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sábado, 28 de junio de 2014

Ford Apache: Una historia verdadera, por John Ford.


Fonda y Wayne, enfrentados.

John Ford fue un maestro de las historias épicas contadas desde su perspectiva de hombre forjado a sí mismo, hijo y hermano de familia numerosa, sus padres de orígenes irlandeses le educaron con la visión de su tierra natal, que luego el director americano se impregnaría en sus viajes y contactos con las raíces más puras de la verde Irlanda.
Su cine no es casualidad ni predestinación, ya que sigue los pasos de un hermano mayor haciendo su particular carrera en Hollywood en la incipiente industria cinematográfica, allí junto a él aprende los diversos oficios y la etapa de colaboraciones en el mudo le ofrece la posibilidad de crear sus propios guiones. Siempre con características cercanas a su tradición familiar y tocando géneros muy diferentes.

Aunque, no lo vamos a descubrir ahora y menos un servidor en este comentario, la aportación de Ford al western se evidencia desde los primeros momentos del mudo con su largometraje más importante hasta ese momento, El Caballo de Hierro. Luego, vendrían muchos otros configurándose como uno de los mayores directores en el género de los grandes pioneros del Oeste, junto a un grupo de actores fetiches y amigos, como el caso que nos ocupa en Ford Apache.

Sus filmes precursores cumplieron con una perspectiva más amplia que los simples rodajes de héroes a caballo disparando, en este mundo de los pistoleros, Ford hace partícipes a los personajes de la acción completando una interacción entre ellos poco vista hasta entonces, tras tocar géneros muy diversos llegaría en 1939 La Diligencia, dando los primeros pasos al mítico vaquero que lucha contra las circunstancias y las diferencias sociales para defender el honor de una dama en apuros. A la vez que rueda en blanco y negro, con los exteriores y escenas motorizadas en horizontal en el grandioso y épico Monument Valley.

En Ford Apache rodada en 1948 volvería a usar las conocidas técnicas de rodaje, eligiendo igualmente el blanco y negro (en esta ocasión desechando la opción del color que ya hubiera utilizado casi 10 años antes en Corazones Indomables), sin duda esta elección fue buscando la expresividad de los rostros y las miradas en su aprendizaje por el mudo. Si bien perdimos la posibilidad de los grandes planos en exteriores a todo color, Ford Apache ganó en el relato en corto y la profundidad de los personajes. Quizá llevado también por la película rodada por Raoul Walsh, de la cual hablaré más adelante.

Existe una confusión (casi maldición) por una parte de los aficionados al cine, que por otro lado va enderezándose con el tiempo, en creer que el género de vaqueros e indios es siempre lo mismo, caballos, persecuciones y pistolas. Craso error si observamos la ampulosidad de los personajes del cine fordiano, renegando de la simplicidad y del uso del revólver sin más, como un artículo de acción. Sus actores tienen un porqué y se mueven por unas coordenadas determinadas por su mente creadora, además de conseguir con los paisajes desérticos de la frontera entre Utah y Arizona o con los ranchos texanos, una figura argumental más dentro de la historia. Respiran como ellos.

Por tanto, el western en John Ford ejerce un parentesco con las batallas épicas de la historia del mundo, tragedias griegas o romanas dónde valientes o traicioneros guerreros morían con las sandalias espartanas puestas. Se desenvolvía en las escenas bélicas con un simbolismo cercano a las epopeyas clásicas, de familias unidas o desestructuradas según lo requiera la acción, de epopeyas entre la heroicidad y la traición, de asesinos implacables y defensores de las causas justas. La guerra transformando a los hombres en muñecos rotos y las jóvenes en ávidos buscadores de sangre o venganza.

En Ford Apache (y otros filmes de Ford) se describen las aristas que caracterizan su obra, sombras de una superficie que esconde el peso de una colaboración primera con el guionista Frank S. Nuguent (autor a posteriori de Tres Padrinos, La Legión Invencible, Caravana de Paz, Dos Cabalgan Juntos o Centauros del desierto, y fuera del western El Hombre Tranquilo, El Último Hurra, Escala en Hawaii o La Taberna del Irlandés; siempre con el maestro aunque también firmara por ejemplo Angel Face de Otto Preminger) una unión que formaría parte de la historia del Séptimo Arte.
Los grandes temas de su filmografía (recordar que Ford Apache forma parte de una Trilogía denominada de la Caballería junto a La Legión Invencible y Río Grande, relatos originales de James Warner Bellah coautor de otro guión de venganza y política en El Hombre que Mató a Liberty Valance), todo mezclado con unas secuencias de un costumbrismo familiar filmadas con claridad meridiana frente al polvoriento ambiente de batalla.


Los personajes no se circunscriben en un ámbito simplista, como he dicho anteriormente, las diferencias sociales y de rangos en la sucia confrontación por el poder político o económico, el romanticismo como una lucha de conquista y el valor frente a la profesionalidad mal entendida, son los ejemplos claros de la apabullante claridad mental de Ford. Así, se daría cuenta de la impresionante figura e importancia de las estrellas de cine, todo se resumiría en una respuesta que dio al preguntarle qué era el cine para él. Respondería: "¿Usted ha visto caminar a Henry Fonda? Pues eso es el cine".
Luego vería el especial carácter dramático de Fonda (tras su pasos mágicos por la comedia romántica, como por ejemplo Lady Eve) y comenzaría una colaboración de varias películas, con títulos como el Joven Lincoln, Corazones Indomables, Las Uvas de la Ira, Pasión de los Fuertes, El Fugitivo; y este papel inolvidable del Coronel Owen Thursday como contraposición al valiente y frustrado héroe del Capitán York, interpretado por John Wayne. Otro actor que sus pasos rezumaban puro cine y su figura es parte de la historia norteamericana.

