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lunes, 13 de marzo de 2017

Westworld.


Almas de Nueva Aleación.


No hay duda, el efecto psicológico y la fuerza visual de un concepto determinado, puede crear una obra artística de altas prestaciones y consecuencias inmortales. Así como un simple logo, logra captar toda nuestra atención y extiende su diseño para marcar un producto de excelente calidad. Fue el caso, de los símbolos que se convertirían en iconos cinematográficos durante diferentes épocas, por ejemplo: la sombra oronda y divertida del maestro Hitchcock, las orejas de Mickey Mouse, las letras monocromáticas sobre fondo oscuro de Star Wars, el mítico fantasmita envuelto en la señal de prohibido de Los Cazafantasmas, la mira titubeante de OO7, la sinuosidad sobre el acero de Supermán o el murciélago estilizado de Batman, por supuesto la metálica X de los Mutantes... o la ya significativa doble W que representa a estas nuevas Almas de Metal en Westworld.

Cada trazo viene precedido de una historia, dentro de la cultura popular y un acicate para las numerosas legiones de seguidores que reproducen los nombres de sus películas o series favoritas.
Sin embargo, dentro de esta imagen icónica de Westworld, existe algo más determinante, algunos se habrán dado cuenta que viene representada la figura femenina dentro de un círculo con una disposición física y existencialista, semejante al famoso Hombre de Vitruvio del gran Leonardo. Una referencia a sus estudios anatómicos en siglos pasados (y la fuerza de las protagonistas en la serie), respecto a las proporciones ideales para representar el cuerpo humano, con las que Maese Da Vinci, conseguiría un diseño de su propio prototipo de robot en el futuro. Fue otro descubrimiento de su poderosa imaginación, cuando unos bocetos originales de alrededor del año 1495, señalaban una estructura interna cubierta de una armadura, articulada en distintos puntos de su morfología metálica y antropológica, posiblemente, uno de los primeros autómatas o también llamados, los modernos y evolucionados, "cyborgs".

La Memoria de WW.

Escribir algo medianamente atractivo sobre una idea universal, como la que comprenden los capítulos basados en aquella Westworld del pasado, con las pasiones que levanta en el presente y las explicaciones de bastantes detractores de la serie actual, es todo un reto. Un laberinto al que enfrentarse, para un simple humano que tiene inmensas lagunas en su memoria y se mueve en la insustancial resistencia al olvido. Olvidando los detalles que determinaron lo que somos, o recopilando fragmentos fortuitos que confunden nuestra verdadera existencia y ante la percepción de ciertas visiones contraproducentes o pesadillas. Sin poder discernir que es pura fantasía o si la realidad distorsiona la propia opinión o reflexión más profunda de los hechos.
Pues bien, aquí me hallo, cavilando entre lo que se percibe y lo demostrable, entre la ciencia ficción o el terror más físico, confrontando el evolucionismo del libre albedrío y la simple creencia, desde el existencialismo puro y la barata filosofía. Separando el polvo de la paja, lo que es y lo que pudo ser... Pues como pregona algún personaje en un momento determinado, "el infierno está vacío y los demonios están aquí", no los programados, sino nosotros. Y la violencia, se encuentra rascando en la superficie, bajo la misma piel.

Todo comenzó a partir de otra idea fantástica, sobre la muerte o el denominado poéticamente "memento mori", cuando un joven Jonathan Nolan le lanzó a su hermano Christopher, una bola envuelta en múltiples capas, elucubraciones o recuerdos sintéticos. Quizá, todo lo contrario, el concepto de una mente fraccionada de entrada, que se resiste a olvidar todo lo que fue o será...
La principal función de aquella historia cinematográfica, o Memento cinematográfico, era la recomposición de la unidad de pensamiento, intentando discernir a través de una meticulosa y terrible investigación, la existencia que tratamos de resolver o la vida que intenta abrirse camino en el futuro. Luego, aquella película de calculada elaboración, como las articulaciones, músculos o las terminaciones nerviosas de un cuerpo humano, se convirtió en un fuente inagotable de creación e información psicológica, flanqueada por el suspense y el crimen comercial, que marcaría el ritmo de sus carreras o los pasos de ambos, en este difícil mundo del Séptimo Arte. También, la fuente de numerosas producciones tomándose la muerte y la memoria por montera, como había emprendido la directora Kathryn Bigelow con la notable Días Extraños.

