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domingo, 25 de diciembre de 2016

El Contable / Un Traidor Como Los Nuestros


The Accountant: un Rain Man, a tortas.

Todos recuerdan a Dustin Hoffman recreando a una personaje con un severo grado de autismo, confundido con su obsesión por el orden y la afectación de aquellos rasgos emocionales que confunden sus relaciones hacia los demás. Un individuo con ciertas particularidades personales, con el mismo derecho que los demás y poseedor de un alto cociente intelectual o dominador de otras funciones neuronales como el cálculo matemático. Aquel Rain Man retratado por un inteligente director como Barry Levinson (El Secreto de la Pirámide, Good Morning Vietnam), se aproxima en la letanía narrativa a este vivaz Contable de 2016, más flexible y estabilizado mentalmente que aquel recordado Charles Babbitt, al menos en apariencia.
Aquí, este hombre especial está interpretado por un Ben Affleck, calculado, dirigido por Gavin O´Connor y responsable de sus desgarros familiares, aventuras extremas u otros movimientos pugilísticos, tal que aquellos hermanos enfrentados en su notable película Warrior.

Para ello, el director cuenta con un entramado corrupto, dentro del espionaje más actual, que va desde una investigación en el seno empresarial hasta los primeros pasos de un pasado oscuro, por medio de un entretenido guion de Bill Dubuque (El Juez).
Los diferentes líos de Rain Man, provenían de la actitud egoísta de su hermano de pantalla Tom Cruise, también relacionados con determinados asuntos económicos y viscerales, pero este experto contable conocido como Christian Wolff posee otras características familiares, motivaciones artísticas y filantrópicas, o acciones que suceden a un aprendizaje erróneo o complicaciones derivadas de un tutor y combatiente, demasiado exigente. Por consiguiente, en el camino de tan desestabilizada situación personal y enigmática, se puede comprobar su extrema dificultad para relacionarse en la vida privada, apartándose de su labor profesional. Sentir determinadas apreciaciones o querencias, llamémosles habituales en nuestra condición de ser racional y emocional, especialmente si, en frente, se aparece la sonrisa cordial de Anna Kendrick.

En otro orden de cosas, The Accountant posee una trama camuflada, responsabilidades encubiertas y ejecuciones amorales, conflictos familiares, mientras se desarrollan atractivas escenas entre la pareja protagonista y un conjunto de grandes actores, como el duro Jon Bernthal o los ya experimentados, Jeffrey Tambor (There's Something About Mary, Hellboy), un apreciado todoterreno que siempre capta nuestra atención, tal que John Lithgow (Footloose, Rise of the Planet of the Apes) y no menos fiable, el genial redescubrimiento del panorama actual, un J. K. Simmons (Spider-Man, Whiplash), captador de miradas y poderoso recitado en su oficio de actor, desarrollando una magnífica tercera juventud profesional.
En nuestro mundo real, no es de extrañar, este conflicto generado en medio de un ambiente generalizado de corrupción, ni las radicales propuestas de una trama, que autoriza sus movimientos al margen de la ley. The Accountant lucha en un mundo plagado de oportunidades para el crimen global, por eso, el personaje de Affleck se defiende con todas las armas mentales y algunas sorpresas adicionales. Este Rain Man, no deja nada al azar, ni siquiera el arte.

Su inteligencia unida a la capacidad física, sirve para olvidar ciertas manías y desatascar, aparentemente, su vida cotidiana, como las tareas automatizadas, escrupulosa situación de los objetos u obsesiones propias de su carácter hermético. Se podría decir que, es el Bourne o Jack Reacher que acomete las justas más peligrosas, con el uso de números a fuerza de golpes. Así, su identidad se enfrenta a complicaciones generadas por su actividad ilegal, o no... su mente a esos procesos cuantitativos y pasionales, su ser al proceso educativo de la infancia y la imagen paterna de un guerrero, como el soldado y fracasado en su matrimonio. Manteniendo oculta esa desproporción modal y sistemática del héroe de acción, o sus habilidades propias del contable preparado para ciertas maniobras de combate exponencial, que chocan como unos suaves labios contra el cemento armado, o entre diferentes piezas del puzzle familiar.
Es mimético, desapercibido y perfeccionista, educado y pragmático, pues posee una mente programada para afrontar cualquier problema o cálculo milimétrico, resolver un conflicto con infinita puntería, o capaz de desmontar su praxis secreta, económica y solitaria, en favor de una labor más romántica. Como un posible Robin Hood de autismo controlado. Mente está estructurada, despierta y precavida, frente a dicha corrupción financiera y política. Sus manos precisas, como el ojo pegado a un objetivo último... contar y ser tenido en cuenta. Al menos, en el futuro cinematográfico.

La joven se fijó en él, en maniobra accidental y calculada sobre el cristal, ensimismada con su aptitud y brillantez, confundida por su frialdad comunicativa e íntima, atraída por un complejo entramado de datos y una mente dosificada. Uniendo los retales de un posible amor... en cambio, lejano. O´Connor se deshace en otros halagos, más dirigidos a los aficionados del género de acción, cerca del suspense con movimientos mafiosos alrededor, muchas acrobacias heredadas de aquellos agentes actuales y piezas de un ajedrez policial, que maneja una renegada con el rostro de la actriz sensual, nacida en Londres, Cynthia Addai-Robinson (Arrow).
En definitiva, entre golpes de ingenio (y otros más efectivos), tiros o corruptelas varias, El Contador contiene trazas interesantes, sin exagerar, transformando perspicacia e inteligencia, en un típico arma de destrucción masiva. Corrección dentro del denominado género thriller, con sorpresa final y matices que transitan ambos lados de la frontera del crimen, o fragmentos del comportamiento humano y el romanticismo huidizo. Puesto que, aunque se pierda en un simbolismo gestual o singularidad de una mente extraordinaria, desembocando en la personificación de Rambo y el combate cuerpo a cuerpo de un Bruce Lee de etiqueta, James Bond sin actitudes para la conquista o seducción, sus inclinaciones son culturales y altruistas, eso sí. Lo peor, algo de ambiente sensiblero en la última suma, multiplicación o división...

Soundtrack The Accountant, de Mark Isham:


Our Kind of Traitor: Traicionar a uno de los suyos.

Esta película titulada en España, Un Traidor Como los Nuestros, está más definida y desarrolla una trama articulada entre la casualidad y la mafia. Con una pareja conformada por el actor escocés Ewan McGregor, antes de la animación The Land of Sometimes, Trainspotting 2 o La Bella y la Bestia; y la londinense Naomie Harris (Moonlight, Collateral Beauty) que demuestra sus dotes para caminar sobre el alambre de los sentimientos y el fracaso de pareja, si bien, el mayor peso de los acontecimientos se desvían a la madeja de corruptelas, sobre la figura arrolladora en actitud criminal y el acierto vocal de un actor descomunal, como el sueco nacido en Gothenburg, Stellan Skarsgard. Él, es el padre y el amante llamado Dima, el engañado peligroso o el prestidigitador del engaño, el invitado en la boda y el Maestro de Ceremonias a este evento, a la vez, el prófugo rebelde y el jefe de la banda... el traidor, ruso traicionado. Será partícipe de El Hombre que Mató a Don Quijote, con próximas aventuras en el filme de Martha Coolidge, Music War and Love, Return to Montauk de Volker Schlöndorff y, echará una mano, a Borg/McEnroe del director danés Janus Metz Pedersen.
En muchas ocasiones (sobre las páginas de este blog cinéfilo), he comentado que un hecho fortuito o acontecimiento forzado a nuestras espaldas, puede modificar radicalmente nuestras vidas. Por ejemplo, que tu ayuda desinteresada puede modificar las expectativas de otros o significar, por el contrario, una tangible amenaza para dichos individuos involucrados. Es decir, la confianza es la madre de todas las traiciones posibles y venideras.

En Our Kind of Traitor, la directora Susanna White (La Niñera Mágica y el Big Bang), se propone el mismo juego a dos bandas, o bandos irreconciliables, que motivan un encuentro casual y causal. Demostrado con profesionalidad y visión posterior, que nada es tan artificial, sobre todo, cuando los protagonistas tienen dichos nombres y su ficción filmada posee matices, que desembocan en un sentimiento o vínculo personal, del cual es imposible escapar, sin permitir una especie de degeneración de la personalidad o, incluso, la pérdida de alguna vida.
Por eso, el guion del iraní Hossein Amini (Drive, Las Dos Caras de Enero), basado en una obra del escritor británico John Le Carré..., invoca a la aparición estimulante de un espíritu libre o provisto de cierta lealtad, con un personaje pragmático y decidido en los momentos oportunos, que persigue una acción consecuente. Ewan McGregor da vida a un profesor universitario, que verá su aparente tranquilidad enfrentado a una estructura piramidal, contagiosa y dramáticamente fiel. Esto es, un intelectual en crisis, enfangado en una vorágine de traiciones internacionales y débiles desencuentros en el extranjero, más emocionales que inteligentes, dado su función educativa.

Aunque todo el asunto se presenta sin excesos o florituras episódicas, la historia crece y se mantiene una coherencia argumental o suspense exponencial, para una coproducción entre Francia, Gran Bretaña y Rusia, sobre la amistad y otras relaciones, digamos, más interesadas. Pero, el verdadero protagonista de acusaciones, falacias y represalias, tiene la voz de un actor completo y el rostro ambiguo (para el bien y el mal) de Mr. Skarsgard, manifestado a través de su poderosa o pausada interpretación. Tanto que el espectador acaba arrastrado hacia su magnético encanto y su fuerza para representar individuos extremos y violentos, en esta ocasión, matizada con diferentes ejemplos, como padre de familia y acorralado protector.
Si bien, la estructura de sus relaciones familiares y negocios, se narren de manera incompleta al principio, casi testimonial frente a los conflictos y movimientos que se desarrollarán a continuación. Ambos personajes y amigos forzados, se conocieron en aquella fiesta privada como resultado de un secreto inconfesable o mortal, y el conocimiento postrero de otros comportamientos corruptos, pues de aquel silencio o una especial "omertá" azarosa... dependería el futuro de sus relaciones y sus propias vidas.

Como consecuencia (de aquel trabajo camuflado), la pareja protagonista tiene su peso en el desarrollo de los hechos adaptados de Le Carré, pero el punto final, está en la virtud cinematográfica retratando las acciones de políticos corruptos, venganzas arraigadas entre compañeros, vidas camufladas y, por encima de todo, en la responsabilidad profesional de Stellan a la hora de construir un personaje como miembro importante de la mafia rusa. Ya que el punto de ebullición, se eleva cuando cada secuencia encuadra su figura y matiza su presencia, cuando el micrófono se empapa con sus entonaciones clásicas, y por tanto, su vitalidad garantiza la acción, convirtiéndose en el principal atractivo de esta producción de StudioCanal, Anton Capital y Film4.
Las bifurcaciones del argumento clásico y mafioso, significan una resistencia numantina ante diversas acusaciones de uno u otro género, para desembocar en una terrible persecución personal, que no posee marcha atrás o niega la escapada a través de un callejón sin salida. Otra realidad, persigue la ocultación de los crímenes, en persecución de la familia y una acusación agravada dentro del contexto sanguíneo frustrado y de la lealtad, viciada.

