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jueves, 30 de junio de 2016

Dioses de Egipto.


Seguro... ¡nunca viste un Egipto así!

Definitivamente, un director como Alex Proyas parecía predestinado a un hecho tan intrincado como esta producción, Dioses de Egipto, ya que su nacionalidad australiana tiene diversas raíces. De padres griegos y nacimiento en el mismísimo Egipto, su brillantez estética en el cine (que no físicamente, pues predominan sus filmes más oscuros) vendría de su ojo radiante, con experiencias visuales en la década de los 90 como la sorprendente Dark City o la mitificada El Cuervo con el malogrado Brandon Lee de protagonista. Una carrera que descansa en busca de nuevos retos con una fallida Yo, Robot y que evoluciona misteriosamente hacia una luminosa y exuberante exhibición de efectos digitales, siete años después de Señales del Futuro. ¿Sería una pista o premonición del mismo?.
Pero, dejando el destino y el fracaso, posteriormente, aquellas películas poco entendidas, se convirtieron en filmes de culto. Con la impronta de su creatividad a la hora de tratar la mitología, la ciencia ficción o las leyendas que amenazan a la humanidad con un señalado apocalipsis, ahora propone una fantasía escenográfica y digitalizada, que irían desde la oscuridad del cómic hasta el orgasmo óptico y mental, en esta producción de Summit Entertaiment, con este título tan poderoso, eléctrico, o faraónico de Dioses de Egipto.

Aquí, nos encontraremos con su trabajo más excesivo hasta la fecha, con multitud de ejemplos sobre su mirada fantástica y el destino mágico de sus principales o célebres protagonistas a orillas del río Nilo, feudo hídrico y terrenal del mismísimo rey Ra.
La imaginación orgásmica de Proyas, ha elaborado y edificado una construcción que sobrepasa los límites insospechados de cualquier fantasía bíblica, en todos los sentidos, tanto en el argumento como en el diseño artístico. Y después de un debate crítico, que sienta en el trono del exceso a Dioses de Egipto, o los maldicen hasta llevarlos al averno o la Duat dónde, después del juicio de Osiris, el condenado atravesaba los peligros que se escondían tras las puertas, descritos en el Libro de los Muertos. Cerca de la Constelación estelar del cine, u cinturón de Orión, muchos ya le han condenado. Veremos si puede remontar el vuelo, tal que las alas de Ícaro fueron ofrenda de Apolo o el Ave Fénix de Egipto llamado Bennu se asociaba al Sol, a las crecidas del Nilo y la resurrección. De momento, le han postergado a vagar como alma en pena, de la cartelera cinematográfica y estival.

Desde la producción de los efectos especiales hasta el argumento sometido a las fuerzas extremas de lo sobrenatural o lo divino. Porque esta extraña película, propone una libre interpretación de la Antigüedad, en un mundo dominado por los dioses adorados en los jeroglíficos egipcios, y su divertida relación con los humanos. Más mortales y debilitados que los mismos, aunque conserven muchas de sus características, deseos o miedos, como el de la destrucción del universo o la separación del mundo de los vivos con el de los muertos.
En los cimientos de la cultura de la civilización egipcia, todos sus elementos esculpidos sobre la piedra caliza, entre el cielo y el inframundo después de la muerte, se basan en una supuesta convivencia con los hombres y el gobierno todopoderoso de las fuerzas sobrehumanas de los dioses.
Por supuesto, se trata de una fantasía que apuesta por la épica elevada a las alturas, donde los hombres y mujeres, comparten sus experiencias, sufrimientos y hasta el aire que respiran, con aquellas figuras de origen desconocido, dispuestas a derramar su sangre aúrea por su pueblo. A no ser que pensemos en la poderosa imaginación de nuestro cerebro o movimientos incomprensibles y alucinógenos de especies extraterrestres y, por tanto, desconocidas hasta el presente.

Grandes protagonistas para una labor hercúlea, la de mantener la paz en las próximas generaciones de la ribera del Nilo, en forma de gigantes que construyen o derriban, erigen y rigen el destino de sus conciudadanos, pero desde su elevada mirada y una libre interpretación de los arcaicos tiempos dónde no quedaron registrados nuestros ancestrales pasos sobre el planeta. Pero, como una película de aquellos personajes con poderes sobrenaturales, que aparecerían siglos después en las páginas de los cómics leídos por millones de jóvenes y adultos en todo el mundo.
Aquellos dioses inmaculados y rebeldes, tuvieron sus dramatizaciones personales y diferencias que lidiar entre sí, para convertirse en los precursores de los superhéroes de la actualidad, aunque con características propias de su divina existencia en las arenas del tiempo y la memoria de las religiones. Así, el equipo de guionistas junto a Alex Proyas (Matt Sazama y Burk Sharpless, cuyo próximo guion será Power Rangers) elaboran una estructura que no plagia, sino que se adentra en las dibujos sobre la roca y reglas escritas de la tragedia griega, con imaginación guiada por los dioses y el libertinaje de lo fantástico. Tal que, aquel Olimpo del helenismo plagado de estrellas sobre las cabezas de los sabios y los hombres de la antigüedad, con los cimientos del excelso Egipto como grandioso escenario de la vieja crisis o las bases existenciales de sus creencias y cultos sobre la muerte o la vida inmortal. Eso sí, pasados por el tamiz del CGI y el rostro de otras estrellas más terrenales, dentro de la actual cinematografía mundial.