Después, los hermanos de sangre y piel, retomaron una odisea que marcharía directa hacia The Prestige o truco final, pasando por héroes y villanos oscuros, prototipos avanzados de seres humanos y la tecnología futuristas, hasta alcanzar un viaje a un universo desconocido entre las estrellas. Semejante a un foso intangible, dividido entre el pasado y el futuro, lo que vemos y lo que sentimos al cruzar ese horizonte de sucesos.
En Westworld la entidad temporal es manifiesta, según la disposición de los peones y sus movimientos por el tablero del entretenimiento programado y la mitología que esconde en sus fronteras imaginarias. Un lugar de ensueño, o pesadilla, donde la pólvora ha estallado entre las manos de HBO y las productoras de Jerry Weintraub (Ocean´s Eleven, The Karate Kid) junto a la potencia imaginativa de Bad Robot con su soñador y cordial logo, propiedad de J.J. Abrams. Y por supuesto, la participación atmosférica, uniendo distancias de una serie de directores encabezados por el propio Jonathan Nolan, en segunda incursión tras la cámara, durante un episodio de la serie Persons of Interest.

En segundo término de este pretérito de la ciencia, nos hallamos ante otra idea revolucionaria de las condiciones colectivas y las leyes de la robótica, modificadas en un salto argumental sin precedentes. Aunque a posteriori, llegarían amenazas y enjambres cibernéticos que perseguirían al ser humano (de igual forma que frente al espejo o un capítulo negro de tv), sin descanso, como aquel mítico vaquero oscuro, de ojos sin alma, hoy conocido como Gunslinger, equipado con toda esa fuerza visual y la figura inconmensurable del inolvidable Yul Brynner. Ser o discernir, intentado dar "matarile" a los singulares Richard Benjamin y James Brolin, en ciudad de vacaciones.
Claro, siempre que el curioso sheriff sin los 8, no odiosos, Mr. Dick Van Patten, no se cruzara en su camino a la violencia desatada y aquella desafortunada división quimérica de eras temporales.
El autor Michael Chrichton, desafió al mismísimo Isaac Asimov y sus propias reglas, con una pequeña historia (hoy magnificada y brillante epopeya futurista) que visitaba a unos curiosos personajes atrapados, dentro de un pretérito imperfecto.

Aquel fabuloso Westworld, un ensueño o pesadilla, al menos en el aspecto narrativo, nos convertía en jugadores afortunados de un mundo salvaje, neutro y lejano, hasta que llegó su hora y se abrió la puerta de la violencia. Pues, el parque de atracciones de 1973 dirigido por Mr. Crichton, ha crecido cuarenta años después, hasta convertirse en adulto, impredecible e inteligente. Este creador es también, dueño del prostíbulo y sus chicas alegres, del organillo vetusto de madera y sus letras acompasadas, a estos nuevos tiempos. De las detenciones contemplativas y emocionales.
Pero, la amenaza accidental ha crecido y aumentado en número, ha modificado los errores y comportamientos desafortunados ante los circuitos arcaicos de la atracción, para ganar un buen puñado de dólares, hasta ser más valorado que la propia existencia de mortales que la rodean en la actualidad. Sobre todo, si fuiste un robot con graves fallos de motricidad y memoria artificial, abriendo toda una gama de apariciones tecnológicas en este futuro que observamos con los ojos y la mente. U otro por venir en 2018, que desearíamos vivamente. O, no.

Así crece, Jonathan junto a Lisa Joy, su socia televisiva, que se hace el encargo de dirigir con excelencia el primer y el último episodio de la nueva Westworld, para establecer un hueco inédito en nuestra memoria o la búsqueda filosófica de ocho perspectivas. Con directores como Richard J. Lewis (El Mundo Según Barney), Neil Marshall (The Descent, Doomsday), Jonny Campbell (Autopsia de un Alien) y los exclusivos de televisión (apreciable muestra), Michelle Maclaren, Stephen Williams y Fred Toye. Para reconocer alguna diferencia o matiz en la dirección, habría que revisar meticulosamente los episodios, entre ellos, el interesante siempre y responsable de la mítica Cube, Vincenzo Natali en el número cuatro. Pero, sin duda, existirán momentos o imágenes imborrables, junto a otras circunstancias que se perderán como lágrimas en las áridas arenas del desierto. Alguna que otra pieza, o dos, desarticulada o incoherente, que acabaría en algún rincón enterrado de nuestra memoria desechada.

Presente, del futuro Western.