Integridad, anonimato, personalidad, dudas, fortaleza interior... son motivos para acercarse a los dos retratos de la corrupción. Y los más importante, el acto de la traición que embarga los corazones en todas las direcciones posibles, dentro y fuera de sus familias, en oficinas y fiestas exclusivas, tratos ilegales y amenazas, por tierra y aire, ajustes de cuentas y encuentros inesperados; apuntando a un posible desencuentro internacional o escapadas al margen de los medios, del ambiente familiar o los cuerpos policiales, la presión o no, sobre el blanqueo de capitales, inversiones oscuras y salidas imposibles. Aquellos que, cinematográficamente, buscan el servicio a la sociedad, frente al enriquecimiento prematuro y dramático de sus cuentas vigiladas, escurridizas, ensangrentadas... son los nuevos héroes fuera de la ley, tras años de grises desfalcos movidos tras las fronteras tecnológicas y la receptividad comercial, transacciones envenenadas y vuelos a ninguna parte. Al final, la separación crítica es producto de todo aquello, por demasiada o escasa comunicación, algo desdibujada entre su nivel social, el tenis y unas vacaciones de conveniencia por Marruecos. Una línea salvadora, convertida en un infierno personal, entre Moscú y Londres, vía Alpes Suizos. Fin de la transmisión...

En esta organización del comentario, sobre el contexto de una inteligencia acosada o viveza sensorial, el diferente es el más cabal. Susanna White es mi ganadora (si bien páginas digitales den ganador al retrato Contable de O´Connor), por los pelos más matizados de Ewan, aunque ambos creadores dan muestras de calidad: películas de leitmotiv violento y clanes mafiosos, con loables actuaciones y evoluciones narrativas. Unas más efectivas que otras, pero de excelente calidad técnica y trazas de una salud envidiable para dicho género o secretos criminales.
Aquí, el azar inicial, gana un contrato incierto entre dos personalidades contrarias y cerebros distanciados, como diría la familia Corleone... por más de una cabeza de caballo de distancia, entre sus pies intranquilos y la almohada. O el baile de esta Traición.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Animales Fantásticos y dónde encontrarlos.


Mis amigos: los seres fantásticos.

Establezco en este comentario de cine, que ante el escaso conocimiento sobre el mundo encantado de Harry Potter y otras personalidades de las novelas, he debido matricularme en un curso acelerado sobre nigromancia, la narración de esta ficción dividida en mortífagos-muggles-potterheads, y otros seres fantásticos ideados por la británica J. K. Rowling, que quedaron en el tintero de su imaginación de escritora fantástica. Este es su siguiente paso hacia mundos imaginarios con una toma de realidad comparable, sobre las ciudades más representativas de la cultura occidental, y causas sociales que amparan la protección de los más débiles o diferentes.
Estos Animales Fantásticos, evolucionan una extensión del Ministerio de la Magia que consagrara a la novelista con un tumultuoso éxito comercial, ahora aderezado por tierras norteamericanas. Pero, mi impulso cinematográfico, me lleva a conocer esas instancias relativas a la concepción inusual de las cosas que quedaron postergadas con Harry, el tiempo paralelo que transcurre entre sus historias y la naturaleza salvaje de esta nueva entidad o cultura mágica.

En segundo lugar del hechizo, o encantamiento desvanecido tras la desconexión anterior (sólo aprecio algo la primera aparición en la gran pantalla y el episodio Harry Potter and the Prisoner of Azkaban dirigido por Alfonso Cuarón), debo apresurarme para comentar que mi desconocimiento, no impide una revisión propia del nuevo contenido. Desconocer en parte, este universo mágico de Hogwarts escocés, sus rincones o lugares agrestes y algunos personajes adyacentes, me ha hecho acercarme con cautela y una capa de invisibilidad como protección de sus millonarios fans. Porque, reconozco un atractivo superior para mentes más adultas, con esta última producción y guion cinematográfico firmado por miss Rowling, otra vez junto al director David Yates (La Leyenda de Tarzán) nacido en St. Helens - Merseyside, England y autor de cuatro películas precursoras de esta nueva estrategia prestidigitadora, de animoso y encantador título, Animales Fantásticos y Dónde Encontrarlos.
El nuevo sistema mágico, abre sus puertas a un viaje plagado de una mitológica plaga de especímenes, peligrosos o encantados, cuyo protagonista principal viene cargado de una maleta pesada y un carácter, digamos algo reservado, casi extraña y ligeramente autista. El doble fondo, se completa con ciencia botánica y la protección de criaturas semi-invisibles, imaginarias para algunos en manos de un estudioso y cauteloso representante de la época victoriana. Un flemático, y despistado en principio, como el actor londinense Eddie Redmayne. Que siempre me cae bien y aparece en títulos interesantes, como éste.

Es una escena de seres fantásticos, que no mitológicos, aunque algo tiene que ver. Pues, se basa en algunas criaturas de leyenda y la división mágica de los protagonistas, con unos poderes impredecibles para el resto de los humanos. Digamos dentro del mundo real, o quizás fuera al revés. Aquellos, encolerizados con el uso indiscriminado de varitas mágicas y destrucciones masivas de sus edificios representativos o barrios, dónde el único representante válido entre ambas concepciones, se pasea con el aspecto juvenil de un divertido y enamoradizo Dan Fogler.
El cuarteto hechizado, se complementa con las actrices Katherine Waterston y Alison Judol, para definir la frontera del bien, mientras en paralelo se abre un universo escondido de nombres que aterrizan en el Nueva York de los años 20 (o posiblemente lo harán en el futuro) para atemorizar y borrar memorias después. Unos Men in Black del pasado, como Ralph Fiennes de Moldemort en la recámara, sin necesidad de escoba aerotransportada para este regreso; tal que Colin Farrell, Ezra Miller, Samantha Morton, Ron Perlman, John Voight y Johnny Depp, alimentando a las bestias y la administración del poder mágico.
Pero, en el reverso de los chismes, podría existir una fruslería consecuente, que indica una relación sexual entre este último perverso y rubio personaje, o Grindelwald, con un Dumbledore más joven y anónimo, hasta ahora, descartando hechizos de amor u otros sortilegios victimistas de novela barata.

De momento, habrá que conformarse con una relación más espiritual, entre dos entes románticos, diferenciados y separados en distintos hemisferios de los hechos narrados, y la conexión protectora con los bichos más estilizados y magnificados, poderosos e inteligentes, en forma de una devolución de roles representativos en sus lugares de procedencia. El joven busca su repatriación legendaria, como significan los mitos para entidades colectivas y identitarias, tal que un nuevo Frank de la Jungla en traje de franela, aunque su visión naturalista, no esté demasiado asfaltada o globalizada, de un escritor conocido como Newt Scamander y su universo particular, creo que oiremos hablar más de él y sus aventuras, al menos cuatro veces.
Admito, que ha atraído este mundo infantil con licencias románticas, aventurero y proteccionista, que significa un regreso a esos mundos mágicos, con cierto estilo a los viajes de Gulliver ideados por Jonathan Swift, el Willy Wonka salido de la pluma del novelista Roald Dahl, un día cambiante de invierno tras dormitar como simpáticas marmotas... o un Félix Rodríguez de la Fuente, con rictus más brit que burgalés. Un práctico estudioso y danzarín amaestrador, con pajarita en ciertas manifestaciones más privadas.


También un recuerdo, a los seres muy animados de Harryhausen o el universo cosmopolita y natural de fantásticas aventuras, creadas por Julio Verne; pero mezclados y retratados mediante esta atracción por la época victoriana, que parece dominada por el misterio y sus grandes mitos fantásticos. Sueños que van del Atreyu de La Historia Interminable a Mi Amigo el Gigante (también en la fábrica de letras de chocolate de Dahl), inolvidable La Máquina del Tiempo, basada en la obra de H.G. Wells o la reciente El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares, escrita por otro ente victoriano, divertido e imaginativo como Ransom Riggs, pero trasladados de época, a unos desconocidos Estados Unidos y Mágicos de América.
La fábula de criaturas, con características humanizadas o mucho más que sus funciones básicas, esto es como superhéroes, es parecida a aquellos legendarios animales que serían rescatados de la mitología clásica o inventados en los libros antiguos de fantasía juvenil, desde Simbad al El Señor de los Anillos de Tolkien. Una odisea, del ilusionismo fantástico del cómic a otras adaptaciones por el espacio lejano, cinematográfico. Universos de criaturas inimaginables del género de la ciencia ficción, como Star Wars o Los Guardianes de la Galaxia.

En fin, que esta idea fantástica, viene hechizada con ciertas conexiones infantiles evolucionadas o atractivos placebos ilustrativos, dirigidos al público adulto. Arrumacos y carantoñas, frente a desequilibrios del espíritu gótico y trágicas mutaciones de la personalidad más recóndita e inimaginable. O no... atentos al desenlace.
En realidad, son hechos mundanos guiados por la mano tenebrosa del hombre, caracterizados por derivadas territoriales e ideológicas, más estructuradas que los vacuos trucos de teletransportación y alguna pócima digitalizada que, sin embargo, no extiende las raíces de la conservación de las especies en profundidad. O, el enfrentamiento de dos personalidades antiguas de la humanidad, bien y mal, rivales a tiros, de conjuro; en favor de la libertad y el libre albedrío o, deseando la esclavitud oscura de un planeta deshumanizado y esclavo, con alzamientos de almas a golpe de varita decimonónica y estratégica, posiblemente, paralelismos a una forma radicalizada de la existencia... ¡qué amenaza con volver!

En el aspecto técnico de esta coproducción entre USA y Gran Bretaña, se desenvuelve la productora Heyday Films y unos efectos especiales que podrían mejorarse, con éxito y espectacularidad de sus andanzas en un mundo más ampliado. Porque, en otro plano, no menos importante, su historia disminuye entre la zoología escondida y la dudosa permanencia en lugares poco llamativos para el cuidado de estas enormes bestias o criaturitas de un Señor de las... ídem. Menos musculado que aquel joven Marc Singer, dirigido por Don Coscarelli (sí el de Fantasma y Masters of Horror).
Pues, si bien se abastece de ciertas manifestaciones que destacaban en aquellas novelas de Harry Potter y sus acérrimos colegas de la quinta mágica, va al grano o la esencia. Sin tantos detalles, licencias narrativas y juegos desnaturalizados con escobas voladoras, pero con un mayor número de guiños temporales, hacia su propio nacimiento y evolución; rayos y truenos, dragones y gatos de Chesire, abracadabra pata de arpía, sortilegios de amores con transmutaciones... y la música de James Newton Howard, para redondear y hacer más épica la estancia, en este nuevo universo mágico creado por la natural de Yate, South Gloucestershire, millonaria pero caritativa J.K. Rowling.