John Ford capaz de coger al hombre más tranquilo y de ojos más limpios, y transformarle en un pobre en busca de fortuna, en vengador o severo, rozando lo cretino, militar formado en West Point y con ínfulas de grandeza casi real cegado por sus obligaciones. Imperial Henry Fonda.
Se trataba de hacer justicia con la vida profesional de unos hombres destinados a carne de picadillo, como la historia oculta de la versión pulcra y reajustada de Murieron con las Botas Puestas (sin embargo, entretenida película del antes nombrado Raoul Walsh), como dos caras opuestas de la tragedia. Guiones muy distintos, camuflados entre las plumas de las diferentes tribus indias, comanches, mescaleros y chiricaguas, unidos contra la discriminación y la alcoholización de sus guerreros atrapados en pequeñas reservas que cortaban las alas de sus dioses en la naturaleza. Gerónimo y Cochise luchando por sus llanuras con las mismas armas que vendían hombres sin escrúpulos en busca del vil metal.

Entre Winchester de repetición se escribe también la historia de una hija (casi en sus últimas apariciones interpretada por Shirley Temple) en guerra con su padre y el rechazo a un amor de diferente rango social. Un romance con un joven de apellido irlandés y miembro de la Caballería de EE.UU. como soldado del Séptimo Arte escondido por John Ford. Ante tanta confrontación, el director norteamericano nacido en una granja de Maine, ofrece escenas de humor a su viejo estilo depravado, con soldados de su nómina (Pedro Armendáriz, Ward Bond, Victor McLaglen o George O'Brien) hartos de sus años de lucha y de barriles de whisky (una alusión a los bebedores de la película empezando por el mismo director); y otras de un baile prodigioso en el que simplemente con el movimiento de los pies, sabemos de qué cojea cada uno de los participantes en la historia. Ya sean O´Rourke, suboficiales o coroneles flemáticos.



Henry Fonda y John Wayne, pareciera que tienen los posibles papeles cambiados y es el mayor acierto, por que lo bordan en su juego de gestos y miradas, desafiante uno y resignado el otro. La altivez elegante como los botones de la casaca y sus lustrosas botas, a juego con los emperadores de otras épocas en las grandes batallas, siguiendo con sus dotes de escuela para la táctica bélica llevada hasta las últimas consecuencias. Con su pañuelo bajo la gorra del regimiento, al estilo de los faraones de Egipto llevando a simples soldados de regimiento a la gloria o el infierno.
El ruido de la corneta en toque de carga y de órdenes ensordecidas por los rifles a bocajarro desde colinas de sangre, contra el silencio de una muerte que quedará callada por los escribanos, como aquella de Little Big Horn en 1857, cuando el general Custer y parte de su familia cayeron como consecuencia de su prepotencia. Victoria o el horror botas salpicadas por la sangre de fantasmas.

Este Ford Apache épico, tiene las grandes escenas rodadas al mismo nivel que los especialistas, espectaculares caídas de pericia en cabalgadura, galopes frenados por las balas desde la altura de un desfiladero de muerte. Sables en mano contra indígenas luchando por la dignidad de un pacto roto por la política y el racismo. La historia no contada con la sangre de unos valientes por la extralimitación de la locura del honor mancillado.
Muchos de esos muchachos de origen variado, irlandés algunos probablemente como el padre del joven teniente (con el rostro aniñado del actor John Agar) aliviado de su función junto a un John Wayne entregado al destino de la rendición. En busca de una paz que durará todavía en conseguirse. Y el recuerdo en sus palabras: Por todos aquellos soldados del regimiento, que no serán recordados por la historia, pero que estuvieron allí por su profesionalidad y acatar las órdenes.

Cuando un director italiano apasionado por el western, recreó los escenarios que hicieron épicos directores como Raoul Walsh, Anthony Mann, William Wyler o John Ford (algunos de la trilogía del dólar en nuestra Almería española) habían pasado 20 años del rodaje de Ford Apache. Pero, seguramente recordó aquel papel interpretado por Henry Fonda, y al iluminarse su mirada azul en Technicolor en los primeros planos de Hasta que Llegó su Hora (Once Upon a Time in the West o C'era una volta il West) tendría muy claro como sus ojos, del poder oculto en el bueno de Henry Fonda.
Sergio Leone le encargaría la misión de crear uno de los malvados más recordados de la Historia. Reminiscencia de un Coronel que bailaba al son que le tocaban. Fuera un vals o una harmónica.

Cuándo fallecieron estos héroes de películas, el cine perdió algo de su impronta real para crear mitos... qué gracias a los Hermanos Lumiére podemos seguir recordando en sus celuloides inmortales, como el Fuerte Apache.



John Wayne, Henry Fonda, y el matrimonio en 1945–1950 John Agar y Shirley Temple.

John Ford ‪winning the Oscar® for Directing "The Quiet Man":

lunes, 23 de junio de 2014

Heli: México lindo y... brutal.


La cotidiana violencia.

A menudo nos llegan noticias diarias de violencia en cualquier extremo del mundo, no variando mucho la forma y los discípulos que se autoproclaman corresponsables de escenas que parecieran calcadas o aumentadas en su vertiente más sórdida. Las mafias y los estados policiales corrompidos por el dinero, para salir de una miseria arrolladora se repiten por doquier.

El director mexicano Amat Escalante nos presenta Heli, su tercer largometraje en solitario (tras el recorrido crítico y compartido con otros nombres del cine mexicano sobre la Revolución iniciada en 1910 por Francisco I. Madero) ahora con producción a cuatro bandas Francia, Alemania, Holanda y como no México.
Con guión del propio Amat junto a Gabriel Reyes, nos cuenta la historia de una figura que pasaría inadvertida y de nombre Heli, un joven padre e hijo, en una familia humilde dedicada a sus labores difíciles de mantenerse a flote. Estudio vs. trabajo.