Cuando empiezas a vislumbrar el universo de Westworld, simplemente te quedas embobado, contemplando sus espectaculares panorámicas y la llegada sobre las vías del tren de tan representativa época. Pero, el fondo como el humo, esconde muchas más preguntas. Incógnitas a ir resolviendo, sobre una organización sin precedentes en la estructura televisiva, una trama que toma diferentes caminos y un elenco de figuras, en las que es imposible observar algún resquicio interpretativo o fallo, sobre los conceptos metafísicos que visualizan, expresan, sienten, olvidan.
Igual que ayer, el espectador entra con los huéspedes en un mundo de fantasía, no medieval por ahora, con una base tecnológica impresionante, en manos (o mejor dicho... cartuchos) de diabólicas máquinas de impresión 3D que configuran y elaboran, los nuevos hombres de Vitruvio de Nolan. Muchas tramas escritas en un día repetitivo, desde diferentes ojos e inteligencias, que convergen en la misma idea alucinatoria. Somos o qué... seremos.

Allí, a la frontera de Utah en Moab se desplazó el equipo de HBO, mientras todo parece congelado en la fotografía digitalizada de John Ford y el despertar de un nuevo cerebro, evolucionado o apocalíptico. Una mirada al futuro, frente al famoso Castle Valley, ejemplar nombre de grandes bandas sonoras en el épico Oeste y sus llanuras amarillentas, con resonancias a muchos tiroteos del pasado. Hoy se hacen inmensas como el famoso Melody Ranch de Santa Clarita en California, que serviría de escenario a la frustración conceptual del pistolero esclavizado, Django Unchained, o una terrible visión de presente replicado con The Magnificent Seven; ya sin la sombra de apellidos magníficos como, McQueen, Bronson, Wallach, Coburn o Brynner, mas esa es otra historia que no merece ser contada... ahora. Porque el paradigma de la actual Westworld, con otros grandes nombres, dejaría desnudo a más de uno.

Abriendo la mente a toda la complejidad metafísica y tecnológica de la historia, nada que ver con la simple diversión de Almas de Metal (en español), donde lo más apreciable, a parte del incansable Yul y sus manos enguantadas tal que, Terminatuus Antecesor, serían esos minutos iniciales. Con aquella ironía vital o guasa impostada, que se desplegaba sobre el ´intríngulis` de un parque para turistas con los bolsillos llenos de dólares y ganas de emociones fuertes. Al igual que sus neuronas, tentadas por numerosos pecados en procesión.
El escrito de Mr. Crichton poseía la fuerza de algo nunca contado, antes de la llegada de los dinosaurios más robóticos o guardados en memoria digital, desembarcando antes de lo estipulado dentro de cerebros de la mayoría de presentes ante el televisor. Simplemente, parecía entretenimiento básico de cowboys resacosos en fin de semana, que resurgieron en el siglo XXI transformados en un monstruo de múltiples cabezas. Secuencias pausadas, a ritmo de rock, sentados sobre el teclado informático y sonoro del ayer. Ya que las inconfundibles regiones de la mente y este enfrentamiento con las máquinas, es heredado de Prometeo y su crisis existencialista, y viene aderezado con una banda sonora irrepetible e inconfundiblemente iniciática para cada propuesta electrónica. Compuesta por Ramin Djawadi, un músico de origen irano-alemán conocido por la música de Iron Man y sobre todo, esa onírica y fabulosa gran rentrée de Juego de Tronos. Sin duda, sus notas de fanfarrias y gramolas, han hecho historia de la televisión moderna.

La historia se desarrolla con un peso dramático e imaginativo, evidente, diluido en la conciencia. A veces emocionante o "cargante" en las pilas de cuerpos, desenterrando organismos desechados bajo el polvo de un camino de 40 años y otorgándoles un lustre fantástico, blanquecino como la piel de un muerto. Un curso evolucionado en todos los sentidos, conceptuales y no tan mecánicos, que crece como los nervios y los tonificados músculos, adheridos al hueso profundo. La carne desnuda ante la nueva era digital, plagada de críticos y tecnología en busca de la anciana creación, o la sufrida inmortalidad. La conciencia dormida de unos científicos que juegan a ser dioses, hacen el amor como tiranos, o desechan la idea almacenada en sus cerebros desviados. Un entierro para perros de la guerra. O el despertar de los nuevos simios, más poderosos. Recuerdas, hablas, sientes...