Esta fábrica de metafísica sin respuesta ni base científica, significa la mezcla de dos concepciones alejadas, la razón o conocimiento y el mundo del exoterismo, que se compenetran en esta cinta Dioses de Egipto, como un puerta temporal y mágica abriéndose camino entre la tierra y el cielo. Luego, la corte recargada de excesos y caras provenientes de los más diversos territorios, apuesta por la acción al puro estilo de los videojuegos y una historia que se desmarca del aburrimiento, y una interpretación de las escrituras sagradas en la tierra de los faraones, que sienta en el trono a figuras de primer orden en nuestros días, tanto del cine como de las series televisivas.
Nos hallamos en primera fila de la divinidad, al todopoderoso dios Ra y su aspecto humano (mucho antes de Amón o el disco solar coronado de Atón), controlando con sus rayos atómicos procedentes de la estrella más cercana, a su contrario nocivo, sobrenatural destrucción promovida por el aliento de Apophis. Una dicotomía diabólica, típica entre el bien y el mal atmosférico, que pervive en las diferentes culturas de la historia de la Tierra. El caos, incendiando la obra del constructor de un universo inverosímil y plagado de excesos visuales, además de la voz fabulosa y la sensibilidad escénica de un gran actor como el australiano Geoffrey Rush.

Un escalón por debajo del panteón, física y estructuralmente, tendríamos a sus dos hijos enfrentados como el Caín y Abel de nuestras palabra bíblicas, dándose de ´leches` corpóreas y espirituales en el criticado espectáculo visual, programado en los ordenadores de medio planeta (Cinesite, Iloura, Raynault VFX, Rising Sun Pictures y Rodeo FX, también con algún acierto), prueba para arcanos que hablan sobre el rey Osiris con gobierno sobre el frondoso río africano y su capital dirigida por semi-dioses sangrantes. Interpretado por Bryan Brown, aquel famoso técnico de cine en la cinta F/x Efectos Mortales, frente a la extravagante presencia del hermano y actor escocés Gerard Butler, encarnando la exigente y colosal figura del dios Set, su carácter dual poca veces explotado, y sin preámbulos familiares, obligado a vagar por el desierto por decisión del mismo padre. Próximamente, Mr. Gerard será capitán de submarino y se embarcará en un submarino en compañía de Gary Oldman y Billy Bob Thornton, o una tormenta épica titulada Geostorm.
Obsesionado por su errante y frustrado ser, se transforma en demonio crítico, musculado, hostigado por su caída y evolucionado hacia un vengativo asesino, parricida y fraticida. Antes de su malvada tarea, tendrá que lidiar con los elementos más humildes de la creación, cuando dos jóvenes de nuestra delicada especie, deambulen con su amor shakesperiano entre los designios divinos y el recorrido espiritual de sus almas guiadas por el misterioso y diseñado gráficamente al dios de la Muerte y uno de los más antiguos pertenecientes al período predinástico, el chacal Anubis, patrón de embalsamadores y maestro de la Necrópolis.

Mas, si esto no fuera poco, rodeado de un halo salvaje y exitoso, aparece la figura inconfundible del hijo pródigo como el actor danés Nicolaj Coster-Waldau, desprendido temporalmente de su triunfal y maravilloso papel de Jamie Lannister en la serie Juego de Tronos. Creciendo como mito religioso y heroico con la piel brillante y sin las alas de cera de Ícaro (otro hijo de arquitecto, Dédalo y su laberinto heleno). Los héroes de Proyas, deambulan entre el Sol y la piedra, el alma y el ídolo dorado, su alma áurea se eleva sobre el viento del Sáhara o Gran Desierto, limítrofe al poder divino y el Mar Rojo, pelean sobre la brillantez de sus escombros. Por aguas del Nilo montados en demonios, dunas australianas muy cinematográficas, trampas fabulosas para un aventurero de Spielberg, cobras monumentales de estilo anime, figuras como Caballeros del Zodiaco, el siroco de Ra y un ojo puesto en el fuego de la creación, en las alturas. Estrafalario y divino en defensa del mito, con sus rayos dirigidos hacia el futuro de la civilización más enigmática, Proyas avanza sin titubeos y con la tranquilidad apocalíptica de la convivencia entre dioses y humanos, en un recuerdo a Ray Harryhausen. Aquellos trabajos sobre Simbad o los héroes griegos, seres fabulosos y Jason con los argonautas o, en especial, una luz sobre aquella Clash of the Titans dirigida por Desmond Davis.
Aquí, el hijo cegado u Horus, tendrá la misión de recuperar la estirpe magnánima, con la ayuda de mortales y el gran Thoth interpretado por Chadwick Boseman (Pantera Negra) y recuperar su posición como deidad principal, sus ojos azules y, por encima de Ra o Rush, el trono arrebatado por su propio irreverente tío.

