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domingo, 16 de abril de 2017

Stranger Things.


Monstruos de Infancia y otros padres ochenteros.

¿Recuerdas...?

Quizás sí. Eran aquellos tiempos en los que ibas al cine y asaltabas el puesto de chuches con unas pocas monedas, sacadas del bolsillo de los pantalones acampanados. Esos que ahora odias y, que poco después, se convertirían en unos ajustados vaqueros o pitillos desgastados, cuando todavía no estabas pensando en fumar ni nada. Muestra de un carácter menos inocente o casi rebelde, que llegaría, al igual que ese instante terrible, cuando tus padres te esperaban cabreados, si regresabas a casa tarde y no habías intentado encarar siquiera tus deberes diarios, e incluso, les enseñabas tímidamente una rodilla marcada con esa herida producida en una caída desafortunada, días atrás... si realmente, hoy escondías una aventura imprudente o cualquier tipo de pelea de gallitos.
Éramos tan jóvenes que, aún quedaban algunos reveses en la puerta del cine, prohibida la entrada (salvo determinados porteros dadivosos) hasta descubrir esos filmes de terror o recomendados para mayores de 16 años. Como ese otro tipo de esencia vital que te haría devanar los sesos contra la filosofía y ciencia ficción, antes que el sexo se erigiese y propagase rápidamente en tu interior. ¡Rápido pedalea! Vayámonos de aquí a toda velocidad, más allá del horizonte infinito...


Bajo la manta, te escondías de esa mirada penetrante, sobre el estante de madera inclinado, te lanzaba una figura siniestra y amenazadora... la mayoría parece que tuvimos a uno de esos payasos con su cara pintada y la amplia sonrisa suspendida en el vacío, sin variar la posición, como gato de Cheshire de ojos iluminados con mala leche, interrogando sobre tus últimas travesuras. Endiablado con ese baño de luz de luna que entraba por la ventana durante el mes caluroso de verano. Éramos varios con el mismo sentimiento, en la misma habitación...
Con tus camisetas, ibas rememorando a los ídolos de juventud (del rock, cine o televisión) y caminando por la diversión junto a la muchachada de tu barrio, presumías de las zapatillas de color azul con banda blanca a un lado, estilo Starsky. Se escondía un corazón aventurero y amigo, de sus amigos, que lejos quedan. Tardes plagadas de frecuentes peleas, mientras algunas madres se inmiscuían y azuzaban desde la terraza; también de disputas con tus hermanos, por cualquier cosa sin importancia, a la espera de una reconciliación grabada en cromo, una antediluviana casete con algunos éxitos de rock u otros estilos más underground. Por entonces, antes de la llegada del disco que lo inundó todo, hasta las pistas de baile rezumaban nostalgia. Pero, esa es otra historia...



Aquí, pasan cosas mucho más extrañas, más que un simple juego de mesa o una escaramuza por lo prohibido, semejante a una promesa amistosa de fidelidad, rota, entre compañeros de aventuras y otros suplicios causados por la escasa estatura o la imaginación de un crío.
Primero serían los años ochenta con su pulcra, aparentemente, inocencia, mientras en las calles se debatían los restos de aquellos chavales mayores, entre jeringas y venenos vendidos con impunidad. Siempre a salvo de influencias nefastas bajo la protección de una familia coherente y bien avenida, no necesitábamos a monstruos reales. Luego, los noventa cuando tuviste que sobreponerte a las zancadillas y otros continuos insultos, vejaciones de aquel matón o acosador del cole, que te hacía la vida imposible por mostrarte diferente, o por ser más inteligente que él...
De todo aquello, que se pervierte en tu memoria con el paso del tiempo, tratan las historias divertidas u otras alucinaciones de Stranger Things, que nos acompañan por la morriña, junto a unos jovencitos parecidos. Son como esos colegas de sangre, aquellos Voyeurs de la película Stand by Me o Cuenta conmigo, del director Rob Reiner. Echando la vista atrás, curioso que tras el malogrado River Phoenix, la expresividad de Gordi-Wil Wheaton o Corey Feldman), el más resistente en pantalla, haya sido. el menos nombrado Jerry O´Connell, exceptuando a Kiefer... ¿te acuerdas, no? Amazing Stories, The Lost Boys, Young Guns, etc...

