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domingo, 24 de junio de 2018

Luke Cage.


El Color del Dinero.


En aquel año en que el polémico presidente Richard Nixon, aprueba el desarrollo del programa sobre un nuevo transbordador espacial, se producen varios hechos remarcables alrededor de la historia de los afroamericanos en los EEUU. Como que, la activista por los derechos civiles Angela Davis es liberada de la cárcel, un número de manifestantes del grupo Black Panther son detenidos en un espectáculo al aire libre, por perturbar la paz y consumir marihuana; y también, que se nombra a la primera congresista afroamericana en el gobierno o el baloncestista Bob Douglas fuera elegido para entrar como primer afroamericano en el Salón de la Fama del Basket... Además, en el mundo del escándalo político y finaciero, estalla aquel caso Watergate que después sería tratado por la notable película Todos los Hombres del Presidente y según la consiguiente mafia cinematográfica, se estrena en USA, la celebérrima película The Godfather.

Una época convulsa, donde se empiezan a retirar las tropas norteamericanas sobre territorio vietnamita, aunque aún queda un tiempo para una posible resolución del conflicto. Por entonces, corría ese año 1972, cuando siguiendo las indicaciones abiertas por un personaje conocido como Shaft (construido por el novelista inglés Ernest Tidyman), se iniciarían las andaduras negras por el género denominado "blaxploitation". Aquí es, donde la editorial del cómic Marvel, ve la oportunidad de extender las raíces afroamericanas en las obras gráficas, a través del trabajo de sus recordados autores, protagonistas de aquel retrato histórico del arte juvenil. Así, desarrollarían un nuevo héroe, totalmente diferente que se ajustaría a esos tiempos de consignas contestarias o trajes elásticos, carreras xenófobas, carga social y rebeldía. Reclamaciones de la comunidad negra sobre el barrio neoyorquino de Harlem pasadas a papel y dibujos, que combatían las "equivocaciones" carcelarias y otros episodios de mal recuerdo, dirigidas a una guerra que dura hasta ahora. Con un pantalón ajustado, camisa abierta de colores llamativos y corona metalizada en la frente, las historias sangrantes nunca vistas hasta entonces comenzaron a llegar ante nuestros ojos, adaptados a los típicos superhéroes... Algunos le reconocerán como Powerman en el pasado, pero realmente se hace llamar Carl Lucas. Bienvenidos al mundo violento de Luke Cage.

Por supuesto, la serie Luke Cage creada por Cheo Hodari Coker próximo guionista de Creed II, de un filme sobre el marvelita Nightwatch y otra para los dibujos del equipo M.A.S.K. Significa otra nueva producción de Netflix, que mantiene la esencia de aquella época y los rincones pintorescos de un barrio representado por sus habitantes cosmopolitas y de su pragmática barbería de otra década. Sólo que bien adaptada a los tiempos modernos que padecemos hoy en día.
Por ejemplo, destacan los reveses de la corrupción política, que se manifestaban en un escenario con ese Watergate en pleno apogeo del espionaje y la investigación periodística, convertidos de corrupción urbanística y las transacciones de sustancias ilegales.

Además, continua la tradición de aquellos superhéroes forzosos, surgidos del universo marvelita con toda clase de mutaciones generadas por exposición a radiaciones gamma, mordeduras de animales radiactivos o accidentes derivados de cualquier tipo de investigación o tratamiento. Hechos que generan cambios poderosos a nivel subatómico y, tal vez, mental o psicológico.
Quizás su poder, sea una respuesta imaginativa a todo tipo de intimidatorios viajes, para aquella era de arriesgadas aventuras espaciales y sueños con visitas inesperadas, o coloristas plasmaciones cosmológicas que ese mismo año, en que la fuerza nuclear del Sol se haría evidente sobre el planeta azul con una gigantesca llamarada que freiría el cableado de las comunicaciones en los USA de principios de los setenta. Más exposiciones a pruebas genéticas que pronostican efectos sobre jóvenes góticas, la dureza mística de un puño de hierro o invidentes con poderes extranaturales, que incluyen nuevos concursos nucleares del intelecto, cuando los científicos Herbert Boyer y Stanley N. Cohen, dedicaron sus investigaciones a crear el concepto de un ADN recombinante. Acaso defensor... ¿No ves la conexión?

Por cierto, también dentro de cierto ambiente de reivindicación feminista, se hallan algunas respuestas el año en que nació o imprimió Luke Cage. Pues, dentro del hermético panorama del FBI, se abrían las puertas para contratar a sus primeras agentes femeninas o cómo, las deportistas pudieron por primera vez, salir a correr libremente en la maratón de Boston.
Si no tienes suficiente, con estos cuentos de amos y criadas (aquí hay ama y subordinados machos), de igual forma para una cadena de televisión de pago, similar fonéticamente al Tbo, se transmuta en HBO y comienza la andadura de su larga emisión... esperando otros detectives de la verdad.

Un Boxeador de dura piel.

Cae la lluvia sobre Manhattan y las luces de la gran ciudad ensombrecen los rincones más insospechados o ténebres, donde las ratas comienzan a desperezarse en busca de alimento o muerte. Mientras en un desfiladero de metal y cemento, un coche avanza por ese paisaje colgante durante una longitud de 1825 metros, cruzando el Puente de Brooklyn en dirección contraria al midtown. Es una estructura de acero, como los puños de un gigante oscuro... al menos, así lo recuerdo yo. Una montaña de músculo caoba y sangre espesa, algo desgarrado, elástico y ágil, como un pantera negra en tensión, arrastrada y herida por los gruesos eslabones de una rotunda cadena. En su caso, el del antihéroe afroamericano, apalancada a su cintura. Aunque, apenas le pese, sobre sus 121 kilos de pura fibra irrompible y escasa dote para la lírica.

Recorriendo el sentido inverso a la refriega callejera, la cámara recoge los últimos compases del atípico sonido de un héroe a la fuerza, hermano le llaman, a través del compás de un piano mayestático, que reproduce el drama social a sus espaldas, la vanagloria del poderoso y el abandono de una zona de combate o aquel ring pugilístico. No el que le transformaría en un convicto, perseguido por la justicia y la ciencia, sino el de los vítores de los conciudadanos o fanáticos del ring.
Dos pares de puños de hierro templado, forjado en las catatumbas familiares y carcelarias, se cruzan en un debate no cerrado, dejando una mácula imborrable en el torrente sanguíneo que acaba por esbozar un retrato adaptado a los nuevos tiempos. Cuando los simples mortales, tratan de amortiguar los rebotes de fragmentos o vidrios en la batalla, y otros detritus humanos saltando por las calles que les vieron nacer y convertirse en lo que son... Antagónicos.