Por ende, como Michael y sus alimañas amigas, he sentido cierto rejuvenecimiento, un regusto arcaico por los magos del celuloide clásico. Más crecidos y desparramados en clubes nocturnos en función de casos detectivescos, gángsteres de diseño contrahecho y puro en la comisura de sus fauces insanas, heroínas flexibles y muñecas de alta costura. Obnubilado con pócimas de cócteles exóticos, música y risas extravagantes, peligro en cada esquina sombría, atraído ante una forma de imaginar el romanticismo imposible, bajo los escombros personales de una zona catastrófica o guerra abierta entre clases. Cautivado por el deseo, tras el despertar de un sueño fantástico bajo la lluvia, imborrable, al menos, para un género. Fantástico...
Por todo esto, más que por el tratamiento timorato y confuso de la parte oscura (estamos en audiencia infantil, no olvidemos), de aquellas relaciones burocráticas y piramidales, dictadas por gobiernos en la sombra y ministerios ególatras, disparates entre dioses en su monte cerrado del Olimpo y los despavoridos humanos adiestrados, desamortizaciones cerebrales al estilo MIB... pues, parece que se ha puesto de moda, la marcha atrás de secuencias actuales en películas de acción y otros apocalipsis temporales.
Algo diferente, que podría evolucionar en próximos safaris y personajes.

Tráiler Rogue One: Una historia de Star Wars, de Gareth Edwards.


Tráiler The Mummy, de Alex Kurtzman.


Tráiler Assassin´s Creed, de Justin Kurzel.


James Newton Howard: Fantastic Beasts and Where to Find Them: Original Motion Picture Soundtrack

domingo, 11 de diciembre de 2016

Double Feature: Peeping Tom/The Texas Chainsaw Massacre

Peeping Tom.

El cine, tras un periodo de frecuentes sustos para nuevos clientes al terror, se embarcaría en historias con el rostro de monstruos clásicos o esas figuras de nuestro pasado asustadizo que emergieron de las fábulas. Los seres salían de las retorcidas leyendas hacia nuestros miedos intrínsecos o los vaivenes de la sociedad, ante la miseria, las guerras o la enfermedad. Después, el trauma infantil se preparaba para la salida a un mundo de amenazas históricas a través de las carnicerías, envueltas en una extrema crueldad bélica, hasta la llegada de otros seres acechantes desde el cielo, que sugerían invasiones procedentes de otros mundos desconocidos. Pero los ojos del miedo, el retrato pavoroso del ser humano, se enfocaría en algo mucho más vecinal y peligroso, aquellos horrores propios del hombre y su extraño comportamiento social, que se empapaban con el sudor frío, el escalofrío ante unas manos sin mácula, el latido convulso de la angustia en la sien, el gesto de la frágil víctima ante un rostro conocido, el horror en los humanos poros de nuestra piel, lacerada, consumida...
Los nuevos criminales de estas jóvenes generaciones de aficionados al terror, ahora poseían un tratamiento de choque mediático, con el impacto visual de algunas acciones enfermizas en la pantalla, gigante, colectiva, foco de pesadillas... que residía en la obtención del terror a través de una fórmula violenta y cercana, el placer culpable y el pecado, la mirada conceptualmente depravada, la psicopatía.

La nueva línea estaba trazada dentro de esas mentes, ya desde los años incipientes de la imagen en una sala a oscuras, con acercamientos al mundo del Fausto de Murnau, la mesa devastadora de Browning, el doctor de Wiene o los estilizados cuadros de Lang, reflejando en fotogramas ciertos trastornos producidos durante la etapa infantil o educativa, en manos de tutores irresponsables o voces discordantes con sus anomalías frente a la sociedad, denominada normal. Eran mundos alejados de la protección, colectiva y privada, o confusiones derivadas del exceso, como el cariño paterno/materno-filial, que podría producir graves complicaciones en una edad más adulta.
En esos momentos, el miedo se camuflaba en las sombras y una osadía sin parangón, se traducía en una capa de lúgubre inteligencia que se anticipaba varios años, con irrespirable atmósfera que nos conducía a terribles historias personales, noticias envueltas de trampas visuales, iconografía de culto para cinéfilos, pero solventadas cinematográficamente por unos equipos solventes o jóvenes con pocos medios, pero mucha imaginación. Todo al servicio del suspense, como el Maestro y su universo cinematográfico, cuya atracción procedía de lo oculto, lo sugerido o insano, el riesgo impregnado por impactantes imágenes, silencios o el acecho tratado desde diferentes perspectivas. Luego, tonalidades de color manifestando un malestar social más llamativo, y un nuevo enfoque del dolor que se reflejaría invertido sobre el interior de alguna mirada futura.

La pantalla comenzaba a estar manipulada para el espectador, resabiado en la novela negra, quizás por ello, Truman Capote empieza a escribir con sobresalto A Sangre Fría. Así, aparecerían cintas como la homónima firmada por Richard Brooks en 1967, Frenesí en 1972 (doce extensos años tras la presente) o El Estrangulador de Boston de Richard Fleischer en 1968, que tenían aspectos básicos de aquel cine expresionista, con nuevas texturas y obsesiones; fijándose en comportamientos traumáticos o desviaciones sexuales de complejidad psicológica, de actual relevancia, que comenzarían no obstante en Psicosis. Causados por un desviado carismático, antisocial, criado en ese ambiente extraño u opresivo de la infancia, semejante a un tipo de individuos perturbados que ya dibujaron genios cinematográficos y narrativos como los nombrados anteriormente.
Pero, las primeras películas de color con excrecencias metafóricas, a distintos traumas sugeridos por la infancia y agónicos gritos de las víctimas, observadas en la oscuridad, tendrían un desarrollo problemático asumiendo las dificultades de ciertos rodajes o la utilización de repartos o equipos, diríamos, aún no tan profesionales. Pequeñas aventuras independientes que se enfocarían en el impacto y la sorpresa visual, o el concepto estratégico y sugestivo, en un auténtico devenir para esos técnicos y actores, impregnados en un ambiente cinematográficamente extraño o terroríficamente imaginativo.

Esta sesión doble, de horror humano, se basa en aquella mirada prohibitiva, a veces nauseabunda. Sobre todo, bastante marginada en el aspecto cinematográfico, que se fraguó a base de golpes, caídas, carne lastimada y lágrimas de miedo, frente a unos ojos inyectados en sangre, que salían de la pantalla a nuestro cerebro.
Aquellos primeros minutos en pantalla estaban cargados de simbolismo y avisos de peligro, señales encolerizadas en rojo sangre, que producían una erupción de sensaciones o angustias, metáforas dramáticas ante el crimen más enfermizo y ardiente. Desde óculos sin vida aparente, que observan tras un velo frío, traspasando a estrellas fulgurantes que derraman su aliento en brazos incandescentes, afilados e infatigables, sobre la pantalla desmembrada o nuestra controlada, brillante y azulada existencia.

"Fotografía a color, una época de terror".

El Sol como un gran ojo avizor, convulso e indiscreto, se convertía en esa especie de bestia que amenazara con golpear incansable sobre todo a su alcance. El gran ojo, abierto a las visiones o pesadillas más hirientes, salvajes, descontroladas, sobre la concepción del ser humano, el tránsito del mal y el dolor. Fuera de toda comprensión metafísica o la propia fe en el cine, durante aquella novedosa etapa fílmica o experimental.
Una apuesta de los jóvenes artistas en desarrollo, hambrientos de nuevas experiencias, por crear una atmósfera claustrofóbica alrededor del hombre y su violenta escena mediática, ya sea en un barrio gris de Londres, un motel apartado o una llanura polvorienta de Texas. Ejecutanto los primeros pasos de una carrera que se desarrollaría a golpe de lente deformada, el sudor frío ante diferentes problemas técnicos o el retrato angular de ese miedo escénico, frente al propio espejo, límite entre la vida y la muerte.

Gracias a esa observación profunda del comportamiento criminal, la audacia y ciertos golpes de efecto, basados en la perspectiva visual o la construcción de personajes extraños, se coquetea con la familia, los muros del placer y el sexo, la carne en descomposición, los ojos de pánico... Fundido en rojo, un Sol amarillo nos alumbra o una figura retorcida, que proyecta una sombra de nosotros, de la mente. Este es el diseño...
Pero antes, en el 1960, nadie estaba preparado para un impacto semejante, ni años después, un adolescente en un programa doble, que ya estaba acostumbrado a Cosas procedentes de otros mundos, vampiros de Düsseldorf más terrenales u otras demoliciones monstruosas de la británica Universal o la Hammer. Claro, que vista hoy, El Fotógrafo del Pánico y su tono metafórico, posee matices irreales, como casi todo ante el panorama del crimen y el salvajismo actual.

Esos personajes parecen una caricatura en las miradas actuales, quizás, derivadas desde la perspectiva icónica, el ritmo de la fiera con piel de cordero, silencio, o los movimientos modernos de la cámara. Pero, aquellos escenarios, paisajes o platós elaborados, tenían la intención obsesiva de llamar nuestra atención y revolvernos en la metodología criminal o agresiva de un ser depravado, nunca visto antes. La cámara se convertía en una zona de batalla, agónica y violenta, del próximo cine que busca elementos extraordinarios para llamar la atención sobre el peligro, infundir el miedo y mantener el suspense (más que la sangre, por ahora) y adentrarse en la manipulación de conciencias, lejos de aquellos enfoques imaginativos. La historia agravada, en sintonía con un resultado final que impactara, más allá de la exhibición gráfica o este dibujo amoral sobre la mirada humana.

El director británico natural de Bekesbourne (Kent) Michael Powell, entre narcisos negros, zapatillas rojas y otras óperas, se alejaba de esas experiencias coloristas, notas mágicas, de un pasado amateur pero extraordinariamente profesional junto a un emigrado Pressburger. Donde su mirada recalaba sobre un escenario estudiado para captar la enfermedad y el crimen, en su aspecto más directo, enrevesado y agónico, como un alarido a oscuras en mitad de una sala de cine, buscado a propósito o devuelto por esa atmósfera experimental. Las increíbles secuencias a inicios del sesenta, moldeaban su fisionomía particular e influencia, en algunos aspectos terroríficos que se mantendrían en la retina del público, muchas horas después y hasta décadas. Eran pequeños puzzles del comportamiento, agravados por la perspectiva de la víctima indefensa pegada a su espald, como diminutas piezas de un museo de los horrores que no para de crecer, expandirse desde la pantalla blanca hasta nuestra mirada, sorprendida, aterrorizada... También algo diluida en determinados conceptos, aptitudes psicopáticas y distanciadas temporalmente de ciertas experiencias actuales y digitales, como toda buena obra de culto a 24 fotogramas por segundo.