Hoy, a través de una mirada evolucionada y casi cristalina, visual o musicalmente hablando, nos encontramos con unos directores llamados Matt y Ross. Más conocidos en medios o ya, en nuestra huella mental indeleble, como Hermanos Duffer.
Para recrear aquellos tiempos de amistad y división. Seguramente el mayor, o ambos, tuvieron un infancia con influencias de esas aventuras clásicas de juventud, con hermanos menores y sus protectores inquietos, que nos invadieron como los fantasmas recorrían la asombrada ciudad de Nueva York. O aquellas posteriores ocurrencias televisivas de Spielberg (recorriendo el camino de Alfred Hitchcock) cuentos de terror dentro de una zona de pesadilla (The Twilight Zone, escuela de artistas) o historias increíbles de los cómics y sus superhéroes. También de revistas gráficas como Creepy, Heavy Metal, 1984 o Tótem, que precedieron al terror adulto de Stephen King y toda una apertura personal o intelectual, a un mundo cinematográfico y narrativo de calidad.
Aquellos textos e imágenes en tinta (recordemos Eraserhead, como sería luego Pi de Darren Aronofsky), que forjarían la extravagante personalidad o lo que somos hoy. Para lo bueno y lo malo... somos hijos de aquella ciencia ficción, el comienzo de la gran tecnología, la locura, el sueño o la aventura, los primeros amores... ¡ah! y los monstruos, claro.


Pero, antes en la niñez o primer recuerdo, disfrutamos de un conjunto de creadores visuales como Joe Dante (Aullidos o Gremmlins), George Lucas, o el incombustible Steven Spielberg de Duel o Jaws; antes de la llegada de Wes Craven, John Carpenter o el gran David Cronenberg, aunque algunos ya hubiéramos visualizado muchos clásicos del scifi o terror, en blanco y negro.
Su mirada, la de los Duffer Bro., durante esta chispeante o envolvente serie de Netflix, nos refresca como esa brisa erizante en la madrugada, escuchando la radio a escondidas, y perdiendo valiosas horas de sueño. Momentos que luego nos pasarían factura en los estudios. Aprendiendo o escrutando personajes míticos hoy o escenas de cine, que serían antesala de estas Stranger Things actuales.
La fantasía estudiada por aquellas mentes iniciáticas, se convierte en un canto a aquellos jóvenes que se levantaban adormilados con maravillosos aliados, enfrentándose a sus demonios diarios... Pero que no volverán, si bien los recordemos risueños, producto de nuestra imaginación o dramáticamente afectados por la culpa, retratados o congelados dentro de un vídeo pixelado en VHS o Betamax.


Las Dos Temporadas...

El argumento de la serie se divide en varias partes calculadas. Una hace referencia a esa etapa de juegos (los de rol nos pillaron algo atrasados o melenudos ya), enmarcada por las travesuras en espacios abiertos, disfrutando la naturaleza o los rincones levantados por la construcción de nuevos barrios o institutos, por calles a medio asfaltar y empedrados que te rompían las canillas en cualquier vaivén de nuestro monopatín o la bici. Engaños y defensas a ultranza del camarada caído, cuando sus padres se encaraban con él por patoso, o alguna otra amenaza (más material) se presentaba para intentar hacer una brecha entre nosotros, colegas de toda la vida, amigos casi de sangre...
Todo bajo un secreto o pacto de caballeros, con espada de madera, entrechocando manos y pulgares, o siendo víctimas propiciatorias de mayores abusones. Respetando un silencio sepulcral sobre nuestras actividades o deslices, descontrolados, fuera del manejo paterno dentro de la perspectiva hogareña. A pesar de que aquellos hermanos mayores (me,me,me), anduvieran revoloteando y ocultando una incipiente acusación desfavorable a sus intereses, bajo algún tipo de amenaza que buscaba una compensación por la otra parte. No la otra esfera... Esta es una brecha temporal, que está dulcemente abierta en la serie, o iluminada debidamente entre sombras del más allá.