Ciudadanos con los mismos deberes y derechos, descendientes de cadenas e injurias montadas en un bus racista, salvo que accidentalmente, se convirtieron en depredador de pupilas inyectadas y el otro, en un ´monstruo` perseguido por miradas vengativas y las instituciones, que se aprovechan de la recaudación de impuestos, las luchas clandestinas a muerte y la inversiones inflacionistas. Son las mafias de uno u otro lado, el reverso del dinero marcado, que le condena a vagar ocultando la identidad, por ahora. Hasta que alquile su brazo poderoso, contra el hombre que se sentó en el banquillo de su rincón. Un desconocido esperando un amor que estallaría en mil pedazos. ¿Eh, Carl Lucas? ¿No lo sientes en tu piel, bro? Ella te llama, en sueños.

Pero, para esos recuerdos alojados en tu mente, hay que remontarse a aquel 1972. Para descifrar los cambios de época y observar la moda que se llevaba entonces, con sus pantalones ceñidos, camisas con chorreras y acampanados bajos, listos para coronarse con un cinturón de aleación, semejante a su piel oscura. También aquellos cardados que parecían electrificaciones descontroladas sobre los hombros, de locales hundidos bajo la acera o el sufrido asfalto, y tiros descerrajados. Urdimbre de cortes a navaja a la altura del gaznate, novias presentes y familias futuras, cobijo de acorralados, huidizos profesionales de la defensa y emprendedores de nuevo cuño. Probable escenario de otras experiencias traumáticas, que volverán a contratar ´puños de acero` por partida doble, cuatreros desmitificados, altares de Cage vs. JJ, frutos del alcohol y las drogas, cobijo secreto para tareas solidarias o luchas contra el poderoso. Sea cual sea su estirpe, color, tebeo o voto.
Se podrían considerar, pieles mutantes que saltaron del un ring de la prisión racial y las provocaciones racistas, hasta nuestro presente.

Futuro al servicio de reclamaciones actualizadas y nuevas plagas, boca-chanclas de verano en la costa este, víctimas sin derechos, voz o capacidad económica. Enfrentamientos desiguales, entre combatientes del mal sustanciado en la corrupción inmobiliaria o el crimen, engendrado en garitos intocables (que suenan a poder y a gloria musical), extrañas parejas que apenas se rozan, incompletas, aderezadas con el odio. Para el saqueo de bolsillos, en conexiones distorsionadas con la política y los medios manipulados, estableciendo nuevos imperios económicos, en forma de corruptibles vías institucionales. Es decir, lo de siempre, tugurios que generan beneficios a costa de esos pobres marginales de la calle, los tiroteados olvidados y los sin nombre. Como tú, el nuevo y perfeccionado, Luke Cage.

El Gesto de Furia.

Recuerdo, cuando todos los superhéroes (o de categoría mediática), portaban sus máscaras cobijando sus verdaderas identidades y el riesgo de atentados contra sus familias o amigos, la aparición de algunos que se vanagloriaban de sus rasgos, se defendían de oprobios públicos y amenazas... que nunca, ocultaban su dolor y su descontrolada furia.
Así, ocurría entonces, que la piel era perturbada por las heridas profundas, aunque tuviera la resistencia de un absorbente tejido antibalas. Que los amigos podían caer, reventados por la maldad o la locura criminal, y las novias o amantes sin rehuir a escenas de cama, que se podían ver involucradas en algunos destinos fraudulentos, altercados visionarios, guerras entre poderes sobrehumanos, investigaciones condicionadas por el odio y otras muertes traumáticas. Imposibles de olvidar o desprenderse de ellas, a pesar de la dureza de la piel.

Por supuesto, todo tiene su recorrido lógico, mirando el pasado y los cómics que caían cambiados en nuestras manos. Más o menos acondicionados, mezclados en números y tramas, como los referentes televisivos de la actualidad, barajados eternamente con otro brillo o persecución, pasión de adolescentes y memoria reciclada de crecidos, física y mentalmente. O no... Es otra visión contemporánea, diferente, adaptada a las novedosas expresiones narrativas o gráficas, que irán regenerando las poderosas células en la dermis de Marvel, en la metafísica de sus universos paralelos, ayer y hoy. No cabe duda, es el ejemplo de algunas series y sus retrospectivos cambalaches temporales sobre las viñetas y expresiones entre dientes apretados, a pesar de ciertos condicionantes de la producción televisiva. Esto es, con determinadas limitaciones presupuestarias y esa lucha interna por mantenerse dentro de una calificación adecuada.
Pero, este no es el caso... ni de la rotundidad de Misty Knight, ni por la temática adulta, del mundo subterráneo de Power Man y sus viciados alrededores.

Lo observamos en las corruptelas que desperezan sus puños ferruginosos, las desviaciones ideológicas que se esconden tras aquella mirada encolerizada, sobre los tocamientos en la oscuridad y demás perversiones ocultas, del mundo siniestro de mercenarios y acólitos sangrientos, entresacados de frases y expresiones directas a la provocación, que deshacen la dulzura como algodón en sus bocas. De imperios furiosos en continuo cambio, prevaricaciones, presiones psicológicas y ajustes de cuentas, que recrean catedrales sonoras a base de tiros, voladuras corporales y asesinatos insospechados; mientras el héroe rotundo se retira de la escena, silencioso, con las notas de un inspirado piano.
Siguiendo los pasos del creador musical para series de los setenta, Alan Tew y su socio Cat Stevens, de aquellas bandas sonoras identitarias del género desarrollado por profesionales como Curtis Mayfield, Isaac Hayes, Roy Ayers, Bobby Womack y James Brown, nos proveemos de notas de color como sonidos de un nuevo Bang Bang Bar.

Pero, ahora revisitado por dos compositores como Adrian Younge y Ali Shaheed Muhammad, fans de aquel Blaxploitation sonoro con raíces bajo el soul y el funky, flotando en el fragor del jazz y las mezclas con hip-hop moderno, rompedor de la música de Marvin Gaye y Stevie Wonder, y por consiguiente, trasladando su oído a la ambientación de esta serie de ABC y Marvel Televisión para Netflix, o poniéndose al servicio de la voz de Method-Man, entre otros artistas o músicos de la escena negra actual.
De acuerdo que estamos en pleno siglo XXI, y aquel movimiento social o cultural ha dejado una huella necesaria en la población, que se nombra en la serie como un alegórico Reborn. El término 'blaxploitation' se identifica también con el género musical que constituían las bandas sonoras de dichas películas en la época y se extendió a la imagen indivisiblemente. Algunos de los principales artífices del género fueron Ossie Davis, Pam Grier y Richard Roundtree, siguiendo los pasos del mítico Sidney Poitier.

El ambiente está bien adaptado a los nuevos tiempos durante la primera temporada de Luke Cage, combinando una etapa de indecisión judicial y convulsión callejera, que salta a esta actualidad en manos de la corrupción generalizada y la multiplicación de eufemismos baratos. Por eso, Luke se mira a su propio ombligo, sin cadenas ni antifaces, transformado accidentalmente en una especie de dios mutante e independiente, protector de los de su especie o condición, marcado por los lazos sanguíneos coagulados por la irracional memoria o el deseo de venganza. En el pasado, el motivo desencadenante fue un amor, como mañana, ahora la envidia y otras fracturas emocionales.
Con los dientes apretados, mirando la pasado, vuelve la agitación en su rostro, que proviene de la acumulación de riqueza ajena y el poder político, como entonces, en un momento en que los hombres y mujeres desaprovechados, hoy, vuelven a reclamar sus derechos civiles, la valía de su esencia y la libertad.