Para ello, el director cuenta con el apoyo de un elenco internacional, australianos varios, la diosa del amor Hathor con la actriz francesa Elodie Young y sangre camboyana, y sus poderes emocionales contra las fuerzas descomunales del "Zodiaco", escorpiones y escarabajos voladores, avalanchas y energía desbordada por doquier. El inglés Rufus Sewell como Urshu, y la pareja joven compuesta por un ladronzuelo interpretado por Brenton Thwaites (Oculus, Maléfica) y la bella amada Courtney Eaton (Mad Max Fury Road).
Y, sobre todo, la descripción gráfica y luminosa con unos escenarios sobrecargados hasta la osadía cerebral, o material (de materia oscura) y el escenario en Nueva Gales del Sur. En definitiva, texturas digitales, espectaculares paisajes o construcciones prodigiosas (o fatídicas para algunos) en los estudios Fox de Australia, remarcados con una explicación personalizada del director. Un autor hipnotizado por el poder divino de aquella especie de gigantes y su naturaleza hercúlea, así como una estirpe guerrera desaparecida, a expensas de hallar una nueva tumba sobre el verdadero terreno o el Valle de los Reyes, cerca de Lúxor. O Tébas en griego.

Puedes encontrarte algo perdido ante la experiencia surrealista, frente a toda la suficiencia visual y modificación de los términos clásicos. Semejante a disfrutar un universo paralelo o estado catatónico de la consciencia, esta historia mortal de nuestros antecesores es mágica y excesiva, esdrújula o esperpéntica, depende. Pero, vista en un contexto utópico y sobre una fantasía exorbitante, puedes divertirte con la consecución ilusoria de los hechos contados, pues se visualiza como un filme de Marvel o dibujos nipones, dentro de un teatro tumultuoso, romano o griego, con héroes interactuando y modificando el curso de acontecimientos futuros y verídicos. Y Dioses de Egipto, en su lugar establecido, desafiando las reglas del mito clásico.
Es decir, el espectador no se aburrirá lo mínimo, con esta producción desbordante, falsaria en excentricidad de la fábula y la historia verídica, de los muchos enigmas que atraen de aquella civilización colosal, astronómicamente delirante y multitudinariamente sobre-humana, un Alex Proyas fuera de todo rango y sensaciones contrapuestas, excesivas. Aspira, visualiza, sobrevive...
Tan divinamente, oye.

Gods of Egypt - Soundtrack by Marco Beltrami


domingo, 19 de junio de 2016

El Hijo de Saúl (Saul fia).


Un Holocausto a nuestras espaldas.
Con la X a la espalda...
"El problema es difícil de resolver. Por muchos datos verídicos que muestres en tu película, al final deberías ser consciente de que la realidad fue otra cosa. Y siempre mucho peor. Pero si al contrario, no dejas ver nada, corres el riesgo de menospreciar lo que realmente fue". László Nemes asume con naturalidad la paradoja en la que viven él y su película. Eso y su papel de director revelación. La entrevista tiene lugar justo después de la presentación de El hijo de Saúl en Cannes. En ese momento, la crítica se dividió entre los que tardaron en despertarse del shock y los que se negaron a aceptar que un debutante de 39 años, hubiera conseguido retratar el Holocausto, como nunca antes lo había hecho película alguna. Otra impactante postura, frente al peso de la conciencia, casi un año después tras ganar numerosos premios como el Globo de Oro y el Oscar a mejor película en lengua extranjera.

La guerra ha sido retratada por el cine, en muchos filmes tal que un espectáculo de masas y fuego. En la historia, un vínculo común a cualquier latitud, de los más utilizados por pueblos y civilizaciones desarrolladas (dudo de la oportunidad de esta definición) para alcanzar un propósito imposible o irracional. Conseguir implantar una determinada forma de pensar o creer, la batalla por una forma de gobierno, otra perspectiva confusa de la ideología, intereses económicos o geo-estratégicos, o la última defensa de unos ciudadanos al límite.
Así fue en el pasado y el presente, los habitantes amenazados por un régimen dominante o un dictador sádico, a un lado u otro, en el Hijo de Saúl se convierten en un vaivén difuso. Como si la cámara grabara intenciones o frustrados pensamientos, desde el fondo difuminado aunque real, hasta el plano cruel en primera persona. Una imagen que encierra el destino de millones de víctimas. El dolor y la indiferencia, porque lo peor, es todo lo que no vemos pero sentimos.

Hiriéndonos con el silencio de su protagonista en este foco disminuido o estrecho, el sonido del dolor está enmarcado dentro de los tres cuartos para el director húngaro, que nos incita a una visita poco habitual en el mundo cinematográfico actual: "El poder de la imaginación es moralmente muy importante porque no podemos recrear el horror, sólo podemos sugerirlo".
Así, chocamos de frente con el punto de crueldad del Holocausto nazi, moviéndonos con él, al centro del sadismo en una civilizada Europa de 1941 al 44, en la que la humanidad sufriría el mayor número de bajas y descrédito. Tras el aviso de la primera gran Guerra, dentro de los cinco continentes se revivieron los actos violentos con la maquinaría bélica repartida por el mundo. Pero, Nemes prefiere centrarse en la vida (pasada por el tamiz de la muerte) de un componente de los denominados Sonderkommando o miembros escogidos entre judíos llevados a los campos de exterminio, para dedicarse a la limpieza de las cámaras de gas.... y evacuación de cadáveres hasta los quemaderos de Auschwitz, u otros lugares tristes en aquella dramática y malvada Solución Final.