Porque nosotros como ellos, pequeños y hermanos mayores, también formamos parte de una pandilla bien avenida, a ratos. No de delincuentes, gracias a esa educación gradual y el interés por la cultura, que nos ofrecía un ancho margen para la propia libertad. Tomando propias decisiones erróneas o no.
Sino, como amigos que durante aquellos maravillosos años, series televisivas en los finales de los ochenta y posteriores noventa, dedicaban parte de su tiempo a disfrutar en compañía, participar en partidos o batallas campales, aprendiendo a vivir y viendo morir a otros bravucones o jóvenes delincuentes. Rebeldes sin causa...
Además, Stranger Things, es la historia de un lenguaje que definía esa aptitud aventurera y decidida, dispuesta a atravesar cualquier puerta. También respetuosa con los mayores o sus dilemas, fielmente representada por unos diálogos irreverentes, chispeantes, que descubren dos mundos paralelos y aquellas cómicas o furiosas expresiones, lanzadas con los dados, al participar en dichos juegos de mesa. Hoy que, el digital elimina cualquier tipo de silencio (excepto algunos terroríficos representantes gráficos) o de conversación animada entre rivales-amigos, que irían pasando del Monopoly o Risk, a la saga Dragones y Mazmorras, a través de un nuevo hit rolístico, evolucionado para nuevas generaciones de fantásticos soñadores. No todos los casos, algunos se decantarían por los viejos píxeles de un Spectrum o Amstrad, antes que el poderoso Motorola del Amiga llegase a enchufarnos con malévola adicción.
Bueno, volviendo a lo extraño del caso... la primera temporada.

Parece pequeños detectives, ´entrometidos todos`, que tenemos aquí, un típico caso de desaparición que se rastrea en diferentes niveles. Desde los mismos protagonistas del juego, a la edad de 12 años, y sus peculiares percepciones de las cosas. Acá increíbles, escurridizas, malditas y extrañas. Hasta chocar con esa corriente generada en la médula de los adultos y sus miedos intrínsecos, que interfieren de una u otra forma en la historia. Padres con hermanos mayores, amistades confundidas por la dramática génesis o mutación, de la experiencia y otras percepciones inexplicables, secuestrados por una especie de espontáneo contagio o pérdida de la razón.
La inteligencia contra las leyes naturales o esos monstruos de las historias cinematográficas, menos humanos. Mientras los amigos y profesores, que indican los pasos positivos, nos marcan un terreno inhóspito, con sus hechos y declaraciones, con encuentros desafortunados o cuerpos sin vida. Jóvenes atribulados por las circunstancias vitales, que subrayan comportamientos raros y originan conflictos paralelos a la trama principal. Además de una investigación profesionalizada, que se subdivide en dos, con los agentes públicos de la población de Hawkins (estado de Indiana) metidos en una pesadilla existencial y la apertura de portales inimaginables, en corporaciones infranqueables. Son las fuerzas ocultas de una misteriosa compañía, investigando la procedencia de ese terrible secreto, sepultado bajo un moderno laboratorio y una conciencia apresada. Todo suena casi a extraterrestres, ¿verdad?


El poderoso pensamiento de una niña llamada Eleven, recalca el protagonismo femenino, como una marca de nacimiento o la reclusión científica, guiaría tus pasos en el futuro. Ya que, lo más sugerente, por encima de la trama incluso, serán a mi parecer, los aspectos sociológicos y toda una cuidada ambientación, que nos transporta a aquellas compañías del ayer, colas para ver los recuerdos del cine y la música, más ochenteros, mediante espacios, habitaciones y vestimentas que formaron parte de nuestra personalidad o la procedencia de nuestros gustos.
Stranger Things, se mueve entre esa unión fraterna (o fantasmal) de los jóvenes personajes de Stand By Me, en 1986 y sus divertidas ocurrencias, a la búsqueda de una prometida princesa o pelear con gigantes, eso sí, con fuerza renovada y poderes excepcionales. Un eco de aquellos intrépidos muchachos y sus fantasiosas ideas, sentados para iniciar un partida crucial en sus vidas como imaginativos guerreros (una incursión más estimable, que El Corazón del Guerrero de Daniel Monzón) ante el mal, o como participantes de una historia ficticia que se vuelve realidad, típico de chicas y mundos maravillosos. Mas, con sus amenazas de otro mundo paralelo y afinidades por la muerte, menos humorísticas que Jumanji o Zathura, a priori. Porque existen algunos personajes que se muestran chistosos y espontáneos, a más no poder.