Peeping Tom, tomaba su nombre de una leyenda, que trataba sobre el matrimonio de Lady Godiva, zambulléndose en lagunas olvidadas por su marido y en desnudez cabalgaba en favor de los necesitados, mientras Tom El Mirón o El Voyeur en francés, desde su escondite la observaba. Surgido en un posible desarrollo educativo más traumático de la infancia, o esa obsesión de mirar a través de un agujero a escondidas, hasta que el tubo mecánico o la máquina terminó captando la última expresión del horror y el dolor.
Para ello, creo que intentaba alejarse de las víctimas, objetos en identidad aparente, cuya selección sería fuera de aquellos patrones habituales para el cine clásico y los repartos lujosos de cánones esbeltos y rostros de porcelana, con la extraña laxitud de Anna Massey (El Rapto de Bunny Lake y también en el Frenesí desquiciado sexualmente de Alfred Hitchcock) y la escocesa Moira Shearer, conocida en otros bailes coloristas.
El miedo podría resultar, como así fue en nuestra experiencia visual, más real y cercano, tanto como el aliento caldeado sobre una ahumada y expectante lente. Sus consecuencias lesivas se ilustraban en la perspectiva. Del observador contemplado que acecha a unos ojos que, a su vez, no saben que les miran a todos, o sí... es una película. Un bucle inabarcable entre espectador, artista, personaje y director.

Peeping Tom, o Tom el fotógrafo mirón, se obsesiona con aquella leyenda de Lady Godiva, desnuda y maternal, en sus cabalgatas íntimas. El voyeurismo llevado al extremo, tan de moda en la época actual, y que,tantas veces, ha retratado el Séptimo Arte o la Literatura en general. El poder de un individuo sobre la vida de otro, contando una historia áspera y cruel, pero con un punto macabro en la conducta que encierra un paralelismo entre vida real y la reflejada por la cámara de cine. Un estereotipo de la enfermedad visual o la atracción enfermiza.
Powell contrató como guionista a un polímata y criptógrafo sobre la Segunda Guerra Mundial, llamado Leo Marks, con la intención de captar esa esencia del horror, en esas pavorosos momentos donde la vida pierde sentido en las fauces de un engranaje peligroso o patología. Sin inteligencia ni medida, el dolor era la misión de la fotografía de un profesional clásico como Otto Heller, que no pasaba desapercibida o escondida tras una banda sonora algo desmedida (también propia de la siguiente visualización, a continuación...) y servía para ofrecer a Peeping Tom, una conexión electrizante y elaborada con la obra genial de Hitchcock, o cierta desazón estructural con la película de Antonioni, Blow Up, basada en la obra de Julio Cortázar, Las Babas del Diablo.
Foto de Set, La Matanza de Texas.

Por contra, ante la violencia desatada, para sugerir cierta independencia del asesino o recalcar el aislamiento, el director Powell se centró en la posición y el objeto, apartado de ese espíritu endiablado o enfermo. Filmó los rostros, exagerados o neutros, entre él y nosotros, de las víctimas en relación con el protagonista, un actor austriaco llamado Karlheinz Böhm que viajó de Sissi a Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis o Los Hermanos Grimm, y reflejaba cierta profanación con su gesto alejado de la imaginería o el tecnicismo de escuela interpretativa junto a Rainer Werner Fassbinder. Más visceral y cercano al viejo expresionismo alemán, pero muy distante y extraño visualmente para un simple voyeur cimatográfico.
Peeping Tom es una aventura visual y conceptual, marcó el nombre de la banda de rock Peeping Tom, y significó una especie de picante pimienta para Placebo. Qué de Pes...

The Texas Chain Saw Massacre.

"El Recuerdo Sensitivo"

No recuerdo exactamente, la nueva visión me hace viajar al pasado de mi juventud... cuándo y dónde vi por primera vez la película de terror La Matanza de Texas o su completa definición eléctrica The Texas Chain Saw Massacre, de un joven de veintiséis años llamado Tobe Hooper... pero sí reconozco que, su visceralidad y profunda carga simbólica, me produjo una profunda impresión y desasosiego interior. Por sus inicios al Solcon una expresión de la muerte (que hoy se asemeja a las poses artísticas de la serie Hannibal), el caracter del noticiero, pues desarrolla unos actos de ficción que tienen una base en individuos demasiado reales y dramáticamente desagradables, y su marcado estilo de raíces documentales o episódicas.

Ha pasado, otro día de Halloween y vuelvo a visionar el horror del pasado, el género que ha menguado un tanto en imaginación y calidad artística (salvo excepciones como The Witch), ante el salvajismo imperante en la sociedad actual y los borbotones sin medida. Ahí, se hacen patentes otras características que sorprendieron (lo siguen haciendo) por el cariz amateur de la cinta o el aprendizaje de una aventura que llevaría a parte del equipo a las grandes producciones de Hollywood. El director natural de Austin, Tobe Hooper (La Casa de los Horrores, Poltergeist) era también, productor y guionista de la historia, uno de aquellos aprendices, en iniciático transporte a la ciencia ficción y el terror.
Ya lo presagiaba igual, unos títulos de crédito en rojo encendido y luminosas letras de color amarillo chillón, que tapaban ligeramente los ramalazos energéticos de un Sol encolerizado, como la mente de un asesino, una bestia que nos observa en la distancia, ocultando su violencia aparentemente. Antes, de los borbotones actuales de sangre en una matanza digital.

Una carta de presentación como road movie, encerrados tal que Diligencia en el Oeste (¿recuerdas John, la amenaza, el peligro...?), plagada de personajes extraños e inolvidables, porque sugerían un temblor mecánico. Calor, carne de corderos y sangre alocada en una van de colegas, rodando sobre los campos pajizos de la calenturienta Texas, fluidos sobre fluidos (menos de los que la memoria contemplaba por aquel entonces), piel y huesos desparramados, una última cena deforme y sádica, algunas sonoras estridencias en la banda musical, extrema como el tratamiento de seres inteligentes... tal que si fueran carne de vacuno en un matadero, con sonido eléctrico de black metal. Sin embargo, ni gota de notas roqueras ni sangre, sólo gritos y color de Serie B...

Claro, el tiempo ha pasado como decía la canción, y los encefalogramas planos se transforman en una especie de curiosa o simpática caricatura, a veces, una burla... del miedo y de nosotros. En su evolución, singularmente descuidada y enfermiza, preside la ´descuidada` ambientación, el sudor de un equipo en pleno verano de rodaje, el esfuerzo por mantener oculto, la sorpresa gigantesca del horror y, sobre todo, todas la texturas de la época, que invaden nuestros sentidos o despiertan sensaciones, que van del cariño por aquel cine, a los motivos repulsivos que nos despiertan, aún hoy. Y alguna sonrisa, que identifica La Matanza de Texas con el cine independiente de siempre o los recursos imaginativos bajo nuestro inquieto cerebro.
Recuerdos que se han deshecho, como la piel seca y macilenta, desprendiéndose en una matanza que ha incitado la mente de muchos otros equipos y directores de otras generaciones posteriores, próximos al slasher más truculento, los jóvenes de mentalidad dudosa y los primeros pasos en esta aventura que significa una carrera profesional en el Séptimo Arte. Aunque sea en un género vilipendiado, a veces, como el terror.

Tobe Hooper era joven, astuto y necesitaba una aventura fílmica, años en la universidad y cámara de documentales, aunque mucho interés por destacar en el cine. Posiblemente, leería sobre el real Ed Gein y se lanzaría en furgoneta, tras muchos quebraderos de cabeza, a la carretera en persecución de sus sueños, tal que una Diligencia destartalada y ruidosa con John Wayne de jefe, si Ford a las riendas se lo permitía..., sin parches, formando parte del reducido habitáculo, sudando al vapor, la locura y la tensión de una odisea junto a aquellos personajes. Actores al filo del extremo y el secreto de un rostro de cuero. Sí, una aventura demasiado cercana a la realidad, al menos, en un rodaje.
Así como, el mismo Steven Spielberg había logrado el acercamiento al psicópata, con su Diablo Sobre Ruedas de 1971, Sam Raimi visitara el infierno diez años después en Posesión Infernal o George A. Romero con su Noche de los Muertos Vivientes en el blanco y negro de 1968. De la misma forma que muchos otros de otras generaciones lo intentarían, independientes especialmente, logrando un éxito que multiplicaba por 100 la inversión desembolsada inicialmente y abriendo las puertas de nuevas aventuras peligrosas en la industria de los sueños. Todo ello, se puede percibir con el tiempo, en la cinta The Texas Chain Saw Massacre y sus múltiples texturas, sensaciones y secuencias.

Junto a la cultura y la vida rural de Texas, definida o mitificada en sus raíces profundas en el terreno cinematográfico y salvaje, del mundo ganadero y sus instrumentos. Frente a la mentalidad de una parte de nuestra sociedad, el secretismo familiar de la enfermedad y el castigo, los hábitos alimenticios, la sensación pegajosa, la juventud y sus alaridos de terror... próximamente en sus pantallas. Esta magia del cine transforma nuestro pensamiento con las sensaciones más extremas que interpreta Mr. Hooper a la perfección (slasher sí, excepto derivaciones estilistas propias del nacimiento de un género en expansión paulatina) y la recreación de los espacios claustrofóbicos. Incluso, gotitas de un screwball en las persecuciones finales...
Así, diríamos que esta Masacre de la Motosierra, viene avalada de imaginación, verídica mala baba, mucho ambiente insano y un universo enfermizo mentalmente, dirigido a nuestros sentidos:

Los Sentidos del Horror, empiezan en la mente.

Empiezan en el interior de nuestra cabeza, hasta completar los cinco, frente a individuo nervioso y que precipita el malestar, con sonidos y respuestas erróneas. Se palpa la densidad de la cabina, el olor del sudor y la sangre brotando de una pequeña herida o corte, las burlas de los chicos de ciudad, pero sin estridencias. Una risa nerviosa que es antesala de sus males.
En sus fotografías no se detallan los conceptos del miedo, sólo una angustia que procede del consumo de la carne y el desagradable aspecto, simplemente... una parte de la familia que no conocemos ni sentimos aún.

Cuando te acercas a la gasolinera, entre efluvios de gases inflamables y una tienda cochambrosa, puedes empezar a olfatear su miedo, apenas intranquilidad inicial. Hueles a sitio cerrado, a polvo y hueso, a agria muerte que se concentra en reducido espacio, a cuerpos poco aseados y vertidos poco agradables. A pólvora, a serrín humano y otras notas impregnadas entre un motor y el cuero.
En ese momento, de ruptura silenciosa y cortante como una explosión nuclear, a falta de gritos de compañeros, aparece él, el mismo diablo con máscara para ocultar su identidad o la belleza no correspondida, se acerca gruñendo con el motor de su sierra eléctrica y sus pesados zapatos sobre la madera, la plasmación sustituida por el consumo, se apaga el proyector, se cierra el telón... el Horror ha llegado.