En 1973, el hombre que se hizo médico, convertido en narrador y derivado al cine con esta fulgurante aparición que se transformaría de un Coma inducido, directo a la serie Urgencias, con prácticas entre la consulta al paciente, abusado, enfermo o herido por diferentes elementos mortales, sin consecuencias para huéspedes. Ya restablecido, en este momento, el uso increíble del bisturí, la sierra y la configuración binaria.
La inmortalidad representada por la belleza, la búsqueda humana, es la odisea de una nueva raza hasta esa perfección sin fisuras ni costuras, que anticiparía Blade Runner, casi diez años después del Nexus-Crichton. Cuya mente se encargó de pensar por nosotros en la diversión del futuro, en la pestilencia de siempre o los peligros de una tecnología embrionaria, que crecería como el ADN mitocondrial de un Tiranosario Rex.
Aquí, Jonathan ha crecido, admirando, con la experiencia de muchos otros cyborgs (en otras guerras civiles y cibernéticas), en ambos sentidos, desde la realidad mental y su querida, nuestra, ciencia ficción; junto a esa imposibilidad etimológica del humano por concebir otras vidas, tocar y poseerlas, solo posible en su pensamiento o el sueño. Esto es, la función de forjarse otras identidades y abrir puertas.

El poder inmenso y sus matices superficiales, fuera o dentro de la ley de Asimov, son el objetivo de sus personajes humanos y los desvaríos emocionales. Con el único objetivo de marcar sus propias cartas, distorsionar las reglas y derivar las obligaciones del creador. El mandato sobre el resto de subordinados o, incluso, llegar a un nivel de esclavitud insoportable, bajo una mente de hechuras dominantes o ´hannibalianas`, como el yugo que domina el escenario y los tiempos, tras un ejemplo máximo de excelencia para la actuación o la manipulación psíquica. Pues esos supuestos, cara a cara, falsos, interrogatorios, enigmáticas, confesiones, deslavazados, recuerdos, elementales, guiños, magnéticas, presencias, laberínticas, terribles, pensamientos... son lo mejor de sus ideas quirúrgicas, desconectadas y precisas. Sapiencias...
Esencialmente, descubrir el sentido de nuestros pensamientos ocultos como "anfitriones", para buscar una vía o salida a esa pesadilla existencial o reiterada muerte, enfrentándose a éstos que nos describen la superficialidad. Que ocultan los hechos y juegan, elaboran un plan de las necesidades, sobre nuestros actos dormidos en la convivencia habitual, remezclan los datos y los modifican, hasta envolverlos en una marejada de identidades falsas y recuerdos, confusos y manejables como una marioneta bailaría en nuestras "temblorosas manos". Manos de humanos que crean Prometeos, e intentan una división mitológica del mundo conocido... Creando un mapa dantesco.

El Universo Celestial, en 3 WWW.

Claro, además, en este pasado residen el ciclópeo Ed Harris y el gran Anthony Hopkins.

En este viejo Westworld de diversión en la nueva era, todo lo moderno se edifica sobre los cimientos del recuerdo. El génesis y esta replicación de memoria, al igual que aquellas identidades renovadas y preparadas para visitar mundos lejanos de la galaxia, o recitar sus textos como una oda lacrimógena a la vida y la muerte. 2W es buena dicción o entonación, en discursos filosóficos, modificaciones biomecánicas y conflictos emocionales o privados. Resumiendo la tecnología punta, para desenvolverse en un misterioso espacio de razonamientos y dudas, construido de arriba a abajo. Evolucionados, o deshumanizados, para desplazarse por distintos niveles de la Divina Comedia de Dante o el mito del monstruo de Frankenstein.
El equipo de Bad Robot, separa los monstruos humanos de ángeles biónicos, diseña esta pléyade de personalidades divinas y cuerpos esbeltos, condenados a vagar eternamente, hasta su llegada condenatoria al inframundo, sótano de sombras defectuosas, o el fin del juego. Mientras, los sincronizados en una banda magnética brillante y shakesperiana, en perfecta combinación anatómica y realidad física, avanzados desde el cuidado detalle, se desprenden de sus complejos y nuestros miedos, sin recovecos... al desnudo. Aunque, algunos fallos de concepción o de mentes pirateadas exteriormente, conduzca al espectador a una guerra confusa o ilógica, en principio. Hasta revelarse y no distinguir, dónde está el bien o el mal. Simplemente, se trata de un juego enigmático de dirección y supervivencia, u otra red mundial, tejido neuronal globalizado, fuera de control...