La historia es una visión de cómo crear un personaje que resulta agradable y sencillo, se resigna para volver su vida patas arriba debido a una confusión o un devenir insospechado. Las trazas que dejará el resultado del acontecimiento en la familia serán de una dureza y violencia, sin vuelta atrás, solamente la indefensión se apoderará del joven para luchar contra la injusticia social.
Si alguien se propone recrear la realidad más cruda en una película, no debería olvidarse y adentrarse en la monótona vida de este Heli mexicano, su pobre familia y la situación en la que se hallan personas débiles ante la escalada de las bandas organizadas y las luchas contra los gobiernos por el control comercial de las fronteras. Las redes mafiosas se apoderan de nuestra sociedad.

Aquí en una pequeña población de México, la batalla entre policías paramilitares y los narcos es un asunto cotidiano, demasiado diría yo, va dejando una ristra numerosa de cadáveres de ambos lados. Pero, sobretodo lo más dañino son los infortunados inocentes que conviven con el dinero de la droga para intentar salir de una situación desesperante a través del tráfico de estupefacientes.
Heli se encuentra en una encerrona que proviene de esa necesidad y de un sueño, el de salir de la pobreza por medio de ir contra la ley, en favor de un amor desafortunadamente inocente y temprano.

El joven interpretado por el actor Armando Espitia, pasará de padre e hijo sin experiencias vitales, a erigirse como protagonista de la violencia sin desearlo. He leído algunas críticas que se ceban con el carácter reaccionario y evidente de la cinta, pero es este el motivo por el que me parece atractivo el desarrollo del horror. Porque estamos demasiado habituados a tales noticias y excesos, nos parece demasiado calculado y obvio.
Por supuesto que el guion está perfectamente estructurado y calculado, el estudio de un hecho luctuoso es en sí mismo lo que describe de principio a fin, la repulsión por parte de la gente normal. Cuando nos muestra las situaciones más horribles y salvajes de la cara violenta, es cuando no deberíamos cerrar los ojos. Es una lucha que hay que vencer individualmente.

Heli y su familia se derrumba por causa de una amor de juventud demasiado temprano, pleno de ensoñaciones de vidas mejores, poderosamente irracional aunque real en las sociedades contemporáneas de determinados países dónde los niños dejan de serlo demasiado pronto. Y la violencia y el dinero fácil, están ganando la partida a la educación y los juegos.
El juego de la gallinita ciega o el golpe de la piñata, se cambia por un regalo sangriento, de niños que juegan a la guerra en duro entrenamiento y a niñas que dejan de ser princesas para convertirse en madres tempranas.
Esas pequeñas que recién comienzan su andadura y ya tienen el futuro hipotecado, abocadas al cuidado de su casa contra sus ideales de estudios y libertades, amores que llevan a padre y hermanos a un callejón sin salida, por sólo unos gramos de falsa ilusión.

Lo verdaderamente espeluznante es lo habitual del caso, el realismo que ya apenas nos asusta.
Estamos tan acostumbrados que vemos la ficción y la confundimos con los hechos de casos parecidos en los diarios, el impacto de la barbarie inquieta por la crudeza pero lo vemos casi sin pestañear, por lo habitual. Otra masacre más que salta a la primera página de los noticieros.
Sin embargo, no entiendo esta crítica en contra de la película. Pues, dibuja una sociedad de trabajadores en fábricas, de un amor de andar por casa, de juventudes abandonadas, de vidas retratadas con realismo occidental (estilo centroeuropeo o británico), la marginalidad de nuestras grandes ciudades o pequeñas poblaciones saltando el charco. Eso sí, vista por la mirada latinoamericana.

Las imágenes del mexicano Espitia, ganador de los premios en Cannes y Ariel como director, ofrece ese realismo anglosajón del trabajo en fábricas por escaso jornal y la pobreza, conviviendo familias con varias generaciones en pequeños habitáculos. También, se da la mano con las producciones asiáticas, conjugando la denuncia social con la extremada violencia de cintas chinas o coreanas. Esto que parece simple para otras cinematografías, se critica de forma insospechada en cinematografías de otras latitudes, siendo historias semejantes con individuos simples que se ven sometidos a presión y a un estallido violento de su mundo. Hombres contra los depredadores y las mafias que ejecutan sus propias y salvajes reglas, en este caso, con la idiosincrasia latina reflejada.

Por último, un dato que desconocía es que el director Amat Escalante fuese discípulo de Carlos Reygadas (autor de una Batalla en el Cielo, para mí desafortunada o Luz Silenciosa) y si bien toca el tema de la violencia, las diferencias fronterizas y el ambiente rural casi desértico, de la historia de Heli le hace alejarse en el aspecto devastador de la misma.
Como ya dije, veo más paralelismo con hombres de honor de la cultura oriental, que toman partido por la lucha contra la injusticia y practican con los poderosos criminales la deseada venganza. Aunque no será suficiente para devolverles lo perdido, sí para continuar con sus tristes y decadentes vidas en la normalidad de su estado social.

El olvido, si es posible, ya vendrá con el tiempo... y el amor.

*** Buena ****
Tráiler The Immigrant (El Sueño de Ellis, en español), de James Gray. Reparto: Marion Cotillard, Joaquin Phoenix, Jeremy Renner, Angela Sarafyan, Antoni Corone, Dylan Hartigan.


Mariah Mundi and the Midas Box (o El Secreto del Cofre de Midas), de Jonathan Newman. Reparto: Michael Sheen, Lena Headey, Sam Neill, Ioan Gruffudd.


domingo, 22 de junio de 2014

Saving Mr. Banks: Una película dedicada a los Banks del mundo.


Verdad y Fantasía.


Esta es una película desdoblada, es decir, basada en la doble personalidad de sus personajes. Sin duda, el título original está más en correspondencia con el guion firmado por Sue Smith y Kelly Marcel (ambas dedicadas a escribir para la tv y la última encargada de la próxima adaptación de 50 Sombras de Grey). El director John Lee Hancock nacido en Texas, ya hizo sus primeros escarceos con aventuras de superación en la película The Blind Side, con el sobrenombre español de Un Sueño posible, cuestión de ellos.

