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sábado, 27 de diciembre de 2014

I Origins.


El secreto del universo, en los ojos.

Al acometer una obra que trata de descubrir los orígenes de alguna circunstancia, se pueden cometer errores, ya que ninguno estaba allí en ese preciso momento. Normalmente se encuentran datos escritos, ancianos papiros, que ofrecen una versión de los acontecimientos demasiado escueta, o indudablemente se adorne con la imaginación. Incluso pudiera basarse en la poesía (como El Cantar de los Cantares) para manifestar una etapa mágica de cambios y de traumáticas acciones naturales o humanas.
Cuando me dispuse a visionar la película dirigida por Mike Cahill tenía preconcebida una idea sobre ella, pues I Origens había sido tratada de dos formas muy diferentes ante la crítica leída por un servidor.

Orígenes habla sobre la personalidad y los sentimientos, de la personalidad intransferible y de la unicidad, por lo que la mezcla puede fundamentarse en los descubrimientos científicos. Pero siempre queda en la retina, en el cerebro del individuo su forma de ver los hechos ocultos. Las pruebas que llevan a una proposición.
Y para los críticos, estas evidencias manifestadas por un director interesado en la ciencia ficción y la imaginación, pueden constituir una experiencia inolvidable al visualizar las imágenes o algo totalmente contrario. Una manida o curiosa idea rodada con inteligencia, y acusada por sus detractores de cursilería o aventura prepotente.
Yo, me hallo en el medio de las dos corrientes, comprobando la fantasía de cuestiones metafísicas, por lo que se me hace muy difícil adentrarme en esta historia presentada en el Festival de Sundance y ganadora del premio a mejor película en el Festival de Sitges, ejerciendo una visión personal, dogmática y nada prosaica.

Algo así he decidido en mi comentario sobre I Origins, una estructura caótica (entre sentimentalismos y sentencias desconocidas por nuestros antepasados) como una poesía sin medida. Nada de rimas para describir unos ojos que despiertan esta discrepancia en dos facciones. Como dos ojos que se necesitan para sobrevivir y contemplar. Estudiar.

Fui de los que observé en el primer trabajo de director también guionista, Otra Tierra como una curiosidad con elementos románticos pero que se perdía en el universo imposible, ocultando la verdadera historia en una halo de mentira fantasiosa.
En I Origins, ocurre algo semejante, pues un hecho azaroso provoca una experiencia demasiado dramática, con una bella joven con un magnetismo especial en sus ojos interpretada por Astrid Bergès-Frisbey, que justificará la relación profesional perdida con el tercer ojo del conocimiento, en la persona de la actriz Brit Marling. Ella, amiga de la universidad del realizador Mike Cahill será la llave a lo esotérico desde la razón, incongruencias de la creación. A modo de doctora Frankenstein con la ceguera de invertebrados anélidos, descubrirá otra mirada, la sustituta en la mente del investigador interpretado por Michael Pitt (también imbuido en la producción del proyecto), que se verá arrastrado a un viaje experimental, entre la ciencia, el amor idealizado y el horror.

Un viaje entre Brooklyn y Nueva Delhi (India) que intentará profundizar en la huella ancestral. Buscando una demostración real de que no hemos estado equivocados a lo largo de nuestra vida, de nuestra existencia. Cuando el conocimiento siempre había vencido a aquellas revelaciones de carácter mágico, contra natura y las leyes universales. Ahora, ya no queda nada a lo que aferrarse.

Si encuentra esa marca digital, tendrá que ceder ante lo predestinado, el origen del universo en aquellos ojos. Nacidos para provocar sensaciones únicas en los demás y estimular la aventura de su búsqueda imposible. Quizá esa energía emergida de la nada o del Todo, esté encapsulada por otros motivos en el interior de una mirada cristalina o más allá, como el descubrimiento del legado metafísico de una existencia creadora.
Es la eterna controversia entre la tecnología científica, y los que creen en el carácter divino o la resurrección (posiblemente a través de la reencarnación). Porque estamos en la capital de la India dónde confluye la fe y la modernidad, en el mayor centro urbano del mundo y los mitos ancestrales.

Particularmente, I Origins me ha parecido atractiva hasta el momento de tomar partido por una de las opciones que propone el director de New Haven (Connecticut) Mike Cahill.

La Nebulosa de la Mariposa.


Nos conocimos,
como llegados de otra Tierra.
En el origen temporal de todo,
la formación del espacio y las estrellas,
dentro de la galaxia de tus ojos.
Dos almas paralelas,
así, tan extraños,
como la foto ampliada de este,
nuestro pequeño universo.
Irisado.

Amábamos, en fotos, el mundo,
imágenes de naufragios en el cosmos,
concéntrico.
Hacia otro agujero negro,
que nos devoraba, desapareciendo,
viviendo en la brisa del pestañeo.
Cayendo dentro de ti.
Sobrevolando tus matices,
ocres, verdes, amarillos y azules.
Son grietas de esta Tierra.


Y unimos nuestras mentes,
corazón, las manos y oídos,
al ritmo de nuestra música, mágica,
entre huracanes y espirales.
Multicolores.
Pero, ay... descenso vertiginoso,
apagado, vacío, el horror del silencio.
Acabé engullido por ese círculo,
oscuro, turbio por las lágrimas.
Magnético que atrae, inane, casi muerto.


Aquellas pupilas de vida,
nacieron del Big Bang humano,
como galaxias creadas por la locura.
Buscando la escalera al cielo,
evitando al maldito azar.
Ese día funesto, que acaba apagando
la melodía y el recuerdo,
como un susurro, y todo termina.
Fue ciencia infusa, o mitológica,
tu mirada desaparecida, magia ilusa.