Hombres y mujeres sobre el camino, niños separados de sus familias y exterminados bajo el nombre de Stucke o ´trozos de carne`, despojados de cualquier valor individual en la mayor limpieza étnica de la historia cruenta de la Humanidad. Por diferentes motivos, la vía sobre la que nos trasladamos en El Hijo de Saúl es la muerte, casi silenciosa. Sólo avivada por los gritos y lamentos al otro lado de una puerta metálica.
La misma vía con que, una década después en 1955, el director Alain Resnais se servía del material incautado al régimen alemán para describir profundamente, el desastre promovido por una decrepitud racional y moral sin límites. Sin embargo, en esta película de Nemes no se intenta demostrar nada, es obvio. Se centra en la visión del espectador tal que un escape del horror, en la piel maltratada del actor revelación, Géza Röhrig nacido en Budapest, demostrando desde cualquier posición, frontal, sesgada, desde atrás, con un arma apuntándole a la sien, que todos estábamos allí..., observando el comportamiento neutro derivado del miedo, a compañeros deshumanizados y la superioridad moral de una ´raza` opresora mediante el poder de la fuerza. Y el nulo entendimiento de los seres humanos en un estado de guerra, casi permanente, sustituyendo el lenguaje y la escucha, por una cacofonía de lenguas y mentalidades que se vivió en Auschwitz-Birkenau.

El Hijo de Saúl, ralentiza nuestra respiración o congela su composición del horror en nuestra retina. Plagada de sombras y fantasmas moviéndose en el horizonte indefinido, cuando Nemes coloca la cámara ambulante sobre los hombros. Caminando hacia la muerte o saltando de su lado por una décima de segundo, corriendo por los mismos raíles que, el director Claude Lanzmann visitara con los ojos vidriosos entre lágrimas, en aquel magnífico documento gráfico titulado Shoah. Un documental esencial para acercarnos y reconocernos en las víctimas de una industria de muerte ejercida por el régimen del Tercer Reich y su intolerante figura.
Este filme se desliza por los charcos y el sudor, como ocurriese en retratos del pasado, desde La Vida es Bella (y amarga) de Roberto Begnini o la visión trágica de Steven Spielberg. Colocando nuestros ojos en las alturas más que al nivel humano, para ser testigos del recorrido de balas silbando sobre un campo de concentración en busca de un desgraciado huésped, sobre un horizonte grisáceo. Como una ráfaga de viento borrando los restos humanos en el aire y dispersándolos en el tiempo. Pero, separados de cualquier rastro de comedia o agradecimiento, porque Nemes prefiere la distancia justa, cercana al recorrido de la singularidad y el horror, o el sarcasmo silencioso.

Aquellos niños asustados, desaparecieron ante los rostros impotentes de sus padres y, entre ellos, cien mil por debajo de la mayoría de edad, de entre 430 mil húngaros judíos serían marcados, deportados o enviados a laboratorios, para usarlos de cobaya en una labor experimental que produce escalofríos. Ninguno tendría entierro digno, ni alcanzaría el camino nítido de la música de un Pianista o los rugidos de alivio en la salvación de las fieras de un zoológico, sólo lamentos apagados ante el miedo imposible de sofocar. Únicamente, inocentes que compartieron el mismo y triste horizonte grisáceo, recorriendo la misma ruta sobre los raíles abandonados hoy, como el esqueleto macabro de esa férrea estructura nazi o dinosaurio sin conciencia, que marcara las huellas de trenes a las puertas mismas del infierno. A sus inmundos incineradores y cámaras de muerte, al recuerdo de un olor nauseabundo fermentado en el odio.
El director magiar escoge la vía sumergida del trabajo forzoso, de supervivencia a costa de la riqueza de otros y el robo de identidades, de castigos mantenidos hasta el sufrimiento más inmoral, de muerte sin fronteras, si no se cumplían los terribles designios de personas como nosotros. Borrar de la faz de la tierra a un grupo o etnia por decreto. Y los dudosos pasos ante una posible opción, real o inventada, para conseguir abandonar, no un anunciado asesinato, sino, una muerte en vida, transmitida en directo.

Todo su mundo, trata sobre ese carácter inhumano que aparece siempre en el ser, aparentemente civilizado e inteligente, de aptitudes irreconocibles, o no, y el dolor de familiares que se ven despojados de todo. Incluso, de la razón o los rasgos identitarios. De torturas que no veremos, porque si tuvieras la oportunidad de sobrevivir a aquella estulticia, el recuerdo de la masacre a tu alrededor sería una colosal tarea, con las balas apagando gritos o lamentos gasificados en la penumbra, los actos ocultos de crueldad, la involuntariedad de los cautivos y compañeros de horno. Sólo producirían un eco sordo en tu memoria, tal que una decrépita fuga a la asfixia reinante y el caos. El recuerdo de una masacre que te despojó de cualquier rastro humano o piedad, sobreviviendo como pudieras. Revivir y dirigir la mirada en la actualidad, a una pesadilla que produce un dolor en el espectador tan inmenso que lo desprotege ante su visionado cruel, ayer u hoy.