Es, a grandes rasgos, lo que mueve esta aventura distópica en familia, donde aquel Dragones y Mazmorras se convierte en un tablero con dos caras, y sin demasiada lógica. Sólo se trata de crear tensión y alimentarse de organismos libres y alegres, como gremmlins en busca de nuevas alternativas a su mal humor (como el pequeño Will Byers) o intentando, saciar su hambre de diversión. Aunque, lo verdaderamente divertido, son las relaciones y diálogos que se establecen en todos los sentidos, desde los más pequeños a las tramas policiales o encubiertas por una organización con sus experimentos cuestionables y descubrimientos.



La Generación Alocada.

La Puesta en Escena:
Entonces, la intervención va desarrollándose en diferentes escenarios y mentalidades, abiertos o herméticos como los adultos, que se irán complicando y mezclando entre sí, hasta que el terror fantástico y el suspense, se vayan apoderando del horizonte de estos, Casos Extraños, asombrosos o misteriosos. En comunión con las historias del Tío Creepy o La Cripta, parientes de los Cuentos Asombrosos de Mr. Spielberg, o Más Allá de los Límites de la Realidad o nuestra Dimensión conocida. Acontecimientos sorprendentes que forjan el carácter, que no nos dejan indiferentes frente al sufrimiento, y de la mano de comentarios simpáticos, que se funden con la investigación policial o los calentamientos visionarios de sus principales sufridores. El joven interpretado por el joven canadiense Finn Wolfhard o "Mike" y sus colegas de refugio Dustin, Will y Lucas, la chica número Once, o esa madre ´enloquecida` e interpretada por Wynona Rider (Experimenter), que nos recuerda su otro pasado metafórico y gótico. Aquí no remarcado tanto como su papel protector), de aquella adolescente interesada en su futuro y la actuación.
Admiradora del texto El Guardián entre el Centeno, de J.D. Salinger, esta madre problemática, fue joven también, con sus movidas internas. Cuando el guion de los Duffer (autores en parte de la búsqueda de desaparecidos en Wayward Pines producida por M. Night Shyamalan), abre vertientes cómicas y otros elementos paralelos, de mundos ocultos como el de Beetlejuice, nos vemos plegados a cierto romanticismo pretérito, o atracción peligrosa junto a un enamorado Eduardo Manostijeras. Criaturas fantásticas menos agradables que aquellas Sirenas o insaciables como el Drácula de Bram Stoker, en el dominio de almas bien tiernas. Alucinógena, navideña y algo desaliñada, como el salón desvencijado en ese semi-vaciado domicilio o su papel desvirtuado por El Cisne Negro, reclamando todo el protagonismo... Pero entrañable siempre, tal que un personaje dentro del universo infantil de Frankenweenie.


La tercera pata o generación, entonces, es la mirada de los adultos o padres... Simplemente la recuperación de Wynona, en todos los sentidos familiares es un acierto, una ramificación singular de la serie, que se enlaza poco a poco, con la dificultad en la comunicación. A diferentes niveles: con los hijos, vecinos, agentes de la policía, amantes, y otras entidades. Con el atractivo en la personalidad de un detective capacitado, granítico y audaz, no demasiado inteligente, interpretado por un cercano David Harbour (Black Mass, Escuadrón Suicida), enfrentándose a dudosos científicos, encabezados por Matthew Modine. Siempre, la serie gira y se entrega decididamente a los brazos de la inocencia, con significativas incursiones en ciertos sucesos criminales con jóvenes protagonistas, alrededor de este personaje carismático u Once que se transforma en poderosa amenaza, extraña o aliada.
Y sus perseguidores, dos nombres masculinos enfrentados, dotados para la actuación, con el experimentado Matthew Modine, de carrera alucinante y extensa ya, cuyo primer recuerdo es su participación en la bonita cinta Birdy de Alan Parker, antes de chaquetas metálicas y vidas cruzadas.
Mayores que se comportan como protagonistas invitados a esta travesura, ideada por y para niños o niñas, pequeños y adultos, cuando se empiezan a sentir extraños, ante sucesos o muertes en la población, con un centro médico muy vigilado, casi de otro planeta, como telón de fondo al problema vecinal y extraordinario.