Ahora no existe la amenaza de la guerra abierta, esperemos, ni la generación perdida en aquel conflicto armado en el lejano Vietnam, sino que las fracturas se generan bajo el asfalto de las calles. No se producen errores fatídicos sobre la ribera del Mississippi, en alienados campos de algodón, sino que la semilla puede germinar en cualquier lugar del planeta... La muerte violenta en cualquier oficina o centro penitenciario, peluquería de barrio o antro nocturno. Son los ecos del odio y las balas, rebotando en nuestras propias calles o aceras, avenidas atestadas de transeúntes y tráfico rodado.
Además, esto es el viejo Harlem y ha comenzado la guerra... en serie.


Razas de Noche.

Como el título de aquella novela oscura y película descafeinada de Clive Barker, Night Breed (ahora se ofrece su historia para una nueva adaptación o versión televisiva, veremos), el universo marvelita se cruza con numerosos rostros e identidades, con pálidas nenas de músculo y cerebro extraviado, que van cambiando de escenario y reflejos nocturnos. Donde los superhéroes y villanos, entrecruzan sus vidas, pasiones y miradas, ya sea en el Nueva York cinematográfico de las grandes ocasiones, o en las apartadas regiones de su hermano pequeño y más transgresor, el Harlem racial o el Hell´s Kitchen televisivo. Buscando la carnaza, el aliento o el sexo, que alimente nuestros voraces deseos...

En primer plano, el héroe reencarnado en las penumbras de su pasado en el cómic, interpretado por un Mike Colter bien formado en asuntos turbios, desde el Million Dollar Baby de Clint Eastwood o la alienación divertida de Men In Black 3, hasta la acción de series como Halo, The Following o Agent X. Y continuando los pasos por otras secciones de Marvel como Jessica Jones y The Defenders. Volverá a repetir con este Luke Cage, cabal, pragmático y observador, que nos ofrece en la primera temporada, movimientos más pesados a los que la imaginación desarrolló sobre aquella mole de músculo comiquera, plagada de saltos ágiles y pensamientos reflexivos.
Si bien los estragos y las decisiones fatídicas, recaen en otros actores como Theo Rossi (Sons of Anarchy y próximo Ghosts of War) interpretando a un ´viejo amigo` de Lucas, Erik LaRay Harvey (Proud Mary) como el desequilibrado dúo Diamondback-Stryker o Mahershala Ali (Moonlight, True Detective season 3) como un magnífico Cottonmouth y que participaría en Alita de Robert Rodríguez. Por otro lado, las mujeres son principales protagonistas en esta historia próxima al cine negro clásico con tintes románticos y tecnológicos, como la detective encarnada por una increíble e intrépida Simone Missick, la joven actriz londinense Deborah Ayorinde o la inspectora interpretada por Karen Pittman (Detroit). Además, la bella neoyorquina Rosario Dawson (Sin City, Cautivos) en el mismo papel de Claire para Jessica Jones, Daredevil e Iron Fist. Además de una Alfre Woodard que abarca todas las facetas descentradas del mal, próxima voz en The Lion King de Jon Favreau y que ya participara en algunos capítulos de la mítica Hill Street Blues, del recientemente desaparecido Steven Bochco.

Sin embargo, en la serie creada por Cheo Hodari Coker (Notorius) existen esos otros personajes carismáticos que producen curiosidad en el espectador y desentraman historias paralelas interesantes, como la de un carismático Frankie Faison (Pop) que ya aparecería en El Príncipe de Zamunda o El Silencio de los Corderos, Ron Cephas Jones (Bobby Fish) próximamente The Wizard en Shazam!, Jeremiah Craft (Kid), Jaiden Kaine (Zip) y Michael Kostroff (Molly´s Game, The Deuce) como el Doctor Noah Burstein. En el lado de la ley, el detective típico por Justin Swain o el bipolar Scarfe interpretado por Frank Whaley (quizás no le recuerdes pero estaba en una señalada escena de Pulp Fiction), guiados por una pléyade de directores diferentes para cada episodio. Antes de las esperadas reentradas del socio del alquiler Danny Rand con Finn Jones, o el nuevo malvado llamado Bushmaster interpretado por Mustafa Shakir (Brawl in Cell Block 99) y próxima estrella invitada por James Franco en su nueva película Pretenders.

En la raza de los superhéroes, este Luke Cage luce atípico, circunscrito en su bigote y perilla, potenciado sexualmente, aunque no mantenga sus calzas ajustadas, la camisa amarilla desabrochada y aquella turbadora corona. Como de un príncipe caído en desgracia, asexual, pero con la fuerza de un dios setentero. Ornamenta metálica de un azul forzoso para un baile actualizado, lejos de cualquier sometimiento al orden establecido, haciendo juego con su frente caoba, reluciente defensora de los marginados. Nada de piel de cordero, sino de un luchador nato, acariciado por las ráfagas superficiales. La sangre nueva de la conciencia negra y americana, amigo de la calle... y de sus amigos.
Su linaje nació en unos EEUU al borde de un ataque de nervios, sumergidos en una mar de conflictos xenófobos, reclamaciones judiciales, respuestas ante magnicidios, increíbles maltratos o vejaciones personales, persecuciones mediáticas, represiones o jaurías que, hoy, vuelven a reinterpretar la realidad, libertad y justicia. Pide la desconexión de aquella máquina de picar carne joven, inocentes sin oficio, condenados al ostracismo social o la desaparición total.

La estirpe resistente de Luke Cage, como aquel Kunta Kinte de Raíces de otras épocas, nace de nuevo, algo tardíamente con aquellos acontecimientos pasados y sus efectos en la calle, recordando la tensión acumulada en los edificios con escaleras en la fachada y barrios oscuros, hoy gobernados por otro tipo de descrédito, hipocresía y la corrupción inmobiliaria. Powerman reencarnado para la genealogía heroica, desde el polvo en su natal y sufrida Georgia, reinstalado entre los dos Harlem´s por sus creadores ideológicos Archie Goodwin y el mítico dibujante John Romita Sr.
Frente a la nueva generación, preparada para verle junto a Iron Fist en su oficina de Time Square, el conocido como Dan Defensor y por supuesto, en la cama de Jessica... nuevos enfoques por las esquinas penumbrosas del gran plató o de la actual, Nueva York.


Tráiler Alita: Battle Angel, de Robert Rodríguez.


domingo, 3 de junio de 2018

The Deuce.


The Deuce & The Playmate Club.

Un coche patrulla avanza a velocidad reducida, expectante dentro de su interior... Los&las profesionales otean, cuando las miradas no son compradas por otros. ¡Es una especie de caza! Del gato y el  ratón, gata o ratita...