Abarcar el cosmos desde tu visión,
porque en la letanía, sobre los tejados.
rostros, amor y números, quedaron divididos.
Sus planetas ajados, en mi infierno,
del ojo derecho al izquierdo.
Bus del averno.
Y el suspiro sordo quedó convertido,
en incomprensibles gritos de horror.
Aquel once, fue un presagio,
del apocalipsis en sus ojos ígneos.

Tú, mi peor destino, de la ceguera al fracaso.
El tiempo pasado, no siempre cura,
simplemente se desvanece en la luz,
del recuerdo retenido.
Maldita y ácida, retina.
Como un gusano ciego,
entre creación y conocimiento.
Todo vuelve a comenzar, en otro alma.
Otro diafragma para respirar, obturando,
cuando pase el peligro.

Soy una cobaya, experimentando el sueño.
No sé si creer,
descubrir lo imposible, lo eterno.
Viajando a orillas del Ganges,
¿hallaré aquel arco iris?
Alma o disfraz.
Quién sabe de su existencia, cromática.
La nada en la distancia, o el todo,
en el abrazo... desde el alfa
hasta el fin de su abecedario.

Para renacer a la soledad,
para sentir de nuevo.

En medio del Big Eyes,
amor o capricho, ¡que sé yo!
Tal vez sólo un deseo.
Entre la arena, sobre la mar,
bajo el cielo.
Colores.
Del beso de intensas pestañas,
raciales y eternas.
Encontré otro verso a su galaxia,
enterrando la razón.

Anunció al mundo su llegada,
para juntar nuestros perdidos planetas.

Neurona de la retina de un ratón.


Post-verso:

En la época tecnológica, digital,
somos rebelados.
Apartada la máscara, de otra vida,
más difusa.
Generadora de luz,
imágenes de genios o monstruos,
de nombres,
que conforman nuestra identidad.

Moribundos de la soledad,
del ser humano.
Reflejos expertos de retinas,
son sus cerebros.
Fotografías olvidadas de caras.
Toda la historia del hombre,
en un instante,
reconocible en sus niñas.
Vidas.

Universos de conocimiento,
guerras, ciencia o amores,
besos con letras.
En el suceso del horizonte,
que lleva su nombre.
Salve Salomina,
bienvenida al fin o el comienzo,
de otras existencias.

*** Interesante ***



THE DØ - Dust it Off (I Origins Soundtrack)


I ORIGINS: "A Window to the Soul" featurette

lunes, 22 de diciembre de 2014

A Walk Among the Tombstones.


Con Tombs, Nee-son.

No voy a hacer una retahíla de los últimos trabajos en que había participado Liam Neeson, pero lo que no cabe duda (hablando de encasillamientos) es una cierta tendencia a un tipo de papeles con semejanzas y desarrollos con acción maniquea. Esto significa que sin dudar de sus capacidades interpretativas demostradas en otras ocasiones, su carrera desfilaba en la penumbra de un jardín de ultratumba salpicado con algunas comedias olvidables. Perdido.

Pero, algo parece estar cambiando por los próximos proyectos que pasarán por sus manos, con directores españoles. Y además, también tenemos esta sencilla película que airea su futuro aunque participe de las mismas sensaciones y gestos del pasado.
Debe ser gratificante y a la vez, una subida de moral que te haga sentir en primera línea de nuevo. Algo así como si tus venas acostumbradas a la circulación cotidiana y sanguínea, se cargaran de adrenalina ante las miradas de aquellos que dejaron de creer en ti.

El actor nacido en Ballymena (Irlanda), necesitaba un nuevo horizonte con aplicación de nuevos bríos para sentirse cómodo en un nuevo filme, como cualquier otro trabajador con deseos de sentirse útil. Con este Paseo entre las Tumbas, tanto actor como director han conseguido mantener aquel escurridizo respeto de la crítica y público, que si bien no había desaparecido del todo, si daba muestras de enterrarse con los mismos personajes, heroicos retirados y salvadores de sus familias, con algunas inclinaciones a representar a hombres de acción poco creíbles.
Recordando que participará en Taken 3 y después dirigido por dos españoles como Jaume Collet-Serra o Juan Antonio Bayona antes de caer en las manos "nada silenciosas" de D. Martin Scorsese.

En la película A Walk among the Tombstones, el director y guionista de Florida, Scott Frank (más reconocido por esta última faceta desde comienzos de los 90 firmando conocidos guiones como Morir Todavía, Pequeño Tate, Malice, Heaven´s Prisoners, Out of Sight, Minority Report, The Interpreter o The Wolverine) hace entrega de un papel más elaborado con muchas más aristas y sensaciones a piel, acorde con la personalidad del irlandés. Los tiempos de crisis han cambiado el antiguo orden heroico, por la supervivencia.
El detective que interpreta aquí Neeson, tiene algún parecido con aquellos otros policías de tiempos pretéritos, guardapolvos o chupas de cuero cubiertas por el alquitrán de las calles y las salpicaduras de sangre. El cine negro vuelve a pasear por estos cementerios en una época diferente con sabor y penumbras matizadas por el color, pero sin humo, recordando que la edad es un valor a tener en cuenta a la hora de enfrentarse con los criminales o los monstruos modernos.