La vista es el órgano que más directamente llega a impactarnos, porque lo que viene a continuación, es sadismo y necrofagia, es una educación privativa en un ambiente rural y aislado completamente, salvo tiernas visitas. Es un golpe seco sobre el cráneo o un deslizar del gancho entre tus vértebras, crujidos sobre la mesa y luego más silencio. Luego, la fiesta de lo macabro con una invitada nada agraciada y la visita del patriarca, una especie de Nosferatu que no puede con su alma, ya casi terminada.
El tacto, claro, es el contacto con la motosierra. En el término se mezclan las percepciones, la habitación del pánico y el ático de Psicosis, cacareos de gallinas y abusos de gallitos, la calma chicha antes de en un auténtico infierno de carreras, oscuridad en la naturaleza, belleza agreste, gritos de una final girl despendolada, tiros y roturas de cristales, fealdad contra hermosa juventud, chistes y bravuconadas, un monstruo caricaturizado hasta hacernos reír, una avalancha de precipitaciones visuales, carretera y manta... y el tacto para mantener la tranquilidad subjetiva, tras la cámara.

La maldición intelectual contra los protagonistas, haría difícil su contratación en el futuro y su participación en la película, traería sorpresas del tamaño de un espeluznante Leatherface o el actor nacido en Reykjavik, más que encasillado y desaparecido hace un año, Gunnar Hansen.
El paso siguiente en el viaje profesional del equipo, varía entre sus participante en la masacre de Texas, como la estigmatización de la película y sus influencias posteriores en el slasher, convertida en culto por los incondicionales del género, o adquirida con el tiempo en otros foros culturales, aunque fuera despreciada en aquella época de mediados de los 70. El resto es mítica del crimen y leyenda del cine de terror, envuelta en problemas de mantenimiento y materiales, anécdotas referentes a la aparición del monstruo en escena, y con el paso de los años, la repercusión o trascendencia de un cine que, difícilmente volverá. No independiente, sino mecánico y grabado en celuloide, con sus texturas y colores, con su fragancia a enfermedad y vicios temporales, un toque de comicidad (no sé si buscada) y ciertamente repetitivo en las secuencias últimas, la estridencia sonora que, hoy, podría eliminarse, extralimitada y descontextualizada música, como en muchos filmes de eras pretéritas dentro de la historia del cine...

Ah, para incluir una postura polémica... los depredadores existen y algunas lenguas (con cierto tino), apuntan a que La Matanza de la Motosierra de Texas, posee un consentimiento con la violencia de género o el tratamiento narrativo de la mujeres en escena, pues el posicionamiento contra las víctimas fue tachado de "machista", por su sufrimiento y... especialmente con las tomas sexistas o comentarios en la famosa gasolinera. Ante el cine actual y gore, esto sería un tomado como un chiste, macabro.

Tráiler Peeping Tom, de Michael Powell:

Placebo - Peeping Tom.


Tráiler The Texas Chainsaw Massacre:

martes, 22 de noviembre de 2016

Train to Busan.


De purga a Busan.

Este es el relato de cinco aventuras extrañas para el ciudadano medio de una gran ciudad. En ellas, se producen encuentros siniestros o atracciones extremas con diferentes presencias, que van desde la fantasmal y clásica de Curve (de una calidad más que discutible) u otras variantes sobre un terror más variopinto y ecléptico.
El accidente con consecuencias dramáticas es más habitual, como hemos podido comprobar en las últimas producciones, más allá de una simple emotividad debido a las diversas lesiones (aunque la tragedia en la Curva es bastante infumable y tópica) e interpretaciones lineales como el escaso calado narrativo. Luego, pasando por un derrame disfuncional, monolítico, más bien granítico, que nos atrae a una Profundidad impaciente y húmeda, similar a otras gargantas del pasado. Por lo tanto, algo risible como la creatividad de un obseso escultor e inquietante tal que agujero parlante y activo sexualmente con el título de Deep Dark. Para continuar con una intrusión hemoglobínica de consecuencias lógicas para la joven protegida en su mansión y atacada por los típicos trastornos agorafóbicos y una serie de invasores, delincuentes habituales o Intruders (no aquella del director de Tenerife , Juan Carlos Fresnadillo para despistarnos con la repetición del título, sino dirigida por un novel Adam Schindler) con el título original de Shut In.

Pero en la trilogía de la Anarquía o La Noche de las Bestias, dirigida por el neoyorkino James DeMonaco y producción de Blumhouse, existe una solución drástica a los males adquiridos en una sociedad totalitaria, semejante a las purgas ejercidas en regímenes populistas y represores, tan en boga hoy en día. Todo empezó con una familia de cuatro miembros, hijo e hija, la madre interpretada por Lena Headey (300, Juego de Tronos) y un extrañamente perdido Ethan Hawke, entre actividades moralmente reprobables con envoltura de slasher, argumentos inverosímiles y dudosos sistemas de seguridad. Mientras, las calles se convierten en un hervidero de descerebrados violentos y regueros de sangre en aumento. Luego, vendría una Purge II, algo más anárquica y divertida, encabezada por un agente interpretado por Frank Grillo, protagonista también de la siguiente y última Purga Anual, en protección de una senadora contraria a las ejecuciones públicas e individuos ávidos de sangre, más allá de la reflexión ideológica y política.

En definitiva, la trilogía The Purge es una cabalgada inquietante, que provoca más que satisface visualmente, festividad de perras callejeras en tiro al ´pato` y linchamientos de disfraces que involucran a diferentes capas sociales u otros monumentos representativos de la sociedad norteamericana, reino del caos callejero y calcado de otras latitudes, entre bostezos de espectadores obnubilados con este cansancio sangriento y demasiado frecuente... aunque en la batalla final, se desarrollen los contagios sociales, el acoso mediático, la resistencia anti-purgas y esa cercana similitud con otros movimientos contemporáneos y agresivos.
Simplemente, para una cinéfilo desconectado con la realidad, este panorama desolado de violencia incontrolable, provoca una incontenible necesidad de quedarse encerrado en el hogar. Silenciado en el sofá, ante la ventana justiciera y mediática que convierte individuos en puro instinto inhumano, quedo materializado en... arruga de manta. El baile sin brillo de las elecciones o la Purga III: Election Year.
Me quedo con el surrealismo y descoloque, ante una vagina hablante...


Tren a Busan.

Pero el verdadero motivo de esta visita a la muerte o comentario por el horror, tiene un único destino. La estación de Busan, un enclave metropolitano gigantesco, próximo a la cosmopolita ciudad de Seúl (Korea del Sur). También, un gimnástico o contorsionista recorrido por las vías del tren de alta velocidad, con contagiados a toda leche, mordiscos y ñoñería a troche y moche.
Próxima parada Busan, en manos del piloto Yeon Sanh-ho experto en otras animadas hecatombes, ya que el cine coreano siempre ha intentado sugestionar a la población con las más terribles amenazas o contagios víricos. Con un recorrido peculiar de la cinematografía oriental, elaboran productos sugestivos dentro del género de terror o la ciencia ficción, rodando en sentidos diferentes a la marcha de otras películas más efectistas que atractivas conceptualmente. Sobre todo, en el mercado norteamericano no independiente.

Sin embargo, el impulso de la sugerencia va perdiendo su fuerza ochentera, en favor de desconectados viajes por el miedo actual y menos imaginación en el equipaje técnico. Esto es, se abandona el clasicismo y se olvida esa especie de poesía diabólica o gráficamente artística de maestros anteriores. Por ahora, decidí aceptar el riesgo y embarcarme en este Train to Busan, ávido de contagiarme con una producción de calidad y buenas críticas en festivales del género.
En sus vagones, alargados indescriptible y caprichosamente, se rescata la enfermedad vírica como motor de la marcha, menos sangrienta de lo esperado, y determinada por factores químicos que aceleran la fuerza y los movimientos, semejante a películas de juegos víricos como Resident Evil y fatídicas World War Z, y muy inferior al Amanecer de los Muertos, los 28 días o semanas después de Fresnadillo, again, o tantas otras variantes actuales; por consiguiente, de mayor velocidad en las transiciones y desmemoriados ataques de montaje algo caprichoso. Igualmente transita por algunas cualidades evolucionadas, que intentan revitalizar el género de zombies, como tumultuosos efectos o comecocos en masa, pero cayendo en modernas técnicas que estilizan y no dejan huella ... ni a bocados.
Sin embargo, el director coreano Yeon Sang-ho, no busca salpicaduras exageradas ni desmembramientos, prefiere relanzar la marcha vertiginosa y algunas incongruencias espaciales en la perspectiva. Con compartimentos inquietantemente estirados y separados con la farsa de un simple tirador, trampas en la composición de secuencias encadenadas y efectos de luz, intencionadamente maniqueos, intentando alejarse del gore y adentrándose en una caprichosa oscuridad.
El Tren a Busan, aunque arrollador, inicia una marcha pausada, identificando bien a los personajes y los primeros fragmentos familiares, antes de la terrible sorpresa y golpes de efecto. Con una vía de trampas sucintas, entre estación y estación, que confunden los sentidos del espectador, como cerrar de ojos inyectados en sangre o inertes, curiosamente atraídos por ruidos infantiles.

Este contagio comenzó en algún lugar de la memoria, quebradizo como la personalidad de sus protagonistas coreanos, con un recuerdo infantil de mi cinefilia, sobre amenazas desconocidas, visitantes o informes de otras épocas, que invadían los andenes de la cinematografía mundial. La supervivencia del héroe forzoso o la resistencia, más o menos organizada, de una humanidad en peligro.
La muerte roja sobre rieles malditos o infectados, el miedo de inicios de los setenta que procedía de la indefinición (quizás por la temprana visualización en televisión o un cine de barrio), atemorizados por una reliquia del pasado. Nada que ver, con patologías actuales y ciencia anatómico-forense más moderna, sino con la siniestra aparición de unos ojos iridiscentes (no tan encolerizados como los de la juventud), que captase un director español como Eugenio Martín (de filmografía folclórica y aventurera en coproducción)y generador esencial de inquietud juvenil en nuestra sensible mente y el terror hispano. Además, de ser la cinta ganadora del premio al mejor guion en el festival de Sitges en 1972.

Pánico en el Transiberiano u Horror Express, en sentido contrario a Tren a Busan, pues era una muestra clásica de cine fantástico sin pretensiones apocalípticas. Tan solo otro reflejo divertido del mal, que entroncaba con visiones de la productora británica Hammer, u otra película silente que estaba rodada con más imaginación que medios avanzados en edición o efectos, a pesar de tratarse de una co-producción financiada entre Inglaterra y España, y contar con la intervención estilizada de algunas estrellas de la época como Helga Liné, Alberto Mendoza, Georges Rigaud, Julio Peña o la espectacular Silvia Tortosa. Telly Savalas aún no evolucionado en mediático Kojak... Ah, claro y dos estrellas del cine fantástico, imprescindibles para comprender el terror pretérito y añorados por los aficionados del planeta, Mr. Peter Cushing salido de un barrio humilde del viejo Londres y el mundo del teatro, e hijo de la nobleza británica, deportista y enorme actor, Sir Christopher Lee, que genealógicamente entroncaba con inglés célebre como el escritor Ian Fleming.
¡Qué recuerdos cinematográficos! ¿verdad?
Pues bien, el miedo o el suspense, recorrió centenares de millas en el tiempo, saltando continentes desde aquella jornada en París en que los Hermanos Lumiére estremecieran y llegaran a espantar a una sorprendida e incipiente clientela de sus asientos, hasta arribar a la moderna Corea del Sur. Un camino por escuelas europeas, o directores geniales como Alfred Hitchcock, que también retratarían el terror o el mundo criminal en trenes atravesando fronteras en guerra y el misterio trepidante sobre andenes en blanco y negro, o technicolor. Recorriendo infinitos claroscuros a 24 y vagones sombríos, enfoques en nieblas o volutas caldeadas de vapor.