Somos testigos sin mancharnos las manos (únicamente la conciencia), mientras suena la reverberación de un piano en un universo abstracto, y el traqueteo de una llegada del próximo cargamento, con la niña de rojo y el hijo sin alma, arrastra su olvido junto a millones de personas apiladas y deshidratadas. Con parte de aceptación de una población engañada o sentenciada. Son los ecos y los caminos llegados con variedad de lenguas: húngaro, yiddish, alemán, ruso, polaco, francés, griego, eslovaco, hebreo..., traductores de muerte en una Torre de Babel para nuestro protagonista (identificado en nosotros), cuando la muerte del hijo es la excusa o providencia, para alcanzar el sueño de vivir o escapar a una condena horrible. De la ideología racista e indiscriminada, ante la indiferencia de otros muchos, social o política... e intelectual. Para alejarse de aquel olor nauseabundo que persigue en la noche como una sombra de la conciencia.

Explica Nemes: "Nos obligamos a rodar de una manera muy determinada, con reglas muy estrictas. Cuando no estás limitado visual o estéticamente, el cine puede alcanzar niveles de sobre-exposición hasta convertirlo todo en un simple espectáculo de entretenimiento. Al contrario, cuando limitas en campo visual y sólo permites que el espectador alcance a ver sólo fragmentos, consigues sugerir y haces sentir algo que, creo, está relacionado con la experiencia de un campo de exterminio. Con eso y con el espíritu mismo del cine. La mirada abarca siempre mucho más de lo que simplemente se ve", se toma un segundo y continúa: "recrear el horror, sólo podemos sugerirlo. El protagonista cree reconocer el cuerpo de su hijo. Eso o simplemente la posibilidad de salvación en el abismo. De paso, reabre el debate que desde Auschwitz condena toda obra de ficción, todo nombre, sobre, precisamente lo innombrable".
Nos situamos y nos coloca el autor, a la altura de la decencia de unos ojos vacíos y su aliento entrecortado, al lado de un cerebro que piensa en cualquier posición, de nuevo en silencio. El miedo a respirar y sentir...

Prácticamente cegados por el terror y esa deshonra oculta, que sucede más allá, o llamando de nuevo a la puerta desde el pasado, en nuestros días. Sin descanso, noche y día, reviendo aquella fatídica sucesión de actividades criminales y debilidades frente a la injusticia. Sucesos a los que se veía obligado nuestro protagonista Saúl, y nosotros con él, sin necesidad de aspavientos ni trucos, simplemente con profundidad de miras y raciocinio, para mantener la calma y traducir sus miedos en diferentes lenguas y gestos, que se desprendía en aquella deshumanización calculada milimétricamente, y extendida como una execrable enfermedad mental. La maldad, que conquistaría el pensamiento único, con un veneno tan eficaz como peligroso.
Son of Saul es ese tipo de etapa en el camino, sin escrúpulos, que denuncia la debacle ética del grupo. La vía que escogemos cuando evitamos el diálogo o entendimiento entre distintos, una derivada del horror o una fuga a ningún lugar, la delgada línea que dibujamos y subrayamos una vez tras otra, durante décadas y después, en estos momentos de crisis planetaria y posturas radicalizadas. La vida de Saúl es la búsqueda de ese viaje incompleto, incompatible con la fe (la creencia sin esperanza ni alma), caminando ante la crueldad del hombre y la necesidad de un tipo de cine denuncia. Interpretado con tranquilidad de espíritu, como un autor retrata lo indefinido, el terror tras la puerta, el documentalista comprometido, el pianista sorprendido, el cómico protegiendo la inocencia, un empresario valeroso, un cuidador de zoo... o cualquiera de nosotros, dedicados a intentar que la historia no se repita de nuevo. Hoy se disputa sobre un terreno de juego, evasión o victoria, sin odios ni salvajismo entre Polonia y Alemania, gracias. Pero, con peligrosas excepciones... y gracias a un director valiente que consigue denunciar el horror y el odio, desde otro novedoso punto de vista.

Porque, como dice el director László Nemes: "No es una cinta sobre la supervivencia, sino sobre la realidad de la muerte. La supervivencia, de hecho, en la realidad de los campos es mentira, nunca se dio. Si acaso fue una mínima excepción. Me molesta cuando las películas del Holocausto insisten sobre un hecho extraordinario como el de salvarse. Mi personaje lo intenta, pero lo hace a la desesperada. No hablo de cómo se escapa del campo, sino de una huida interior".
Espero que logremos escapar a ello... y que nunca más, se repita.

Son of Saul Soundtrack - László Melis


Klaus Nomi - The Cold Song

jueves, 9 de junio de 2016

Youth.