También es un filme sobre la redención de la figura paternal, que apuesta por la familia y su doble imagen en la sociedad y en lo privado. Quizá de ahí el segundo sobrenombre en español como El Sueño de Walt Disney, pues hace un paralelismo con la imagen real de los personajes y el mundo onírico que dibujaba el director y dibujante en sus películas infantiles (o no tanto), y su representación como padre e hijo dentro de la historia.

Por supuesto, tiene como hecho principal la lucha titánica de Walt Disney para conseguir los derechos de la novela Mary Poppins de su autora Pamela Lyndon Travers, y la historia oculta de su familia en la tinta de tan afamada novela y posterior película. Una lucha entre egos, entre la pasión por el trabajo y la excelencia, y el mundo de la fantasía, el musical y los dibujos animados. Un intento por comprender dos estilos de vida tan diferentes como parecidos en sus comienzos, en plena lucha contra las dificultades económicas de sus cabezas de familia, ambos diferentes en la educación de sus hijos, pero con semejanzas en algunos reproches debido a sus trabajos.

Elias Disney y Travers Goff (interpretado por Colin Farrell) son la misma cara, de dos monedas diferentes, la de la rigidez en la educación contra la libertad y los sueños, que acabarían educando dos mentes en el fondo parecidas, e interpretadas con rigor y agradable amabilidad por Tom Hanks y Emma Thompson. Aún a pesar de la diferencia de mentalidad para los negocios y de su estabilidad económica, ambos estarán obligados a entenderse por medio de conocer sus vidas personales, y como he dicho anteriormente, la redención de la figura del padre por sus obligaciones laborales o por la enfermedad. Una visión traumática de su época infantil y un reconocimiento por sus formas de ver el espectáculo y el arte.

Existe, a su vez, una lucha interior de la novelista para proteger la memoria, a costa de ocultar la realidad que emergerá a ritmo de canciones de los hermanos Sherman (son los oídos y voces cantantes de B.J. Novak y Jason Schwartzman) y los diálogos cargados de flema británica con el mundo armonioso del guionista Don Dagradi (interpretado por Bradley Withford), en confrontación por el carácter cerrado y autoritario de la novelista en el marco de los estudios Walt Disney en California. Dos viajes uno al pasado mediante la realidad de la novelista australiana cruzando el continente para encontrar la estabilidad o la perdición, y otro actual, en limusina con un chófer que entregará su propio mundo de lucha bajo el enorme prisma emocional del magnífico Paul Giamatti.

Enamorados y apasionados por sus trabajos o sus funciones, chocan y se encuentran, cantan y se emocionan, en sus mundos de letras de calidad con los éxitos en los negocios. Del amargo té, a la dulzura casi empalagosa (de un imperio que comenzara como fábrica de mermeladas), del repartidor de periódicos a los disfraces de Disneyland y creador de dibujos animados, de la enfermedad o la pobreza al triunfo del capitalismo; y de la rudeza antagónica de los personajes reales con la felicidad de millones de niños y mayores ante una historia cambiante, pero con carga de profundidad en su historia oculta. La imagen de una niñera idealizada como educadora infantil que, sin embargo, esconde la imposibilidad de la lucha contra las dolencias y el vicio.

Los niños fueron la excusa para contar una historia de redención. De un abrazo a los padres sufridos, como cometas a las que dar hilo para poder cumplir los sueños prohibidos, una metáfora sobre las ínfulas de libertad y la tenaza de la sociedad y el dinero. Todos en el filme Saving Mr. Banks parecen tener pliegues y dobleces de personalidad, la idealización contra la realidad viciada y enferma.
También ante la tragedia, la película muestra su lado amable, mediante la tensión dramática y transformación de una gran actriz cómica como Emma Thompson, y con el pequeño papel de la actriz Michelle Arthur como secretaria sufrida y servidora a los placeres más dulcificados. Acidez contra exceso de glucosa, el té de las cinco y la botella de whisky en su vivienda del Londres acogedor. Un lugar para recibir a los amigos, sino se olvidan de una en los compromisos. Aunque, se sudara sangre para conseguir esa amistad.

Siendo la verdadera protagonista la vida de Pamela Travers, nos acercamos de refilón al carácter de la familia Disney, por una infancia dura y gélida en Kansas City, contrapuesta al calor australiano, para acabar en un Londres húmedo en comparación con el sol californiano. La obligación al trabajo duro en la madrugada en contra de sus inicios campestres, rodeados de animales y trenes, para cruzar extensas llanuras hacia un banco y el cuidado de la casa. De una ayuda exigente al padre por una vida truncada de niños, cambiando los juegos por los números y el mantenimiento alimenticio. Hasta encontrar la pasión por contar historias, por el dibujo y la creación de personajes de fantasía.

Walt Disney creó un mundo temático para la ilusión, partiendo desde una pequeña calle como recuerdo a sus mejores tiempos de cuando era un niño feliz en la granja, en una pequeña población de Missouri hasta la enfermedad que obligó a su padre a venderla. Cuenta la historia de la pequeña y futura novelista, que cruzó el continente para acabar escribiendo su propia fantasía, contra los elementos y la imagen pétrea, no con acción sólo con las letras, para terminar cediendo a los sueños (recomendación explícita de su padre) para poner en movimiento a una Mary Poppins idealizada que salvaría al padre de unos niños, en su propio mundo infantil. Como siempre debería ser.

Walt podría ser la Mary de la escritora, podría ser el padre que promete a sus hijas contar una historia sobre la difícil labor educacional, incluso, podría ser el deshollinador (omitido y cubierto de hollín asesino) que crea un mundo de fantasía y canciones desde su trabajo desagradable, para hacer reír, crecer y ver con esperanza el futuro de padre e hijos. A pesar de las dificultades y la enfermedad.