A veces, los más locos parecen los de mayor edad. Más allá de la incomprensible reticencia paterna, sus despiertas mentes, producen una retahíla de movimientos que acompañan a la ´criatura` en su camino a la libertad, porque estos chicos y púberes más alterados, comienzan a sentir fuerzas y afectos (antes nunca desarrollados), como los protagonizados por los simpáticos Charlie Eaton (As You Are, Shut In) y Natalia Dyer (cuyos próximos títulos son sustanciales, Yes God Yes y After Darkness), luchando contra sus monstruosas, némesis de instituto.
Relaciones personales que entroncan con películas como Poltergeist y su zonas privadas, aquellas siniestras sonrisas de payaso en la oscuridad del dormitorio, aquí un presente, o luces navideñas de seres traviesos y malhumorados. Más recuerdos de fiestas en tiempos de choques generacionales y visitas al cine en familia... regresando al comentario actual... es decir, a los miedos de nuestras pesadillas sobre fantasmas bajo la cama o tras el armario, casas encantadas y voces ahogadas, ecos nocturnos, visitas con divertidos paseos hasta el refugio de un ET animado, invasiones alienadas y poderes mentales, explosiones cerebrales a través de telequinesia y puertas secretas que dan paso a estancias desdobladas o países no tan maravillosos. Reinos de brujas entre la niebla o alimañas sangrientas, que serían las referencias de nuestras pesadillas habitadas por seres mitológicos o más terroríficos.


Ellos y Ellas.

Antes que el sexo, apareció el miedo en nuestras vidas, normalmente, en la de todos por muy valientes que se sintieran o actuaran en público. Las Stranger Things, se refieren invariablemente a las cosas fantásticas que no necesitan del contacto sexual, aunque exista cierta atracción en diversos personajes y variaciones románticas, sobre los mitos literarios. El encabezado marca nuestra existencia, como en la película de Marlon Brando dirigida por Joseph Leo Mankiewicz, bailando y tirando los dados, dada cual en su rol determinado. Con el estilo a las estrellas clásicas de Hollywood, nos hallamos con todo tipo de rostros programados para el juego de la conquista, si bien, haya alguno que se ha instalado en nuestra mente, para siempre. Debido a su facilidad de conexión frente a la cámara, o magnetismo personal, el desparpajo para moverse y expresarse sin fingimientos, los jóvenes son los auténticos aciertos de estas Stranger Things.


La Nostalgia, se cura:
Durante una época de nuestras vidas, de aquellos maravillosos años, la vida a diario significaba un aprendizaje. Donde algunas cosas no parecían tan importantes, en relación a las chucherías que consumíamos durante una proyección de doble sesión, o la ocultación de ciertas aventuras o secretos. Ellos y ellas, se comportaban de la misma forma, si bien vestían de diferente manera o preferían otros juegos. Con la mítica amistad entre camaradas, surgían los primeros encuentros con el otro sexo, envidias o celos, apertura de la conciencia a la realidad y las fermonas.



Vamos que estábamos en nuestra salsa como los actores juveniles de la serie. En busca de una aventura, con la que demostrar nuestro valor, ajustar cuentas con pelotas o una disputa con la que saldar cuentas pendientes, en referencia a los mencionados insultos o desprecios anteriores. Luego, esos monstruos del pasado y otros seres invertebrados, indeterminados, repulsivos, quedaban en el terreno de las películas o cómics.
Algo así, pensarían ahora, los protagonistas de aquella Stand By Me, recordando el caso como una pesadilla reticente, pero no verdadera. Esto es, matizada por el tiempo, donde los malos demostraban su único y estúpido rostro, igual que Tom Sawyer recordaría las tribulaciones del indio Joe, o nuestra imaginación se topa con un episodio real y terrorífico, tratando de olvidarle. Sombras de peleas callejeras, de pandillas casi juveniles, que se ofuscaban en cualquier deseo hostil, más terrible que un encuentro espectral o fantasmagórico. ¿Sabes...? quedaron atrás.

