y esa lógica, se sumergen en una confusa amalgama de palabras pronunciadas, desfases y engaños, de espejismos en el árido horizonte, de errores en la programación, hacia la búsqueda de lo imposible o de consecuencias indescifrables. Por este motivo, la mente de Vitruvio y su organismo en perfecta armonía circular, recrearon su forma, lo imposible en primera instancia, dibujaron sus músculos, mezclando las palabras o el conocimiento ancestral, con la capacidad informática y tecnológica de hoy. Para crear un programa que reprodujera, de alguna manera, ciertas características del ser humano, con su intelecto felino, un mecanismo para la diversión y la observación. Para transferir los datos a un cuerpo o materia inoxidable, para mutar el dolor sobre la piel de ella, para tocar melodías y dramas.
La belleza más apegada a la falsa tierra, que huye del romanticismo como necesidad argumental, nos aleja del artificio del ejemplo humano y el laberinto de caminos narrativos, sin fin. Tanto que el Hombre de Negro, el Reto, vaga en el averno de un conflicto familiar y la oscura inteligencia exhibida por la anterior temporada, observando que transforma a los padres sin pasado, en fantasmas sin leyenda. A las madres en pesadillas, y las amantes en armas de destrucción masiva.

Los nuevos peones muestran lo más atractivo de esta partida, llena de cadáveres e hilos falsos que no seguiría ni.... dentro del laberinto del Minotauro. Tampoco un mínimo indicio en la búsqueda del misterio, con las señales del dibujo de la mujer de Vitrubio, o el yo... poco terror clásico. Los niveles más ocultos de su mente artificial, son aquellos relacionados con fenómenos inexplicables a través de métodos científicos y la experiencia, memorias intercambiables, como el instante ígneo en que todo comienza desde la nada y su inevitable final. Simplemente con un chasquido de dedos o teclas.
El inicio de la vida como salvación, o un averno eterno que nos fuera devorando la carne, bajo un dolor infinito, hasta quedar abandonados, resignados al olvido de todo aquello que una vez fueron o desearon. Espejismos de humanos.

WW1 empezó esta difícil andadura, como una experiencia sensorial y sentimental, que demostrase con la imaginación, las probabilidades de una evolución fuera de nuestros términos humanos, esperando que todo este tiempo transcurrido, tuviera un sentido, rellenará horas con dolor y placer. Que nuestro tiempo no se perdiera como lágrimas en la arena desértica, que el conocimiento nos abriera la mente y ese ojo al futuro. Otra puerta maestra, como Shelley y su Frankenstein, a la paz, la amistad y el amor.
Separando razón vs. mito, luz y oscuridad. Su estructura no recuerda a una pesadilla existencialista, donde los pecados no son redimidos ni perdonados, pues se suplantan de forma imperecedera, para capricho de un dios menor. Tan solo un fragmento idealizado de esa paz deseable, del nosotros, del amor entre él y ella, confrontados en el tiempo.
Probablemente, ganadora ella... él de negro. La "monstrua" y el Dr. Ford.

¿Venganza o muerte? Amor en busca de un lugar en el espacio físico, finalmente. Para que no se perdiera como ovejas descarriadas soñando con droides sangrantes. En definitiva, que el corazón tuviera cierto dominio sobre la mente. ¿Imposible? Leeremos... A través de un cuento bíblico, o este mito moderno, como dice algún elemento del ajedrez tecnológico expresado en WW2: "Existirás, mientras alguien te recuerde".

Codex de RadioHead.






Dr. Ford, b.s.o de Ramin Djawadi.

Cinemomio: Thank you

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