Al final, un vicio oculto e inconfesable acabaría con él, Mr. Banks volaría la cometa con sus pequeños, y el mundo cantaría sin conocer el reverso del sombrero y de la magia.

*** Buena ****

Saving Mr Banks Deleted Scene Goodbye Pamela


Saving Mr. Banks Let's Go Fly A Kite

Supercalifragilisticexpialidocious

jueves, 19 de junio de 2014

Pompeii: Romanticismo volcánico.


Ciudades históricas para el cine.

Aquel día, durante una jornada de fiesta dónde todo eran risas, viandas y vino, se desató el infierno en la tierra, en una porción del nuevo Imperio Romano (gobernado por Tito), y los hombres y las mujeres dejaron sellado su destino para recordatorio de las fuerzas de la naturaleza en generaciones futuras. Como un mensaje de advertencia sobre el devenir de la causalidad, tal que un movimiento o corrimiento del terreno puede provocar que la gran montaña se convierta en un dragón ígneo.

Pompeii (e igualmente Herculano) a las faldas del Gran Vesubio quedaron enterradas bajo metros de cenizas y piedras volcánicas lanzadas a kilómetros, precedidos por el calor del flujo piroclástico viajando a varios cientos de metros por segundo, arrasando las sonrisas, las luchas en el circo y la pasión de los enamorados. La historia se puede disfrazar en una ficción para adecuarla al gusto de los espectadores de hoy, de la aventura y la glorificación de unos personajes ficticios en un guion preparado para la ocasión de un blockbuster.

Así, en aquellos ojos románticos se queda la impronta de una despedida y del deseo, no les dio tiempo a cerciorarse de las cenizas revoloteando a su alrededor, de su cálido abrazo y un beso que les hizo cerrarlos en un momento eterno. Antes, la sangre de los gladiadores luchando por su libertad (supuesta) saltaba a borbotones en la vieja Pompeya, una ciudad que emprendía una reconstrucción moderna y se mantuvo como un molde en la historia. El fuego se encargó de ello, y la tierra y el mar, todo al sur de los Apeninos.
Después han visitado millones de turistas aquel complejo desempolvado, más bien desenterrado tras varios siglos, ascendiendo por distintos medios (desde vehículos hasta telesillas) a la boca del Dios Heracles o Hércules que devoró la desaparecida Oplantis.

Vinieron diferentes directores de cine y recrearon la terrible epopeya, la fatalidad de aquellas gentes sorprendidas por el terremoto premonitorio, volcando los efectos especiales en la propulsión de lava y una explosión que creo una nube de polvo y material volcánico que cubrió el cielo, se hizo de noche y se alzó por kilómetros al cielo. Enterrándolos a todos, descritos los acontecimientos por el historiador y naturalista Plinio el Joven.

El último recreador de Pompeii, ha sido Paul W.S. Anderson (la mano de adaptaciones primerizas de videojuegos al cine, entregado a los F/X y al 3D) que tiene aciertos y errores en esta producción que viaja al pasado. Un diagnóstico entre efectista poco creíble y una dirección artística con decorados y vestuario de lujo, brillantes corazas y luchas internas por el poder político y la gloria en la arena. Sin duda, debido a sus antecedentes entre Mortal Combat, Resident Evil y Alien vs. Predator, la historia se le queda demasiado pequeña y necesita inventarse unos acontecimientos al servicio del romanticismo. Bueno, algo es algo.

El británico Anderson se traslada para coproducir entre Alemania y Canadá, maquilla la realidad de la catástrofe e inventa personajes celtas, de musculatura lustrosa y exótica procedencia. Kit Harington llega desde Londres de la isla de Britania (tras su paso por las tierras del Norte en la televisiva Juego de Tronos) al igual que dos actores ya veteranos como Jared Harris (hijo de Richard Harris) y un malvado algo caricaturizado pero carismático en la piel de Kiefer Sutherland; además su pareja Emily Browning es la Julieta, en tan caliente epopeya, una Cassia de origen australiano y crecida figura desde su aparición en Lemony Snicket´s hasta su chica sexy del horrible CGI de Sucker Punch. Por otra parte, la concesión canadiense viene representada por Carrie-Anne Moss otrora figura de acción cambiando el cuero por la gasa romana y la joven Jessica Lucas, proveniente de producciones terroríficas. Se completa el exotismo con dos hombres enfrentados en el foso, interpretados por un actor de origen israelí Sasha Roiz y el británico de padres nigerianos Adewale Akinnuoye-Agbaje, el guardián del mundo oscuro de Thor y próximo protagonista en el musical Annie.

Si visitas las ruinas de Pompeya, antes a orillas del Mar Tirreno en la Bahía de Nápoles región de Campania, ahora está incrustada en terreno seco, polvoriento y ruinoso. Vestigios de una civilización carbonizada y de miles de personas que murieron ante el terror vesubiano. Ahora, grandes volcanes europeos llevan dormidos desde hace muchos años (excepto el Etna en la isla siciliana), pero estos moldes calcinados son el recuerdo de los monstruos y su posible despertar futuro.
La erupción duraría 19 horas consecutivas, lanzando 4 km cúbicos de cenizas candentes, sepultando con más de 3 metros de tefra y un calor de más de 350º estas ciudades al sur, aplastando literalmente Herculano y alejando a Pompeya del mar por un levantamiento tectónico y un posterior tsunami.

A pesar de la rigurosidad artística, hay boquetes sísmicos y arquitectura derrumbada a golpe de CGI tras las relucientes corazas y cuidadas sedas. Hay acción acelerada envuelta de falsedad técnica y científica, para contar una historia vestida a lo Shakespeare y toques libertarios a lo Espartaco.