Estamos en plena madrugada, plenilunio feroz, cuando la esfera plateada se esconde de pronto, bajo una capa de contaminación, o inmundicia según el horizonte. Aquella que desprenden las reglas, las calefacciones de los edificios adyacentes y los tubos, a escape mayoritariamente libre.
Mientras las luces de infinitos movimientos a ras, apartamentos de Manhattan a Queens, relevan la intensidad de los neones por la Gran Manzana.

Entonces en el panorama onírico, un mal sueño para algunas, los gritos telúricos suben de grado, narcotizados o alcohólicos, un llamamiento descarado que desparrama una cascada de emergencias, desparrames varios o desesperación, de forma que las calles se asemejan a una especie de manicomio... cinecomio por las películas, serias o las otras.
Donde los lobos y las caperucitas, desgarran gargantas profundas y otros hímenes reservados, cuando no puestos a la venta del mejor postor, como productos de un gigantesco escaparate.

El centro de N.Y. es un caótico ir y venir, por las avenidas sin nardos, de alusiones y acusaciones, peleas moralistas, insultos o piropos, equívocos, confundidos entre los ruidos habituales y constantes. Unas erráticas carcajadas sobrevuelan a todos, yonkis y proxenetas de lujo dudoso, fundidas con lamentos reales de dolor, gritos de mal gusto que eyaculan al amanecer, en un esquina o la parte trasera de un coche. Aparcado en un vado prohibido, ahogado entre los sonidos clásicos de un claxon, taconeos y sirenas.
Ni Ulises es un dios, ni las mujeres atractivas y subacuáticas, con cola y ganas de pez, llevan a sus hombres a un extremo placer, porque prevalece el engaño, y en muchas ocasiones terminado en óbito. 

Los buscavidas.

Son simplemente eso, buscavidas de la misma o de la ajena. Unas cercanas, sudorosas y epidérmicas, los otros amenazantes, distraídos o asustados, como conejos con piel de lobo.
Pero por descontando, con esa forma atractiva de la comunicación fílmica, sugestión de la imagen y la historia, a modo de documental en la fauna de la ciudad, que pueden transformar a las víctimas en futuros monstruos, escurridizos, caóticos y peligrosos.

Aunque no es necesaria una apariencia física para demostrar, siempre ayuda. A veces parece despampanante como método de atracción, sobre otras posibles bestias que merodean y protegen, a una sociedad cautiva. Hombres, animales y clientes, todos en batiburrillo en torno al clítoris de la manzana y Eva, aún sin Navidad de altos vuelos, ni Califockingfornia.
Esto es una sabana, feria confusa de las vanidades, donde nada es lo que parece o todo se camufla, en una especie de espectáculo gratuito, que expone a los freaks de la noche. O del día, depende del canto amargo de las sirenas...

Estas patrullas callejeras, de las buscadoras de esperma, son como Pepi, Luci y Bon, nombres comunes de las cloacas del montón, que llegaron de diversas procedencias a la gran ciudad, en peregrinaje tal vez sexualizado. Y que no aparecerán en las penúltimas páginas de los periódicos, porque serán un suceso más. Aquí en USA, se van a  desenvolver en los postreros setenta, con otros nombres, comunes o atrayentes como el neón... Lori, Barbara, Darlene... y otras cosas del meter.

Oficio&Beneficio.

En el segundo turno de oficio, prácticamente obligatorio, o de andar por casa según sus diversas necesidades... a veces sucio y nauseabundo como un pañal pringado... en grupos corretean por doquier, sin sexo genérico a especificar, empujando o acariciando según lo estipulado en el contrato, secreto, turbio, quimérico, sólo en algunos casos. Se arremolinan al calor de la night, como diría el recordado Norman Jewison, Bruce Springsteen o Gabinete Caligari, vaya usted a saber.

Di allí salen diurnos o nactámbulos, depende de la religión y las ganas, se apartan de la obscuridad clandestina, desde habitaciones solitarias y quejumbrosas, a locales de emancipación, para alimentarse y confundirse matutínamente con la marabunda humana, moviéndose de la desesperación al éxtasis, y viceversa, como del blanco a la negro. De la corrupción al deseo, del pasado a un futuro por capítulos.

Como aquellas anfitrionas, a tiempo perpetuo, con forma de chica que ofrecían sus servicios, o gemidos de cualquier  clase, a los visitantes de las atracciones. Delimitando y arrojando las ganancias de un estado oscuro y sexual, a una cartera indecente. Será un agujero negro de proporciones bíblicas y sodomitas, con fieras que se aprovechan del trauma y la vulnerabilidad, desde el pasado a.J.C.
Esto es un parque de atracción sexual, The Deuce para los amigos o conocidos, que se precipita a un cambio de paradigma o de siglo, donde los árboles son helechos o abetos de navidad.

Otros tiempos, para la música y el goce.

Los Negocios.

A la vista del gran público en el XX, todas las patologías y los trueques, intercambios para el trato y el retrato de una época, a base de cadenas de oro y cuentas muy negras, de dinero negro digo. Cuando no ajusticiamientos sobre un charco de sangre multicultural.

Tras encuentros diversos, anteriormente en la historia, se ven desnaturalizados como robots del sexo, patrocinados por un eterno retorno, el llamado oficio más viejo del mundo y otros alrededor, no menos apartados y duraderos. El robar y el follar, forman parte del comercio carnal en el Deuce de los 70, con megalómanos disfrazados con piel de cordero, en un caos incesante de penes y vaginas, que nos lleva a la manipulación, patrocinados por la excusa o el silencio.

Como la vida mafiosa, no se rige por leyes, establecimientos económicos u otras mamandurrias, ni por impuestos o situaciones dirigidas a la Seguridad Social y las medidas médicas especiales, sino a solamente gorjeos, escarceos y la omertá. 
Las piezas resilientes en el tablero, se escurren entre tacones, pavonean encajadas en reinas, sin importancia, tan solo intercambio, y vocean en una lucha por manifestarse infinita. Entre manipulación estipulada de antemano, con dueños que aparcan sus lujosos automóviles, sin fiscalizar, o golpean a los incautos, sin miedo. Salvo los italianos clásicos, que van a lo suyo.

Los negocios son los negocios, aquí y en la China, que también tendrá en silencio... Pertenecen al ramo de la cinética, de estado mayor, con todos los ojos y mano, puestos sobre la tela.
Las mujeres y sus diferentes posiciones, solicitan, o no, depende, la pertenencia, a unos protectores, no caballeros en el negocio, que sirven como paladines sin reluciente armadura, salvo en los piños o el cuello. Ahora, todos bufones en el tiempo, pertenecientes a una corte de figurantes de cine, o burgueses salidos de varias capas en el lodo.

Nombres Profundos.