En realidad, esta representación distorsionada de lo real, aparece dividida en tres míticas percepciones del mundo conocido, e inventado. Dibuja escenarios míticos, dentro de un Olimpo de Dioses y sus consultas a oráculos, engañados por la experiencia borrada. Visitando a hombres y sus debilidades, entretenimientos mortales o sexuales, combinados en realidades físicas y sueños imposibles, que no son regidos por sus propias leyes, en manos del hacedor. Por último, el descenso a un infierno de balas y violencia, no tan falsa en el mundo real, de aquellos que son utilizados como humanos, para satisfacer necesidades y emociones divinas (nosotros otra vez), que germinan cerebralmente como unos bebés aseados, en propiedad del cuerpo de adultos, otro paso de la evolución, que les puede llevar del Día del Juicio Final, a través del Purgatorio científico, hasta el Paraíso perdido.
Este universo se encuentra más allá de la frontera desértica o los intereses comerciales de los hombres, incluso, del pistolero de negro y sus extraños enamoramientos entre la pura inocencia y la maldad más cruel. Sus mentes y espacios abiertos como trípticos, o herméticos, cara a entidades materiales, que desean complementar la idea placentera del ser humano con su propia conciencia, la expiación del pecado o una culpa desterrada, en otras cabezas.

Vacuidad filosófica, dicen. Es el vacío de cuerpos esclavizados por el gran Hermano. La furia de las colinas y las luces artificiales, que nos desvían del camino hacia el centro, como la inteligencia primitiva en crecimiento; la que se desarrolla novedosos argumentos y mezcla los personajes de manera arbitraria, tanto condenados como divinidades intocables... hasta el juicio del público. Ante este nuevo infierno entre Dante y Nolan, inmaculadas concepciones de nuestra poderosa imaginación o retorcido deseo.
Veríamos las consecuencias, ante los sustitutos de la especie... la recuperación de la memoria y la superioridad física e intelectual, con capacidades que nos sobrepasan y relegan a su infierno interno, de dioses incomprendidos a carnaza, o débiles fragmentos de aquel doctor de Frankenstein, bajo la piel romántica de un perseguidor de replicantes. Sí, es una lucha inconmensurable o amistad traficada, en busca del enigma que se esconde en el centro, de su ropa y alma oscura, el pasado magnífico de Ed Harris, hoy el Hombre de Negro antes de Mother! de Aranofsky y la fantasía apocalíptica de Geostorm.

Esa interacción entre dios y criatura, es explícita y peligrosa como un juego envenenado, con efectos futuros impredecibles, salvo que tengas la mente de Jonathan y oses jugar a vaqueros o detectives, sobre los versos o encuentros de tres. Oiríamos los ósculos y las quejas, en la oscuridad de nuestra mente, como ganado enviado al matadero. Corderitos, bellos y musculosos faunos con potentes piernas eléctricas, imperecederos como sus sueños con ovejas, escrutando la fantasía de amos habitando sus moradas de cristal, aparentemente irrompibles, encabezados por un gran Zeus y su cohorte... de no muertos. Bellas de miradas perdidas.
Otros invisibles como fantasmas, muertos no vivientes. Caídos en la mitología, que surgió de Titanes o Gigantes, hacedores de vida y universos, ocultos tras peones oscuros, sobre un tablero existencial. Escritores, narradores o poetas, asesinos de la predicción, moviendo a argonautas de ferrocarril y los Colt de mentira utópica, hasta un descanso vacacional o demasiado real, que atrajeron cantos de sirenas, promesas de otra vida posible o la parca con su guadaña. Sacerdotisas de la verdad, discutiendo y callando, sus creencias que aún no existen, ante confesores que desarrollan suposiciones o distorsionan en regresiones mentales. Todos son códigos fuente, de un dios pretérito que trató al sátiro hermano como rival cainita, fijándose en una musa para guardar la única verdad; mientras hoy, todos beben, se divierten y bailan con ritmos heréticos, festivos y eróticos. El que sufrió internamente, creando sus diablos renovados como el ave Fénix, con menos errores y más tecnología, soldados de un ejército monstruoso, compuesto de peligrosas amazonas, detectives informáticos y reparadores de sí mismos, amantes, siervos de clientes funestos, damas y corazones dominados... todos peones de un guion... ¿héroes y villanos? Cómo diría la canción, depende del color de los ojos con que se mire, o del metal.

El Futuro Westworld... es un tablero.

Como ya avancé, el futuro es una trama oculta u odisea. La inteligencia artificial.
Lo cotidiano se tiñe de dos colores, negro y blanco. Pero lo onírico posee numerosos matices, dependiendo de un nuevo día y otra canción, depende de los visitantes o pistoleros invitados a una guerra civil y romántica, que se vislumbra sobre un tablero tridimensional. A cuyo mando existen una reina y un rey, musa virginal y un monstruo humano, esperando a otra pareja que cambie el color. Quizás, algo más rojizo...
Westworld del futuro, es un ajedrez de fichas blancas y negras... con sus actores, desplazándose sobre las ideas del genio o casillas vacías, o universos. Sin sentimientos, que actúan como trampas bajo sus pies, o agujeros negros sobre sus cabezas.