Sobre todo, si tienes ese aire circunspecto y enigmático que se escondía tras la gabardina o tres cuartos raídos por el uso, como una capa que te permitía alejarte de las presiones y trabajar independientemente. Tantos casos que se grabaron a fuego en el rostro de aquellos duros policías, aunque ahora ya no estén empleados en el cuerpo con honores, son los fantasmas del cine negro.
Ambos, actor y director (Lookout) han retornado a aquel pasado y han limpiado el barro de sus bajos, dedicándose a una historia policial con la tensión y terror necesarios para despertar las viejas pesquisas fuera de la administración leguleya.
Individuos incorruptibles, sin escrúpulos ante el mal que lucharán contra las bajezas del ser humano con todos los medios a su alcance, sin importarles sus propias vidas. Incluso defendiendo a esos que no eran trigo limpio en la sociedad.

En este panorama de sacrificados por la ley, tendríamos a Nicholson cortado en Chinatown, Mickey Rourke engalanado en Manhattan Sur (o endemoniado en El Corazón del Diablo), a James Corburn de Flint, Robert Mitchum de Philip Marlowe o contra los yakuza, de Steve McQueen a toda velocidad a Al Pacino por los bajos fondos, Harrison Ford litigando con replicantes en el futuro, Robert Shaw sufriendo en Domingo Negro, o una pareja llevada al extremo por los pecados en Seven. Lógicamente hay muchos otros a reivindicar en Technicolor.
Todos ellos realizaron su trabajo con vitalidad y credibilidad, con sus drásticos métodos se enfrentaron con los asesinos más peligrosos y, no sólo haciendo uso de la fuerza bruta sino también de sus particulares técnicas en investigación. Pero vamos que no le hacían ascos a una lluvia de plomo en la ciudad, cuando sacaban el arma de su pistolera, la noche retumbaba y los recuerdos hacían desempolvar al mítico Bogart en los gloriosos tiempos del blanco y negro.

Ahora, en A Walk among the Tombstones ha tomado su relevo con garantías y devuelve los valores perdidos en tantas otras películas de medio pelo, dónde prevalecían las situaciones más inverosímiles. Los malos de la actualidad requieren enfrentamientos con aquellas caras circunspectas, entre la oscuridad de sus actos y los nichos preparados para ellos, con el fin de poner fecha de caducidad a su megalomanía salvaje. Liam Neeson a vuelto a las calles para tomar declaraciones de testigos y defendernos de los monstruos, cercarlos en sus cubiles sangrientos hasta terminar con sus asesinatos.
Queda claro que, aunque los viejos tiempos ya no volverán, algunos cinéfilos agradecemos aquella revisión romántica del antihéroe, solitario, alcohólico o ex-drogadicto, sabueso a la antigua, sherlockianos sin escrúpulos, halcones de las calles y barrenderos internos de la mugre en las propias instituciones. Eran aquellos buscadores de su propio final en un frío cementerio.

Los monstruos se esconden en cualquier resquicio social, buscando la presa más tierna o indefensa para hincarles sus colmillos de hiel. Frank Scott (resolutivo y clásico en la forma de rodar) ha tratado de identificar a esos detectives marginales con el nuevo siglo, devolviendo a la realidad a Neeson con este guion resultón, recordando que los antiguos mecanismos para crear el suspense siguen funcionando. Aunque los delitos sean más depravados y la moralidad más deshumanizada.
Con este guion firmado junto a Lawrence Block (My Blueberry Nights) agradecemos la sencillez, siempre estaremos atraídos por un buen argumento, presentando a los personajes en flashbacks que ayuden a avanzar la historia, por contra de los secundarios lineales (niños en el punto débil) que sirven para justificar ciertas maniobras o recursos cinematográficos.

Entonces, bien por las huellas y los procesos deductivos, con buenos tiroteos y persecuciones, así como por las mentes frías que intentan redimirse del pasado. En una especie de penitencia personal que motiva a combatir a monstruos peores que ellos, y con sus propias armas. Sin piedad.
“Dejen lo que estén haciendo, y levanten las manos... ¡he dicho manos arriba! Estáis sordos o el Señor Rubio os ha cortado una oreja... Bang, bang... Os avisé".
Y a Liam que le dure la nueva chaqueta. Le sienta mejor...

** Pasable ***

Nouela- Black Hole Sun (A Walk among the Tombstones Soundtrack)


Nouela – The Sound of Silence (The Leftlovers)

domingo, 14 de diciembre de 2014

Gone Girl.


A veces 1 + 1 no suman.

La filmografía del director nacido en Denver, David Fincher está repleta de características y evoluciones intransferibles como método para elaborar una historia entrelazada, tanto visualmente como en la manera que tiene de contar los sucesos en el horizonte personal hacia el entretenimiento artístico.
Desde la alienada, Alien 3 (quizá su trabajo más cuestionable) ya demostraría que su visión del terror, y del cine en general, tenía que ver con ciertos aspectos que luego serían su seña de identidad en los siguientes proyectos; con su pulcra y perfeccionista forma de rodar llegaría a desarrollar un complejo sistema de parámetros que circularían por sus nuevas películas. Siempre con una ambientación perfecta y la conjunción de un equipo bien engranado.

Cuando aparece el terror, Fincher pierde la sugestión por los escrúpulos y se zambulle plenamente en perturbar y conmocionar al espectador con giros inesperados y comportamientos escandalosos de ciertos personajes, también pudieran ser llamados monstruos. Esto se puede comprobar en El Club de la Lucha y su visión pretenciosa del terrorismo, pero más sensiblemente en su escalofriante Seven dónde priman los bajos instintos de la humanidad. Además de contar con otra de sus temáticas preferidas, la siempre cinematográfica Venganza con mayúsculas.
Es evidente que en el último film Pérdida (la Gone girl podría ser una Refugiada en el Acecho) lleva este aspecto de los ajustes de cuentas hasta su última gota de sangre en el terreno de la moralidad.