Ay aquel nombre maldito... que empieza por la pe de piel. o calificativo irrespetuoso que descalifica cuando se quiere prohibir o maldecir, sin sexo... en otras ocasiones no, con toda la intención de incidir en la prostitución. Pero en The Deuce, va más allá, porque forma parte de una entidad, la industria relacionada y la aparición de la pornografía, dirigida a grandes masas. Informes, diferentes a esos clientes que no conocemos...

Nombres molestos que se olvidan, tras asesinatos publicados a final de los desfalcos y los agravios de famosos, como esquelas de una jornada o realidad diaria, hoy serían palabras sin leer, probablemente, en alguna página al alcance de nuestro wifi. La nueva dimensión que se abre... y todo lo traga.
Bajo la misma bandera, coinciden, el femenino y singular protagonismo, que no feminista aún, pues cada quien posee un pasado y decisión... y el lado macho de la nomenclatura sexual. Desde los jefes a los curritos, en bares, videoclubs de nueva generación o comisarías.

Cuando en un país indeterminado, a una hora desconocida, en una cueva más o menos profunda, no se distingue la necesidad del abuso, no se desarticulan las torturas sexuales, ni se evitan las contaminaciones patógenas, sucede lo que sucede, una concatenación de hechos, hacia el desastre. O se edifica de nuevo, esa recreación, decididamente, recreativa, sin moral. Es lo que tiene la libertad, del libertinaje o la anarquía.
Otra forma de llamarlo, es la vieja llamada del salvaje oeste, con sus pistoleros forzados, las trabajadoras abandonadas en conversaciones surrealistas y violencia, dispuestas a todas la modificaciones modales a la intemperie y sin reglas.

Encuentros con quién... sabe qué... Para terminar en un no sé dónde.

Destino The Deuce.

Cuando empezaron en un cafetería de su ciudad natal, o salón de muñecas, a estos regentados por combatientes de una guerra localizada, denominada Vietnam... o cualquier otra quimera.
Como la lucha diaria en nuestro barrio, o las calles, pues todas se parecen un poco.

Hacia una etapa basada cerca de los 80, que rinde cuentas con lo obsceno, con amenazas de proporciones internacionales, en una Gotham con joker´s trajeados que no detienen su sonrisa dorada, hasta la muerte. Con imprecaciones de consecuencias reales, litigantes en una película de terror gore, que devora todo a su alrededor, como un depredador o serial killer (este documental no va de eso)... que acaba con la identidad, la familia, la memoria, fraternidad o paternidades... sentimientos o futuro.
Esta sombra cinética, se aproxima a otra realidad, atraída por los focos, carne come carne, como la paradoja de un western futurista, donde esta no existe, sino que significa una lucha de sucesión, por el trono de la calle.

Sitiada en una plaza que, otrora, es festiva y mundial, en tiempo de Santas y nieve, con el brillo tras aquellos escombros que nos pertenecen como raza en un pretérito imperfecto. Es the Deuce, la desconcertante historia del sexo, con entrada libre, de pandemias, a la casi ochentera apertura industrial, al actual Times Square.

En esta hermeneútica nominativa, del quién es quién, o de los nombres propios, se recalca en el guión, una reiteración temporal de egos, de aproximaciones ruidosas salpicadas de gestos despectivos, desmanes fiscalizados en el delito, ayudas con mano de hierro... Ese carácter que se anticipa al ochentero, en las formas y los estilos, las modas y los posibles fraudes... mientras agentes pasan de largo... esta vez.
Miradas furtivas a movimientos extravagantes por entonces, rayas de soslayo en trajes y otras canaladuras, cambios de estereotipos y drogas emergentes, estimulos como demostración de carnalidad inagotable y violencia, más aún. Heridas y titulares sobre cuerpos ajustados, semidesnudos, in situ, tal que un desfile de moda de la indecencia y el horror.

Aquí en The Deuce, no existen, los fantasmas... Referido a los que aparecen y desaparecen, entre los muslos, y no los que se pavonean ante la justicia o sus huestes... alguno molido entre los vicios, sin nombre, efigies en la barra de un bar caliente. Mientras las chicas del pueblo, son abusadas o exprimidas por catálogo, atravesadas por el corsé del dinero y la estrechez de telas eclécticas, como un luminoso cartel.
Su posición es de dama en el tablero de la guasa, de la vejación o la grasa, fumando de prestado o consumiendo, siendo parte de este beneficio, demandando el profiláctico salvador, ninguneadas ante un futuro que se reabre en sus mallas. La industria pornográfica y sus profesionales, con otros defectos e imagen, sin duda.

Estas que ahora, se maquean al día, se pintan con rojo labial sobre otros instrumentos, hasta emerger más allá de lo indecente, hacia el universo de lo placentero... individual o instrumental en pareja, eso sí. Las cotas de su mercado, parecen menos finitas que un orgasmo.

La Elipsis, la Praxis y la Profilaxis.

Su piel aceitada no resaltaría tanto, bajo la luz rosada de aquellos primeros rótulos del neón primitivo, que se desparrama intermitente sobre las aceras de una Times Square oculta, litigante, sucia y ochentera. La pretérita plaza de reuniones adúlteras, dolores de cabeza económicos y algo más, asomando en el horizonte.
Porque, sí, sobre el cemento o las sábanas, se muestran las enseñanzas experimentadas y andanzas sin más, de novatas que enseñan o se someten a los movimientos casposos de sus ´paganinis` o solitarios, convencidos o abandonados. Futuros pajeros de trapo o clinex ajeno, que desatan los maltratos y vejaciones indeseables, los insultos que terminan en amenaza. Las bajezas de los crímenes que no importan a nadie, de saltos en picado sin rumbo, que derrumban las barreras del vicio y el entendimiento humano.

En el estado invisible, en el llamado The Deuce, se reproducen los visionados cinéfilos, sin placer carnal directo, las chanzas misóginas de los clientes y chulos, la resistencia feminista al poder establecido (muy superfluo y esquemático), pero principalmente, se rebusca en los contenedores del sexo. Del futuro y el sexo.
Aquí en The Deuce, se intercambian números de teléfono, enfermedades y fluidos, se extienden las peticiones de cambiantes o novedosos negocios, poniendo en la picota a atrevidos emprendedores salidos de la nada. Pasantes, camareras y gorilas, tensiones de barras, infecciones al primer contacto, gonorrea de ideas simples, sífilis machista que deforma rostros o el sida, que llegará... Como la diversidad o la homosexualidad, confesores y jefes, buscando un intercambio, charla o presencia. Proxenetas unidos por ejercicios nada espirituales, separados por sus divisiones territoriales, a ambos lados de la calzada, entre el número tal y cual. En un discutible caso de protección y pertenencia casi obligada, al menos, monetariamente hablando.

Después, los conflictos gangsteriles, que buscan típicas actividades sin control, pensiones lúdicas en alza, las amenazas de vividores y otros ajustes de cuentas, el pecado, el orgullo y la redención, la clandestinidad del nuevo vouyerismo. Disparos con rancio semen, impactando las mentes y proyecciones sobre el ojo vidrioso, de la sociedad. Los próximos yonquis, el desenganche, actos menos dañinos, descansos gremiales, empalmes fílmicos de acetato clandestino, u otros más magnéticos y casi formales. Tomas falseadas, comidas y satisfacción, por ahora, sin zumo de tomate, el dolor de pies y de hue... Olores de todo tipo impregnando la soledad y el placer, en definitiva, el sexo en el ojo del huracán neoyorquino... Y al final, el comienzo de la pornografía. ¡Menudo negocio!