Paolo Sorrentino: ¿Qué se hace primero, el director o el escritor?

Siempre me he preguntado si antes de nacer el director de cine, aparece de manera innata o evoluciona la forma de escritura para convertirse en una historia original que lograra transformarse en una obra teatral o cinematográfica. En el caso del napolitano Paolo Sorrentino, es evidente que primero surge la estructura narrativa o guion como forma de expresión artística y, por consiguiente una fuente para la creación de autor, que persigue contar la aventura de nuestras cortas existencias o el pensamiento transformado durante años de dualidad personal, en experiencias emocionales entre el olvido y el odio, o los dubitativos pasos del amor frente a la irrefrenable atracción física e intelectual y la pasión.
Así, desde su primer trabajo en forma de corto de 1994, apuesta por la propia configuración del guion, como haría años más tarde con su primera película de largometraje de título L´Uomo in Più (´One Man Up`) o el segundo Las Consecuencias del Amor, con su estrella más reconocida internacionalmente, el entrañable y extraordinario actor Toni Servillo. Nacido en Afragola (Campania) y enfundado en la piel del recordado Jep Gambardella de La Grande Belleza, este trabajo ha sido un soplo de aire renovado en el cine italiano y europeo, para goce de sus cuantiosos admiradores. También desconocida personalmente, una interesante historia entre el amor y el éxito económico, de nombre El Amigo de la Familia, con tres premios David di Donatello en su haber y una realidad dramática para la reflexión interior; por ende, a petición interesada, sería necesario que algún medio de difusión pública se encargara de transmitir todas estas películas iniciáticas, lanzaderas en la carrera de grandes directores, para que se difundieran a un público que, de otra forma, se vería imposibilitado de descubrir aquellas primeras obras, enigmáticas y frescas películas. Como, tímidamente reconozco, es mi caso.

Jep Gambardella y la ganadora del Oscar a mejor película en lengua foránea en 2013 en bendita co-producción italo-francesa, han permitido establecer un lazo nostálgico entre el pasado más revolucionario de la juventud con el presente, que toma una deriva irreversible hacia la paz interior o la convalecencia intelectual, siempre que el miedo al fracaso no impida aquel último camino a la caótica e inconsistente felicidad. Si acaso, al encuentro con el conocimiento más nimio, dominado por la belleza añorada.
Todo lo contrario, ocurría en su cuarto trabajo llamado El Divo, más dirigido a la actualidad y crítica política, o la entrada de Sorrentino a una consecución de repartos con nombres de grandes estrellas con indudable personalidad y atrevimiento para acercarse a nuevos realizadores europeos de méritos reducidos por los medios económicos, como sería su filme Un Lugar Donde Quedarse, interpretado por Eve Hewson (El Punte de los Espías), Frances McDormand y el roquero Sean Penn en busca de una justicia o venganza del inefable pasado. Sin embargo, con su última aparición en la gran pantalla, Sorrentino devuelve el brillo a los personajes entregados a la recapacitación vital, la añoranza de otros tiempos y el reconocimiento de los errores, que se vuelven un boomerang de sentimientos encontrados o una batuta mágica dirigida hacia la Juventud.


En el cine italiano y, en la memoria de algunos aficionados al arte de muchos lugares de Europa y el mundo, la figura de Sorrentino se ha elevado como las notas musicales y nostálgicas de la Gran Belleza, disposiciones artísticas envueltas en una capa de grasa corporal y recuerdos juveniles, que sirven para narrar los pensamientos de sus personajes inolvidables. Con esta renacida, Youth, nos reencontramos con la composición fotográfica de calidad y la música que crece o domina con solvencia estética su ambientación, en medio de una manifiesta dedicación general a la interpretación que sirva de acicate a los personajes, o no. Para lograr esa motivación personal hacia la excelencia o la plenitud individual o profesional, y una mirada crítica de la insignificante vida de los seres humanos frente a la inmortalidad de una obra genial o maestra, que conviviría con muchos pensamientos nuevos en el futuro. Esa idea, pienso, que es la preocupación de Sorrentino en estos instantes gratificantes, en los que ha conseguido el reconocimiento merecido de parte de crítica y público, entregados a su necesaria visión cinematográfica. De mi pensamiento le ofrezco, la más sentida enhorabuena y el impulso para conquistar nuevas metas que se proponga, hasta que la juventud nos lo permita, creador y espectador.
Youth, se muestra sensible con el respeto al artista de la mano de varias figuras del Séptimo Arte, que representan muchas horas de dedicación a su trabajo y la presencia estelar de unos actores y actrices, que manifiestan las prioridades o desavenencias que nos visitarán a todos, tarde o temprano, mientras se acerca ese momento crítico, es hora de mirarse al espejo y observar el paso del tiempo atacando nuestro ego, o aquello más preciado que nos definió y paulatinamente perdemos. No el deseo sexual, que también, sino el conocimiento que vamos acumulando durante los años o la capacidad mental, con límites. Por ahora...