Todo aquello que pudiera desprenderse de su sencillo y nada llamativo título, gira alrededor de la mentira como su refugio exclusivo. Lógicamente como buen contador de historias, el cineasta se apoya en aquellas consecuencias que establecen estos comportamientos criminales, tanto en el ámbito de pérdida individual como en los diferentes juicios que plantean en la sociedad. Siento el público del cine, sus más ávidos seguidores de su plasmación cinematográfica sin comprometerse de manera personal. David Fincher se convierte en voyeur de la información que generan los demás en la sociedad.

Esta Perdida, está relacionada con algunos aspectos del cine de uno de los directores más gratificantes e inquietantes de la industria norteamericana, entre las grandes taquillas y una independencia que parece recuperarse de la mercadotecnia. Fincher no ha perdido su mano templada para reflejar la angustia que suscitan los celos o el sentimiento de posesión sentimental, luchando contra los convencionalismos y plantándole cara al tedio (a pesar de una duración extensa de dos horas y media), manteniendo los rasgos reconocibles por el espectador en anteriores trabajos.
Desde las zonas restringidas y cerradas de La Habitación del Pánico hasta la elaborada estrategia de las investigaciones policiales enfrentadas a las pretensiones económicas de los abogados y la temida justicia paralela que se produce en los medios de comunicación (Zodiac o The Social Network).

Sin embargo, tras todo este maquillaje exterior relacionado con la sociedad y sus preocupantes canales, Fincher propone hábilmente, y como es habitual, el juego entre un argumento práctico y la mente imaginativa del espectador. Reconociendo no haber leído el best-seller de Gillian Flynn sobre el que está basada la película Gone Girl, se muestran las intenciones del guión (adaptado por la misma escritora) que se bifurca en el amplio sentido del extravío en todos los sentidos. Desde el inicio, en lo interno y hacia fuera de la gran pantalla, resonando como un eco cuando se ha terminado el pase.
Por un lado, nos trasladamos a una desazón de los protagonistas (también con ese reto interior) mediante la colección de momentos extraños dentro de la institución matrimonial, es decir, con mediación del engaño, la ocultación y el sentido de posesión.

Mientras paralelamente a la lucha emocional que ejercen Ben Affleck (Argo) y Rosamund Pike, nuevos personajes aparecerán en la búsqueda por los distintos departamentos sociales que son para el director de Colorado parte del problema o de la solución.
Ambos actores se lanzan al juego, ofreciendo lo mejor de sí mismos, uno contraído por las circunstancias y empequeñecido ante las noticias que va descubriendo, sereno ante la cámara aunque los críticos con su faceta de actor prefieren a un Affleck suelto tras ella. La otra, dando una muestra de los registros contenidos en una mujer herida, con un aire de suficiencia que le permite haber construido uno de sus mejores papeles (junto a An Education) hasta la fecha. Enhorabuena, su interpretación bien vale algún premio.

En Perdida se abren esos juicios paralelos entre la prensa amarillista, la policía deseosa de una rápida resolución y la justicia, unido todo ello a un sentido del humor negro... negrísimo, casi imperceptible ante los traumáticos hechos difundidos.
Por el otro lado, mientras Mr. Fincher mantiene un escrupuloso rigor visual, se decanta por confundir con imágenes su propia opinión y dejar la sentencia en manos del público, zarandeado de una banda a otra como una caja de cartón con un misterioso contenido rodando a su libre albedrío. Y aunque, todo parece perdido, salpicado por la sangre y fuera de la ley, está atado con inteligencia y bien atado.

Este juego entre el argumento y el voyeurismo mediático, despierta la participación o la curiosidad, por lo que es imposible desprenderse de la acción sin emitir juicios continuamente y ejerciendo una fatal atracción hasta la última secuencia. No por casualidad, su filmografía contiene un título llamado The Game.
Gone Girl encuentra lo que buscaba, la pérdida en distintos niveles del emisor y el receptor, con preámbulos de otras películas para envolver una sociedad enferma con los lazos del amor. El juego y la lucha, el compromiso o la pasión desenfrenada.

Aquí, perdidos, nada parece lo que verdaderamente es, pues los puntos de vista son infinitos. Tantos como ojos observen los dramáticos, esperpénticos, sucedáneos sucesos. Zarandeándonos con la maldad intrínseca sacada de los pecados capitales, hasta jugar al gato y el ratón en tiempos del zodiaco. Todo encerrado y controlado desde su cámara que es la antesala del pánico y el caos psicológico, con tendencias al terror y el frío asesinato; siempre ayudado desde la interpretación de un elenco perfecto y sus colaboradores musicales Trent Reznor y Atticus Ross, acrecentado con una partitura tensa y enigmática, ese sentimiento de pérdida en una frontera u otra de la historia.

Si nos convertimos en una especie de juez, el filme y su carismático director habrán conseguido su desafío. La hipocresía tiene un carácter surrealista como una fotografía a destiempo, o exhibicionista, según las repercusiones lleguen a las redes sociales y medios de comunicación. Observar como el amor es un personaje más, que puede recorrer el sentido contrario al romanticismo exacerbado, al contemplar como Benjamin Button se deshace como un azucarillo en el tiempo y es devuelto por la corriente de lo aparente y aceptado socialmente.