Los críos, de momento, tienen tendencia al misterio como en El Club de los Cinco (sin rimas), además del nombrado protagonista, existe todo un trabajo por afinidades, con la callada, introvertida y protectora, Millie Bobby Brown con sus poderes desvelados por partes... que parece preparada para encararse al mismísimo Godzilla, King of Monsters, dirigiría Michael Dougherty (Truco o Trato), es una parte esencial del alma de esta serie. Así como, el dicharachero y deslenguado Gaten Matarazzo, el arrojado Caleb McLaughlin, los hermanos enlazados por la desdicha de la familia guiada por Miss Ryder. En la búsqueda de personas desaparecidas en sus círculos, se entrometen otros personajes, como el desagradable maltratador mutado a héroe e interpretado por Dacre Montgomery (próximo líder rojo de los Power Rangers), los padres de otros amigos y la pequeña actriz Sadie Sink. Además de un rostro tan reconocido como el de Sean Astin, aquel fiel Samsagaz de El Señor de los Anillos, que fuera descubierto en el crucial 1985 por Richard Donner, para un largometraje de culto de 80, tan recordado como Los Goonies.

Por tanto, estas Stranger Things tan vinculadas a otras etapas de nuestras vidas, y sus personajes emocionantes y cercanos, evolucionan con nuestras percepciones entrecortadas en la memorias. Entre bailes, chistes, amores y juegos, luchas entre gallitos de clase y maestros casi amistosos, novias con mallas de colores o vestidos con volantes, fuera de moda. Filmes de ciencia ficción y misterio, míticos o entronizados por su culto variado, los primeros terrores tapados con un cojín, asomando la nariz. Curiosos objetos que son reliquias del pasado próximo, como los recortes plastificados, bicicletas y monopatines, luces parpadeantes de Navidad (sin led ni pantallas de plasma), todo muy catódico, con el máximo consumo energético posible, para gastar las pesetas... camisas floreadas, pantalones acampanados y hombreras, las rayban´s acompañadas de bambas Nike o Reebok (junto a otras nacionales más asequibles al presupuesto), duros maestros de nada y del todo. Bolis Bic para desenrollar la música grabada en cinta, níquel-cromo, achicharradas en la guantera del primer coche, notas que proporcionaban el gusto. Los hermanos mayores y sus secretos, en otro nivel, disfrutaban en fiestas a hurtadillas, robaban besos, vestían como ídolos del cine o rock, que ellas pegaban en carpetas del instituto y soñaban. En definitiva, secretos susurrados que, nos convertían en verdaderos amigos de sangre y saliva, estancados en el tiempo, casi falsificados ahora.
A veces rememorados por una simple producción televisiva o filme... cosas y recuerdos de familias.


La Tercera Generación.

Cuando nosotros empezábamos, ellos y ellas, tutores, ya habían ocupado nuestros lugares años antes. No teníamos presente, que padres y madres habían pasado por la misma etapa conflictiva. También, se desperezaron con las primeras atracciones sexuales o gestos heroicos que confundían valor con temeridad, como en el caso de estos cuatro colegas, caminan por diferentes estados de la ciencia ficción. Cazando fantasmas...
Porque, la diversión en Stranger Things está vinculada a un mundo caótico de percepciones y elucubraciones imaginativas, en contraposición a la seriedad, constantemente alterada por las visiones y reflexiones de algunos adultos. Esto es, la angustia o el misterio funciona a distintos niveles o etapas vitales.