Hasta el mañana, que hoy es una distopía apocalíptica, donde la memoria acaba nutriéndose de cientos de ataques a ferrocarriles por el desértico y lejano Oeste, atracos mafiosos en estaciones de una gran ciudad o hazañas bélicas saltando por los aires. Que identificaron al tren con el espionaje moderno y la mitología cinematográfica... silbando entre humo, llamas y las ruinas de un diabólico puente.
Décadas después, el horror y el gore, han infectado las pantallas con incursiones sangrientas en un ambiente ferroviario, a través de asesinos despiadados, psicópatas depravados o las fauces de distintos seres o fueras sobrenaturales. Despreciando la vida de sus viajeros... o con verdadero interés en sus almas, fluidos o proteínas de sus cuerpos.
Así, en la siguiente parada, rumbo a festivales de terror y ciencia ficción como el de Sitges (raramente estrenada en Cannes), los gritos de pánico se filtran entre el traqueteo de este Train to Busan, ahora más silenciado por la potencia eléctrica y contagiados con parálisis nocturna. Si bien, los jadeos se incrementan en una estación cercana a Seúl y unos hechos que prefieren la acción desmedida o, diversos saltos desconectados con el argumento.

Trayendo a colación nuevos virus o extraños casos verídicos, de somatizaciones ultra-violentas, quizás, debido al consumo de sustancias que potencian la agresividad o el grave aumento de actos terroríficos en nuestra sociedad, con un cerebro enfermizo. Sin duda, un peligro nocivo que va en aumento. Entonces, la película coreana se pierde en el exhibicionismo contorsionista (como maestros de la expresión corporal) y decanta por la evidencia, con demasiados socavones provocados dentro del lineal argumento, clichés de una sociedad que marcha por el mal camino o mentalidad nada compasiva.
Hacia el apocalipsis y más allá, pues el término deviene bruscamente en una moralidad que se transforma en moralina lacrimógena, con una vía muerta e infantil. Por eso, jóvenes, yo que Uds. no me haría muchas preguntas durante el visionado, ni se escrute el motivo de ese estallido de violencia, incontenible como manada de búfalos cruzando un río de cuerpos. Ni ese estiramiento de espacios o la compresión de cerebros en su interior... o por descontado, el porqué de unos individuos tan hambrientos y deslavazados, con tanto interés por viajar en ferrocarril de alta velocidad...

He dicho que no te cuestionaras la marcha del filme o las sacudidas de su guion... Bueno, al final (como en la algo superior Snowpiercer...), el motivo es la diversión, pero descafeinada, como ñoña canción. Y transportarnos sin pretensiones a un ambiente enfermizo de la sociedad actual, con falta de valores y desprecios por el otro. La velocidad aislante de la narración, como constante en nuestros pasos diarios buscando el siguiente tren, sin mirar atrás...
La sangre del tipo RKetchup negativo y una expresión fatídica de efectos visuales que destierran a nuestros muertos vivientes del pasado cinéfilo, acercándose demasiado, desgraciadamente, a las montoneras de la guerra mundial Z. Antecesor de segunda incursión ´zómbica` (se rumorea que al mando de las hostilidades y Brad Pitt, podría estar David Fincher). ¡Vayan sacando sus billetes y relamiéndose a oscuras, si queda alguien vivo en este tren!

Tráiler Marea Negra (Deepwater Horizon), de Peter Berg:



Tráiler Into the Forest, de Patricia Rozema:

lunes, 14 de noviembre de 2016

El Hogar de Miss Peregrine para Niños Peculiares.


¿Quién es un niño raro... little Burton?

Peculiar: Que es propio, característico, privativo o singular de una persona, animal o cosa. Especial, poco frecuente. Extravagante, raro.

¿Pero... qué significa ser peculiar?
En el caso de la literatura o el cine, se podría denominar así, a algo o alguien que se diferencia del resto, con la técnica o la imaginación. Que no acostumbra a hacer lo habitual, crea lo particular o posee una visión de las cosas... digamos, extraña, llamativa o contraria a los demás.
En el caso de la infancia de un director de cine llamado Tim Burton, peculiar era la composición de sus mundos imaginarios, profiriendo las escenas más dramáticas para llamar la atención de sus amigos o vecinos de la ciudad de Burbank (California) y contar sus historias terroríficas, con el apoyo de sus habilidades artísticas como la escultura, el dibujo y la pintura, o el retrato en movimiento. Él, suele admitir que, en la niñez se preocupaba por mantener esa separación con sus amistades y sus gustos cinematográficos por el arte gótico (de la mano siniestra de Roger Corman, el expresionismo alemán, la poesía de Allan Poe, el stop-motion de las criaturas de don Ray Harryhausen o la legendaria apariencia de Vincent Price...), para ofrecer una imagen peculiar de sí mismo y sentirse diferente a los chicos de su edad. Al menos, hasta ser contratado por Disney y dirigir su primer corto animado, una genialidad conceptual conocida por el idolatrado nombre de Vincent.

Definitivamente, esta conjunción abriría las puertas de la creatividad del joven Tim, para desarrollar historias con personajes introvertidos o rechazados por la sociedad. A veces, seres repulsivos o monstruos en la fachada, pero con un gran corazón.
Normal que, tarde o temprano, la obra del novelista de Maryland y director, Ransom Riggs (autor de una serie de cuatro libros ya y The Sherlock Holmes Handbook), se acercara a su visión cinematográfica y le tentara con introducirla en su mundo misterioso y fantástico. Burton quiere volver a ser aquel niño, en ocasiones.
De esta forma, miramos atrás para amarrar las cosas que olvidamos en el camino o quedaron flotando en nuestra memoria, como una fantasmal mansión cubierta de niebla al anochecer. Jóvenes de espíritu, que tienen la intención de cambiar la realidad dramática del presente y sumergirse en otros reinos más imaginativos. Abrir uno de los muchos libros o novelas juveniles, descubrir a los ´supuestos` monstruos de su interior, como por ejemplo, Miss Peregrine's Home for Peculiar Children.

Pero, durante ese tránsito al pasado y revisión estética, se puede caer en la reiteración de ideas o repetición de ciertas costumbres o usos visuales, como si fuera una película que aparece a diario, como una pesadilla, remarcando los pasos dados y desperezándonos con el mismo sonido de nuestro despertador. Una y otra vez, hasta la desesperación y el cansancio, o incluso, una pérdida de sentido o perspectiva.
Tim Burton, últimamente, parece estar sometido a estas condiciones y proposiciones, envuelto en un sutil bucle que enlaza con los personajes de antaño y aferrándose a la misma cuerda conceptual, con la que jugaba de niño.
Se emociona, mirando un casería lúgubre, una piel pálida o el ascenso de un globo atado a su muñeca; por ello, sus pensamientos y raíces, quieren regresar de nuevo a su carrera fílmica, una y otro vez. Esperemos que no acabe cavando, su propia tumba...

La adaptación de El Hogar de Miss Peregrine para Niños Peculiares, entronca con su pasado diferente, un universo oculto y fantástico, donde el romanticismo esta en manos afiladas de lo improbable, prototipos de la creación onírica, naturaleza gótica o muerta, mascotas y niños sensibles, héroes oscuros y villanos más aún, maestros de lo cutre, fantasmas con o sin cabeza, seres de lugares apartados y exóticos, corazones circenses y familiares, novias ingrávidas o cadáveres, música y otras posibles maravillas...
Quiere ponerse en el punto de vista de sus jóvenes protagonistas y recorrer los mundos imaginarios que les rodean, combatir las peculiares amenazas, el tiempo que le quede a ese Hogar de Miss Peregrine, regentado por una niñera bella, sombría bajo los ojos claros y esbelta en traje de época, como Eva Green, y también algo desaprovechada en la interpretación.

Mr. Burton, entonces, se enfoca en aquellos primeros paseos de cámara de la infancia y establece conexiones o percepciones sobrenaturales con su mitología cinéfila o literaria. Románticamente siniestra, poética de la muerte o de un barroquismo abstracto, pero confusamente dinámico en esta ocasión. Esta es la décimo-octava visita a fantasmagóricas mansiones y extrañas criaturas (antes de Beattlejuice 2), buscando esos efectos tenebrosos que atraigan nuevos cómplices, o la comprensión de viejos amigos. Capturando con su ojo vidrioso, la sonrisa de consecuencias endiabladas o pasados retorcidos, como los tirabuzones de una época pretérita que crecen en un esqueleto.
Ahora y hoy, nos hallamos con una historia sobre los cuidados épicos y los lazos que unen en la diferencia, con una Mary Poppins de negro y mirada procelosa y vigilante, que protege a unos huérfanos singulares o discretos, al menos, fuera de sus juegos habituales en el patio trasero... de la realidad.

Ella es legítima y culta, ligera y oteadora, con su vestimenta renacentista de encaje. Con la imagen siniestra de una Eva Green, poco adaptada al medio y a estos elementos mágicos, que acaban desdibujando su tarea divulgadora y reparadora a los niños diferentes. A falta de más concreción en la historia y unos personajes más desarrollados peculiarmente, la película enraizada con la cultura y la vida en las aldeas de los años 40 y, también, con los géneros literarios juveniles que dibujaron personajes magníficos e inolvidables de nuestra niñez. Cuentos fabricados sobre antiguas leyendas o elementos clásicos del terror y los temores de aquella sociedad. Como aquella Liga de Hombres Extraordinarios de Alan Moore, aunque en tamaño más reducido y sugerente, a priori... porque, hoy, parece más ajustada su acción desenfrenada con unos animados mutantes, desgraciadamente.