Una de mis pasiones, es imaginar.
Imaginemos pues, esta relación enfermiza con síntomas de psicopatía como podría desarrollarse sin cámaras de televisión ni juicios al margen. Solamente en la intimidad de cuatro paredes cargadas de reproches y miedos... acaso, la pareja no se transformaría en los personajes cínicos y mentirosos de La Guerra de los Rose, dirigida por un Danny DeVito en plenas facultades.
Ya casi estoy viendo a Michael Douglas y Kathleen Turner colgados del techo, vapuleándose con tumores gangrenados y sentido del humor ácido salido de sus estómagos devorados por el odio. Recuperar los viejos tiempos y el amor perdido, o morir en el intento a base de vitriolo.

David Fincher ha sido seleccionado a los Globos de Oro a mejor dirección, junto a tres premios más. En Cinecomio aún restan un puñado de filmes académicos por visualizar, pero su candidatura no parece perdida en saco roto, por los comentarios emitidos en la red social.

*** Notable ****

Tráiler The War of the Roses (1989)


The Way he looks at Me - Trent Reznor y Atticus Ross (Gone Girl Soundtrack)

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domingo, 7 de diciembre de 2014

Magic in the Moonlight.


El Último Romántico.

Magic in the Moonlight. Una danza entre los recuerdos de tres, ellos son el sempiterno (para su público) y genial Woody Allen, aunque no para su propia conciencia crítica y sugestionada por el realismo. Y sus actores principales, Colin Firth en la piel de dos actitudes contrapuestas entre el espectáculo y la vida sensorial, junto a la bella Emma Stone entre sus deseos y sus artimañas sentimentales.
En ciertos aspectos, el filme es una vuelta a los mágicos atributos del cine del neoyorquino.

A vueltas con lo real y lo imaginario.
Desde luego que la vida es semejante a un engaño, pero pareciera que Mr. Woody pensara que si ésta se desarrolla entre los sentimientos y la Costa Azul es un trago más llevadero.
Incluso si tienes que luchar por un amor que se oculta tras la diferencia de edad o los dardos envenenados de la maquinaría de la conciencia personal y la posición social.
Dice Allen: “No representa ningún problema en absoluto. Las personas que se enamoran, se enamoran y ya. Si la mujer es 20 años mayor, si el hombre 50 años más viejo, si son de la misma edad, si son de la misma religión, color de piel, hablan el mismo idioma, o no, eso no importa. Para mí es un ´no-tema`”.
Probablemente tenga razón y sea la sociedad la que mira con displicencia esta barrera física, pero la realidad es que en la carrera de la supervivencia y el recuerdo, uno llega antes que el otro.

Personalmente, hace pocos días me encontré haciendo un recorrido al azar por las distintas cuentas en redes sociales. Poco había oído hablar de su nueva película Magia a la Luz de la Luna (por deseo propio) y sinceramente creo que es mejor así.
Porque Allen ha vuelto a conseguir el truco antiguo de convertirnos en protagonistas románticos de su nueva comedia. Quizás, el último romántico en sus fotogramas de siempre.
En aquel paseo digital, me hallé con una crítica respecto a otra película que, confabulaba con argumentos negativos a esa producción pues contaba con los designios de una familia poderosa en un momento determinado. Y que no se merecía ser contada por su clasismo. Como si F. Scott FitzGerald, Jane Austen o el mismo Charles Dickens no tuvieran algo que decir al respecto, enfrentándose a la filosofía germánica y racionalista de Nietzsche.

Woody Allen se expresaba así, a la pregunta de un periodista: “La razón por la que hago películas es que, si te distraes, si ves el baloncesto, si practicas magia, si haces películas... te concentras en eso y no piensas en la muerte”.
Me hubiera parecido una respuesta apabullante, para un crítico que deseaba eliminar del cine, aquellos filmes basados en la alta sociedad. Sería como mutilar la historia del mundo y sus personajes. A pesar de las odiosas diferencias sociales.
Es probable que la gente, en general, obtiene la ideología basada en su propia vida, y que las mentes calenturientas dividen a los hombres según su posición económica y social para su propios beneficios. Pero, la realidad es que la magia puede surgir en cualquier familia, independientemente de los trucos con los que se acerquen las tentaciones. Como Eva y Adán a mordiscos con ellas.

Decía en otro momento, Mr. Allen: “Durante 50 años de trabajo nunca he leído una crítica, ni positiva ni negativa. Nunca leo mis entrevistas o artículos sobre mí. Quito mis películas de la tele cuando veo que empiezan. Nunca participo en homenajes, no me gusta mirar hacia atrás. Hace años una distribuidora me llamó para decirme lo bien que había ido una de mis películas en taquilla el primer fin de semana... y les pedí que no me llamaran más”.
A pesar de las diferencias enormes entre el genio del cine y yo principiante, tenemos pensamientos semejantes ante el éxito. Pienso que nuestro deseo interno es practicar y sentir experiencias. Lo importante es realizar proyectos según nuestro entendimiento o capacidad, porque en el futuro nada de ello, existirá.

Si se pudiera boicotear una historia para no ser contada en el cine (o la Literatura) estaríamos negando partes de nuestra experiencia, aunque fuera negativa. Algunos de los directores más interesantes o los prodigiosos escritores que basaron sus pensamientos en la vida de la alta sociedad, dejarían huérfanas las pantallas y plantillas de aquellos argumentos manchados de sangre azul o cuentas obscenas.