Entre rivalidades, se producen los choques con organismos o instituciones, sin demasiado equilibrio emocional por ambas partes. Salvo los más capacitados intelectualmente para solventar conflictos o relajar las intenciones suicidas de un grupo heterogéneo y flexible. En este territorio descriptivo, destaca la definición psicológica de los personajes, respecto a hechos que se distancian de lo identificable o razonable a priori, de lo manejable por niños o de lo aconsejable para la propia seguridad o integridad. Tanto que los padres, parecen más indefinidos que los propios hijos, involucrados en la trama confusa, pero con ideas preclaras.
No sabemos, si en próximas temporadas, los adultos formarán parte de la caza, o simplemente fueron el prólogo de aquellos Cazafantasmas de mediados de los ochenta. De momento, usar toda la reacción plasmática y algunas risas burlonas, como proyectos inacabados de una generación, también confusa o perdida. Verán la capacidad de los pequeños, liderando las situaciones más imaginativas o extravagantes, con fenómenos paranormales o experiencias extrasensoriales, como apariciones y poltergeist. Telequinesia o telepatía, y otros condicionantes extracorpóreos, tan extrañados como nuestros padres en los ochenta, observarían nuestras lecturas o visiones cinematográficas. ¡Otra vez, con tus amigotes!. A veces, hoy, siguen expresándose así... ya estás con tus películas de monstruos...

El Conflicto de la Sangre:
Aquí conviven los episodios reconocidos por los espectadores, desapariciones, locas irascibles que nos asustaban en la calle, gritos, asuntos extraños, secretos y mentirijillas, sentimientos con métodos cincenses, monstruos humanos o no, baños de conciencia, el otro lado de nosotros o la sociedad; a través de sus vivencias personales o fracasos existenciales, con todos esos recuerdos amontonándose en el vacío temporal. Podría tratarse de extraños flashbacks, tal que casos determinados se revelaron como falsificaciones... fotografías trucadas, monstruos indefinidos, la búsqueda del negocio lucrativo, los timos espirituales, ciencia de supersticiosos y consultas interesadas con profesionales, de la nada. Familias desunidas, mediante montajes o producto del desamor, siempre tan poco científico... en definitiva, la poca credibilidad en las declaraciones de los seres humanos y su cerebro engañoso.
Aquellos monstruos de nuestra adolescencia, muchas veces, se quedaron diluidos en la sangre o la respuesta de una madre, ¡baja de la nube y espabila, maj@!


En Stranger Things residen y conviven con esas etapas dificultosas, cuando la imaginación sobrepasaba cualquier perspectiva de vida real y alguien te ponía los pies en el suelo, con un aterrizaje comprometido en más de una ocasión. Lo saboreamos junto a estos muchachos que, bien, podrían ser cualquiera de los televidentes de hoy. Eso sí, con menos atrevimiento, pelo o dueños de una tripa más abultada. Al menos que, allí, fueran los típicos niños bien alimentados, dados al consumo excesivo de dulces y, por tanto, diana de los abusones.
Aquí, en estas pequeñas cosas, radica el éxito de la serie de Netflix y los Hermanos Duffer, en la plasmación de todas las inquietudes de nuestra infancia y jugando con nuestras neuronas. Mediante gestos o travesuras que iniciamos a escondidas, y el sentido, de una camaradería de la que, en muchos casos, sólo quedan magníficas estampas. Frágiles mentes.

En esta primera temporada (pronto la continuación), conocemos a sus padres, experimentados en la educación, pero no aleccionados en ciertas batallas que se desarrollarán, con o sin, su conocimiento. Mundos paralelos, que dependen del lado de la realidad que nos visite, seas mayor o niño, de las angustias derivadas del crecimiento o el pensamiento de sus hijos, de sus percepciones descabelladas y la confirmación posterior, de sus sospechas. Cuando te toman por loco, si bien, nadie como ellos para salir en defensa de sus cachorros, de sus creencias y la comprobación, ante cualquier duda perpetrada por la organización o mente desbordada, de turno.
Aunque sus pequeños, no sean las criaturas indefensas, como pensaban de puertas para adentro. No, son pequeños héroes. Ni las amenazas significan una distancia mal calculada en un salto acrobático, o herida producida por una caída en bicicleta. No, son esas entidades de historias asombrosas, que han evolucionado y perfeccionado su argumento, sus poderes malignos, nuestro recuerdo de espectadores boquiabiertos y lectores del ayer. Han abierto puertas dimensionales con el más allá, a través de la mente o las paredes, han jugado con las incredulidades de experimentados jueces, han propuesto otros juegos a los mayores... más peligrosos que un descenso vertiginoso en monopatín, sin protecciones.