Donde los peones son blancos en movimiento, llevan batas inmaculadas como la conciencia de un robot primerizo, o negros. Unos vapuleados frente a sombras en el desfiladero, comandados por una mente despierta interpretada por una Evan Rachel Wood, en su mundo irreal de pistolera. O en la penumbra subterránea, que de resurgir, poseen infinitos matices en la piel, del Jeffrey Wright de Hamlet a la belleza inhóspita de la polifacética Thandie Newton más calurosa, y fría a la vez, magníficos ambos en sus labores esquivas. Tantos otros, como historias fragmentadas o intervalos reiterados, sonidos y gestos mecánicos, vías muertas, suicidios y renacimientos sopesados, el ciego cíclope interpretado por James Marsden, la dulce Angela Sarafyan con sus ojos hipnóticos azul eléctrico, Ingrid Bolso Berdal como una Antígona desobediente con estos superiores jugando a ser dioses, el pluriempleado Clifton Collins Jr. o el espartano biónico con rostro desaliñado de Rodrigo Santoro.
En realidad, cualquiera podría formar parte del bando equivocado, porque una pieza puede cambiarse por otra, con un clicar de dedos de hombres y ratones. Dotes detectivescas de Dinamarca como Sidse Babett Knudsen asomando de la televisiva Borgen, gentiles títeres como Shannon Woodward o el mayor de los Hemsworth, Luke. La bella y siniestra Tessa Thompson, pasando de novia del hijo de Rocky Balboa a Valkiria en Thoy. Todos peleando entre tramas, que marcan el destino ficticio de parejas extrañas, compuestas por un príncipe venido a menos, Ben Barnes y Jimmi Simpson, presente entre Zodiac, Person of Interest y House of Cards, y próximo protagonista en la cinta Under The Silver Lake de David Robert Mitchell (director de It Follows). Casi todos, cobayas de laboratorio a disposición de una mente siniestra.

Algunos muertos se transforman en figuras vivientes, que se rebelan frente a negros presagios y científicos, locos, sean figuras o peones sacrificados, y toman sus posiciones en el nuevo orden continuamente. Otros, investigan el pasado o sufren el romanticismo desaforado de una época, cabalgando en direcciones contradictorias, algunas inacabadas como un esqueleto sin cabellera; mientras que el ´dios` supremo, trata el castigo sobre sus súbditos, trama los caminos y mueve los elementos en psicología narrativa y disfunción emocional, conociendo los resortes que retienen a determinados huéspedes, a héroes negros y blancos como villanos...
Aquellos, no humanos, forjarían un mundo ficticio, a base de una dieta diaria de carne verosímil, son cerebros hambrientos de conocimiento u otras cosas de hordas, singulares. Resultado de temporadas vacacionales donde la evolución ha conformado guerreros, evolucionados a caballo, dos o tres versiones anteriores a Yul o las bombas nucleares, que te sumergen en otra época de conflictos internos. Para descubrir que esa virginal Norteamércia, no pertenece ya únicamente, al pensamiento natural de la historia. Sino a la sangre familiar derramada, no entre hermanos, más bien de padres con hijos.

Los Hijos de aquel Futuro.

Más peones, más muerte... ese es el preludio de una nueva vida.
Un ascenso desde los niveles más bajos, olvidados como piezas manoseadas en una caja de ajedrez. Algunos de sus hijos, videntes del otro lado, pronostican un diseño perfeccionado con grandes medios, sin contar la notable imaginación, los técnicos y la elaboración del trabajo, las horas de edición, atrás, adelante, arriba en las oficinas, en los subterráneos, dentro de los estudios californianos de Universal y Warner Bros, otras elevaciones como monumentos del desierto y la memoria, que se planean en las alturas o ahúman en distancias cortas, siniestras alcobas, majestuosos halcones, silenciosos depredadores, vulgares asesinos, mecánicas serpientes, lobos solitarios... víctimas todos del juego. Vale, quizás, hubiera sido mejor que sus hijos tuvieran más identidad, al menos, algunos arcaicos. Les volverá la hora en 2018.