Otra aseveración con fundamento, del director neoyorquino: “Vivimos en un mundo que no tiene sentido, ni propósito. Somos mortales, y todas las preguntas importantes… Para mí lo importante no ha sido nunca quién es el presidente de EEUU, esas cuestiones van y vienen. Las preguntas importantes se quedan con nosotros y no tienen respuesta. ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué estamos haciendo aquí? ¿De qué va esto? ¿Por qué es importante que envejezcamos, por qué morimos? ¿Qué significa la vida? Y si no significa nada, ¿de qué sirve? Esas son las grandes cuestiones que nos vuelven locos, no tienen respuesta, y uno tiene que seguir adelante y olvidarse de ellas”.
Pues, adelante con la magia y la luna.


En esta ocasión, como ocurriese en proyectos anteriores como Balas sobre Broadway, La Maldición del Escorpión de Jade o la maravillosa La Rosa Púrpura del Cairo, se ha producido el milagro de la comedia romántica mezclada con el truco de la vida. Magic in the Moonlight vuelve a acercar aquellas historias sobre sueños que se hacen realidad, a pesar de la timidez o otras actitudes o intenciones de personas alrededor de los protagonistas.
Es posible que la edad sea una barrera infranqueable, pero Colin Firth y Emma Stone, se han refugiado en la atracción de sus miradas y unos diálogos brillantes elaborado con su saber y sabor de siempre.
El romanticismo no está de moda, por eso a los más experimentados nos atraen los personajes que afrontan sus sentimientos (supuesto amor sin aristas) por encima de los lujos de una vida confortable. Y sino, que se lo digan a Marilyn Monroe (no me refiero a su vida privada), más en la película Some Like it Hot, de otro grande de la comedia Billy Wilder.
Allen se expresa así: “Ojalá no hubiera sido tan tímido, hubiera tenido una vida mejor si no llego a ser de esta forma”.
Debido a esa timidez, encuadra el sexo entre un orgasmo fingido entre las estrellas o el mundo de la imaginación y el fálico objeto de la razón en forma de telescopio abandonado en sus funciones sexuales o estelares.

Woody Allen sería uno de los grandes damnificados por estas discriminaciones estúpidas. Un autocrítico, dejándonos a algunos cinéfilos y seguidores arrinconados entre guiones plagados de miseria, hambre o retazos de vidas cotidianas y aburridas, como las nuestras. Se refugia en la luz de la Costa Azul francesa entre Antibes y Niza, con grandes mansiones y locales de ocio.
Allen ha demostrado que es mejor caminar entre las vías, sin importar quién es el pasajero en el interior del tren, sea millonario, humilde polizón o mago.
Así, se expresa el genio de Brooklyn: “Necesitamos espejismos, la vida es demasiado terrible y no podemos afrontar la verdad de ella porque es demasiado horrible. La vida es una situación tan trágica que solo negando la realidad sobrevives”.

Si en el anterior filme Blue Jasmine, la protagonista era una mujer madura con una etapa vital extensa y terminada, que recorría las vías en sentido inverso a la pareja de Magia a la Luz de la Luna. Pues, su vida se ve desmantelaba por la mentira, mientras que ahora, la magia o el paso en falso intercede entre los sentimientos y la razón, para enamorar a los protagonistas. Aunque, la visión de la luna se encuadre con un objeto abandonado y racional, lejos de la atracción gravitatoria de la sexualidad.
Allen dixit: “No estoy en contra del formato digital, pero las películas actuales dedicadas a efectos no me interesan”.
Es cierto Woody, a veces pienso que el romanticismo ha quedado enterrado entre las acciones efectistas, los sentimientos camuflados como un truco de desaparición, o diálogos desdibujados en líneas de insultos y gritos con bandas sonoras atronadoras.
Usted, siga con tu brillantez e hilaridad acostumbrada y mágica.

Sobre los premios y los Oscar´s, opina: “Se puede decir cuál es la película favorita de uno, pero no cuál es la mejor película. ¿Quién puede decir eso? Son valoraciones personales, no significan nada”.
Pues bien, has vuelto al camino de siempre, creando dos mundos contrapuestos en el mismo encuadre, acercando y creando la curiosidad a cabezas separadas a kilómetros de ideología, luchando entre besos o egos, que puede llevar al traste un futuro común o unas vacaciones por las islas griegas o Bora Bora.

No vamos a desentrañar el misterio oculto en el mágico Oriente, ni los enredos entre realidad y fantasía que se ciernen sobre los protagonistas. Tan siquiera, la comparación con otras obras de Woody Allen con predominio de la razón sobre la magia... o viceversa, cada una tiene su atractivo romántico.
En Magic in the Moonlight nos hallamos con todo oculto en un sombrero (no de copa sino un tocado de mujer de los años 20, elegante) y nos encariñamos con los personajes de siempre, de la vida también de Woody y de la nuestra, porque crecimos viendo las comedias disparatadas o screwballs de la época dorada. Seguro que, Cary Grant y Catherine Hepburn se alegrarían de recrear sus antiguas batallas dialécticas, mentales o físicas, entre ciencia y la sentimental magia al acecho, como una pantera agazapada entre los huesos de un dinosaurio. O con Henry Fonda atraído por una jugadora de cartas marcadas y largas piernas como Barbara Stanwyck en The Lady Eve.
Aquí en esta nueva película, son los rostros de la madurez ascética impregnada de flema británica y la frescura roja de una nariz respingona apuntalando unos ojos azulados como la Costa, la nueva musa que frota la bola imaginaria del universo ´alleniano` cuasi embrujado. Ante la racionalidad del propio director, no creyente y crítico exacerbado, ha escrito otro mágico papel para una mujer.