Más positiva y eficazmente, frente a la enfermedad y la pérdida de imaginación, hay que congratularse con la valentía del director italiano y de unos actores (de otro planeta denominado Coraje) que pertenecen a dos generaciones despidiéndose de la Juventud. Los sugestivos actores Paul Dano y Rachel Weisz encontrando nuevos retos para afianzarse y los reverenciados por aficionados al cine de cualquier edad que, con piel magullada y cerebro envidiablemente inmaculado, observamos cómo dominan las tablas y la expresión bien vocalizada, como Harvey Keitel, Jane Fonda y el inconfundible londinense nada hierático, el gran Michael Caine. Otra manera de agradecimiento a Paolo Sorrentino, que debemos con fruición absoluta y verdadera.
Youth vuelve a instalarse en la memoria, con la exhibición creativa e inteligente de las diversas ramas que convergen en el arte, desde la fotografía o la pintura, hasta la literatura y el cine protegido o revitalizado por las composiciones musicales de otras etapas pasadas. Sorrentino y sus personajes nostálgicos, han ido conquistando el corazón palpitante del cinéfilo, como aquellos antecesores maestros entre humanismo poético y el costumbrismo vitriólico, con esta mirada artística más alegórica y contemporánea, pero preservando ek mismo aroma de los gratos momentos o recuerdos del cine italiano, o también un esnobismo de otra época que se acercaba al éxito profesional de manera más romántica y creativa, que en la actualidad. En cambio, existe una renovación de los géneros que está regalando interesantes producciones con miradas más eclécticas, y un atrevimiento caracterizado por la ambigüedad narrativa y la amalgama de diferentes estilos cinematográficos.

Uno de sus máximos exponentes, es Paolo Sorrentino, demostrando de nuevo que se puede navegar por la intelectualidad con un toque divertido o tragicómico, en que el aspecto visual no está reñido con aquellas historias más introspectivas. Porque el humor con alta carga mordiente, sirve de referencia para que la melancolía invada el corazón del público con sus característicos personajes, en esta ocasión, un director en busca de su obra más importante tras el fracaso de sus últimas creaciones y un director de orquesta con grandes convicciones, que tendrá que lidiar con el lado más oscuro de la gloria artística, e amor y la amistad. En definitiva, la juventud como magnificencia musical o fragancia de esta ´maldita` experiencia. Un vehículo o batuta, a medida de Maurice Joseph Micklewhite agradeciendo a su pareja de Guayana más joven, que lograra rescatarle del desastre y continuar su labor dedicada al cine como Sir Michael Caine.
O, un traje a medida para darle la vuelta y convertirse en la piel del monstruo o, caricatura.

Invariablemente desde su argumentación pasada y estilo propio, Sorrentino oferta visualmente sus referencias culturales del cine, la música y la literatura (es decir, el Arte con mayúsculas) y los puntos de convergencia con la esencia frente a la modernidad, e incluso, la invasión tecnológica que ofrecería una falsificación de la obra, como un sueño de rostros del pasado en una compleja narración e imágenes visualmente impactantes, o emocionalmente conmovedoras hasta el final o la caída del telón.
La idea retórica que nos convierte, con el paso del tiempo, en marionetas en un teatro o directores rotos. En esos personajes más insospechados, que idolatramos u odiamos, intentamos dejar en el recuerdo para no olvidar el desastre o la venganza. El odio de la separación, como un reflejo de nuestra mente que se alimenta con el miedo, o un hermano desarrollando su creatividad con sus colaboradores habituales, fieles. Desde un sillón enfrentado al pasado con cara maquillada o los arrestos necesarios para soltar verdades dolorosas, o un espacio reservado para el silencio y los sonidos de la naturaleza, para sí mismo y no la exigencia clasista. Juventud es un complejo entramado de egos y afinidades pasionales, desencuentros por causas variadas y reflexiones simpáticas sobre la decrepitud física o la pérdida de valores. Esta última más peligrosa...

Aunque los protagonistas y maestros, se vuelvan fantasmas ocultos bajo la superficie o incipientes maestros que mantengan su singular personalidad a flor de piel, sino muerta (por su posición social y económica) si algo ajada con los golpes de la vida, del ámbito deportivo mirado desde la decadencia, de la familia frente a la defensa de aquella creatividad o su necesidad de continuar con imaginación. Que iría desde un concierto onírico o rodaje polémico, hasta un encuentro lascivo con el Cuerpo dionisiaco, universal y único, escultural, grácil, femenino... casi ofensivo. Ese canon de la belleza que tallaron o pintaron los artistas del Renacimiento, y que emerge como una sirena en las aguas románticas de Venecia, con las escamas deseadas de una actriz y modelo rumana de nombre Madalina Diana Ghenea. Otra magnánima visión sobre sensuales tacones y lúcida inteligencia de Sorrentino.
Youth transita por aquel personaje ambiguo y obsesionado Gambardella, el inolvidable maduro resignado o crítico según las secuencias, con dos amigos siempre deslenguados, no tan osados ya, excepto con la imaginación. Añorantes, que han ido desarrollando con aquel, su propia "dolce vita" en términos cinematográficos o melómanos, en una visión particular y regeneradora de la caída biológica (que no mental de los protagonistas), románticos en plena sociedad de la Europa de este nuevo siglo XXI.
Sus inadaptadas conciencias a los nuevos ritmos y pensamientos, una sombra observando en silencio, a las nuevas derivas generacionales, es una búsqueda personal de esa gran Belleza, más espiritual. A veces conservada como las lágrimas de un niño asustadizo frente a la exuberancia o el deseo irrefrenable, o la repulsa ideológica encerrada en un compartimiento a presión. Jane monumental, no de la selva, es una bomba temporal de nuestra propia vida llegando al final, de una aparentemente, extensa y cruel cuenta atrás. Más lágrimas...