En la actualidad, los guerreros ancestrales y dioses de montañas dormidas se han sustituido por más de 3 millones de habitantes a sus costales, esperando al ojo del gran monstruo que dormita. Como el Teide en nuestras tierras tinerfeñas. Monstruos de piedra de carácter explosivamente vesubiano.

*** Entretenida **

The Seventh Son, de Sergey Bodrov. Reparto: Jeff Bridges, Julianne Moore, Kit Harington, Ben Barnes, Alicia Vikander, Lilah Fitzgerald, Antje Traue, Olivia Williams.


sábado, 14 de junio de 2014

El Gran Hotel Budapest: in the Wes.


Wes to Europe.

Esta película debido a la concepción que tiene todo el mundo de sus 7, se puede comentar de dos formas, por su singular director norteamericano Wes Anderson, con su mano especial para el rodaje de secuencias disparatadas y elaboración de escenarios, y por los rostros que en ella aparecen.
Debido a las características en las películas de Wes, ya de por sí conocidas por todos los aficionados al cine y a su legión invariable de acólitos (yo me encuentro entre la espada y la pared, entre cal y arena, entre unas películas que me atraen y otras que aborrezco), prefiero dedicar los designios de este comentario a la expresividad.

El Gran Hotel Budapest, como otras del mismo director, pretende ejercer su poderío visual sobre el espectador. Abrumado por la diversidad de encuadres y travellings, de secuencias desenfrenadas y estatismo de los actores entregados a su locuacidad e irreverencia interpretativa. Se mantiene en sus trece de, ofrecer su amplia gama colorista entre los tonos ´pasteloides` y el gris ceniciento azulado, enmarcando los diferentes estados de ánimo de los personajes. Buscando que sus secuencias sean recordadas y mantenidas en la retina, sin embargo, es posible que pasado un primer visionado se olviden como un sueño colorista.

Quedarán los rostros de su elenco, maquillaje y vestuario que presentan a rostros de grandes actores y el juego del reconocimiento por parte del público. Caras que demuestran un máster del pagano por la representación del esnobismo (disfrazado de nostalgia), de unos europeos que quedan atrás en el tiempo, ya casi irreconocibles. De unos personajes en una Europa de entreguerras que se reconocen por una pulcritud y estilismo sofisticado, de ricos. Solamente una cara nueva y otra emergente, en enamoramiento juvenil del agrado del director, pero distantes y fríos. Expresiones de romanticismo asexuado, entre el botones Tony Revolory y la pastelera Saoirse Ronan.

El Gran Peso del Budapest, recae en las estrellas y en la dicción británica, desde el siempre correcto Ralph Fiennes hasta los minutos de cameo de nuestro estimado Bill Murray. Una colección sin tregua para caricaturizar a simpáticos personajes, letrados y familiares encarados, asesinos de ceja levantada, policías militarizados de ceño fruncido. Así, nos hallamos con la recuperación esporádica de Jeff Goldblum, Edward Norton, F. Murray Abraham o Adrien Brody, con escarceos maquillados de Harvey Keitel o Tilda Swinton, como un cluedo o un vagón plagado de invitados a la fiesta, o mejor dicho al robo como leitmotiv para contar una historia sin demasiado interés. A pesar del cuadro histórico, que yo creo desperdiciado en parte.

Se compara en determinados círculos con una screwball de viejos tiempos cinematográficos, en los que los actores se relacionaban entre ellos, emergían los problemas y los gags graciosos, aquí todo queda enmascarado en la música grandilocuente de Alexadre Desplat y la comedia que no da más de sí. Aceleración por comedia, pero sin el silencio de los grandes como Charlot, ni el toque de Lubisth, ni que hablar de los diálogos brillantes de Billy Wilder, of course.
Todo por culpa, mejor dicho, debido a un guion con manierismo Andersoniano, junto a su compañero de letras (a veces cansinas) Hugo Guinness, decantados al surrealismo y a la epopeya engañosa del cuadro de marras, como método de desvío de la acción y las peleas entre familiares de alta cuna, y asesinos contratados a sueldo, dónde Willem Dafoe brilla entre los demás, por su caricatura a lo malvado de Hitchcock, a lo Pierre Nodoyuna. Desenfrenado, impertérrito, desmembrador y “desfelinizado”.

Entre tanto rostro, tanto cameo, Ralph Fiennes se entrega con su flema británica, otorga carisma a la historia perdida en el medio metraje, distrae con sus corredurías sexuales (aunque con falta de riesgo, como infantiloide), hostelería para ricachones y cercanía con su aprendiz silencioso, a veces, porque en ocasiones le invade una verborrea algo inaguantable. Mejor mudo, como Keaton como Lloyd. Como Charles Chaplin.

Esos eran rostros que presentaban la expresividad como nadie, como los genios del expresionismo alemán, cercanos a este Hotel Budapest alejado de aquella brillantez de antaño. Aunque el maquillaje del onirismo del cine de Wes Anderson te deja con la boca abierta, los ojos se te pierden entre tanto movimiento sin sentido, viajes de trenes incompletos, personajes que se mueven hacia ningún lado. Pura nostalgia, sin la fuerza de los clásicos.

Wes Anderson es un director de Texas que pareciera renegar de ello (en el sentido cinematográfico), constantemente está divagando con mundos alejados de aquellos parajes desérticos faltos del líquido elemento, haciendo largos viajes en vías paralelas de colorido abrumador y poético. Sueños los llaman.
El director norteamericano juega con el amaneramiento lineal, como un pequeño caleidoscopio de imágenes en movimiento (podían ser mudas pero su empeño se queda en simple intención pues las inunda de palabras), a mí me hubieran bastado sustituciones gestuales o mímicas del lenguaje.