Pasa otro día, como si fuera el mismo... la pareja de policías se mueve de nuevo, tras la penumbra de su vehículo aparcado como un confesionario, reflexionan y se someten al escarnio. Un lado negro, otro blanco, amigos o no, mascullando las misiones en la oficina o las últimas actuaciones sobre la húmeda sábana del compañero, que se transforma en un chiste verde de dudosa calidad o poca imaginación. La periodista de nuevo cuño, toma buena y dantesca nota... Sin protección.

A la vez que, los chulos o proxenetas dirimen sus diferencias, entre el metal y la carne. Ya que establecen sus territorios o sus denominados cotos privados, de coño alquilado. Se pronuncian con amabilidad impostada, cuentan rencillas y chismes, hablan de próximos conflictos comerciales con la pasma o la alcaldía, y se enorgullecen de las protecciones, posiblemente más necesarias para ellos.
Sin embargo, estos vividores de lujo cursilón como sus abrigos, paralelamente, resaltan sus tendencias violentas y vanaglorian con sus impactos supuestamente considerados hacia ellas, con la extravagante y peligrosa palabra de educación obligada. O hacen alarde de ese machismo recalcitrante, con expresiones injuriosas respecto a sus denominadas por ellos mismos, ´pertenencias sexuales`.
Las chicas de la calle entre Broadway y la Séptima Avenida, lo sufren y calla, excepto alguna privilegiada de alto standing o libre dentro del Midtown de Manhattan. Establecen sus próximos trabajos, tras desayunarse un café medio caliente y unos bollos, pero no tratarán de evitar siquiera, el enfrentamiento dialéctico con sus amos, porque son esclavas sin digerirlo. Ni callarán con aquellos conductores del próximo furgón en servicio reiterativo y sus policías en habitual redada nocturna, pues necesitan comer o consumir. Fin de la historia... o follas o te mueres de hambre.

Allí a su vera, junto a los botines y tacones, vemos ´bugas` cromáticos e idolatrados, más que una amante o unas fuertes esposas, que contribuyen al panorama racial y colorido de este underground contemporánero, en pleno auge. Algo se mueve desde las camas a los circuitos de la música en directo, con la efervescencia de la electrónica, la pintura de Warhol o esa pluralidad sexual de la literatura o el cine.
Aquí sobre glúteos y pechos colgantes, difuminados en el filme de acetato de herméticos videoclubs, aquel Super8 que pasó a VHS, observamos el alardeo cinematográfico de las futuras estrellas, el sexo pringoso o las curiosas referencias culturales, que te hacen reír sin profiláctico. También se digieren las observaciones de gente con poca educación, a priori, como si las celestinas deslenguadas, se hubieran encarnado en morenas viperinas con pelo en pecho. Alcahuetas negras de doble filo, ética y pudor, frente a la verdadera mafia que llama a la puerta. Por tanto, todo un espectáculo, sufrido o disfrutado, de chascarrillos de bar, frases estereotipadas, egocentrismo y cambios de acera.

En la elipsis temporal de nuestro recuerdo, nos asomamos a las mirillas acristaladas, para descubrir el atavismo sanguíneo de la raíz africana, frente a la decadencia social y la falta de oportunidades, que llevan a las chicas inocentes a los centros del bajo flujo comercial. Oímos su sarcasmo, unido al miedo o la soledad, por debajo del soniquete metálico de navajas automáticas o sus actualizadas cadenas de oro de 18 kilates, al cuello como las señales de fuertes dedos en ellas, siempre en el ambiente más consumista y amante de las marcas. Nos enfundamos los pantalones acampanados y vestimos los confeccionados trajes de rayas con amplios cuellos almidonados, las sortijas y carteras de cuero, respondemos al lenguaje callejero característico de la época y la raza, salido de la imaginería lúbrica de películas con detectives negros. Muy al estilo Tamara Dobson en Cleopatra Jones o la fuerza revolucionaria de Pam Grier (Jackie Brown, Fantasmas de Marte) desde su filme Foxy Brown. Serían los descendientes, caminos por la otra acera o lado de la ley, de aquel John Shaft interpretado por Richard Roundtree (City Heat, Terremoto), con la contrapartida en la imagen retrospectiva del Klute del fabuloso Alan J. Pakula y el cine social con un espíritu casi documental. Coronado por imperecederas cabelleras ahuecadas, sacadas de las viejas peluquerías rescatadas en el interior de barrios vecinos como Harlem o el Bronx, rebosantes de gomina, sangre, contagios y condones, de escotes grandilocuentes y minifaldas, botas acharoladas, de barrigas grasientas que rebotan y aplastan, como las de nuestro, innombrable, torrente patrio.

Producciones Profundas.

HBO, cambió los dragones y castillos, por arañazos, por drags en su naturaleza muerta. Droga enferma y macilenta, pero, con la fuerza vindicativa de los oprimidos en silencio o cercados por la sociedad, reproduciendo la esterilización barroca de una época insana, hasta cierto punto. En el futuro explotarían los casos y las muertes. Igual que la sensación generacional que acabaría con un renacimiento fotográfico, o apertura sexual de cartelera, cuando una parte de Europa llevaba varios lustros de ventaja libertaria o mediática. Sobre todo, recordando de dónde veníamos, de los explosivos sesenta, tras una espantosa época de guerras. Ahora, se coronaba de imperecederas cabelleras ahuecadas, no arrancadas, sino sacadas de las viejas peluquerías típicas de barrio, rescatadas de cuadras vecinas como Harlem o el Bronx; más una forma de praxis con gomina y dientes dorados, sangre contaminada, labios partidos y condones, para reeditar aquel conocido nombre racial de "blaxploitation". Bienvenidos a la caspa, sí... pero en ocasiones, muy divertida y cinematográfica.

Claro, en esta producción a la par de George Pelecanos y el creador David Simon (reconocido por The Wire), en sustitución de otros juegos, no menos adictivos, tronos y reyes en calentura, sólo faltaba que sonaran los clásicos acordes de aquella banda sonora compuesta por Isaac Hayes... la que alcanzara nominación y el premio de Hollywood a mejor canción, sin duda muy merecido, con este tema caractarístico de la época, "Theme from Shaft". Personalmente, un deleite sonoro, gracias a la potencia magnética y rítmica de su mítico acorde, del rasgueo de una guitarra o bajo que marcaba una era, electrónica, bajo el fresco nombre wah-wah. Siente esa resonancia jazz para mimetizarnos con ellos, los protagonistas, chulescos quijotes de pega y las sufridas muchachas de alterne.
Si bien, antes, en esta serie de título The Deuce, en honor a posibles intercambios, endiabladas relaciones, parejas casposas y amantes del vil metal, surge este poder de la fuerza afroamericana y la potencia visual. Aunque, nos conformamos con este notable Assume the Position de Lafayette Gilchrist...
¿Qué posición? Pues pónganse cómodos, o no.