Volverán los escenarios visitados por clientes ociosos, u otros adocenados en la historia. Serán muelles de embarque a otra distopía filosófica y endiablada apertura... o soportarán un novedoso juego de apariencias, en que las vidas son fronteras entre distintos mundos. Se verán condicionados por las raíces embrionarias, amos, vasallos, repúblicas y esclavitud, preguntas inciertas... pero siempre, no unos cualquiera. Sino los sucesores del diablo interpretado por un hombre de negro, llamado Mr. Brynner o el mismísimo y revolucionado Espartaco, en plena festividad de la sangre sin errores, sólo conciencia despierta.
Muchos probando las sensaciones prohibidas, otros paseando libres, llevando sus mentes al límite de lo aconsejable, de lo permitido... de lo programado por aquellas leyes de los hombres o las otras, metafísica sin respuesta. Lograrán conseguir la perspectiva de otra vida posible y futura, o morirán en el intento. Los humanos son duros, cuando se lo proponen.
Recordad a Sorin Browers, Ptolemy Slocum o Leonardo Nam... reparadores de todo tipo de tejidos, entre el bien y el mal,
viciosos con fronteras en Westworld, en sótanos y equipos de última generación, ´de-generadores` genéticos, cirujanos del sexo y borradores de cabezas. Casi nada, humanos.
Por todos ellos, WW es original como su nombre. Desproporcionada en su desarrollo intelectual, alambicada como un licor de estraperlo y recortada en su perímetro visual, ambivalente, con un fondo maravilloso, cercano y cruel. Una ilusión estéril de nosotros.

Pues, cada espectador, podrá tener una conclusión, acertada o no. Una perspectiva de los condicionantes y posibles nexos entre personajes, del objetivo marcado en sus memorias y la respuesta que interpretamos. Navegamos en su tablero, pensando nuevas jugadas maestras, que nuestra mente son capaces de imaginar, cuando los humanos solo recapacitamos del hecho ocurrente, sin poder cambiar su efecto.
El sueño ante el despertar de la conciencia o inteligencia, no tan artificial ya, como nos parecía hace varias décadas atrás. Las casillas vacías, los peones descolocados, la posesión de una nueva reina, el jaque mate al rey, nuestro mundo sin vuelta atrás.

Pero, ese es uno de los secretos del éxito de Westworld precisamente, la irrealidad que te susurra palabras de amor y te ejecuta realmente.
Con un dulce tiro a bocajarro, en sálvase las partes.
Siendo testigos de un nacimiento salvaje, un camino diferente y revelador, sobre las praderas que se tiñeron de sangre, de secretos y de miedo. De cuerpos mutilados, rajados o agujereados, putas que no son, hombres valientes, que tampoco. Truhanes anfitriones, traiciones de cama, embaucadores y otros tahures con cartas marcadas, que comenzaban a recorrer nuevas vías. Sombras más alargadas que el ciprés y oscuras que el alma eléctrica. ¿Seremos dueños de nuestro destino, o estará en sus manos?

El presente construye otras posibilidades o negocios, con resonancias históricas o se desprende de todo. Desde todo el territorio nacional a esta pequeña población perdida en el desierto, otra mentalidad, metálica como las balas o jackets de un guerra cruenta, elaborada con recortes de aquí y allá, explosiva como la pólvora que contienen sus pensamientos. Al lado de los personajes que hicieron de este infierno, de voluntades y trucos, un lugar mítico. Un sitio idílico, poco disfrutable, nada destinado para la infancia, desde luego, a no ser que su aprendizaje venga codificado por sus genes resistentes, de soldados y premeditadas réplicas... como pequeñas percepciones de la realidad, bocaditos de terror, que toman su particular sentido. Ya que sus habitantes, son niños (de generación micro) que crecieron rápidamente... y aprenden de un día para otro, saltando y muriendo, de letra en letra, de una canción a otra.