Uno, dos, tres... cierre los ojos, está Ud. Entrando en la vieja Europa, en el Gran Hotel Budapest.
A una olvidada, tierra de zares y emperadores (tan denostados en la actualidad cotidiana), de duques y vagabundos, de grandes jefes de sociedades y corporaciones hosteleras, de marquesas enjoyadas y propietarios de fortunas inmensas, de herederos ávidos de obras artísticas incunables, de renacentistas o barrocos e historietas cómicas del cine mudo. Como tiras satíricas en periódicos impresos en otro siglo.
Miras el cartel promocional, cierras los ojos y recuerdas el color que baña esta gran fachada continental.

Cuatro, cinco, seis... bienvenidos a un mundo onírico.
Un caminar o viajar en trenes de época y maderas nobles, sueños coloridos que van desde el tono pastel o carmín a el azul grisáceo de la época de entreguerras. Una avanzada histórica a medias, de soldados y espías asesinos, luchadores por o contra la revolución o la inminente llegada del nacionalismo más peligroso y rancio. Imágenes de antaño que rebotan en nuestra actualidad como en un espejo o un cuadro de niño con manzana. El Apple del pasado. El dinero.

Cuando la guerra está próxima y la sociedad se tambalea, Wes se preocupa por un robo sin sentido, una excusa para contar otra idea que él tiene en la cabeza (para unos privilegiada, escatimada en brillantez para otros más a menudo), embaucando con su universo a los espectadores que esperan su película definitiva, pero que nos acaba derivando a sus frenéticas persecuciones y resplandecientes secuencias de postal navideña. Trucos de cámara, enfoques y travellings imposibles, en una cinta sin fin de correrías de sus personajes enmascarados en el cómic o minuciosamente maquillados con magnánimos mostachos.

El Gran Hotel Budapest se define en la crítica por términos y calificativos, como screwball de otras épocas, con sus potentes líos humorísticos que se quedan alejados de aquel cine perdido. Excesos estilísticos de su puño y cámara, con guion a la par con uno de los miembros habituales de su equipo artístico Hugo Guinness, en una especie de parodia u homenaje de directores que encumbraron el género. Imágenes basadas en las representaciones escritas con detalle en la novelas del austrohúngaro Stefan Zweig (Carta a una Desconocida, María Antonieta).
Sin embargo, los personajes que dibuja Anderson son fríos en comparación, viven en su propio mundo y son caricaturas en sí mismos, de estos grandes actores que aparecen desperdigados en las secuencias animadas. No veo a las persecuciones de Hitchcock, ni al toque alocado de Lubitsch, y ni mucho menos se acerca a los lustrosos diálogos y chispeantes del gran jefe de todo esto, Billy Wilder. Son intentos, sueños.

Siete, ocho... viajamos, eso sí, en trenes. Desplazamientos por escenarios de ensueño. ¿Y? Por dónde se mueven estas caricaturas, son meros soportes para contar su historia de robo y engaño, deambulan y desaparecen porque lo requiere su cerebro. A excepción del maestro de ceremonias Ralph Fiennes, omnipresente, y su inexpresivo furtivo aprendiz. Yo le hubiera hecho callar más tiempo, sin tanta diatriba poética, inacabada, entrecortada, vacía. Más al estilo de los grandes mudos, Chaplin o Keaton, con gags míticos para recordar y carcajearse a gusto. Así, sólo recordaremos su incipiente bigotito, y nada más. Wes prefiere la repetición de miradas, de expresiones huecas y acción alocada desde el punto de vista ignoto de su cámara, sin el surrealismo mágico de Jeunet ni el ácido de los Monty Phyton. Ya sé, son palabras mayores, como comparar su cine con el de Terry Gilliam, más o menos.

Nueve, diez!! Ha entrado y salido del Gran Hotel Budapest, sin apenas haber pisado la Europa de comienzos de siglo pasado, si escenarios sobrecargados, como oteando a lo lejos las caricaturas de Hergé o juegos de guerra con espionajes familiares, introducirse en el humo de comedias con sabor a otra época, mirar por una puerta entreabierta los crímenes y la marcha en trenes con inconexo desenlace. Más, claro está, el siempre incrédulo romanticismo juvenil del autor, irreal como sus besos sin lascivia.
Aquí, se abalanza sobre cameos como trofeos del gran público, a descubrir como el juego del Cluedo en grandes mansiones imperiales.

El cine de Wes Anderson para algunos es la gloria del sueño post-moderno, del cubismo cinematográfico, para otros el vacío de lo expresivo y la nada comunicativa en lo referente a contar una historia. Seguramente haya un término intermedio, y seguir esperando la gran obra de este singular, colorista y extravagante director americano.

*** Interesante ***


Tráiler Bad Country, de Chris Brinker. Reparto: Matt Dillon, Willem Dafoe, Neal McDonough, Amy Smart, Tom Berenger, Bill Duke, J.D. Evermore, Chris Marquette.


Grand Budapest Hotel Soundtrack - S'Rothe Zauerli.



domingo, 1 de junio de 2014

Venus in Fur: La Venus de Ives y Polanski.


Seigneur à la fourrure, diosa de las tablas.


Desde la Grecia Clásica de Afrodita hasta la obra de teatro, 'Venus in Fur', creada por David Ives y adaptada junto al mismo director Roman Polanski, han pasado los siglos y las civilizaciones, las ideas y el avance en la sexualidad. Sin embargo, sin los dos sexos enfrentados (incluso a veces revueltos) de nada hubiera servido escribir sobre esta batalla cruenta o no, entre la mujer venusiana y los hombres marcianos. Así como la lucha entre este escenario en el barro de las tablas y el cuero, con la bella y enigmática actriz Vanda frente al director de la obra Thomas, o mejor deberíamos nombrarle como su alter ego novelesco Severin von Kusiemski, según las piezas literarias en las que se basa del escritor austriaco Leopold von Sacher-Masoch. Llevada varias veces a la gran pantalla (incluso por Jesús Franco), triunfando en los escenarios de Broadway y todo el mundo, e incluso hecha canción por The Velvet Underground.