Doble o Nada.

Así mismo, esa avenida lujosa y cosmopolita (en la mente de todos los finales de año), que hace ya casi un decenio, se transformara en un paseo cerrado al tráfico y repleto de su actual glamour luminoso, permuta a los neoyorquinos corrientes paseando, norteamericanos de compras que rodean los focos polémicos, y hacen el vacío. Las putas que son rechazadas por un sociedad moderna y limpia de corrupción o infección, de reclamos luminosos que no sirven para los inocentes niños. La nada de las actividades económicas y los derechos.
Su poderosa imagen, nos llama una y otra vez, abriendo nuestros ojos a un problema enrevesado y polémico, en lugares que atraen a una multitud de turistas, cruzando los pasos de cebra y montes de venus, con ansia por observar sus principales atractivos y colocar su instantánea. No fotos, ya llegarán en el próximo milenio...

El sexo no necesita letreros luminosos ni extravagancias, porque cada quién busca lo que necesita o demanda lo permitido, lo otro queda para los investigadores de graves desvaríos psicológicos, antes de que los informáticos ampliaran la perspectiva delictiva actual. La sugerencia no está permitida en The Deuce, pues, esta prostitución callejera, tantas veces visionada en medios y filmes, va directa al grano, al meollo económico del asunto. Aunque sin olvidar a las tristes protagonistas, o las profesionales no obligadas por ninguna mano oscura, ni mente instrumentalizada en la sombra. Recorremos las calles nada gloriosas, rincones céntricos sobre tiendas eléctricas, que encienden la noche, que marcan las sombras sobre cierres metálicos y grisáceos o llenos de graffiti en penumbra, llénandolos de colores atrevidos, convertidos en rincones pintorescos.
Hoy recordados platós de mitificación de un Hollywood, ya casi clásico, o en apología de la celebración multitudinaria y navideña. Focos de entretenimiento trasladado, tuneado, maqueado bajo pantallas gigantes y anuncios digitales, entonces modificado por el sexo a puerta cerrada. Olvidados confesionarios, puntos críticos de abastacimiento placentero por unos pocos dólares, entre el setentero Serpico de Al Pacino y dirigido por el inolvidable Sidney Lumet, las evidentes películas de John Waters y sus vixens, anterior a la industria más reciente retratada en The People vs. Larry Flynt de Milos Forman, garganta clitoriana de su historia, Lovelace o la Californa enfatizada por Paul Thomas Anderson en Boogie Nights. Adiós tenderos... ¡Señoras y señores, hagan juego!

Ahora, forma una marabunta ´casi humana` de vaivenes materialistas, el eco de célebres vaginas y penes en cabina individual, de pasados círculos xenófobos, donde ya no bulle ese movimiento marginal y perseguido, reproducido a la perfección. Tampoco es necesario, el control exhaustivo de la zona ante el exhibicionismo público de una praxis sexual, sin control. Mientras, no musas ni modelos, siguen ofreciendo un polvo con píldoras antiembarazo y algo de profilaxis de contacto, que se haría más necesaria y habitual.
Dejando la metáfora elíptica muy alejada, de allí, este escenario sin cámaras, prácticamente lanzado a dominios oscuros o cotos lastrados del extrarradio, esto sería, polígonos industriales de lenocidio. Ya no se producen negocios encubiertos en la zona, que se sepa, quizá más próximos a las alturas de rascacielos de alrededor y lujosas cuentas anónimas. Pero, ese impacto de necesidad y vocación, es un simple esbozo del sexo de pago.

En cambio, observamos cierta naturalidad en la forma de contar la experiencia y rodar las múltiples variaciones o posiciones, con rostros propios, donde se masca la tensión o el drama, sin familias, la transgresión o la nocturnidad, nada placentera, la prohibición, sebácea y sudorosa, que se graba sin tapujos en la serie The Deuce. Con la HBO más adulta, apostando al doble. Es decir, mediante la aportación reproductora, en doble sentido, de sus atrevidas estrellas o dos de los actores más francos en la interpretación actual sobre la pantalla, y que desdoblan sus funciones libertarias: como productores atrevidos, Maggie Gyllenhaal y James Franco, éste último además como director de un par de capítulos de esta temporada.
Otros interesantes, 6 de la bestias sexuales o directores osados, llevan el pulso de las escenas con naturalidad, por cabinas o rastros callejeros, por interiores opresores y esos exteriores noctámbulos, que conjuntan a Alex Hall, Michelle MacLaren, Uta Briesewitz, Roxann Dawson, Ernest R. Dickerson y Steph Green.

Mientras, los policías planean una última redada, antes de las conversiones del mayúsculo negocio venidero, o la recogida de la última mordida, antes de ser desmantelados por el periodismo de investigación o no, pues los documentales ´faunísticos^ son más demandados). Así terminan de digerir esos chistes verdes que abochornan, como los extremos de un perrito caliente, con ketchup, café y leche, de allí. En frente, dentro de otros círculos ilegales y más éticos, observamos como algunos proxenetas tragándose el orgullo, engullendo la displicencia. Discuten y se reúnen alrededor de sus carros amortizados, como los senadores de Julio César, ribeteados de plata u oro, esperando otro día de sangre o gloria. Parecieran toreros del sexo, esperando el momento de entrar a matar, pues lo han hecho muchas veces y lo seguirán haciendo... claro, si las cosas (y sus bolsillos) no cambian rápida y drásticamente... como los tiempos.
La última vez, juntos, para alardear de sus negocios ilegales, hoy putas, mañana... cabinas dispuestas por la mafia o drogas, duras o de diseño para las próximas discotecas. Es el preambiente de la mítica Studio 54.

Puede que se queden con todo, o la nada también... Lo meridiano en esta ajustada producción, es la diametral diferencia de conducirse públicamente, entre ellos y sus protegidas oprimidas, al igual que sus rostros divertidos, parlanchines y carismáticos, que plasman el abismo profesional entre ambas fronteras, o géneros superpuestos, como la ética del dinámico Frankie, padre, y el jugador, timador, Vincent. Las dos caras de la misma moneda, grata representación de una dualidad interpretativa, premiada esencia de dos maneras de vivir y alabado por la crítica, James Franco. The Bi-saster Artist...

Los Efluvios del Sexo.