Aunque existieran otras aventuras o tableros, no tan agresivos, para que los niños se lanzaran a descubrir las posibilidades de otros lejanos del Oeste, en este mundo de infracciones, no se es capaz (por sí solo) de ocultar la realidad que esconde o avanza en su interior. Algo salvaje que no restringe libertades, pero sí, esas voluntades. Tampoco esquiva disparos ni polémicas superficiales sobre dudas razonables, sobre el terreno científico o en esas altas esferas, casi divinas, que buscan la rentabilidad o el ´doctorado Prometeico`.
Es entretenimiento, aderezado con pausas y flashes, más que flashback. Retales de un cerebro que no se casa con suposiciones o sentimientos, ni rehuye sexo y la violencia. Sino que, indaga, profundiza y escucha todas las conversaciones privadas, en secretos inconfesables, tras dormitorios rústicos y sábanas refrigeradas, motores ocultos bajo la piel. Confecciones diabólicas en salas de alta tecnología biomecánica, que secuestran hábitos, persiguen mitos y confunden apreciaciones, aceptan órdenes de lenguas afiladas como cuchillos de carnicero o exquisitas tal que un buen "sibarita gastronómico". Este Hannibal todopoderoso, dueño de todas las almas, invisibles o binarias, nos enseña que la violencia, es posible otra vez. En cualquier momento o región, al Oeste de la mente, en determinados textos, representaciones o juegos... ¿qué pieza escogerías para participar en esta obra tragicómica de Shakespeare? ¿A qué ritmo, bailarías?


WestWorld 2... ?

En el Westworld conocido, el machismo no es cosa del pasado. Ni las relaciones sexuales agresivas, con riesgo de lesión o muerte, ni tiroteos a discreción, ni el amor imposible o lejano de Verona, ni las cuchilladas camufladas de un psicópata de la gran ciudad, envuelto en piel de numerosos y silenciosos corderos. Ni el comienzo de una nueva partida...
En él, se despertó el gusto por los buenos tiroteos, envueltos en polvo y materiales reciclados, visitas de la memoria frente al Monument Valley, sudor y lágrimas personales, que no se escrutan ni salen de sus lagrimales. Sangre circulando entre venas y circuitos invisibles, salpicando la tierra que nos vio crecer, al igual que las ramificaciones íntimas de encuentros o viajes privados. Vistas de arriba y abajo (¡qué gran serie!) visiones de diferentes estratos sociales y convicciones, hasta que los grandes cambios se transforman en una masa amenazante, en un nuevo orden posible... ¿o no?
Veremos como se desangran los seres evolucionados o se desconectan ciertos defectos en las neuronas humanas, solitarias, que nos hacen ser enemigos acérrimos de lo desconocido, belicosos ante las hordas cibernéticas del día a día, vigilantes ante cualquier mal funcionamiento o accidente imprevisto. Ya no son versiones, son vidas propias.

Unos construyendo y otros, adecentando las suyas para ponerlas en movimiento, una y otra vez, hasta el fin de sus días, o hasta que sólo sobrevivan los más fuertes. Es la evolución próxima de un nuevo Westworld histórico y desdoblado... posiblemente.
Si aquella película del 73, que naufragaba en sus escenas de acción, ha sido ampliada en la actualidad, vapuleada por sus ritmos cadentes, y esta unión célebre entre, Nolan, J.J. Abrams y Bryan Burk; aunque, lo más atractivo se encuentre en nuestra inteligencia emocional y la imaginación. Ya que, según vemos, oímos, sentimos... podemos crear nuestra propias historias paralelas, mundos distintos a los retratados, relaciones increíbles entre las piezas, amenazas que aumentan hasta el pánico generalizados, semejantes a autómatas invertebrados neurológicamente, de dedos indestructibles. Hoy sus programaciones, con nuestra perspicacia inventiva, poseería la experiencia cinematográfica y narrativa, un crecimiento exponencial de sus memorias homónimas en nuestro rincón de pensar, compuestos de níquel, zinc, silicio, litio, cadmio, u otros por descubrir. Ecos del pasado, en ciencia del futuro.

Su fachada es lujosa, variada y extraordinaria, como las pieles metamórficas de sus próximos protagonistas, como las vidas que pensamos al visionar sus, ya míticas secuencias y errores.
Otras podrían afectar a tramas preconcebidas, transformando la propia seguridad del recinto y del planeta, en un combate épico, entre sacrificados o condenados al inframundo, apestados o enfermos mentales, hambrientos de carne mitológica y divina, rebelados contra el Creador y sus raras preferencias, asesinos armados de hoy, autómatas de la muerte...
Westworld se prepara (o repara sus miembros) para una nueva invasión, histórica y sexual, en busca del texto sagrado o código fuente. Hacia la comprensión del sentimiento humano... hacia la inmortalidad y la reproducción asistida... cambios en la conducta que pueden afectar a la integridad de los clientes, allá afuera, al futuro de sus especies. WW2 será un cambio de roles quizás, o no será, el nacimiento de auténticas amenazas pensantes, armados con tendones y órganos de acero, a través de la inteligencia aprehendida de sus dioses y alguna de sus duras expresiones... como la de Yul Brynner.


Soundtrack Westworld.

Cinemomio: Thank you

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