Esta especie de Venus no se parece a aquellas clásicas sin brazos de belleza marmórea, si por su fuerza afrodisiaca o vengativa. Ni siquiera a aquella semidesnuda y arropada, de nuestro Velázquez, la pictórica Venus frente al Espejo, pero en esta película existen cuadros filmados por Polanski que son de belleza prácticamente al óleo teatralizado. La obra hace referencia a una lucha sexual, a una denominación de las desviaciones sexuales y atracciones psicológicas mediante el nombre del apellido del autor, nacimiento del masoquismo, con permiso del marqués, no Vicente sino Sade (aunque ese es otro sado). Una relación entre hombre y mujer, ama con esclavo. Un contrato en el que se vende el deseo como si fuera la propia alma.

Una mujer que se comiera a mordiscos la luna, que bailara una danza frenética frente al macho dominante, abre no por novena vez sino por cuarta la puerta de su actuación con Polanski. Un director cada vez más adaptado a las tablas, rueda con devoción clásica una partida entre lo atractivo y lo siniestro, entre la dama oculta y fantasmal, y el escritor y director teatral que pareciese haber tomado prestadas las maneras del propio autor, aunque desconozcamos los pormenores de la historia interna del cineasta.

En este tablero formado por cuadros repetitivos por los intenso, se mezclan los negros del cuero y el guion, con los blancos rostros pálidos del pistolero. En el escenario teatral, de una diligencia sin ruedas pero sobre ellas, dirige con paso firme y atrevido, las diferencias del héroe fordiano atrapado en la tela de la dama (¿puta, de mala pécora que no por vender su carne, o diosa?). Un Wayne guapo, débil e informal. La transformación del duque en mariposa, atrapado en ligaduras femeninas en un juego sexual que nunca puede quedar en tablas.

La de las cuatro pelis es la dominadora, dama o ama Emmanuelle Seigner, en plan Venus vengadora y licenciada en artes del clásico romano y la oratoria. Emergente altivez y atractiva lengua a punto de cumplir años este mismo mes. Atada a Polanski y a las Chicas de Yasmina Reza, en trío teatralizado. El Wayne excitado, contratante y vilipendiado es Mathieu Amalric (magnífico co-partenaire de la Seigner en la Escafandra y la Mariposa de Julian Schnabel) como padrino piel roja, atado al tótem fálico de la discriminación.

En fin, 'La Venus de las Pieles' entronca con el teatro clásico y las relaciones humanas de hombres y diosas de la antigüedad, señales del poder de la maternidad sobre la simple inseminación masculina. De las raíces de un director curtido en la historia cinematográfica, Roman que no bacanal romana, desde la repulsión femenina hacia el macho, hasta 'Un Dios Salvaje' sobre el escenario, iluminación con puesta en escena incluidos. Y la excelente música del compositor de 'Philomena', 'El curioso caso de Benjamin Button' o 'Argo', entre otras, Alexandre Desplat in crescendo. Adaptación que se toca de cerca también con el cine de Ingmar Bergman en su relación vital con el sexo y la muerte, entre el caballero y esta misma en su ajedrez de la vida, o más cercano e inevitable juego de La Huella, con el cazador cazado, del siempre magnífico Joseph Leo Mankiewicz. Paralelismo entre lo cinematográfico y el lenguaje vivo de dos personajes en el escenario.

Algunos puedan calificar esta película de pretenciosa, pero, acaso los clásicos no lo eran. Sin embargo, embauca y atrae a ambos géneros por igual, caemos de bruces ante sus botas, babeando ante la belleza de un corpiño ajustados como unas medias de seda. Valiente y graciosa, como un disfraz de payaso ante un detective vestido de espectador absorto en su butaca; y llamativa como un juego de depredación sexual, entre superiores e inferiores, entre clases e inteligencias de género. Polanski se decanta al igual que la obra por la idolatría ante la inteligencia femenina frente al maniatado esclavo masculino, con un cebo en forma de fusta de abedul en el ojo desorbitado del exceso sexual (en lugar del alfiler del guiño autómata del vencido).

Al final, un silencio del ridículo ante los aplausos del público como autómatas de la función, ante el talento a raudales y el riesgo de la puesta en escena "polanskiana".

Hace más de 25 años que no rueda en producciones americanas, pero entre Francia e Inglaterra, Polanski ha encontrado un filón a su creatividad... y el ardor.

***** Muy Buena ****


Las dos caras del mismo mármol,
macho y fémina.
Esculpido en tablas de teatro,
esclavo y dómina.

De vetas de Vestales a Venus,
inocencia a cuero.
De Afrodita la griega, a guerrera
en látigos.

De Venus de la Hayworth en gasa,
a Seigneur en gracia.
De comedia americana e ilesa,
a botas a la francesa.

Hombres atrapados en escena,
mujeres a sus pistolas.
Sexo en vena,
macho sin cola.

Los dueños atados por femme fatale,
en falos de tótem, cartón piedra.
Venus dominante, de piedra nada,
más cuero sagrado que las avale.

Venus salida de Puerta Tannhauser,
sin sangre, incendios ni autómatas,
ni venganza de estilo "slasher",
sólo un baile sexual de acróbata.

Vuelve al macho en travestido,
de director a escena, convertido,
por actriz de melena y carmín,
este es su alegre y triste fin.

El cine jugando a teatralizar,
Polasnki practicando el sado,
fuste y botas a fotografiar,
como cuadro de pintor romano.

La Venus de las Pieles,
un clásico adaptado,
el pellejo han dejado,
director e intérpretes.
¡De visionado obligado!

Hasta el próximo día D, de Polanski. Os dejo con unas canciones esclavas. Chau.

Venus in Fur, by The Velvet Underground.


Polanski y el Ardor. La Negra:


The velvet Underground-Femme fatale.

Cinemomio: Thank you

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