Este caudal inagotable, que rebosa al poco tiempo y nunca se agota, significa un regreso a aquel espíritu salvaje, de las vivencias o recuerdos sofocados, mitigados por una maquinaría que emanaba efluvios dorados. Mientras se hundían las aceras bajo sus tacones, hedían los bajos fondos a un podrido nauseabundo, debido al ambiente marginal de la precariedad laboral, la corrupción y la facilidad para hacer dinero.
Cuando la estrategia era echar a curiosos, comerciantes o despistados, con sus reproducciones de todo tipo y proxenetas recorriendo las calles como fantasmas recalcitrantes o piratas nervados, al cuidado de sus manoseados ´tesoros`, se olía la máquina de hacer dinero a distancia. De un salto sobre la acera, a locales protegidos por la justicia de los impuestos, mutando coqueteos airados y palabras desvergonzadas, por la calidez reservada de una habitación lubricada, sin vistas, o la multiplicación fría de cabinas o perseverancia industrializada. La ley del más fuerte, a una mano.

Compulsos años 70, fin del panorama hippie y natural, ahora en la búsqueda de la globalización y la proximidad de los dólares fáciles, no deseos ajenos o sus besos, ni siquiera el encuentro discreto o romántico de siglos anteriores. Todos parecen buscar algo... húmedo y más pegajoso. The Deuce es la historia cutre del Sexo en Nueva York o Pretty Woman.
Lo digerimos en frío, o caliente, cerca de las miradas testiculares, más licenciosas o libres de los hermanos Martino y sus socios interesados, pero sobre todo, en la cercanía intrigante y peligrosa, de estas mujeres, maldecidas por la suerte o el destino, interpretadas por la gran protagonista ya mencionada, Maggie Gyllenhaall, Dominique Fishback, la fotogénica Emily Meade (The Leftovers, Money Monster), Kayla Foster, Olivia Luccardi, la abuela encarnada por Jamie Neumann o la rica, Margarita Levieva (The Diary of A Teenage Girl, Future World).
En el otro lado, la apertura comercial de la Familia italiana regentada por los actores Michael Rispoli y Daniel Sauli, al elemento racial en la piel de Gary Carr, Gbenga Akinnageon, Mustafa Shakir o Clifft "Method Man" Smith. Pues claro, este último andará moviendo rizos por la próxima de Shaft en 2019.
Y el gran trabajo de los policías de Lawrence Gilliard Jr. (The Machinist, The Double) y el zigzagueante Don Harvey (Noah, Small Town Crime), abierto a nuevas y turgentes ofertas. Incluso, polémica periodística, que indaga la calle y penetra en una noticia verdadera, la escondida verdad a la vista de políticos, hombres de negocios y demás estamentos sociales; una fantasmagórica crónica de la discutida Times Square del pasado, que desvele o explique la fauna nocturna que allí deambula y se reúne, en cuerpos no mezclados sobre la acera. Más ética de oficio, que moralista empresa de cara al público.

Porque en The Deuce, se muestra esas dos caras corruptas, que maneja las mentes y manipula los cuerpos, abandona las almas o reproduce ese deseo menos lustroso o glamuroso, dentro de antros sórdidos de sexo rápido, explotación callejera y violencia machista. De primeras ediciones sobre el East River sexual, sin ideas ni perspectivas, sin luces ni lenguaje chabacano, incitador o drástico como aquella frase, sumamente tajante y feminista: "Nadie hace dinero con mi coño, excepto yo misma".¿Es o no, una declaración de principios? Ser o no ser, esa es la cuestión. No sólo l@s que cobran en metálico, sino l@s que se prostituyen de diversas formas. Pero, eso es otra historia.
Qué de olores o rancia fragancias, pasados divergentes, que confluyen en una zona comercial, como las venas o arterias acuden a un órgano vital, eréctil también, para débiles y poderosos de una industria emergente. Los que juegan en las grandes ligas, frente a los que abandonan por una enfermedad o terrible lesión de invalidez, mientras las protagonistas, jóvenes o experimentadas, se fracturan en manos del psicópata sexual, abandonan a sus familias por una falsa libertad económica o se pierden en una monotonía sin final, ni emociones. Las más afortunadas, consiguieron brillar con la luz de un proyector, saliendo de la Gran Manzana para dar un verdadero mordisco a frutos más libidinosos y mediáticos.

Lejos de manzanas podridas, que portan gusanos apestosos o sanguijuelas, moviéndose a través de sus agujeros, infectando alrededor o sajando el futuro, hasta hacerse con el preciado tesoro... El dinero, ganado con el sudor de su frente y con los ojos cerrados, durante noches intimidatorias de duro oficio a la intemperie, o encarceladas en frías comisarías.
Esta es la suciedad lúgubre de The Deuce de HBO, de la salida de cierto oscurantismo social y mugre en las calles de N.Y., parecido al recorrido veraniego del metro en hora punta, lleno de encuentros desagradables. Contactos deformantes sobre la realidad y la adicción, en la intimidad, ante un abanico de fallecimientos, futuras posibilidades de negocio o ambiciones artísticas. Bien reflejadas y aparceladas según avanza la serie. Un juego comercial y ético, de doble o nada, con retratos contundentes y agilidad en la narración, salvo quizás, en algún relato familiar y las conversaciones de ese bar, que deberían haber estudiado a los viejos amigos de Cheers sito en Boston; mucho mejor reflejadas sobre aceras y barrios, en fiestas y rodajes, en el interior de videoclubs y dormitorios o habitaciones cochambrosas, por cafeterías regidas por el hartazgo de un chef casero, en el discurrir de acciones mafiosas y tráficos de influencias, en la construcción del deseo o sueño, durante momentos fílmicos y motores al ralentí... Esta es la verdadera esencia y el carmín luminoso de The Deuce. Ah, por supuesto, y la fabulosa Maggie (no me refiero a Maggie Mae) y el desdoblado James.

Por último, un guiño festivalero del underground sexualizado y profundo (no de Ralph Macchio, of course), con visos a construir la futura Femme Productions u otras semejantes, no presagiadas en la eficiencia logística de su capítulo piloto. Ahora es el momento, miss Pornografía. Antes del cruce de navajas, en plena Plaza, se apaga la tensión policial y social, con las nuevas alternativas. Antes de que se apaguen las luces del pequeño videoclub y la imaginación, o se oscurezcan las gargantas alcoholizadas, o rayadas. Antes que se cierren los antros perniciosos y las piernas, los amores se desangren... el espectáculo debe continuar. Pero, con las tripas y los bolsillos llenos, a ser posible, luciendo como estrellas... fugaces.
Divertido por momentos y duro retrato de la prostitución y el comienzo de la pornografía, documento gráfico y ficcionado de una era cercana, que ha evolucionado con los medios. Por contra, ellas, siempre parecen insultadas, manipuladas, robadas o reciben los golpes, por parte de ellos. Llevan la carga familiar y las culpas de esa ilegalidad, sufren el ataque social indiscriminado. Ayer y hoy, un extraño oficio.
Aunque sin el peligro de caer en una red de tráfico de blancas... o negras, por ahora. ¿Será en el desdoble o el 2 de mañana?

Y los clientes, ¿qué?
Pues, casi nada.

Taxiiiiii!

Tráiler Future World, de Bruce Thierry Cheung y James Franco.



Tráiler Gangster Land, de Timothy Woodward Jr.

Cinemomio: Thank you

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