Eva es la mujer de negro, casi completa, definida por las transformaciones fisionómicas a lo Lady Halcón y tocado victoriano. Con una tendencia protectora a ciertas manipulaciones argumentales del tiempo narrativo, pero, como Miss Peregrine defrauda en parte, aunque evoque al pasado más lejano del director norteamericano y sus legiones de criaturas extrañas. No profundiza en la personalidad del personaje, ni sus numerosos guiños o referencias visuales al ayer, en gris ceniza y verde de Green, que nos enamoraron de lo extraño o genuinamente distinto en el pasado. Especialmente, tras aquella escena romántica imposible, que unía la mortalidad pálida con unas manos en forma de tijeras, o el mágico camino de un hombre con grandes agallas e historias para los nietos futuros. ¿Recuerdas, aquel Big Fish? Algo así ocurre aquí, con el personaje interpretado, levemente, por Ella Purnell (Nunca me Abandones, Intruders), implícito en su nombre, el acercamiento a él, a través de su pasional relación con un Asa Butterfield (La Invención de Hugo, El Juego de Ender), soplando y desinflándose al unísono.

Pero, ¡ay el tiempo! Que nos manipula y cambia las reglas reales y físicas más elementales. Qué traicionero, pues traspasa el conocimiento de los hombres comunes y convierte esa peculiaridad del comienzo, algo mágico y sugerente, en una característica, no por secreta, ya vivida. Menos sufrida que anteriores etapas esenciales del cine bartoniano, aunque de mayores magnitudes históricas; tal que la segunda gran guerra mundial y los referencias actuales a monstruos con tentáculos de un apetito poco común y peligroso.
Todo comienza en la época actual, con un joven confundido, testigo de un dramático suceso familiar y posterior viaje de la luminosa Florida a la isla (próxima a Gales), recomendada en viejos libros o documentos escritos con la imaginación de su principal valedor. Allí, intentará despejar la incógnita de ciertos problemas genealógicos, en favor de la ciencia del comportamiento o, la psicología descrita en fenómenos o freaks. Dicha iniciación con los problemas familiares, será un encuentro pretérito con la historia de aireadas o profundas raíces, socavadas con el silencio, la marginación y las bombas de la aviación nazi.

Para desentramar este árbol troncal olvidado, deberá nutrirse de recuerdos ajenos y otras vivencias increíbles, por alturas o hasta el fondo de su corazón, menos confuso que su mente. Frente a la figura paterna y su continuidad literaria, o los habitantes separados de la paciencia o los poderes especiales. Juntos, pero separados, intentarán despejar dudas y nuevas amenazas hambrientas con las fauces maquilladas de Samuel L. Jackson, si sus movimientos no impiden descubrir su envolvente realidad paralela y secreta. En ella, están los jóvenes actores y otros británicos importantes como Chris O'Dowd, Rupert Everett, Judi Dench o el gran Terence Stamp.
En este hogar o mansión encantada, las constantes vitales permanecen en sentido contrario a las manecillas de un reloj, para terminar con el romanticismo maldito del pasado. Esto es lo más destacable, en un filme de Burton que, empieza a hacer aguas, bajo el manto demasiado cálido de Miss Eva al intentar dar cuerda a la historia, predominando la acción infructuosa. Hallows y caricaturización de Mr. Jackson aparte, antes de otros personajes como visitante en Unicorn Store, La Isla Skull de Kong, un muy animado samurái o el Nick Fury de Vengadores: La Guerra del Infinito.

Los niños peculiares (en las formas no el fondo), juegan al ritmo de la Twentieth Century Fox más moderna o el guion adaptado de Jane Goldman (Kick-Ass, Kingsman o la primera generación de X-Men; ahora se entiende), y ejercitando sus habilidades con música arreglada por dos experimentados compositores como Michael Higham y Matthew Margeson, en numerosas bandas sonoras del cine actual. Aunque se vaya desinflando entre otros movimientos sonoros y problemáticos giros argumentales en el último tercio, que enmarañan y acaban rompiendo el hilo del espectador... adiós bello globo, nos volveremos a ver...
Ir y venir de monstruos sin brillo, efectivos más que esenciales, livianos esfuerzos entre el romance y el suspense, alrededor de la única trama que se eleva e intenta permanecer unida... amor de juveniles protagonistas y el pretérito cinematográfico de Burton... Por cierto, cada vez más crecidos y atractivos, para el otro género.

El terror clásico de la literatura, finaliza en un baile confuso de fechas y heroicos hechos, a golpe de efecto. Que, tan solo alimentan a latentes corazones, en lo diferencial, como Eduardo, el caballero negro y su novia en cueros, cadáveres, el pescador pescado o incansable Ed Bloom, o ... aquel amor dramático e imposible de Ed Wood por el cine...
Hasta que todo salta por los aires, en espera a otras aventuras (sobre la city londinense o una capital más oscura), acorde al concepto mitológico y románticamente siniestro de Tim Burton. U otro latido, vaya Ud. a saber...

Florence + The Machine performing Wish That You Were Here (Miss Peregrine Soundtrack)


Tráiler Animales Fantásticos y Dónde Encontrarlos, de David Yates.


Rogue One: Una historia de Star Wars, de Gareth Edwards.

sábado, 12 de noviembre de 2016

Del Mar de Árboles a Swiss Army Man.

De océanos de árboles y otras brisas.

Hace algunos años, era más intransigente y declaraba con sentencias irrevocables. Sin embargo, el paso del tiempo te confiere otra perspectiva, o lógica más acorde con la situación en el presente o el aprovechamiento de esos escasos amaneceres que nos restan por vivir y aprovecharnos de los bellos paisajes que nos brinda la naturaleza.
En definitiva, seguir adelante, aunque la propia vida te lo ponga difícil en algunas ocasiones y vayas sin rumbo.
Así, aquellas decisiones tomadas por alguna razón de peso, confirieron un sentido determinado a nuestra vida e irán modificando los pasos dados a continuación, hasta un lugar incierto. Ya sea a través de un receloso mar de árboles, interminable y laberíntico como purgatorio de Minotauro, o un trasbordo surrealista que nos lleve a algún remoto lugar de nuestra conciencia. Una vía onírica, como el cine.

Por este camino sugestivo del cine, particularmente, me enfrasqué con una determinante y lógica postura, hacia un viaje con visos de derrota previsible, pero con la narración que ayudara a contemplar una visión distinta sobre este mundo globalizado y voraz, flotando a mi alrededor. Semejante a un espejismo de plasma, que anticipa una reflexión interna sobre esos comportamientos sociales, menos lógicos o viscerales, más propios de náufragos o suicidas de la mente. Muchos, cansados por un peso mayor a sus espaldas, denominado culpa.
En más una razonada ocasión, esas decisiones fueron injustas o erradas, elegidas por vientos en contra. Por ejemplo, en la visión de distintos artistas de la cinematografía, como el director de Louisville Gus Van Sant, a quien siempre reprobaría su, inapropiada como innecesaria, versión de esa obra maestra de Alfred Hitchcock llamada Psicosis. Tanto que me decanté por ignorar su trabajo posterior, sobre todo, a raíz del visionado en 2003 de aquel tratado sobre la violencia juvenil o Elephant, defraudado por su estilizada mirada del horror y esa irreverencia juvenil, trasladada a la pantalla como belleza estética. Hoy, he claudicado en un mar de árboles.

En el otro lado, de esta redención crítica, cuando un personaje no te cala y esperas que el joven intérprete crezca, para poder identificarle con otros papeles posibles y su calidad profesional, como Daniel Radcliffe... a veces, sucede una transformación física, a golpes. Como un potente navío, dispuesto a cruzar los límites de la imaginación y ese costumbrismo visual. Son dos agujeros negros de mi pasado cinéfilo, que han quedado sepultados en la memoria, sumergido en sus últimas producciones. Pues no todo en la vida permanece inmaculado y perfecto, según nuestro cambiante pensamiento. Es decir, que la vida sigue por ahora, y como ella, las decisiones pretéritas no durarán para siempre.
Pilotando el horizonte, con los bolsillos repletos de fariseísmo, se puede comprobar la división de dos caminos posibles hacia esa redención, real o imaginaria. Por mares y bosques, uno se dirige firmemente sobre los restos de un naufragio realista y la tragedia más desesperante, que no aparecería en nuestros peores sueños; el otro se envuelve en un mundo irreal, hasta el jardín de una casa privada. De percepciones surrealistas o reflexiones adornadas con ruidos y quejidos procedentes de nuestro interior. Dos ramificaciones distintas, pero con curiosas verosimilitudes... al menos así lo percibo.

The Sea of Trees.

Gus Van Sant, el nombre prohibido de (Kentucky), anduvo por mi mente como un vagabundo durante mucho tiempo. Perdido, desde aquellos primeros trabajos destructivos como Mala Noche, Drugstore Cowboy o Mi Idaho Privado, en territorios que abrían nuevas perspectivas inteligentes en el planeta cine. Hasta la caída a los infiernos de una colorista fotocopia, desviado a una posterior redención envuelta en hojas suicidas y ecos desgraciados del pasado, tal que resurrección de un autor maldecido por cientos de lenguas y miradas inquisitorias.
Fuente de dardos venenosos y con motivos razonados, hoy es salvado tras las dudas o imágenes adornadas de una violencia próxima,
Así, alentado por sus dos protagonistas principales y cierta curiosidad sobre un posible planeo por la filosofía oriental, también paseo por la vida y la muerte. Creo injustamente vapuleada, hasta hoy, me sumergí, vigilante, en un océano de verdes y poco contaminados senderos (no he visto El Bosque de los Suicidios en una variación sobre el mismo tema), para asegurarme que una actitud intolerante, sirve de bien poco en esta exánime existencia. Si bien, algunas circunstancias te sigan doliendo... para siempre.

A diferencia de otros conceptos intangibles, como la propia conciencia y el paso del tiempo, esta perspectiva de El Mar de Árboles, se extiende en una sola dirección o realidad, sobre el perdón y la culpa. Un paso adelante, contra la decepción incontrolable y convulsa, que te puede jugar una partida tan macabra, como un suceso increíble.
A veces, en un recodo, toma la dirección del viejo Hollywood o de artistas tan humanistas como el director nacido en Sicilia, Fran Capra. Y sus múltiples fantasías conceptuales (aunque sin su característico humor) sobre la redención. Gus Van Sant se entrega en The Sea of Trees, a un cuento, fábula laberíntica o espejismo de pasiones, que bucea en estas terribles decisiones que llevan al ser humano a erigirse como un vulgar egoísta. Un ser tan despreciable interiormente que toma uno de esos caminos más complicados, y nada utópicos, en una odisea o pesadilla vital que recapacita sobre la propia resistencia al sufrimiento y el dolor. De la mano de un artista incalificable conceptualmente, como los diversos rostros de Matthew McConaughey, en su imagen creciente del anti-héroe.

Una situación hiriente y claustrofóbica en plena naturaleza, en el parque nacional de Aokigahara en Tokio, a los pies de un volcán de frustraciones y pasos errantes, que te sumerge en la muerte como un océano de árboles, y se extiende como una ruda y tensa soga, lava del Fuji con un corte afilado como la imaginación, o un sueño profundo a raíz de un bote de pastillas, todas del mismo color y único efecto.
El resto, es el espejo sobre el que mirarse o confesarse. En la decadencia de una sociedad enferma, o retrato de unos individuos enfermizos, que Gus Van Sant identifica como cadáveres en vida o esqueletos vivientes, nos inunda con melancolía, rabia y una vía, tan infranqueable, como la mala suerte, encarnada por un personaje enfermizo y bipolar interpretado por Naomi Watts. Pero, frente a la indecisión del cambio, se propone la mirada de un consistente actor como Ken Watanabe, que suaviza un drama encadenado y demasiado doloroso por una sucesión de errores, silencios y agravios.