Pero, tal que el roquero siniestro como el soñador ´director` de imágenes o maniobras orquestales en la pradera, pertenecen a este choque generacional, vengativo, como padre e hijo luchando contra el mismo destino o el olvido. Don Paolo se entiende a la perfección con el montaje y las atmósferas teatrales y los sonidos envolventes del retro acústico o minimalista, como un gran escenario de comienzo prometedor y la caída tras el brillante telón de fondo, la Juventud que nos sorprende con su final conmovedor o trascendente.
Su cine posee el recuerdo olfativo de nuestras pituitarias al entrar en contacto con la cocina de la abuela o el perfume perdido de un amor adolescente, que castigan repetidamente el entendimiento racional desde el Lazio o Londres al cantón suizo de Graubünden, en el Hotel Waldhaus, y elevan nuestro espíritu entregado a Mr. Caine, en un concierto sublime frente a sí mismo y los recuerdos. Su público supeditado a la artillería sensual del tiempo, tanto como permitan sus silencios incómodos, contagiado por las miradas contemplativas o admirativas y el hambre de cultura, o sexo. En el futuro de Youth, sino lo remedian avances biológicos o tecnológicos, invariablemente, nos encontraremos con ellos, con Diego Armando Maradona y su toque de 1O, con Dano y su bigote fingido, o la acción ejemplar y posición elegida por la bella Weisz. Por supuesto, también con Jane, Harvey y Michael, en trilogía de la vida y otras estrellas que se entrecruzaron en nuestro camino latino y la Vía Láctea, que acaban contenidas en un pequeño receptáculo de piel y huesos, en aguas termales para apaciguar el alma y calmar dolores reumáticos o artríticos.

Youth, es una exhibición de poder... tiránico, obsesivo, vengativo o sexual, frente a la debilidad, viaje tardío a la conquista de territorios indefensos u olvidadizos, a la experiencia en dicotomía profesional del comediante, o teatralidad mantenida, decadencia sentimental y otros instantes donde dicha memoria transita con añoranza descontrolada por la tristeza interior o desánimo, a la inteligencia altamente cultivada por sus protagonistas. Siempre con batuta llevada por su hábil mano tragicómica dirigida hacia la piel del espectador. A palabras de ánimo, extravagantes, oníricas, contradictorias, reproches y fugas en Sol, cuando Youth se centra en situaciones pretéritas, aparecen las quejas en el presente, la envidia sana o enferma, sugestivas, inalcanzables, demostrativas de virilidad, temores de la infancia o errores que regresan cara a cara. Son diálogos como incisiones en la piel, que sajaron el veneno inoculado con meteduras de pata, históricas, igual que triunfos inexpresivos del presente, esquivo.
El futuro, acabará llegando a los huesos, interpretando a otro o estableciendo desconexiones cerebrales que irán en aumento, un refugio ilocalizable y remoto de conciencias modernas, de jóvenes, mujeres u hombres que experimentarán. Por consiguiente, ambas generaciones deberían estar condenadas a entenderse, porque la separación o la omisión, puede ser más drástica de lo pensado o necesario. Palabra de Paolo, antes dramaturgo que cineasta.

En estas circunstancias, cubiertos de fama y reticencias ante el éxito individual, la orquesta aparece como respuesta a la condena.
Cuya obra significa el sentido de nuestro trabajo futuro, y el logro imaginativo de ajadas neuronas, a veces risibles.
El arte es la expresión más fiel del pensamiento y partitura fundamental del esfuerzo físico y mental.
En ellos, se hallan reflejadas las visiones de directores, tanto de notas como imágenes, hombres sin complejos frente a la juventud arrolladora, la integridad de la individualidad y personalidad... como han sido todos aquellos, actores y músicos, que nos hicieron la vida un poco más amable y grata.
Los escritores que definieron sus desde el comienzo, las pinceladas de su memoria, características o idealizadas, en una carrera concienzuda contra el papel en blanco y el reloj. Youth es un homenaje a todos los que, de una forma u otra, alcanzaron relevancia, posición o nombre, en el mundo artístico y que actualmente, con gloria profesional o sin ella, se ve la introspección de toda un vida llena de decisiones y sensaciones clásicas, de palabras que dejaron huella, en aquella Juventud abandonada por una posición más elevada del saber. Inevitablemente.
El Gran Caine, centrado en el foso o la grada verde, simplemente merece verla por su presencia... ¡música maestro!

OST "Youth - La Giovinezza" Sumi Jo, Viktoria Mullova & BBC Orchestra | The Retrosettes - You Got The Love



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