Los asesinos silenciosos, contaminantes, se identifican con lo desconocido, con la deformidad y las organizaciones tecnológicas sin escrúpulos, dueñas de bisturís y medicamentos, fenómenos y virus. Con ejércitos de funcionarios enfundados en trajes herméticos, para evitar el contagio, de seres no humanos, procedentes del exterior. Actuaciones indebidas con órdenes de jefes enloquecidos y gobiernos ocultistas, mediante aquel terror palpitante, que confluye en las historias de una era pretérita e invadida por los libros de fantasía juvenil, con universos apocalípticos, monstruos, héroes, muertes incomprensibles y villanos. Como hoy, pero sin potentes ordenadores, ni nuevas redes.
Stranger Things, en definitiva, ha vuelto a abrir ese resquicio a la penumbra, con el que nuestros ojos se dirigían a través del cojín, en busca del último susto o escena malsana, que nuestros padres prevenían oportunamente. Entonces, siempre más matizada para todas las edades, que los trucos sanguinolentos de la era digitalizada, casi una broma para estos duros tramos temporales; sobre una época que muestra la enfermedad y la violencia a diario, con crudeza, con efectos diabólicos, en cualquier medio de información. Donde los terrores los infunden, invariablemente, los hombres.

Aquellos chicos (asomados a la ventana de ayer), son estos investigadores de lo misterioso, esos cazafantasmas del entretenimiento envueltos en un giro inesperado de hechos y fechas... una elipsis en mi mente.
Encabezados por un Bill Murray al mando de nuevas evoluciones ectoplasmáticas, un cabal o desconfiado Ernie Hudson, el largilucho Harold Ramis encargado de las evoluciones científicas, junto al parlanchín y despistado Rick Moranis, o el risueño y crítico Dan Aykroyd, poniendo el acento preciso. Todos se convirtieron en parte de nuestra cultura adolescente y las raíces cinéfilas, insuflando su espíritu rebelde sobre otros más chabacanos, peligrosos o bonachones, a base de chuflas y guasas inocentes, como las figuras de algunos fantasmas socarrones durante la Navidad.
Parece que su amistad inquebrantable y su humor, han recorrido océanos de tiempo y ríos de mocos, para aparecer de nuevo (en dos temporadas de momento), identificando a otras nuevas generaciones, agradeciendo la compañía de aficionados al scifi juvenil, presentándonos a sus familias y peleando con renovadas amenazas, entre dos mundos. Los de siempre, luz y oscuridad.


Cuyos hermanos mayores, ahora, serían los abuelos de aquellos Cazafantasmas, que luchan contra los problemas de identidad personal, el crecimiento y la sexualidad, la aceptación de sus compañeros de clase y una serie de entes que se nos irán apareciendo próximamente, llamados por determinados delincuentes o mentes esclavizantes. Todo comprimido en capítulos y extendido a nuestras vidas. Más terrenales, eso sí.
Los protagonistas de antaño, en sencillo encaje de edades y tecnología avanzada, se remontan tres décadas y transforman en aquellos que jugaban en un barrio o población, como si fueran las calles de Madrid o cualquier otra, mezclando sus apreciaciones con silencios y percepciones raras, adaptadas a su estatura y vistas desde su tamaño. Unos puestos en puntillas para descubrir el paradero y confiar en la ciencia, la localización o el truco, otros asustados o avergonzados por las charlas de sus padres, respecto a sus valores o inteligencia.
Pero, siempre mirando hacia adelante, echando una mano al amigo perdido o disfrutando de los sonidos sintetizados de aquellas bandas sonoras, hasta formar parte de un todo, de la construcción de sus propias personalidades en el futuro.


Hasta que la terrible realidad, no la verdad de sus tutores, les arrastró a un mundo de pesadilla, mezclado con los sueños y las curiosas investigaciones paralelas, algo contraproducentes para su salud... aunque, consigan de nuevo, salvar nuestro mundo.
Siempre a tu lado, contigo, entre clásicos, aventura y el rock... ;)

Cinemomio: Thank you

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