Motivo de la sinrazón, el egoísmo y la falta de comunicación, frente a nuestros seres queridos, surge esta historia en comienzo depresiva, con un entramado de conclusiones aciagas y vidas errantes que, al término, camuflarán la terrible realidad con una capa invisible de espiritualidad, frente a esa comodidad de nuestra vida para amoldarnos a las posiciones más venenosas. Igual de decadentes que una excursión accidentada, de parados, por el recuerdo de la pérdida. Una etapa cruel al corazón de la humanidad... sobre esa cosa llamada amor.
Por tanto, el Mar de Árboles espera, sigiloso, a otras víctimas despedidas por el deseo cohibido o la desgracia personal, en forma de odisea fantástica o cuento de redención, sin campanillas caprianas ni risas. Excepto, un mínimo encuentro con el adorable George Bailey, el perdón en carne propia, o esas indigestas fechas que nos pueden encaminar erróneamente, hasta la falda de un volcán. Incandescente como nuestra memoria. Pues, el pensamiento oriental sobre la mortalidad y su postura con ciertos tropiezos vitales, transfiere una especie de redención del su orgullo o el honor de antaño, dónde se embarcaron miles de individuos por distintos oceános, batallas perdidas y mares de culpas. Penalidades imprevistas, a la espera de una respuesta, como un negativo de Frank Capra...

Una historia que rellena algún hueco, un campo de batalla de heridos corazones, tirados aquí y allá, demostrando que el perdón puede y debe existir. Al menos, tras un traumático y sugestivo encuentro con ella, la bella Naomi, encarnada por el espíritu japonés de Mr. Watanabe y su tañido invisible, aún inaudible, intangible... mágico y redentor, a pesar de un repentino y innecesario golpe en forma de flashback. Una voz improductiva o conciencia repetitiva, cuando hubiera sido mejor el silencio y nuestra comprensión individual.
En la misma balanza, que el futuro de este comentario, las lágrimas en el rostro de Mr. McConaughey en el filme, se transforman en una resistencia al infortunio y el dolor, esto es, la esperanza como posibilidad de una nueva línea, tan necesaria e intangible como esa felicidad inalcanzable. Hasta que los árboles, nos hablen de nuevo... o una pequeña flor en la roca.

Swiss Army Man.

Parece lo mismo en algún sentido, incluido el natural, pero tan diferente como un suicidio que se representara a una broma pesada.
Dos creativos procedentes del clip musical (Dan Kwan y Daniel Scheinert), ahora directores de largometraje, se embarcaron en este viaje surrealista de Swiss Army Man, que produjo más huidas en Sundance 2016 que desertores en una batalla, en un increscendo sonoro. Se acompañan de dos personajes (e interesantes actores para grandes travesías futuras), embarcándose en una extraña mezcla de recuerdos, viscosidad vital y gases de ultratumba.
Otra odisea personal, en el mismo sentido del cine metafísico, aunque dirección opuesta. Un filme que comienza en esa difícil travesía de la vida y propaga un contenido más surrealista, menos dramático que el océano anterior... más bien, la metáfora de una pesadilla jocosa.

Sobre una playa, donde el existencialismo se vuelve confuso y la realidad, efímera como la vida y la muerte, los mensajes se precipitan a la nada más surrealista, irrisoria, en busca de esa respuesta que indique el camino a la salvación, o la comprensión. Esperando, hasta que ya no aguantas más, resbalas y retumbas con el sonido del más allá, sobre la orilla.
Mientras, el ancla que se aferra a la tierra, te avecina un episodio imposible con un nuevo combustible utópico, mientras tu realidad se transforma en un complejo rompecabezas, como fichas de juguete para la construcción imaginativa. En esta encrucijada con el techo natural de una caverna o troncos adaptables a tu historia, sobreviene el mensaje con la sonoridad saliente de unos alicaídos pantalones.

Cubierto de arena empapada, de posiciones inverosímiles y efectos sanadores, se reciben los recuerdos en forma de deseos surrealistas (más que verosímiles), como fuentes inagotables de sapiencia sonora, conexiones con la conciencia, sexo unidireccional a la deriva y, a bordo, de un amor no correspondido, que nos llena de indecisiones o flatulencias supersónicas. Hola, otra ola... Ya estás al otro lado, en la frontera del realismo exagerado y la tragicomedia. Tu cabello revuelto, con el ´viento` en contra... algo descolocado en la vida, por cierto.
Bajo las mismas premisas, el mar no cesa, tan desconcertante como son las simpáticas embestidas de la vida (en contraposición con el océano anterior), miradas de dos personajes, improbables... o no. También, sueños de su propia salvación, aunque se hallen con el agua al cuello y la vista puesta en una existencia pasada. Swiss Army Man, son luchadores de los futuros errores de su existencia, o fallecimiento prematuro en una lengua extraña, algo soez.

A propulsión hacia la redención o a esa increíble realidad a la que nos deparan las imágenes y sonidos, en la próxima hora y media, provenientes de nuestro interior. Otros dirían zafiedad o truco sensacionalista.
Por tanto, nos encontramos con dos actores en crecimiento disfuncional y paralelo, el vividor fatigado Paul Dano y la fatiga viviente Daniel Radcliffe, como alicientes conceptuales de una estructura cinematográfica, poco vislumbrada con anterioridad... sorprendentemente cómica o, más bien, cubierta de desfachatez irónica. Algo inusual, tal vez digerido, en algunos casos o sentidos, dentro de la filmografía de Luis Buñuel o algún que otro dadaísta, que ahora no recuerdo, abstraído por un tapón monumental en mi cu... conciencia desvariada.
Bueno, al grano... el muerto al hoyo y el vivo... o viceversa. No sé.

La pareja de directores, y sus imágenes interpretativas, tratan de sostener algo tan inconsistente como la brisa o una ventosidad. Aunque persista en el tiempo y el espacio aromático, como ella, la dichosa parca. Una, loca, sonora o imaginativa (a gustos), con forma de verborreíca existencia y pálida instantánea, para proclamar que el individuo, no es nada, sin nadie a su lado. Tan solo, una conciencia cinematográfica que critica, sin saber la razón o la manera de lo expresado. Un muerto viviente, que salió de la cueva y que se ríe como un tonto, entre tanta incontinencia y falsa realidad, en cualquiera de los sentidos, o percepciones.
Un trozo de carne, que aprende a sentir, o a huir a escape... no lo tengo claro.

Lo reconozco, no he entendido el fin, sino el principio de todo. Somos seres vivientes, con ganas de terminar, o náufragos cambiantes. Patrones de lanchas a motor fueraborda que indican el extravío mental, o un regreso de la uniformidad y la falta de congruencia, muertos de risa que se convierten en héroes a la fuerza, depredadores devorados por la fantasía enfermiza... mientras otro voraz plantígrado se ceba con el actor que representa al ser humano, o el ser tras la máscara. Sólo sé, que no ´peo` nada.
Mr. Dano, crucial estrella, es el náufrago que vaga dentro de nuestra cabeza, indeciso y débil, un pedazo de carne que atraviesa el horizonte en una cabalgada enloquecida y desconcertante, hacia un abstracto Daniel Radcliffe... o más bien, encima de su abstracción. Este último decía en THR: “Fue genial y original, emocionante y completamente loco, y diferente a todo lo que he hecho o leído. Me encantó el reto físico, lo doloroso que podía hacer que pareciesen las cosas". Es una evidencia, este, su trabajo en la película.

Es posible que, si no has visto Swiss Army Man, te preguntes: "de qué narices, habla este hombre". Me refiero a mi aportación, claro. Y, te respondería, más que excrecencias nasales y otras señales incipientes, expreso una sorpresa como pocas, fijación por otras partes de la anatomía humana, pongamos por ejemplo... ojos ´perdidos` en una isla, bocas ´de riego` por aspersión, antenas ´para-bolicas` que te dirigen a casa, otros miembros manejados por un maestro de marionetas (en la sombra), pezones que crecen al compás de las olas y la memoria, gargantas profundas y propulsoras de recuerdos, oídos que escuchan pero no comprenden, lenguas viperinas de televisión... y únicos y sonoros... traseros inquietos. Tal que timorato o locuaz provocador, ano de ideas y pasiones diarreicas. ¡Puff, perdón!

Al otro lado de ultramar, allende los mares, aparece una tragedia individual, que amenaza con convertirse en global. Un guion cubista en manos de los mismos autores, idóneo para crear islas solitarias o boyas de señalización al peligro, con una banda sonora de Andy Hull (camarógrafo en la historia soñada) bastante tarareada.
En su irascible incontinencia verbal, la actriz o musa Mary Elizabeth Winstead (Scott Pilgrim, Calle Cloverfield 10), es una invitada a esta producción rodada en Los Ángeles con producción de Blackbird y Cold Iron Pictures. En busca de los paraísos creados o imaginados bajo nuestra celda cerebral o efervescente necesidad, tras los pasos de un hogar, tan inconsistente como una recreación de la verdad. Concluyendo, la desagradable existencia del temeroso en imágenes creadas con efectos especiales y sonoros, una mente sin amor ni amigos, que se mira al ombligo de un muerto, con el silencio de una cueva abandonada o musicalmente rimbombante como cuesco de difunto... es decir, con la compañía y consejo estimable de un compañero de fatigas flatulentas y otras músicas.

Swiss Army Man, podría ser un cambio de aires, tan necesario como la demagogia intestinal del mundo real, mientras otros manejan los hilos desde la sombra y se carcajean con ocurrencias locas. Somos, Dany el muñeco diabólico con el pompi al aire, y surcamos velozmente las marcas de un pasado fotografiado en las redes sociales... hi doll, of black mirror... somos los efectos disfuncionales de un tsunami psociológico, un engaño como los especiales creados en el cine, entre la familia propia o la novia de otro... el futuro riéndose de su fallecimiento.
Ahora, sí que lo confieso, estoy intentando una táctica envolvente, para decirte todo sin decierte nada, porque Swiss Army Man, puede ser todo o nada, como pedo de distintos animales o sus fluídos excretados, convergiendo en polvo estelar o mierda espacial, en una montonera tratada por el director del siguiente videoclip, que se identifique con una nueva estructura que es la misma, el estiercol de la vida.
Un nuevo crecimiento, arraigado sobre lo que fuimos... o un marronazo mayúsculo que huye a escape. Sin saber cómo llegamos hasta allí, o hacia dónde nos dirigimos. Como los excrementos de aquellos dinosaurios.
Una interesante armada de difuntos... no suizos, sino mundiales. Porque, personalmente, prefiero el surrealismo al realismo suicida.





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