Sobre la copia, proclama el director neoyorquino: "Oh, yo he robado de los mejores. Quiero decir que he robado a Bergman. Yo he robado de Groucho, he robado a Chaplin, he robado cosas de Buster Keaton, de Martha Graham, de Fellini. Quiero decir que soy un ladrón desvergonzado" para la revista TIME, 2009.
Este tipo de robos, basados en tomar referencias o experiencias anteriores con respeto a sus autores por supuesto, son un truco de magia comparado con el panorama actual y social. Dónde los grandes ilusionistas dirigen los designios del mundo.
Tranquilo, seguimos confiando en tu inigualable talento. Nosotros al menos.

Si se verá tanta batalla recompensada por el espacio estelar, en un golpe del destino o de nuestros deseos. Para ello, deberás aguantar con una sonrisa en los labios, los trucos en su carrera que hicieron un genio del prestidigitador llamado Woody Allen. Hasta el final de otro guion elaborado con su habitual buen gusto y unas actuaciones perfectas, que probablemente le proveerá de una nueva nominación (a la que no asistirá) y quizá una cuarta estatuilla dorada en esta categoría.

Probablemente, la noche a la luz de la Luna de este cuento, entre aristócratas, ´artisteo` y una chica o ´truhana` de humilde condición e intenciones cambiantes como la marea, no sea su mejor película pero si un homenaje a dos mundos diseccionados en la literatura de Dickens. Apartados aunque tocantes en cuanto al romanticismo, una de las bases de su cinematografía. Además, de filmar entre la realidad y la fantasía sirve para admirar su ingenio como cineasta y escritor de ayer y de siempre.

Ella creía en la magia (que no es posible en este mundo pues prevalece la mentira sobre el truco de lo científico) y él no se enfrentaría con la realidad, intimidado por lo desconocido. Pero, se unirían en un baile enloquecido por los nuevos ritmos sin ukelele ni yates de millonarios o no aceptarían el perdón en sus cabezas.
El futuro es una incógnita, que sólo Woody conoce en su fuero interno... ha vuelto a meter un elefante enorme por el ojo de la aguja con nuestra complicidad en la oscuridad del anfiteatro. La fiera de mi niña sigue resistiendo los embates del efectismo digital, con chispeantes conversaciones y el reconocimiento de las estrellas de Hollywood ante su cámara.
Como si Sugar Kane hubiera intentado seducir de nuevo al millonario, escondido tras el disfraz de marinero, o de mago.

**** Notable ****


Apuntando al destino incierto.


Beethoven: Symphony No. 9 in D Minor, Op. 125: Molto vivace - Presto


Sonny Rollins - Moritat (Mack the Knife)


Bix Beiderbecke - Sorry

martes, 2 de diciembre de 2014

Interstellar.


Padre Nolan, que estás en los cielos...

Es manifiestamente evidente que el mundo de la cinematografía en su género más fantasioso, la ciencia ficción, ha cambiado mucho en las últimas décadas, prevaleciendo la acción sobre el atrevimiento y las ideas. Las películas dedicadas al scifi en tiempos pasados se recreaban con historias repletas de criaturas inventadas llegadas desde otros planetas y viajes lineales en el tiempo y el espacio, ahora se tiende hacia el cómic o la posible búsqueda de respuestas para establecer teorías basadas en la nueva realidad.
Pero, como todo ha cambiado con los nuevos éxitos cosechados en el terreno de la cosmología y los avances técnicos en las expediciones espaciales. El cine de los últimos tiempos, trata de convertir las guerras de las galaxias en aventuras épicas y sesudas sobre la supervivencia humana, volcándose en el realismo más que en la imaginación.

No es de extrañar, de tal manera, que uno de los filmes imprescindibles de todo buen aficionado a la ciencia ficción sea de los favoritos del director de Christopher Nolan. Ya que muchas de las suposiciones que el gran Stanley Kubrick ideó en la historia del hombre moderno mirando al espacio exterior, han ido apareciendo en el horizonte de Interstellar, con más o menos bríos, sirviendo de fuente o ejemplo para muchos cineastas actuales. Entre ellos C. Nolan director nacido en Londres, con películas como Memento o The Dark Knight Rises. Lógicamente, algunas cosas han cambiado desde que el mono se alzase al espacio en los años ochenta, sobre todo, técnica y visualmente, pues el desarrollo digital ha revolucionado la forma de concebir el cine.
Si es para bueno o no, ya se verá con más perspectiva ´kubrickiana`.

2001: una odisea del espacio, fue resultado de una mente privilegiada para aspectos visuales y el estudio de las posibles capacidades técnicas del hombre en el futuro. Esto es, la imaginación.
Kubrick confeccionó una de las historias fantásticas más relevantes en el devenir de la historia del Séptimo Arte; ya que aparecían las grandes preguntas que han inquietado y sugestionado a los cineastas y artistas de nuestra época, dirigiendo los comportamientos o aptitudes del ser humano en el pasado hacia una nueva visión.
Una perspectiva evolutiva que aún no ha cerrado su círculo, y al que se van añadiendo nuevas capas. Magnitudes esféricas que se van convirtiendo en las protagonistas de estas aventuras cósmicas, ya mostradas en el filme relativo a la odisea espacial y ahora modificadas con las imágenes espectaculares de los rastreadores humanos.

Personalmente, he intentado desprenderme de los rasgos de la pieza maestra de Stanley Kubrick (con mucha dificultad) y no fijarme en todas las opiniones positivas más los prejuicios ocasionados por la crítica más agresiva frente al llamado “nolanismo”.
Sentado en la buta, dispuesto a orbitar en una gozosa aventura, me entregué a la observación de un espectáculo visual y sus innovaciones cinematográficas. Sin embargo, no he hallado muestras de dicha espectacularidad (las imágenes de diferentes universos, ya no es tan eficaz como antaño), ni restos de una epopeya dramática, fuera de los vórtices del sentimentalismo más ñoño.

Más al contrario, me he alargado como una extensión de la mente en el cuerpo vacilante, y he cubierto las dos horas y cuarenta minutos de duración entre frustración intelectual y aburrimiento generalizado. Poco o nada, se recuerda de la existencia de conceptos artísticos o miradas conceptuales del diseño de escenarios, y mucho menos de la poesía visual de la Odisea de Stanley. Los recursos técnicos no son suficiente carga para abastecer los deseos de un buen aficionado a la ciencia ficción, viendo espectaculares imágenes por las ventanas de una nave y una parte de su fuselaje. A no ser por la tecnología de una nave que parece aprovechar los nuevos avances en la resistencia de las estructuras frente a la velocidad y la atmósfera, para significar una mayor maniobrabilidad en las acciones del vuelo espacial.
La ambientación requería más explicaciones en el espacio exterior, pero principalmente aquí, en la Tierra.

No voy a profundizar demasiado en el aspecto científico y las derivadas que florecen del filme Interstellar, pues aparecen como un falso maquillaje de profundidad. Por ejemplo, si nos centramos en elementos esenciales como el mantenimiento de una vez que permanece en el espacio por un periodo tan extenso, o se oculta el proceso involutivo de una persona abandonada en el insondable vacío existencial. La singularidad del universo multiplicado en el abastecimiento de provisiones o la amenazante reserva de oxígeno tan relajada como obviada, para conseguir avanzar en el tramo final.
Tampoco haré demasiada “sangre” con ciertas resoluciones al considerar un robot como paradigma de la evolución científica del cerebro humano, cuando se asemeja más a una "gacheto" torre de alta fidelidad al estilo de los noventa, convertible en rueda dentada o remolino salvador.

Me he plegado entre agujeros negros, intentado penetrar en el horizonte de sucesos sin tener claro como alcanzar la velocidad de la luz, abarcando todo el espacio y tiempo necesario para doblegar el bostezo, con una propulsión extraordinaria aportada por un litro de café y paciencia infinita ante unos diálogos bastante mediocres, y he conseguido que el Tirón de Gargantúa no me tragara como un gigante hambriento de sueños, aguantando hasta los títulos de crédito. Pues, en su parte última está la esencia de una película que no necesitaba de tanta abstracción ni mensaje pesado durante tantos minutos de metraje.
Jaleado por los universos paralelos, me he estirado como la espina dorsal de un gato, entrando en el núcleo a través de la ergosfera en estado inmaculado, y no me he quedado traspuesto entre la cuarta o quinta dimensión de mi butaca del cine. Entre las estrellas, descafeinado, he resistido hasta el final. Quizá, lo más interesante.

¡Quédate! Decía mi mente... Pero, esta se debatía entre alterar el estado de las cosas o mirar de soslayo la esfera de mi reloj, en unos minutos que parecían no avanzar las manecillas.
No he contemplado aquella ansiada poesía conceptual, ni explicaciones de las incógnitas que surgen en la Tierra apocalíptica ni en un viaje de millones de kilómetros, por el intento de salvación de toda una especie.
Sólo me encuentro, una y otra vez, con palabras cargadas de contenido letárgico.
Y rostros cansados, demacrados, sin fuerzas para cumplir la misión de entretener, son los restos de una civilización que se destruye a sí misma, o es la imagen de unos actores circunspectos ante las pretensiones del director.

He visto cosas que vosotros no creeríais... a Matthew McConaughey entre sollozos, gimoteos y sentimentalismo barato, a la interpretación con menos brillo en la carrera de Jessica Chastain de las que he podido ver. A un robot con carisma entre una cafetera y un chistoso de sin gracia, a Matt Damon alejado de papeles de héroe y con sus músculos perdidos en la inmensidad gravitatoria, con Michael Caine centrado como siempre pero lejos también de ser recordado por este papel. Siento que tengo a Anne Hathaway atragantada (no en la garganta de Gargantúa) desde hace alguna película... y a Nolan creyéndose un máster del universo con su cámara de última generación, olvidándose de los buenos diálogos.

Interestellar no me aporta mucho artística ni visualmente aunque entiendo la fascinación por teorías nuevas, sobre todo de los más jóvenes, pero escasea de ideas científicas o premoniciones de algo más intangible. Así que estamos ante la lucha de la ciencia ficción o la imaginación, por supuesto, y un filme de entretenimiento.
Lejos de la obra maestra de Kubrick, siento esta película desprovista de emoción o suspense más allá del infinito, y con cierta tendencia al lagrimeo artificial. Una ocasión perdida de rememorar odiseas y consagran personajes míticos.
Es mi opinión... Recordando que no por tener opiniones contrapuestas sobre una obra, se es enemigo de nadie.

** Regular **

INTERSTELLAR Soundtrack - 05. Stay (Hans Zimmer)


INTERSTELLAR Soundtrack - 07. The Wormhole


2001: A Space Odyssey 1968 - Movie Soundtrack(Music By: Aram Khachaturian, Richard Strauss...)


Cinemomio: Thank you

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